A nadie nunca le importó el Zulia

¿Para qué pararle bolas a un sitio que no es Caracas?

Andrés Rodríguez
El Ego Crítico
5 min readMay 15, 2019

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Photo by Molly Belle on Unsplash

Que grandísima mierda. Imagínate darlo todo por una idea, un país, un sentimiento y que la respuesta sea desatención, ¿acaso tenemos culpa? ¿podemos señalarnos entre el apagón? Lo que sucede en el Zulia se puede definir como la “gran maldición chavista”, pero esto va más allá; sinceramente se fue de largo.

Echarle la culpa al chavismo ya no es suficiente, es más, hasta resulta impreciso. Si muy bien esos hijos de puta nos arruinaron la existencia, también es validísimo acotar que nuestras “élites” políticas, académicas, de opinión e influencia, vieron todo este desastre venir desde 1998 e incluso antes, pero no fueron capaces de contrarestar los tropiezos.

El estado Zulia siempre fue un gran bastión para la oposición venezolana, una región que nunca se dejó manipular por las heces perfumadas del Hugo. Pero algo ocurrió en 2012, todo empezó a cambiar repentinamente, ya era normal ver el color rojo abundando en las calles, y los anuncios más costosos estaban siendo usados por personajes infames del oficialismo.

De pronto, ese tío que siempre fue adeco, comenzó a coquetear con ideas psuvistas, la madre de Ulises de un día para otro se anotó en una lista misteriosa por alimentos, a su vez, podías escuchar las justificaciones mal argumentadas sobre la expropiación, todo desde la boca de una señora en un carrito por puesto. Un burdo carnaval de saliva que por más que el sol estuviera arrechísimo, tardaría añales en secarse.

En efecto, la mangüangüa se vino a secar cuando todos nos vimos mamando aparatos reproductores masculinos en 2018. Una vaina que nos tomó casi una década aceptar, y que cuando nos la vimos encima ya era muy tarde, la teníamos en la boca, clavada, completica, sólo nos tocó tragar. Más que consensuada la güevonadita.

Personas durmiendo y niños estudiando sin servicio eléctrico. Fuente: Minuto 30.

Un septiembre-octubre del carajo

Me quería morir, demasiadas horas sin luz, sin agua, sin mis amigos, ¿para qué más tortura? En ese 2018, la cuestión sobrepasaba los límites de lo sádico y lo balurdo, el que maquinó toda la trama fue una mente maestra del dominio moral, hasta el punto en el que yo mismo comencé a generar pensamientos dignos del síndrome de Estocolmo, un asunto tan privado que me da vergüenza compartir en esta pieza.

Gente llorando en las calles indiscriminadamente. Desde el cuarto piso de nuestro apartamento podías ver como ciertas barriadas yacían en plena oscuridad siendo las 2:00 am, una avenida 5 de julio extrañamente vacía los días sábado. Puntos que son tan poco ortodoxos que abarcan para escribir un libro de pacotilla que solo los marabinos podrán entender.

Ojo, yo no soy oriundo de Maracaibo, provengo de Caracas, si, la perla del chavismo que muy poco sufre lo que se desvive en el interior del país. La capital de Venezuela se convirtió en la pre-Moscú del neo-comunismo pestilente, que secreta grandes cantidades de pús en forma de Hermann Escarrá, una tierra de nadie que ni los caraqueños hemos podido reclamar.

Vivir en Maracaibo desde 2003 ha sido una experiencia turbulenta pero gratificante, dicha ciudad me lo dió todo, y también me quitó muchísimo. Me regaló varios amigos, y me robó años de juventud que no podré recuperar jamás. Por ello, cuando ví que mi segundo hogar estaba siendo sedado e ilusionado por las maniobras perversas de Chávez, supe que mi tiempo en la capital del Zulia se estaba acortando.

No había vuelta atrás, y en medio apagón de 18 horas a mediados de septiembre de 2018, rompí a llorar en el lavadero, maldiciendo a todo aquel que contribuyó con mi desgracia y la de muchos, un evento que marcaría mi contexto actual y que me transformaría en un ferviente anti-comunista.

“Mijo no sienta odio, que eso es malo”

Malo es que te abras una herida y te tengas que morir como mi estimado vecino Rony Castellanos, que falleció por circunstancias tan desagradables que resultan injustificables en pleno 2019. Malo es que te de un infarto en plena faena cargando botellones de agua, siendo un gran sostén para tu hogar, como le pasó a mi otro vecino, el señor Tony, que en paz descanse.

A mis cojones, yo si siento odio, y a mis 27 añitos que recién cumplí en febrero. Pues aquí estoy, fuera del país, sin casa, empezando de cero, y sintiendo un profundo pesar porque a nadie le importa el Zulia, es más, a nadie le importó nunca ese pedazo de tierra, una región que visitan con urgencia los politiqueros de mierda en cada año electoral.

Que si el segundo puente, que las termoeléctricas, que si la producción agrícola, ¿no ven que el Zulia es un nido de víboras? ¿Y que los marabinos son rehenes de la ley del más fuerte? Nah, dejalo así.

La dimensión desconocida es un maldito kinder comparado con el triste pesar del zuliano, y estoy seguro que dicho evento le saldrá carísimo a Venezuela en un futuro no muy lejano, por ello es mejor que vayan pensando en federalismo, porque a la más mínima oportunidad que tengan las regiones, no dudarán en separarse. Allí se quedará el sueño bolivariano, vencido, rancio y trasnochado, se convertirá en un plato griego de matrimonio, un artilugio que alguna vez pareció lindo, pero que hoy yace roto y feo.

Supermercado vacío, luego de saqueos. Fuente: Diario EL PAÍS.

En Venezuela no hay nadie que le tire algo al Zulia, no hay quien sienta lo que se siente allí. Tanta razón tenían las gaitas, para algunos hablar de independencia resuena a tabú. Y allí está, totalmente a la deriva, sin luz, sin alimentos, sin agua, sin atención médica; tanto que jodieron con la unión máxima de la nación y miren como la separaron, ¿quién se siente orgulloso de ser venezolano así? Mírame a la cara, contradíceme.

Andrés Rodríguez escribe para diferentes medios a nivel internacional. La izquierda latinoamericana le tiene las bolas secas. Tratará de publicar estos #EnsayosDeAndres cada vez que pueda.

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