A falta de presión, Mal de Altura

Nelson Martínez, mejor conocido como N. Hardem, lanzó su cuarto álbum de larga duración. En Mal de Altura convergen distintas versiones de sí mismo, que dan al público un trabajo multifacético que hace reír, llorar y bailar.

Sofía Ariza Varela
El Enemigo
11 min readApr 4, 2024

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Fotografía original de Juan José Ortiz Arenas (@ortizarenas).

El cielo que lograba verse a través de las hojas de los árboles estaba nublado. Aunque parecía que fuese a llover, había un poco de azul grisáceo que daba la esperanza de que ese día no iba a caer agua en Bogotá o, al menos, no en Teusaquillo. En el patio de Mambo Negro Records, espacio cultural que congrega a realizadores audiovisuales y músicos, le pregunté a N. Hardem si creía que el sol que hacía era de lluvia.

Me dijo que no. Se encontraba en la cocina preparando café mientras yo ojeaba las plantas que se ubicaban tanto en las paredes como en el pequeño jardín. Estas reverdecían el lugar y combinaban con el vinilo de Verdor (2021), que colgaba en la pared del salón contiguo, justo encima de los bafles y el tornamesa.

No solo estaba su último trabajo de larga duración en solitario sino también el álbum Mestizo (2023), de la agrupación homónima a la que pertenece y que reúne a talentos de Reino Unido y Colombia. Fue allí mismo, frente a sus propias obras, tras brindarme un tinto sin azúcar, que desfundó con sus dedos largos adornados de anillos dorados el vinilo de Mal de Altura.

Para entonces, el centro del ejemplar aún tenía el sticker genérico que solamente indica cuál es la cara A y cuál la cara B del LP. Lo puso a rodar, bajó la aguja, y empezó a sonar “2600”, canción colaborativa que reúne a Hardem con el dúo caribeño Indus y al rapero y beatmaker Mismo Perro en un solo track.

La primera vez que la escuché no pude evitar alzar una ceja porque, aunque no es sorpresivo que Hardem rapee sobre beats experimentales — como fue el caso en Rhodesia (2018) — no cuadraba con el sonido de los sencillos del disco que ya había lanzado, como “M.I.R.L.I.B” (Make It Rain Like Its Bogotá), “Crisis de Papel” y “Lufthansa”. Pero cobró sentido cuando hablé con él sobre la intención del álbum y su proceso creativo.

Empecé a escuchar más música. Verdor ya estaba cumpliendo con su ciclo creativo, aunque estaba todavía en su ciclo en el mundo. Comencé a preguntarme hacia dónde quería hacer música ahora. Empecé a inquietarme, a cuestionarme si quería hacer una cosa menos críptica, menos introspectiva, a mi entender más bailable incluso, que te afectara físicamente con el sonido. Esa es la intención del disco en sus dos partes”.

“2600” cumple con esa voluntad. Genera la sensación de estar en una cápsula atemporal mientras su voz acompaña el sonido eléctrico, casi chillón, que se enciende después de reproducir un sample de una voz masculina que describe las condiciones del suelo de la capital, posicionando desde el primer momento al oyente en la línea narrativa del álbum: la ciudad que lo vio nacer. “…El problema es el mismo, poca adaptabilidad al terreno, al clima, entonces terminan muriéndose. La recomendación sería sacarlos desde bien pequeñitos y adaptarlos a este clima, a esta altura, o bajarlos de altura, es la única…”

Siguiendo con su objetivo de generar movimientos corpóreos, el siguiente tema, “M.I.R.L.I.B”, cumple con el fin clásico del rap: mover la cabeza. Es imposible escuchar los dos minutos y medio sin querer apoderarse con el cuerpo de las palabras que desprenden grasa. Desde las primeras rimas, el intérprete se autoproclama como uno de los mejores, poniéndose a la altura de los integrantes de la Etnnia y del último gobernante del Reino del Congo.

“Casitico como Zebra, Ata y Kani

Ícono de mi época, Manicongo Carabalí”.

A mi lado, mientras escuchaba con atención las barras que se reproducían agresivas desde los parlantes, se encontraba el mismo individuo como una antítesis. Contrario a los dientes afilados, que se alargaban al pronunciar las palabras grabadas previamente, quien se encontraba a pocos centímetros de mí portaba la sencillez. Metro noventa, Piel Roja, gafas, pequeña manilla de hilo, gorra negra, saco gris, tenis y chaqueta negra. En el exterior no se ven las experiencias que lo construyen y que se convirtieron en palabras talladas en acetato.

“Muchas de estas canciones se empezaron a escribir durante el paro, en la pospandemia, con muchísima rabia y muchísimas cosas oscuras adentro que tenía que depurar. Frustraciones, dolores y mierdas así. Pero también es una forma de hablar del crimen y de las economías ilegales en esta ciudad. En el resto del país, la cosa es más evidente: balaceras en la calle, droga, narcos y tal. Acá es a donde llega toda esa economía a limpiarse y entonces, de repente, se hacen edificios de no sé cuántos pisos”.

Para Hardem, Mal de Altura son muchas cosas. También es la incomodidad de ser percibido como un individuo alto, la concepción del éxito y lo que conlleva ser un ciudadano crítico en un país en el que abundan los problemas. Bajo este concepto, las siguientes cuatro canciones continúan con ese sonido oscuro y denso que abrió “M.I.R.L.I.B”.

Para “Crisis de Papel”, el bogotano invitó a la británica Shantéh —también integrante de Mestizo — para subirse juntos al beat creado por Hi-Kymon. La voz melodiosa de la cantante, el detalle de la guitarra y la crudeza de N. Hardem crean un balance justo que, desde el primer instante, hace que al oyente le urja continuar la escucha.

En el caso de “Córcega”, la pista empieza ubicándonos en lo que parece ser una misa o más bien, un velorio. El ambiente lúgubre se manifiesta en los coros que usualmente acompañan las ceremonias sagradas del catolicismo y que, después de unos segundos, se funden con la caja y el bombo, crédito de H-ico Da Funkylooper, productor de la canción.

“Lider de robos en la liga, hice de to’ por la sortija/ y sé de todo un poquito por el rigor ma’ nigga/víctima de mi invento como Murcia Guzmán/ pero lo intento, ustedes no hacen nada nunca ni van”, empieza diciendo Hardem. A medida que rapea, las rimas se hacen cada vez más pesadas, reitera su temple ante los demás. Dos minutos después, aparece otro titán, proveniente de España, para aumentar la fuerza. “No verás ni en cien vidas nuestras almas vendidas/ El que ama amor no mendiga calma tengo inventiva/ Para salir de cualquier pozo en el que el diablo me tira/ Canalicé la ira, socio vas a tirarme? Delira”, rapea SD Kong casi susurrando, pero sin reducir la contundencia. Después de un par de versos, la canción termina dándole espacio a unos segundos más de la instrumental.

Con ese ambiente espeso, llega “Não Morri”, producida por el Arkeólogo. La canción abre con lo que parece la banda sonora de una película de acción que está a punto de representar la caída o la venganza del héroe. Los susurros de Hardem no hacen más que aumentar esa tensión para luego extenderse en prosa con furia, como si escupiera.

No es hasta que llega “Lufthansa”, producida por Don Cee, que termina esa rigidez. No porque la música sea menos oscura, sino porque llega el quiebre.

“La sala de audiencia y la funeraria se parecen / Siempre se culpa a alguien, alguien desaparece / Abráceme antes de que me apresen / Porque una vez me vaya sé que vas a negarme unas diez mil veces / La sinceridad anda descalza / Nadie te dice la verdad si no eres digna de confianza / Con la misma que te dicen paz, victoria, venganza”.

Verso tras verso, “Lufthansa” produce una sensación de vacío, un nudo en la garganta y sequía en la boca. Las letras profundizan sobre su relación con una antigua pareja, la preocupación que siente por su hija, la desesperanza y la asfixia propia del conflicto y la frustración generalizada. Junto al piano, la canción crea una atmósfera densa, como la de un cementerio, en la que únicamente hay tierra estéril y sueños perdidos.

“Perdiste la cordura en oscuras circunstancias / Te entraron las dudas más agudas de la última mudanza / Otra carta al viento que se malinterpreta / Otro rastro sangriento, haz la maleta, haz la maleta”.

Esta es probablemente la canción más personal del repertorio y a su vez, es el principio del resurgimiento del disco. Desde allí, el narrador deja de intentar de atarnos los pies con cadenas para dejarnos, por fin, flotar en el aire.

La primera cara del LP terminó de reproducirse y por los bafles se escuchó el sonido blanco de la aguja recorriendo los surcos del disco que no contienen grabación. Hardem se dirigió al tornamesa para voltear el vinilo y poder escuchar el lado B.

“Me di cuenta de que los temas iban estando todos realistas. Tenía un disco súper oscuro y no era únicamente lo que quería hacer. Entonces, empecé a encontrar las maneras de ubicarle el contraste a eso. Me pareció muy lindo porque es una forma en la que aprendí a pensar los discos. Así, en el formato físico. Realmente, es el lado B del disco donde la cosa empieza a aclarar un poquito”.

Entonces sonó “Air” y toda la pesadez que cargaba se difuminó. La canción está producida por Nicholas Craven, al cual ubicaba por el álbum Fair Exchange No Robbery (2022), pero no fue hasta que escuché “Air” que logré entender la maravilla detrás de su trabajo. Mis ojos reaccionaron antes que mis manos. Solté la libreta. Hubo un cambio en la narrativa del álbum, pero también en mí. Se me encharcaron los ojos y desde entonces, hasta que salió como sencillo en plataformas digitales, no he podido evitar conmoverme cada vez que la escucho. Siempre hay un par de lágrimas que se me escapan.

“Me pareció bonito darle ese giro y ese contraste como de decir el mal de altura. Esto es así re denso, pero también te puede hacer sentir como ‘the flyest out’. Está mal de altura por un lado, que es esta cosa densa, tóxica, bogotana, visajosa. Y, por otro lado, mal la altura de ‘bueno, estamos muy chimba’. Aunque las melodías y los beats son super fly, las letras te están hablando todo el tiempo de vueltas cortantes e incisivas”.

Fotografía original de Juan José Ortiz Arenas (@ortizarenas).

“Escalera pa’l escalafón / No llevan bien la mala ni llevan la maleta/ Hablaron mal del tiburón hasta que vieron la aleta / Y luego luego, operación paleta all day long”. Luego, el coro genera una voluntad de pararse, bailar y dar las gracias por estar viva, aunque no siempre se sienta bien.

Como la promesa que Dios le hizo al mundo en Génesis 9:12–17, cuando dio por terminado el diluvio que inundó la tierra por cuarenta días, llega “Siempre Escampa”. Más parecida al tono de la primera parte del disco, el rapero arroja rimas sobre distintas temáticas que parecen confluir en una sola frase que funciona como coro: “que se tengan porque me las deben, me arengan/ I’m in the top of the game, vengan”. Después de todo, solo queda brindarle a cada uno lo que le corresponde. Ese es el fin del círculo kármico. “Ya mordimos las amarras ya nos dimos garra/ ya ganamos ya sufrimos y fuimos de farra/ ya arrancamos el queso y lo fundimos/ ¿y ahora es cuando te aparecen primos?”.

Producida por Charles Haggard, “Fly Gamuza”, la novena canción del disco, añade otro ladrillo al puente que une a Medellín y Bogotá. Representando a la ciudad antioqueña, se une al combo Luis7Lunes. “Agárrelo bajando pa que no se nos totee,/ mejor la carne cuanto menos la voltee,/ Insólito, hay quien aun no cree aunque ya vio El Milagro,/ Por eso es que ya no me esfuerzo en explicarlo”. Para entonces, ya estaba convencida de que el rumbo que estaba tomando el disco me gustaba. Arrugué la cara. No había forma de no sentir cada rima. Durante todo el track, y sobre todo cuando N. Hardem anuncia la entrada de Luis, las comisuras de mis labios se tensaron hacia arriba.

“Pienso en cuál es el carácter ideal no solo para completar esta canción, sino para hacerla destacar y hacerla mejor de lo que podría ser. Porque puedo invitar a alguien a que acomode ahí, y eso lo puede hacer cualquiera. No pienso en eso sino en quién puede entrar a esta canción y elevar su potencial, hacerlo lo más grande”, explicó Hardem sobre la elección de los colaboradores.

De ahí en adelante, todo es parranda. “Awëke” e “Internacional Welter” featuring L’Xuasma configuran el soundtrack perfecto para empezar cualquier día, sea gris o soleado. Dos temas para mover el cuerpo y prenderlo si está en sus planes.

“Como desde el inicio, haciéndolo con juicio, otra pa’l rapertorio, vigente en el ejercicio,/ hip-hop mi único vicio, sounds like delicious,/ ya no hago canciones, ahora hago petardos vitalicios (word)”.

Pero como todo lo que sube tiene que bajar, en su momento más divertido llega el final del álbum. “Descansa” consta de un minuto y medio de voces, sonidos sampleados y la despedida de Hardem deseándole paz a los oyentes, quienes durante doce canciones lo acompañaron en un viaje que recorrió Bogotá, Londres, Madrid, Los Ángeles, Montreal, Guatire, Medellín y Cartagena de Indias.

Sin embargo, Mal de Altura no es únicamente un viaje geográfico. Es un viaje a través de él, la persona tras Cine Negro (2014), Lo Que Me Eleva (2017), Tambor (2018), Rhodesia (2018), Tambor II(2019), Dios Bendiga Este Negocio (2020) y Verdor (2021). Un individuo que puede sumergir a cualquiera en un mundo lleno de formas, olores y gozo, porque él no es solo la casa grande, el éxito que aparentemente tiene visto desde afuera. Tampoco se reduce a un código complejo en el que, con referencias y metáforas, habla de la relación con su madre y su hija, como hizo en Verdor. Mucho menos al hombre con actitud de perro de batalla, como fue en Cine Negro.

Es también las pequeñas cosas que lo integran: su pequeño estudio, la baraja de Templo Komodo que tiene sobre su mesa, el fotograma del vídeo de “Inmune” que exhibe en su pared, el calendario con la imagen de un rapero por mes, su impermeable naranja, su personalidad reservada pero carismática, su paternidad, los amigos que siempre lo acompañan y todo lo que hace que él no solo sea el personaje frente al micrófono, sino también el corazón tras la puerta de Casa Mambo que, como buen virgo, está dispuesto a abrir si te ganas su confianza.

“[El disco] Lo pude abrir y lo pude cerrar. Eso es suficiente para estar agradecido. Si no, todavía estaría echándole cabeza a la cosa. Capaz dista de la imagen que tenía al principio, pero estoy agradecido de que lo pude ir desarrollando sobre la marcha y la misma madre o el mismo genio, como se quiera decir, me ayudaron a poner todo en su sitio. En este disco pude delegar un poco más, soltar un poco más. Eso también es visible”, concluyó.

Fotografía original de Juan José Ortiz Arenas (@ortizarenas)

Tal y como me respondió N. Hardem, ese día no llovió. Nos despedimos cerca a la estación de TransMilenio de la Calle 45. Él se dirigió a grabar el vídeo de “Air” y yo regresé a casa saltando charcos imaginarios, sintiendo nubes en mis pies y esquivando los tajos de la capital.

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Sofía Ariza Varela
El Enemigo

Periodista cultural. A veces escribo sobre rap, a veces sobre música emergente.