El diálogo del concierto: sobre cómo habitar la música

¿Qué nos queda como audiencia después de la emoción por un concierto?

Carlos Sánchez
El Enemigo
10 min readOct 5, 2023

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El fenómeno de la música en vivo abunda cada vez más y con mayor frecuencia en la agenda cultural de la ciudad. Es gracias a dos factores. Primero, la fortaleza que se evidencia en las artistas, bandas y colectivos para ofrecer su arte en vivo. Segundo, gracias a una disposición y emoción por parte de los escuchas en Bogotá, que quieren hacer parte de los conciertos y festivales que protagonizaron prácticamente cada día de septiembre.

Así como cada uno de nosotros no estamos separados de los otros, la música no existe como una expresión separada de la vida. No me refiero solamente al ejercicio desterritorializado y pasivo de escuchar la música, sino a los eventos que reúnen la experiencia musical con la vital de compartir junto a los demás; esa es la lección de habitar que más debemos rescatar de la música.

Si bien ha habido una oferta numerosa, quisiera hablar de la cátedra reciente que dio el ecosistema cultural de Bogotá para demostrar cómo la música permite habitar un mundo en armonía, singularidad, comodidad, compañía, deseo y amor. No solamente hay una ola de creatividad espléndida, sino que esta establece, histórica y culturalmente, una relación que brinda a los amantes de la música una propuesta para vivir de forma distinta.

Lo digo sobre todo por dos eventos: el festival del Jazz al Parque en el Parque Country, durante el 9 y 10 de septiembre; y el evento de celebración de los 85 años de la Media Torta, “85 rolas y contando”, el 16 de septiembre. Su carácter abierto y gratuito, pero organizado y con una entrega sobresaliente, permitió pensar en la importancia que tienen estos eventos dentro de la vida de los y las amantes de la música.

Más allá de ser públicas y al aire libre, son dos citas con la música en vivo muy diferentes. Por un lado, Jazz al Parque se dedica a la exhibición del virtuosismo instrumental de artistas y bandas experimentadas, que componían atmósferas meditabundas en las que el público sería el verdadero protagonista por disponerse a escuchar en un entorno familiar, intergeneracional y con compañías que invitaban a la unión y el afecto abierto. Por otra parte, lo sucedido en la Media Torta se contrapone en sonidos que se apoyan en el rock, el R&B, el jazz-rock, el indie folk o el indie pop para entrar en la piel y los huesos de un público que con cada canción se entregaba cada vez más al canto, el baile y efusividad.

Es este contraste, resulta interesante reflexionar en torno a cómo estos espacios musicales hablan no solamente de la música en sí misma, sino de nosotros. Hay que pensar las implicaciones de estos eventos, en lo que nos dejan más allá de la ya mencionada calidad artística y en la promesa de seguir acompañando el crecimiento y consolidación de estos artistas locales.

Adlai Gordon y Lalo Cortés compartiendo durante la presentación de Rita Payés
Adlai Gordon (baterista) y Lalo Cortés (cantante) durante la presentación de Rita Payés

Del jazz a la vida, diversidad en sonidos y experiencias

El programa de Festivales al Parque hace parte de una tradición del gobierno distrital desde hace más de veinte años, y se ha constituido como parte de la propia identidad cultural de los bogotanos. Los vemos como una oportunidad para acercarnos a música de nuestro interés y tener un espacio de encuentro con amigos, amores y familia.

Brina Quoya abriendo su presentación

Artistas nacionales — como Puerto Candelaria, Brina Quoya, Guaita o Melífora — e internacionales — como Martirio y Chano Domínguez, Rita Payés y Jojo Mayer & Nerve — dieron gala de su destreza y el público consiguió llenar el Parque del Country en las dos fechas. Ello demuestra un nivel de entrega por parte de participantes y asistentes y pone sobre la mesa conversaciones entre distintos sonidos, y por ende pluralidad artística: desde jazz hasta electrónica experimental, pasando por bossa nova, flamenco, jazz vocal o folk. Coexistió una raíz tradicional a la par de sonidos experimentales e instrumentales clásicas con sintetizadores potentes. La piel de los escuchas puritanos y los híbridos recibían las vibras de presentaciones que remiten a lo polimorfo que resulta la expresión de jazzera colombiana.

No es para menos. Al abordar a distintas personas dentro del festival con la pregunta de “¿por qué asistir al Jazz al Parque?”, las respuestas no se quedaron solamente en el apoyo de los artistas, compositores e intérpretes que enlistaban el cartel de este año. Este evento significa una tradición tanto personal como familiar: es una compañía musical y artística que construye una subjetividad desde la pasión musical, vista más que simplemente ocio. De este modo, la música se vuelve protagonista y, simultáneamente, una excusa perfecta para fortalecer lazos interpersonales e intergeneracionales.

Hay que recordar que, debido a su ubicación en el norte de Bogotá, el Parque Country carga consigo un contexto de la centralización en favor de los hogares de más alto estrato. Esto implica que las dinámicas que rodean su entorno pueden ser hostiles hacia las clases medias-bajas y bajas. Sin embargo, la existencia del festival le da una carga humana en donde la convivencia y el intercambio de expresiones y experiencias se convierte prácticamente en la regla y permite plantear una posibilidad de unión de personas que en otros contextos no compartirían el mismo lugar. Asimismo, da luces para promover y exigir una ampliación en la oferta de eventos y espacios que estén destinados a la música por fuera del confort del norte de la ciudad. ¿Cómo multiplicar espacios de encuentro por una ciudad fragmentada?

Una de las grandes características del Jazz al Parque fue la disposición a un constante movimiento dentro del lugar. A diferencia de otro tipo de espacios, destacaban el juego, el paseo y la interacción lúdica con el parque. Pues, pese a solo haber una tarima, el interés no está en sí en estar lo más cerca posible de los artistas, sino en hacer propia la zona en que se decide habitar al son del Jazz. También vale la pena hablar del apoyo a los negocios locales, la expresión artística — en danza, dibujo y deporte — motivada por el aire musicalizado o los lazos fortalecidos gracias a una cita que servía para absorber un entorno creativo y constructivo. Es un ejercicio que revitaliza los modos de entender el encuentro que sirven para cultivar una emoción y entrega para otras presentaciones en vivo.

85 rolas y contando

A poco más de 18 km de distancia, y con una semana para asimilar lo sucedido en el Jazz al Parque, fuimos a una de las fechas de celebración de los 85 años de la apertura del Teatro al aire libre de La Media Torta.

La programación de aniversario inició el domingo 3 de septiembre con la presentación de Las Hermanitas Calle, Los 50 de Joselito, Ricardo Torres y su Mariachi, Adriana Bottina, Juan Vélez, Rosebel y Los Paisanos. Una semana después, la celebración la seguiría el “Metal & Torta”: el 9 de septiembre reunió sonidos explosivos con la oferta de distintas entregas del metal nacional con la participación de Masacre, Vitam et Mortem, Ingrand, Cuentos de los Hermanos Grind y Sobibor. Y le seguiría, el 16 de septiembre — cita que encierra el interés del presente artículo — , con la participación de Lalo Cortés, Buha 2030, Briela Ojeda, Duplat y Nicolás y los fumadores.

A diferencia del Jazz al Parque, la atención total estuvo en la vitalidad entregada por el público hacia los artistas, que eran algunos de los más importantes para lo que suele llamarse “escena alternativa”. La historia se hizo verbo al momento: entre presentaciones, el host del evento y director de este medio, Juan Antonio Carulla, iba entregando datos del peso histórico del espacio que se estaba ocupando. Así, aprendimos, por ejemplo, que fue la sede del primer rock al parque en 1995. A su manera, Juan Carlos Sánchez, baterista de Nicolás y los fumadores, aportó a la pedagogía contando que también ahí se había presentado todo el elenco del Chavo del 8. Asimismo, en cada una de las presentaciones los artistas mencionaban lo que ese espacio significó para ellos en su formación musical, cómo fue su encuentro con el lugar y cuán grato era para ellos, como artistas y como personas, presentarse en este evento.

Lalo Cortés abriendo las 85 rolas y contando

La presentación la abrió Lalo Cortés con canciones de su más reciente álbum, “Re-Encuentro”. Ellas despiertan el interés de un público que acudió al llamado musical desde antes de la hora estipulada para el inicio de las presentaciones musicales. De modo que no se habían apropiado solamente de la Media Torta: desde antes de arrancar, el público había conquistado todos los caminos de acceso hacia el teatro al aire libre con el único objetivo de sumergirse en el arte que explotó desde el primer momento.

Luego, siguieron la presentación de Buha 2030 y Briela Ojeda. Representando al Nariño en Bogotá, entregaron casi enteramente canciones nuevas en cada una de sus presentaciones, algo un tanto inusual en eventos masivos. Pero no significó que el público se desprendiera. Al contrario, parecía que, con cada canción, con todas las interpretaciones instrumentales de la Buha y con cada sentimiento regado de Briela, la energía solo crecía como espuma entre el público.

Duplat cerrando su interpretación después de haber presentado nuevo material

Ese frenetismo y esa efervescencia los siguió alimentando Duplat. Dio una interpretación divertida, erótica y alegre, para así agregar otra capa de color a la noche. La estimulada audiencia pedía a gritos otra canción, que significaría una recarga de vida que no habría sido posible sin la secuencia de emociones previamente entregadas. Después, el cierre — “con broche de oro” si se me permite — estuvo a cargo de Nicolás y los fumadores. Una vez más demostraron que son una de las bandas más importantes de la escena de rock alternativo en Bogotá, dominando una audiencia que estaba por completo sumergida en las canciones de la banda. No hubo un solo momento en que el público no cantara a la par de la espléndida voz de Santiago García, vocalista de la agrupación — ni si quiera cuando hicieron un cover de la canción “Hasta que te conocí” de Juan Gabriel — .

Reflexiones finales

Es interesante llevar a cabo una comparativa entre dos eventos tan distintos en superficie, y ver que tienen en común una enseñanza rebelde frente a la forma en que culturalmente se ha venido instruyendo la música, la identidad y el relacionamiento entre nosotros. Las presentaciones en vivo podrían representar dos posibilidades de interacción entre la música y los cuerpos: al exponerse a estos eventos, se descubren nuevas formas de expresarse, presentarse y desenvolverse. No hace falta conocer a todas las personas que convocadas por uno u otro evento para sentirse en fraternidad y en comunidad unida desde el arte. Así, la música puede funcionar como lugar que nos haga implosionar en el recibimiento artístico hacia nuestro ser, adoptando la atmósfera para hacernos sentir en comunidad.

La compañía y expresión vital que la música promete lleva a que no importe qué desgracias atraviesa uno, varios o todos los participantes de un evento. El escape a tanta presión desde la apreciación y las ganas de compartir en el arte es el elemento de respiro que permite dar cuenta de que la existencia misma es un regalo que se debe compartir y sentir, como música. La melodía y la armonía terminan siendo las formas en que nosotros mismos fluimos dependiendo del efecto que el regalo musical es capaz de construir en nosotros, que luego se vuelve una base sólida sobre la cual pararnos y afrontar la totalidad de la vida. Apropiándonos del hábitar el mundo de forma poética, implica, en palabras de Heidegger, «estar en presencia de los dioses y ser alcanzado por la proximidad esencial de las cosas».

Así, la música en vivo, en espacios que prometen vida, se convierte en el escape ideal que se asimila a la percepción de las emociones más intensas, pues es gracias a poder habitar la música que nos relacionamos con el otro a partir de sentirnos parte de un todo basado en la música, al cantar en vivo junto a fanáticos cuyos nombres desconocemos, o cantar a la persona amada una canción que nos una — quienes hayan dedicado una canción en vivo sabrán que pocas experiencias se les comparan.

Paula Pera junto al público en interludio entre Buha 2030 y Briela Ojeda

Ahora bien, es necesario tener en cuenta que ambos eventos discutidos fueron gratuitos y abiertos a todo público, pero su ubicación en el norte y centro de Bogotá — precisamente al lado de la Universidad de los Andes — representaría cierta lejanía para las poblaciones que viven más lejos de estos espacios y que debido a factores que escapan a las esperanzas de los artistas. El alcance y la participación en estas fechas debería incitar la posibilidad de diversificar los eventos hacia el sur o el occidente de la ciudad, para así e incorporar desde el arte y el concierto una unidad; una alternativa a las normativas de los lugares replicados, homogéneos y centrados en torno al consumo con que las administraciones falsamente han comprendido el desarrollo humano de las periferias.

Es, entonces, que la entrega existencial de la música en vivo — tanto en su connotación literal de concierto como en una polisemia poco convencional de vivir en música — sea un parámetro de exigencia y activación política y social para nosotros, uniendo nuestra propia sociedad en la música para constituir resistencia frente a la clonación de la experiencia y la identidad; para entender el flujo de nuestros cuerpos con la música de forma asimétrica, diversa y habitable; para ser capaces de poblar un mundo musical y colorido.

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