“Nada que salvar”: el regreso de Brina Quoya y el arte de desear lo deseable.

De la apropiación del deseo y el regreso de una referente clave para la música alternativa.

Juan Diego Barrera Sandoval
El Enemigo
13 min readJan 5, 2021

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Fotografías por Emmanuelle Maldonado (@emmanuelle.alejadro en IG)

En conversaciones casuales y en entrevistas a artistas de Bogotá he preguntado insistentemente por los referentes que uno u otro tiene dentro del circuito local. Como si muchas constelaciones se dibujaran a partir de la misma estrella, había un nombre que recurrentemente aparecía como respuesta de varios artistas de diferentes edades e inclinaciones musicales. Raperos, cantautoras y cantautores, guitarristas de indie, pianistas de jazz y sobre todo bajistas de todo género musical me dijeron una y otra vez el seudónimo musical de Ana González: Brina Quoya.

Tres años después de su más reciente lanzamiento enteramente solista, ese nombre vuelve al ruedo con un primer sencillo que anuncia un 2021 ambicioso, con una serie de tres EPs que verán la luz a lo largo del año.

Más que un referente técnico para otros músicos expertos, hay que entender a Brina Quoya como una figura que lleva más de una década detrás de sonidos alternativos y mainstream de la música colombiana. Ha sido, por ejemplo, la bajista (y a veces corista) de artistas como Cabas, Camilo, Vicente García y Nina Rodríguez.

Radio Suite, proyecto en el que participó Brina Quoya desde 2010.

Además, ha aportado a numerosos proyectos independientes. En 2010, mucho antes de Brina Quoya, Ana González hizo parte de Radio Suite, en donde se juntó con sus jóvenes compañeros de la Escuela Fernando Sor: Jhon Camacho (Jona Camacho), Daniel Giraldo Makovej, Alvin Schumaat (Alvinsch) y Lucas López. Los cambios en la formación del grupo derivarían en que el material grabado por la banda pasara a conformar el álbum debut de Jona Camacho -compositor principal-. Mientras tanto, Ana se juntó nuevamente con Alvinsch, Lucas López y el guitarrista Santiago Izáciga para conformar la apuesta trip-hop de Schutmaat Trio, activa hasta 2016. En adelante participó como arreglista y músico de tarima de otros proyectos como Mad Tree y en 2017 lanzó su proyecto solista.

Sería infructuoso tratar de enmarcar el sonido de Brina Quoya como resultado coherente de la suma todas esas experiencias musicales. Si nos tumbáramos e intentáramos señalar cada una de las constelaciones que incluyen el fulgor de su estrella, veríamos que una y otra vez ese astro central se desplaza por el cielo, va evitando nuestro deseo de encasillar, creando nuevas figuras, nuevas historias, nuevas armonías con los astros vecinos. La apuesta de esta “Quoya” -palabra quechua que designa a una mujer a cargo- está en la torsión con respecto a lo esperado, a la exploración de nuevos horizontes.

Brina Quoya como bajista de Nina Rodríguez durante el Festival Hermoso Ruido (@balandro_ en IG)

Por momentos, Brina Quoya toca con groove que no envidia a Thundercat o Esperanza Spalding. En ocasiones, hace aparecer breaks de colosos sintéticos como los de Massive Attack. Otras veces, se nos revela en la armonía el tesoro oculto del sabor andino de un pasillo de Revelo Burbano. Pero eso sí, siempre que escuchamos a Brina Quoya estamos escuchando a una artista deseante de juntarlo todo como nunca se ha hecho, para crear algo que nadie ha escuchado.

“Nada que salvar” aparece con una nueva lección para poder llevar ese deseo a buen término: saber dejar ir lo que ya no conviene. A continuación nuestra conversación con Brina Quoya, que vuelve para enseñarnos el arte de desearlo lo deseable y dejar que el resto siga su camino.

*Antes de continuar, dele play a “Nada que Salvar” aquí:

JDB: En esta nueva canción cantas “Mismas frases y al final no hubo nada que contar; contar días y al final no hubo nada que salvar”. El título, además, puede parecer perfectamente acorde para describir el 2020 de muchos. ¿Cómo ha sido para ti esa experiencia de contar los días para volver a tocar en vivo? ¿Cómo ha sido la vida de Ana González/ Brina Quoya durante la quietud de la pandemia?

BQ: Ha pasado por varias fases. Primero fue “Nooo, ¿y ahora? ¿Y mis planes?”. En principio fue ansiedad: la espera por ver si todo se regulaba en un mes, en tres meses… A través de eso comprobamos aún más que la industria de la música en Colombia es incipiente y sumamente frágil. Yo me atrevo a decir que los artistas colombianos que hacen parte de algún tipo de industria real son los que están insertados en la industria anglo, no en la de aquí. Quienes estamos de este lado no tenemos garantías.

Esa ansiedad se fue volviendo luego resignación, pero una resignación bonita. Pude hacer consciencia de todas la cosas que no estaba haciendo por estar pensando que el único camino era sacar música, hacer un ciclo de conciertos previamente asegurados por convocatorias o gestión con los venues, y así. La pandemia me hizo preguntarme “¿y si esto se cae entonces qué?”. La anterior normalidad no estaba bien, y las maneras de vivir en ella nos llevó a estas instancias en las que nos vemos obligados a parar e inventarnos nuevas cosas. Así que decidí replegar todos mis esfuerzos hacia lo creativo y lo comunicativo.

JDB: ¿Cómo ha sido ese proceso de desarrollo creativo?

Un día golpee a la puerta del estudio Black Slevin, de Esteban Parra. Él ha trabajado con artistas mainstream como Shakira, Piso 21, Reykon, Becky G, entre otros, pero también con Whites y de Desnudos en Coma, que mientras existió fue una de las bandas que mejor ha sonado en vivo y en discos en el país. Esa relación artista-productor me permitió comprender que esa idea indie de hacer todo uno solo es muy romántica e irrealizable. Es mejor complementarse, compartir el trabajo y el camino. Y en medio de esta vaina de la pandemia esa forma de trabajo es algo que impulsa a ponernos a hacer.

Yo estaba yendo juiciosamente al estudio a subir más canciones para mezclar, terminar de producir cosas y agregar ideas nuevas. Se me ocurrió por ejemplo integrar interludios a los nuevos proyectos, como en los discos de hip-hop, acercándome a los audio collages pero no desde los samples sino construyendo las cosas por nuestra cuenta. También se han dado cosas nuevas como la grabación de sesiones en vivo. Y una vez llegó ese nivel de creatividad se me quitó la ansiedad de contar los días.

JDB: ¿Y cuál ha sido el desarrollo del proyecto en términos de comunicación?

He descubierto la importancia de contar a mi audiencia más detalladamente de qué va Brina Quoya y qué hay detrás de su música. Para ello he descubierto muchos formatos. He estado escribiendo blogs. A la par abrí un Songclub para dialogar con mi audiencia acerca de la particularidad de mis procesos creativos.

También hice algunos podcasts. Uno se llama “Si fuera hombre sería Ano”. Lo hago con una amiga, Ana Salive. Cuando todos jugaban en el colegio a cambiar sus nombres por el equivalente en el otro género, éramos las únicas que no podían jugar ese juego. Tras el chiste empezamos a generar reflexiones sobre lo que implica ser mujer. Ambas, además, hacemos música. Entonces, el podcasts nos permitió articular reflexiones personales, discusiones sobre género y música recomendada. El otro podcasts también se llama “Nada que salvar”, y se centra en el comentario musical. La interacción que tengo en mis redes gira en torno a cómo hago las cosas, cuál es el imaginario que rodeó a una composición, etc. así que ha sido un modo de nutrir ese diálogo.

JDB: Nada que Salvar” habla de la inviabilidad de una relación. En ella cantas acerca del deseo de separarse de formas de codependencia y tomar las riendas. Siento que es lo opuesto a lo que escuchábamos en “Quédate”, que es una canción en la que hablabas fuertemente de la codependencia como algo deseable.

¿Cómo ves tú la relación entre estas dos canciones? ¿Ha cambiado algo en tu concepto acerca de las relaciones románticas o hablas de relaciones que simplemente atraviesan diferentes momentos?

BQ: Escribir acerca de lo afectivo es natural porque es una experiencia transversal a la vida humana. Todo el mundo se puede conectar en una cierta medida porque lo afectivo es natural en nosotros como seres gregarios.

Yo siento que “Quédate” es una canción que nace del deseo de que otro se quede pero también de la aceptación de que uno requiere cariño y afecto, y es una aceptación que implica vulnerabilidad.

Pero eso implica gradientes, y se puede volver una relación de codependencia negativa. “Nada que salvar” habla de otra instancia de una relación, en la que enfrentamos nuestra propia insatisfacción con un otro. Se nos ha enseñado que el sostenimiento de una relación es per se deseable. No. Hay que aceptar que está bien quemar los puentes.

El amor, las relaciones afectivas, las instituciones, etc. son cosas tenidas por venerables. Todos hacemos un esfuerzo por mantener cierta estructura que nos da sensación de control. Pero intentar mantener lo venerable o lo que da estabilidad aun cuando se hace evidente que ya no funciona resulta siendo lo peor. La canción habla de eso desde lo afectivo porque es la forma más evidente de ilustrarlo y de situarlo en la experiencia de cada oyente, pero mirándola un poco más de lejos me he dado cuenta de que hay un mensaje más general: está bien que las cosas cumplan su ciclo, que se terminen de quemar.

Los finales no son lo peor que le puede pasar a uno. Lo peor es estar estancado deteniendo un final inevitable.

Brina Quoya tocando “Nada que salvar” en el formato Yellow Sessions

JDB: ¿Aproximarte a la escritura sobre el amor romántico es entonces un medio para hablar en abstracto sobre las relaciones humanas en general?

BQ: Yo pienso que sí. Es una manera de tocar otros nervios a través de algo que todos podamos entender. Ahora, esa canción fue escrita desde la música, que sentí que sugería un mood. Es un mood sassy, furioso, con un “muy chévere y todo, pero jódete” por dentro.

Luego vino la letra. Yo hago muchos ejercicios de escritura diarios, basados en ideas espontáneas o inspiradas por películas, libros o conversaciones. En mi diario escribí sobre una ruptura pasada con la que ya no tenía ningún tipo de apego. Y aunque fue hace tiempo, en ese escrito había muy buenos punto que encajaban con ese mood musical. Reflexioné sobre lo paila que puede ser tener a una persona esperando un “mañana” innecesariamente. También pensé en que la venerabilidad de un tipo de conexión hace que uno no sea honesto y termine haciendo que el otro pierda tiempo y energía de una. No es que las experiencias sean una pérdida de tiempo. Por el contrario: nos permiten aprender que ciertas posturas lo son. No hay necesariamente grados de violencia ni de odio allí; lo que hay, o debería haber, es honestidad.

JDB: En este mood del que hablas también está implícita una intención de dejar atrás la idea de que el rol de la mujer es el de musa. En el primer verso preguntas “¿Soy yo la fuente de la que has de beber?”. Y también hablas del deseo de reemplazar ese rol pretendido por el de protagonista, en especial cuando le dices a esta otra persona que no manejas los “niveles de abnegación” que busca encontrar en su pareja. ¿Crees que ese cambio en los roles de género se está dando?

BQ: No sé si sonaré muy hippie, y si sí que me traigan mis cristales y mis inciensos. Yo siento que lo masculino y lo femenino son polaridades que todos habitamos. Lo que pasa es que la cultura nos ha orientado a que las mujeres abracemos lo entendido como femenino y nos convirtamos en la manifestación observable de esa feminidad: lo que acoge, lo que nutre, lo que a través del cuidado consolida. La cultura también orienta a que los hombres hagan lo mismo pero con la masculinidad, entendida como lo que emprende, lo que sale a conseguir.

Desde el punto de vista de las capacidades intelectuales y artísticas no ha habido, o no deberían haber existido, esos roles. Instrumentistas pueden ser todos, cantantes pueden ser todos, productores pueden ser todos y punto. Y hasta ahora estamos despertando al hecho de que eso siempre debió ser así y que no debimos haber trazado la línea. La línea hizo que la mujer fuera menos visible aunque hiciera lo mismo. Dentro de la misma industria musical uno tiene una Joni Mitchell, una Carole King, etc. pero no las tiene tan presentes. Carole King por ejemplo le daba canciones a James Taylor y a muchísimos artistas más que sí eran mucho más famosos en su tiempo: aunque no fuera tan visible estaba allí todo el tiempo.

Creo en las relaciones horizontales, y creo necesaria la relación entre lo masculino y lo femenino porque esa es la naturaleza de las cosas. En lo personal, además, mis relaciones societarias con los hombres son tremendas. He tenido muchísima comprensión y trabajo horizontal en mis proyectos. Pero hay que aceptar que esa no es la realidad para todas. Existen ciertos círculos en los que la ven a una como mujer e inmediatamente les surgen todo tipo de dudas. Pero siento que cada vez me pasa menos.

Brina Quoya hizo parte de esta adaptación colombiana de “Canción sin miedo”, de la mexicana Vivir Quintana.

JDB: Hablando del trabajo con otros, desde el EP hasta acá hemos visto los remixes a “Quédate” y “Lo que ves no soy yo”, así como varias colaboraciones con Andrés Guerrero y TSH Sudaca. ¿Cómo han sido esos procesos? ¿Qué colaboraciones podemos esperar en esta nueva etapa?

BQ: Andrés y yo nos conocimos en un momento en el que los dos estábamos trabajando por nuestra cuenta pero teníamos mucho respeto por la música del otro. Además, a nivel personal hemos descubierto una gran sintonía alrededor de las motivaciones por las cuales hacemos música. Cuando él me llama para sus canciones él ya tiene las ideas muy avanzadas, y me parece genial, y me sugiere un espacio en el que podría aportar y de ahí partimos. Asumo de manera muy respetuosa eso, buscando qué tan creativa puedo ser dentro de ese espacio comúnmente acordado.

En esta nueva etapa Andrés me ha ayudado grabando algunos tracks y coros, igual que Daniel Casas, de Whites, que ha aportado guitarras, y Sebastián Izáciga, de Mad Tree. Ha sido muy lindo porque no son colaboraciones en el sentido de los feats. pero sus talentos han aportado mucho. También se vienen más adelante colaboraciones como tal, buscando estirar el panorama de los estilos incluidos. Pero eso todavía es sorpresa.

Portada de “Nada que salvar”, el primer sencillo del primero de tres EPs de Brina Quoya que verán la luz este 2021.

JDB: Ya hemos hablado sobre la idea, presente en la canción, de quemar puentes que llevan a lugares que ya no ves tan deseables. Pero, ¿qué nuevos puentes crees que has construido? ¿Qué nuevos referentes e inspiraciones hay ahora en ti?

BQ: Yo tengo una relación muy fuerte con la música negra que no ha estado tan presente en los otros proyectos en los que he participado, que han sido más roqueros y alternativos. Pero realmente crecí oyendo y admirando a Erykah Badú, a Lauryn Hill y a Salt-N-Pepa. Luego empecé a escuchar a Björk y a Radiohead cuando me enfoqué en mi interés por la producción. Esta nueva canción pone presente la yuxtaposición de ambas cosas. Cuando le hablaba a Esteban de la producción y de la mezcla le decía que para mí la primera parte es negra, apelando a Motown y a su modernización vía Thundercat, pero la segunda parte es alternativa de los noventas y dosmiles: Mitski, St. Vincent, etc.

También estoy oyendo mucho a Alice Phoebe Lou, a Feli Colina, a Ca7riel y a Gata Cattana. Gata Cattana además fue una anomalía en el sistema, ¿no? Apareció, fue increíble y se murió. La he estado escuchando mucho. Y ese nuevo disco de Bad Bunny no me gusta, pero sus coqueteos con el sonido tipo Smells Like Teen Spirit son raros, pero me hacen pensar que no es para nada tonto, que es un tipo que se hace preguntas muy interesantes en torno a la música y a la estética.

Me gusta mucho Nathy Peluso. Me gsuta su faceta siendo rapera y puerca, pero también cantándole a Buenos Aires con la banda de Spinetta. Y es que [Javier] Malosetti, bajista de varios proyectos de Spinetta, ha sido un gran referente para mí. Siento que él es un camino hacia Jaco [Pastorius]. Eso sí, nunca he estado interesada en hacer música para bajistas. ¡Yo quiero hacer canciones!

Massive Attack, Four Tet y Floating Points son referentes muy importantes para mis breaks electrónicos y en términos de producción y composición. Te voy a decir algo que va a sonar impopular: esa canción de J Balvin para la película de Bob Esponja me parece como… ¡¿QUÉ?! Desde el punto de vista de producción y de manejo del material sonoro me parece tremendo. Estoy hace mucho tiempo atenta al punto de vista exclusivamente de texturas sonoras, de lo sensorial. Es un camino sumamente interesante y poco explorado. Yo estudié un tiempo psicología, y según mi comprensión de la manera en la que opera la mente, en la textura el material sonoro hay también una capa de sentido que aporta significado a la música.

Pareciera que para Brina Quoya hay algo deseable en todo, y que el arte surge de reconocer la belleza en sus muchas fuentes y formas. Pero, para hacerlo bien, no podemos pretender estar en todas partes. Debemos, por el contrario, desidentificarnos una y otra vez y en especial tener el suficiente amor por el mundo como para dejar ir y reanudar la búsqueda de un deseo permanentemente renovado.

En ese final de nuestra charla, el listado de influencias recientes, vi mi amor por este proyecto nuevamente confirmado. Filósofos como Hannah Arendt sostienen que en la antigua Grecia el derecho más importante era el de la libre locomoción, y con ello no querían referirse a la mera movilidad por el espacio. Se referían en cambio a la libertad para moverse una y otra vez de un lugar fijo, del hogar, del confort, para ir al encuentro de aquél que es distinto. En Ana González, Brina Quoya, está la intransigente convicción de ser transigente hasta el extremo, de permitirse ir más allá de las casillas para recoger los frutos del arte de otras latitudes, nichos y épocas para ir destruyendo y reconstruyendo las fronteras propias.

Pueden escuchar “Nada que Salvar” en todas las plataformas digitales y seguir a Brina Quoya aquí.

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Juan Diego Barrera Sandoval
El Enemigo

Me dicen Bal. Editor de Newspresso. Colaborador frecuente de El Enemigo y Shock. Tarotista y politólogo.