¿Quién carajos es Genosidra?

Un niño bogotano se fue a estudiar a Buenos Aires y se convirtió en un mago del sonido oscuro. Hace desde punk, reguetón y electrónica hasta música de cámara y bandas sonoras para cine.

Juan Diego Barrera Sandoval
El Enemigo
18 min readFeb 27, 2024

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Fotografía por: @pielmixtaaaa @nachogriaza

Abres una antología de cuentos de terror futurista. Un amigo te lo recomendó diciendo que todos parecen sacados de una película de David Cronenberg: sudor, sangre y pétreo aceite de motor se mezclan en un charco casi seco sobre las losas solo una vez blancas de una pista de baile mal ventilada.

En el índice ojeas algunos títulos: Blanco Teta, Sales de Baño, Cabeza de Termo, Monótonos Truenos, HiedraH, TVL REC, SAFRISKA y Genosidra.

Detrás de su obscenidad está Carlos Quebrada. Esos cuentos son en realidad los nombres de algunos de los muchísimos proyectos musicales con los que lleva ensuciando Latinoamérica desde hace casi dos décadas. “Aunque, yo hago tanta cosa y tanta maricada que…soy demasiado esquizofrénico con lo que hago”.

La décima entrega de la serie “¿Quién carajos es tu artista emergente favorito?” es una entrevista a él, también conocido como Genosidra: una especie de H.P. Lovecraft que no escribe, sino que hace bulla; un productor que es referencia por la belleza que logra capturar hasta en su música más abrasiva; un instrumentista de vanguardia académica que fue poseído por el punk; un monstruo que ha engendrado otros monstruos por todo Latinoamérica y parte de Europa, en academias y en garajes, en corazones antes limpios.

Genosidra presentando “Matasanos” en el Planetario de Bogotá. Fotografía de@manuelposevarela tomada del Instagram del artista.

Su familia es de Medellín, de Risaralda y de Dos Quebradas, pero todos confluyeron en Puerto Boyacá. Carlos fue el primero de la línea familiar que nació en Bogotá, el 18 de enero de 1991.

Su hermano mayor, Juan Sebastián Quebrada, sí es nacido en Medellín. Su camino lo llevó a ser director de cine.

De hecho, su primer largometraje fue la película El otro hijo, una de las más aclamadas de la cartelera colombiana en 2023. Una de las cartas más potentes de esa cinta es su banda sonora, a cargo de Carlos. Esa alianza entre hermanos también se materializó años antes, para la película Días Extraños (2015), que fue el proyecto de grado de Juan Sebastián. El año pasado, Carlos también musicalizó Mudos Testigos, película póstuma del legendario director Luis Ospina que fue producida por Jerónimo Atehortua.

Pero nada estaría más lejos de la realidad que llamar a Carlos compositor para cine: ha hecho noise, punk, reguetón, más noise, música de cámara, música electrónica — que bien cabe bajo la sombrilla anglo del latin club y otro poco de sonidos que no podrían caber bajo ningún techo porque son el diluvio o la sequía misma.

Pero, antes de eso, hacía caso.

Detrás del ruido

“En mi casa se escuchaba Chayanne, Binomio de Oro — en general mucho vallenato — , un montón de salsa — especialmente puertorriqueña… A mi viejo le gusta mucho el rock progresivo, inglés o gringo, pero es una familia sobre todo salsera”.

A sus 12 años cursaba el bachillerato cuando un primo y unos amigos del barrio lo iniciaron en el culto al ruido, y surgió su primer deseo de tener una banda de punk.

“Una razón clave para meterme en todo el lío del punk fue que había un man en mi barrio que hacía ediciones en casete: diseñaba, les hacía dibujitos y armaba compilaciones que nos vendía a los pelaítos de por ahí.

En esa época estaban arrancando en Bogotá algunas bandas que hoy son íconos, como Policarpa [y sus viciosas] o I.R.A. Nos llegaban también algunas cosas de España. Arranqué a tocar bajo a los 12 o 13 de manera irregular. A los 14 empecé a darle fuerte. Arranqué queriendo tocar bajo en una banda de punk y la vida me ha llevado a vivir de tocar con una banda punkera”.

Se refiere a Blanco Teta, su proyecto más famoso. Esa banda es una quimera en donde Carlos se fusiona con las argentinas Carola Zelaschi, Josefina Barreix y Violeta Carmen García para botar las llamas de un punk experimental ruidoso, pegajoso, a veces autotuneado, a veces con cuerdas tocadas con arco y casi siempre atravesado por procesos y efectos electrónicos.

Su disco debut y homónimo salió en 2017 y la secuela, Rompe Paga, salió en vinilo por el sello suizo Bongo Joe a mediados del 2023.

“Para mí es un honor ser parte de ese catálogo donde han publicado música fantástica de todo el mundo. Los sellos de punk no nos daban pelota porque lo nuestro es bastante raro, por momentos pop, por momentos rock…

Funcionamos en la lógica de los sellos de música experimental del mundo que no buscaban a Enya sino a grupos marroquíes con guitarras eléctricas que la gente mira raro en su pueblo [y a leyendas colombianas como Los Pirañas o Meridian Brothers]. Cantamos en español y quizás por eso haya, en el fondo, una exotización globalizante.

Pero nos han demostrado amor, una apertura de su corazón y una convicción por ayudarnos a alcanzar nuevos espacios. Ojalá algún día alguien nos invite a tocar por Colombia y en general por América Latina, pero por ahora estamos ahí entreteniendo a los gringos. Supongo que alguien tiene que hacerlo, jaja”.

Blanco teta. Foto @nadialguzman

En el medio de esos discos vio la luz el EP Incendidada (2020), donde se encuentra el tema del mismo nombre que incluye a la rapera Sara Hebe.

Las composiciones de ese punk dosmilero que infectó a Carlos tenían como contracara contextual el auge chicloso del pop punk de principio de siglo.

Blanco Teta es otra cosa: uno de esos chicles raros que aparecen ni idea de dónde en la bolsa de un niño que hizo triqui-triqui Halloween. Uno de esos que te metes en la boca y se diluye en hebras y se torna amargo, como si estuviera envenenado. Las voces de Josefina y Violeta suelen sonar como personas que no escupieron esa rareza, sino que deliberadamente retuvieron esa mezcla astringente en la boca. Buscan con la lengua la belleza en medio del plástico degradado.

“Antes de tener Blanco Teta tuve una banda parecida en Bogotá con Andrés Gualdrón, Camilo Bartelsmann, Benjamin Calais y Santiago Jiménez. Se llamaba Daniela Franco [en honor al personaje icónico de la novela Padres e hijos]. Era punk sabroseado, que incluía reguetón también. Sacamos un disco que pronto vamos a volver a publicar”.

Pillen esta totacera aquí. El arte es hecho por Carlos.

“Para mí fue un germen. Aunque me fui de Colombia me quedó claro que necesitaba seguir teniendo una banda así: punkera, experimental, a la que no le importara nada. Ya en Argentina conocí a Violeta, chelista y cantante de Blanco Teta. Hace más de doce años hemos tenidos proyectos juntos, como la banda Monótonos Truenos y el sello de música experimental TVL REC. Ella viene del rock y también tenía ganas de tocar duro y tirarse al piso. Nos encontramos aliadas perfectas en Josefina y Carola y surgió esto.

Blanco Teta es un proyecto que amo y que afortunadamente ya tiene suficiente estructura para permitirnos algo consistente laboralmente y para asegurarnos unas dos giras por año”.

Iniciación en la brujería bailable

Aunque su historia como músico comienza en el punk y se desarrolla entre los músicos profesionalizados de Bogotá, antes estaban en Carlos las semillas del reguetón, la salsa y la cultura de la discoteca.

Genosidra tocando en HiedraH Club de Baile. Fotografía tomada de su Bandcamp.

“Durante mis vacaciones del colegio, mi familia y yo viajábamos a Medellín. Mi abuela y mi bisabuela vivían en Belén, cerca al parque. Hice amigas de la cuadra y ellas, ya a principios del dosmil, tenían una data del reguetón muchísimo más avanzada que en Bogotá. Iban tres o cuatro meses antes porque esa ciudad siempre ha sido meca del perreo.

Yo arranqué siendo punkero, pero al tiempo tuve líos en el colegio, pasaron cosas e hice a un amigo con el que queríamos hacer un dúo de reguetón en el que ambos cantáramos. Eso sumado a que mis amiguitas de Medallo marcaban la pauta del perreo allá. Había una especie de microtráfico de temas, como con toda la música, por ser la época de la piratería.

A medida que me iba metiendo en el mundo del rock, surgían a mi al rededor visiones antirreguetón que me iban alejando del tema. Mi papá que es roquero era total y abiertamente reguetón-odiante. Así que, si bien el perreo ya estaba súper pegado cuando salía de fiesta a mis 18 años (2008–2009), mis épocas más reguetoneras fueron muy de pequeño y luego, mucho más recientemente”.

La última aparición de ese monstruo perreador que se ha registrado es SAFRISKA (2023), un EP de cinco canciones que profundiza sobre lo propuesto en el tema “Petrolera” del mismo año.

Ambas cosas han sido colaboración con la venezolana Yajaira La Bellaca, radicada en Bogotá. Beben de la sed de transformación y las estéticas de Arca o de sus predecesores del raptor house o la changa tuki: una aplanadora de sintetizadores pasa sobre dembow lascivo y disonante para emplear la chatarra en la construcción de una moto cyberpunk, ilustrada en la portada.

“Por otro lado, en mi adolescencia, tuve mi entrada real a la cultura club por medio de la salsa. En las Navidades en Medellín, íbamos con todos mis primos a bailar salsa a El Tíbiri, Zona Habana y otros lugares emblemáticos. Uno de esos primos era de esos bailarines que cuando se paraba a darle todos nos sentábamos a verlo. Hay algo de esa idiosincrasia salsera que sigue en mí”.

HiedraH, el sello / la organizadora de fiesta electrónica en la que Carlos tiene mano, es evidencia de ese amor al baile y la expresión libre. Entre otros grandes hitos, el colectivo ha dicho presente en el Lollapalooza Argentina de 2023, ha colaborado con Boiler Room y ha organizado eventos con artistas como Taichu, Lechuga Zafiro, Tahyana, Sassy Girl, Six Sex o Lara91k.

La apuesta de HiedraH está directamente vinculada a la naturaleza del encuentro de Genosidra con la cultura de discoteca popular y con su pasión por lo ruidoso y sucio. Más allá de su consigna “bailar es política” y su decidido enfoque pro-LGTBIQ+, buscan ir más allá de la ya ambiciosa promoción de fiestas que sean espacios seguros: de su apuesta por entenderlos y nombrarlos como “Bailes de riesgo” hablaremos más adelante.

Peregrinación y mutación

Genosidra empezó a hacer parte de la escena cultural de Buenos Aires con su llegada al Conservatorio Superior de Música Manuel de Falla en 2018.

“Estaba en una etapa hippie de mi vida. Escuchaba un montón de música latinoamericana tradicional: andaba obsesionado con la música peruana como el huayno y el festejo; con la música del norte argentino como la chacarera, la samba o la cueca; me interesaban los sonidos colombianos desde el currulao hasta la cumbia, la puya, el bullerengue y todos los ritmos con tambora. La música sudamericana, realmente.

Cuando estaba en el colegio hice el programa infantil y juvenil de la Universidad Javeriana. Ahí nos integraban a una educación orientada hacia el jazz, pero entré en conflicto con esa música. Lo bueno es que de allí surgieron proyectos como Daniela Franco: me hizo estar en contacto con amigos interesados en explorar el rock progresivo, el krautrock u otras versiones más oscuras y raras del rock que nos permitieran la improvisación.

Yo quería ser bajista y todo eso confluía con mi curiosidad por lo latinoamericano. Me di cuenta de que solo en Argentina había una escuela con una mirada integral y enfocada a enseñarte muchísimos ritmos latinoamericanos. Muy por encima, pero aprendíamos joropo colombiano, samba brasilera, festejo peruano, ritmos bolivianos como la saya… Era una especie de manual fácil de aprendizaje latinoamericanista.

Si bien había cosas que uno pensaba o sospechaba sobre esa aproximación, aún no había la terminología para criticarlo o analizarlo como apropiación cultural o extractivismo. Era 2009 o 2010. Lo comencé a entender con el tiempo, pero en ese entonces no.

Lo que sí es que en los noventa, en Argentina, hubo una situación económica que se llamó “El 1 a 1”: un peso era un dólar. Algunas personas se hicieron muy pobres y otras salieron beneficiadas y pudieron viajar mucho. Hubo toda una generación de músicos argentinos estudiados en universidades del norte global que eran imposibles para todos los demás. Esa camada aprendió la metodología Berklee, que es supremamente práctica para absorber e interiorizar técnica y comprensión musical. Pero era una mirada yankee.

A eso se sumaba que esto era una versión bonaerense de esos ritmos folclóricos, y era muy académica, blanqueada y sofisticada. Las personas que hacen chacarera en Santiago del Estero no tienen nada que ver con las que la enseñaban en Buenos Aires.

Ellos me abrieron muchos caminos y nos abrieron mucho la mente, pero te pongo un ejemplo de la distancia: te enseñaban el festejo landó, una música afroperuana, y cuando llegabas a Lima la gente te decía que no era como te lo mostraron, sino que es un ritmo que tiene tres versiones diferentes según la ascendencia familiar de quien lo toca, porque hubo tres grandes familias que cultivaron su legado.

Sin embargo, respeto y agradezco mucho lo que aprendí. Uno de mis maestros fue Willy González, una eminencia del bajo en Latinoamérica que participó en discos muy importantes y desarrolló una técnica muy particular: los rasguidos de la guitarra llevados al bajo. Tiene algo de la violencia del rock y que yo ya tenía la intención de integrar a la música colombiana.

Willy González fue el bajista de Reciclón (1998), disco fundamental para el folclore argentino.

En el Conservatorio fue que conocí a las integrantes de Blanco Teta y a otro montón de músicos espectaculares que hoy son mis amigos y mis colegas.

De todo ese aprendizaje también viene lo que yo considero mi primer álbum discotequero, que sale por el sello argentino HiedraH Club de Baile. Haxan Tek [publicado el pasado 16 de febrero] está hecho pensando en distintos ritmos de la tambora latinoamericana. Especialmente los afrocaribeños: la puya, el chandé, el merengue y más acoplados a la fiesta electrónica. Es en parte un tributo a ese yo de 18 años que quería conocer la música de su continente. Hoy entiendo que hay mucho de eso que aún vibra en mí”.

Haxan es bruja en sueco. Puntualmente, el nombre del disco, que Genosidra me describe como ritual satánico, es una referencia a “Häxan. La brujería a través de los tiempos” (dir. Benjamin Christensen, 1922), una de las películas fundamentales del expresionismo europeo y una de las primeras cintas de culto sobre la brujería y el satanismo en Occidente.

Si bien recomiendo verla, una breve mirada a la crítica sobre el filme permite entender el sentido de la referencia: a pesar de la época, no es una película que trate de condenar la brujería sino que intenta emularla visualmente y comprenderla.

Lo que hay en el mestizaje de los siete tracks de Haxan Tek es eso: una oda al misterioso, indefinible y mágico concepto del sabor.

Arte: @noakabes. Fotografía: @muymucho___

El correo de las brujas

De Suecia también originó SoundCloud. Allí es donde tiene bastión todo un mundo de música decidida por la trasgresión, la dilución de las fronteras entre géneros y la eliminación de los intermediarios a la hora de publicar. Sin ellos, se vuelven radicalmente más anárquicos y orgánicos los procesos de escucha, realización y publicación de la música.

La vanguardia mundial de la experimentación en casi cualquier género encuentra allí tierra fértil. Cualquiera puede subir música, cualquiera puede decidir si permitir descargas gratuitas o compras de sus archivos, cualquiera puede comentar y compartir obra.

A todos los millennials y al grupo más viejo de centennials nos tocó Ares, Limewire, Kaza y otros sistemas P2P como la vía principal de acceso a la música y de descubrimiento de nuevos sonidos. Eran sistemas que, al suponer descargas, suponían la necesidad de desarrollar una noción de archivo: orden, carpetas y etiquetas que dieran sentido a nuestro gusto musical.

Carlos ha estado siempre metido en mundos musicales que, como esos, suponen una distancia respecto a la jerarquización y centralización de las decisiones sobre el flujo de la música: la brecha entre el casete punkero y el edit de SoundCloud es la misma que hay entre el correo físico y el electrónico.

No apto para oficinistas ni reuniones familiares.

“En este mundo del club soy bastante nuevo. Siempre tuve una intención de que mi música fuese lo más bailable posible, pero estoy pasando por muchísimos géneros musicales. Cuando empecé a trabajar en un estudio de grabación como productor me enseñaron el oficio y yo empecé a pensar en cómo hacer música electrónica que tuviera mi personalidad y mis narrativas.

Yo había publicado cosas en SoundCloud, pero solo hace muy poco tiempo, cuando empecé a poner allí mi música electrónica, entendí esa plataforma como comunidad: un inframundo fantástico y rupturista, mucho menos explotador que las demás plataformas de streaming; un submundo en el que se está más dispuesto a renegar de los formatos del mainstream para abrir campo a la expresión desde los experimentos, los paisajes sonoros, los mashups, los edits; y una audiencia y unos creadores dispuestos a problematizar ideas como la del derecho de autor. Para mí es una deep web de la música”.

Su formación latinoamericanista nos interesa para pensar el actual boom de la electrónica latinoamericana. Por si no lo saben: las fusiones entre el reguetón y los raves de techno o de guaracha han posicionado a colectivos y sellos como TraTraTrax o NAAFI en el epicentro de la fiesta mundial. Además, han permitido que colectivos nuevos, como los bogotanos de Muakk (2AT, CRRDR y Aleroj), entren rápidamente en el circuito internacional.

“Lo que me parece complicado del boom que vivimos, en el que originó el término latin club, es la falta de memoria. Lo digo con mucho respeto a muchos colegas que quiero y admiro por lo que hacen, pero hay una tendencia a querer “crear géneros nuevos” con todo: etiquetas y nombres que te hacen creerte pionero de más y más cosas.

La realidad es diferente. El reguetón es música electrónica. DJ Nelson es perfecto ejemplo.

Yo he compuesto música para cámara, para cine, música experimental y reguetón. El reguetón tiene un sabor muy complicado de imitar y tiene una riqueza propia que lo hace igual o más difícil que muchas de esas otras cosas. La grasa tiene profundidad. Ángel Dior u otros dominicanos que hacen dembow, y que probablemente lo hacen desde un lugar mucho más humilde, no pueden ser alcanzados por muchos músicos por experimentados que sean”.

“Hoy en día hacemos muchos remixes de reguetón al doble del tempo, mezclados con gabber, hard techno o tribal. Pero tenemos que recordar que el doble paso — el reguetón que en secciones como los versos va al doble y volviendo en los coros — lleva haciéndose durante décadas. Quizás no con la colonización electrónica del techno, pero hay compilados de esa música desde 2005. Lo que vemos ahorita es un refrito, que entiendo y abrazo, pero hay que reconocer como refrito.

Hablar de música electrónica colombiana sin hablar de B-Clip o de la Putivuelta es complejo y no se puede saltar como capítulo de ese proceso y como conexión con esa historia. Lo que está pasando nos está abriendo conversaciones claves para cuestionar nuestro sonido y nuestra identidad. Para hacerlo hay que dar reconocimiento a los que vinieron antes e inscribirse en una tradición”.

“Hay una necesidad de generar parches de gente de nuestro continente a la que le gusta la farra y el sabor. Si bien estamos fusionando la cultura rave con nuestras raíces, pienso mucho en un meme que vi, que decía:

“Muy latin club, pero no sabes bailar cumbias ni salsa”.

Está bueno explorar la idea del frenesí sin caer en los trucos básicos del techno, de la electrónica del norte, para sacar sabor de lugares que tengan una narrativa diferente.

De todas formas yo valoro muchísimo ver a toda una nueva generación haciendo edits, compilados… Es una generación de personas menores de 25 años que están haciéndose estas preguntas. Yo soy un cuchacho, aporto mis temas a sus compilaciones y aprendo de ellos que tienen mucho muy interesante por aportar”.

Vivir en Latinoamérica y no ser cercano al baile es contradictorio de primerazo, pero de cierta forma es muy común. Quizás por el fenómeno de urbanización y el alto grado de infiltración de la música de los tops globales, que difícilmente permiten que mucha gente, en su diario vivir, se interese por aprender a bailar la música de su región.

Lo que está pasando en el under bogotano es también es una manera de encontrarse con el baile autóctono por primera vez. Pienso en el disco Ameba de Brenda, que se fija en las posibilidades de fusionar electrónica y joropo, o en los muchos edits del sello Muakk a clásicos de ese género o al merengue a través de unos elementos que son más familiares a mi generación: una juventud que creció en una urbanidad con más aspiraciones anglo que cualquier otra predecesora.

“Hay algo en lo que estos pelaos que mencionas han pegado en el ángulo. Bogotá es una ciudad muy fría. Cuando uno hace el paralelo con sus homólogos en Medellín o en Barranquilla, se da cuenta de que en la capital hay una obsesión por los ritmos rápidos. En Chicago — otra ciudad fría — está el foot work: los manes bolean pata para calentar el cuerpo con tempos frenéticos. La velocidad del drill — subgénero del rap — , lo que está pasando con el gabber o con el slam, son cosas que responden a una necesidad casi que fisiológica.

Si tú tocas ritmos así de rápidos en Medellín no te van a copiar de la misma manera y te van a mirar como “jueputa, este man es una gonorrea”, porque están acostumbrados es a la búsqueda del sabor, del flow. Yo creo que hay una idiosincrasia atada a la geografía. Por eso a los pelados de Budapest o Berlín, que también son heladas, les flipa si les ponen los temas de Muakk: ¡esos manes también se cagan de frío!

Claro que en la costa Caribe hay ritmos rápidos como el mapalé. Pero creo que en los últimos años, el desenvolvimiento de ciertos géneros musicales depende enteramente de variables como esa”.

Al momento de la entrevista, Genosidra estaba en Barcelona. Le preguntamos por su perspectiva respecto a la tokenización de lo latino en Europa, y a la enunciación de artistas europeos como latinos.

“Es complejo. Al estar acá me doy cuenta de que, por más latino que uno sea, nunca te van a pagar tanto como al europeo que hace esta música. Pero también es gente que está abriendo sus trochas hace un tiempo. Es decir: es posible que estén abordando lo latino por una moda pero, más allá de eso, muchos colaboran y aportan a la escena.

No quiero perpetuar la queja sobre el extractivismo porque siento que es muy complejo en un mundo tan multitexto y enredado por mil mierdas. No me voy a enunciar como víctima porque no soy una víctima.

Lo que sí espero es que este boom desencadene en una escena más potente — es decir, con más posibilidades — para los latinos. El auge va a pasar, los europeos van a empezar a tocar música de los de cercano o lejano Oriente o de donde sea. Está bien, así es como funciona el mundo y qué le vamos a hacer. Pero ojalá nos quede un patrimonio pequeño e importante de una música y una cultura que siga creciendo.

El venezolano DJ Babatr, uno de los más importantes exponentes de la electrónica latinoamericanista desde hace décadas, solo empezó a recibir reconocimiento internacional y sostenido en el tiempo con el inicio del boom.

Más que problematizar que los gringos toquen reguetón o latin club, matizaría otros aspectos como la participación y el reconocimiento a la escena queer y las condiciones que en general vivimos los artistas”.

Hablando en lenguas

“El Cantante” de Héctor Lavoe es una canción que necesariamente tuvo que habitar la adolescencia salsera de Carlos. Su letra presenta el abismo infranqueable entre intérprete y audiencia. Una brecha que en una fiesta, sea salsera o electrónica, es muy fácil de omitir.

Carlos es también cantante, a su manera endemoniada y abrasiva.

Bajo Genosidra o con su nombre completo, Carlos Quebrada publica música experimental a voz y bajo. Ambas dislocadas respecto a lo que se supone: el bajo rasgado o atravesado por efectos que esconden su naturaleza original; los chasquidos secos o mojados, las onomatopeyas y la respiración lo convierten casi en un beat boxer que por maldición de una bruja quedó atrapado en cámara lenta o en loops superpuestos.

“En una época hice parte activa de la música experimental e improvisada que se fijaba en la consonancia de la voz más que en las vocales. En ese contexto, y a través de programación en un DAW, mi voz se vuelve un trigger para acoples, sonidos extremos y distorsiones con las que planteo paisajes.

En Haxan Tek, por ejemplo, toco ritmos como chandé en una percusión con volumen mínimo que después comencé a amplificar y procesar hasta lugares extremos que lo trasladaran a una matriz rítmica y lo hundieran bajo capas de efectos hasta quedar transformado en el sonido de una cuerda o de cualquier instrumento.

En la voz hago lo mismo: sonidos mínimos que con ciertas técnicas y acoples hago zoom in o zoom out extremo. Es como un ASMR thrash metal”.

Este año, Carlos va a revivir al monstruo noise de Cabeza de Termo para llevar su ruido brutalista a Suiza. La semana pasada publicó Haxan Tek y lo presentó en una edición a reventar de la fiesta HiedraH en Buenos Aires.

El año pasado, olvidamos sus discos publicados a la hora de crear nuestras listas de fin de año. Estudiando para la nota me di cuenta de que se debió a un despiste, pero también me pregunté por el origen más profundo de esa omisión en mí.

Quizás fue porque la monstruosidad de los sonidos de todos los proyectos en los que participa Carlos, sus texturas y su contundencia, se vuelven difíciles de retener, se riegan, se pierden entre las playlists de lo que es casualmente consumible y en un mundo que nos amarra a esa escucha casual.

Un día después de publicado Haxan Tek, Becca Rothfeld publicó en el New Yorker un ensayo titulado “All Good Sex is Body Horror”. En él, rescata, desde una perspectiva feminista, la obra de David Cronenberg: sus hombres-mosca, sus preguntas por la atracción erótica a la tecnología y a la violencia. Una de sus ideas más interesantes es: “En el mejor de los casos, el consentimiento [sexual] no debería ser vital porque garantice seguridad, sino porque permita el peligro*”.

La idea es que esperar mera seguridad de nuestras relaciones interpersonales es perdernos de lo maravilloso que puede ser abrazarlas como viaje de ida a conocer a un desconocido y con ello hacernos más completos.

Escuchar la música de Genosidra requiere de la disposición para recibir un totazo en la cara. Dar play es pedir algo nuevo, incómodo, que nos haga sentir pegajosos en medio de una pista de baile, aturdidos aunque metidos en una biblioteca o raptados durante lo que, de otra forma, hubiera sido otro día hábil cualquiera.

Como dicen los abuelos: no juegues con el diablo si no sabes rezar.

*La traducción es mía.

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Juan Diego Barrera Sandoval
El Enemigo

Me dicen Bal. Editor de Newspresso. Colaborador frecuente de El Enemigo y Shock. Tarotista y politólogo.