Cuando Sevilla se cantaba en aria

A lo largo de los siglos infinidad de creadores se han inspirado en la ciudad para dar rienda suelta a su imaginación. La ópera no es una excepción. Repasamos las más celebres obras ambientadas (hasta 150), a orillas del Guadalquivir e indagamos en la relación actual de Sevilla con el bel canto.

El Farolillo
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8 min readJun 4, 2017

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Una turista fotografía el monumento a Mozart de Rolando Campos. Foto: Noelia Ruiz

Despunta el sol una mañana más frente a Triana. El Paseo de Colón comienza a incrementar su tráfico mientras la metrópolis se prepara para un día soleado con un calor que pronto será difícil de soportar. En el acerado, los turistas más madrugadores contemplan el río mientras parlotean sobre cómo aprovechar la jornada. Detrás de ellos, una joven norteamericana se ha quedado rezagada fotografiando algo que le ha llamado la atención: el monumento a Mozart. Desde luego, no el primer artista que viene a la mente cuando uno piensa en Sevilla. Lo que quizá sorprenda a más sevillanos que foráneos es que su ciudad tiene poco que envidiar a las grandes capitales europeas en su aportación a un mundo con el que tampoco se la suele vincular: el de la ópera. Mozart, Rossini, Beethoven o Bizet son algunos de los titanes de la música que han recurrido a nuestra ciudad para situar sus obras, más de 150.

Te hemos preparado una playlist para que descubras una Sevilla distinta: la de las más de 15o óperas que en ella se inspiraron. Aquí encontrarás grandes clásicos inolvidables y alguna joya desconocida pero igualmente reivindicable.

¿Por qué Sevilla? El hecho de que la miríada de libretos que toman la ciudad más o menos explícitamente como escenario se extiendan a lo largo de tres siglos hace que no haya una respuesta simple. «Los motivos son distintos», explica Marcel Gorgori, periodista y divulgador de ópera, «según se trate de óperas de Rossini y Mozart, pertenecientes al neoclasicismo, u óperas románticas y posteriores como las de Donizetti, Verdi o Bizet. En el primer caso el motivo es simplemente que las historias originales que adaptaron ocurrían en Sevilla». Es el caso de Don Giovanni, que se apoya en la original El burlador de Sevilla o el convidado de piedra, de Tirso de Molina, y tanto El barbero de Sevilla como Las bodas de Fígaro, cuyos libretos se basan en la trilogía dramática de Beaumarchais. En cambio, la obsesión con Sevilla de los románticos poco tenía de casual. Para el europeo de la época, que conocía poco de España y la tenía más por un país africano que europeo, Sevilla se antojaba un espacio exótico y casi fantástico por descubrir, una tierra de gente pasional y bajo el imperio de una religión, maneras y costumbres más propias del medievo que de su tiempo. Un soplo de aire fresco para el pensamiento romántico, que tanto ansiaba el escapismo de tierras y sones lejanos para refugiarse del racionalismo asfixiante explorado hasta el agotamiento por la tendencia neoclásica. Grecia y Roma estaban amortizados como referentes, lo que interesaba a estos nuevos artistas era traspasar fronteras y conocer mundos sugerentes y auténticos. «En el caso de Bizet», apunta Gorgori, «esto fue llevado al extremo, porque a finales del siglo XIX en Francia se puso de moda ir a buscar ambientes, argumentos y músicas de países desconocidos y, en algunos casos, considerados exóticos».

El Castillo de San Jorge, en Triana, fue sede en Sevilla de la temible Inquisición e inspiró el libreto de Fidelio, la única ópera conclusa de Beethoven.

En busca de la taberna de Lillas Pastia

Al otro lado del Guadalquivir, Triana no siempre ha ofrecido una bienvenida tan amable como en la actualidad. En el margen derecho, junto al Altozano, se alzaba el Castillo de San Jorge, hoy reconvertido en museo, que durante siglo y medio fue casi ininterrumpidamente sede y prisión de la Inquisición en Sevilla y símbolo de uno de los capítulos más negros de la historia de la Iglesia al servicio de la Contrarreforma. Un lugar de oscurantismo que, consideran los estudiosos, casi con toda probabilidad contribuyó a construir el escenario de la única ópera conclusa de Beethoven, un singspiel en dos actos llamado Fidelio. El alemán volcó su maestría sinfónica en un canto a la libertad y al amor que todo lo puede que aún hoy rebosa actualidad como manifiesto contra la injusticia. En las entrañas de lo que en el libreto aparece como «una fortaleza cercana a Sevilla», la intrépida Leonora acude encubierta bajo la identidad del joven Fidelio al rescate de Florestán, su amado, preso en los calabozos al borde de la muerte por denunciar públicamente los desmanes y abusos de Pizarro, el alcaide de la fortaleza. Apenas 60 años después el Altozano volvería a recrearse en teatros europeos con La fuerza del destino, tragedia con la que Verdi adaptó Don Álvaro o la fuerza del sino, la famosísima obra del Duque de Rivas.

Para el europeo de la época Sevilla se antojaba un espacio exótico y fantástico por descubrir que hacía las delicias de los compositores románticos.

Casi como queriendo redimir tan indigno pasado, la otra orilla del Guadalquivir exhibe visible desde San Jorge el Monumento a la Tolerancia de Chillida. Caminando por su paseo adoquinado, se adivinan desde la altura dos edificios cuya cercanía es como poco una mágica casualidad: la Plaza y el Real Teatro de la Maestranza. En la primera hallaría la muerte asesinada por Don José la gitana Carmen, auténtico icono del amor en libertad cercenado por los celos, la autoridad y la convención social. Con su historia Bizet alumbraba la ópera más conocida del panorama francés al compás de una habanera que se ganaría por derecho un lugar no solo en la Historia sino en el imaginario popular. La inauguración del Teatro supuso un espaldarazo a la visibilidad de un género incomprensiblemente ignorado en una ciudad con la que tanto tiempo se ha relacionado en simbiosis. Autores como Andrés Moreno Mengíbar en su libro La ópera en Sevilla (1731–1992), desmienten que en nuestra ciudad no haya habido interés ni tradición por la ópera, y habla incluso de una Edad de Oro entre 1820 y 1850. Sin embargo, a pesar de mantener lazos tan intensos con el género, hasta la llegada del Maestranza en 1991, la ciudad carecía de un gran espacio en el que representar las producciones en las que aparecía como escenario.

No lejos del teatro, el discurrir de estudiantes hacia el Rectorado es constante. El edificio de estilo renacentista fue antes la Real Fábrica de Tabacos, donde liaban picadura cigarreras como Carmen y Conchita, protagonistas de las obras homónimas de Bizet y Zandonai, y para Moreno dos de las óperas que mejor captan el paisaje espacial y humano de Sevilla.

«Rossini es más sevillano que italiano»

El rastro de Carmen continúa por los Jardines de Murillo hasta las puertas de la judería, un laberinto por el que las gitanas burlan a las autoridades y en cuyo Callejón del Agua bien podría haber existido la taberna de Lillas Pastia, donde la cigarrera toma manzanilla y seduce ajena a su destino al torero Escamillo. Pero también en Santa Cruz encontramos ecos de Rossini y Mozart, anteriores a los románticos, que fascinados por el mito de Fígaro creado por Beaumarchais y de origen cervantino, deciden plasmar los enredos y ardides del joven barbero y el conde de Almaviva en El barbero de Sevilla y Las bodas de Fígaro, modelos de ópera bufa que se encuentran entre los más representados del mundo. Cuenta Moreno que la vida de Rossini queda absolutamente marcada por Sevilla, con la que mantendría una intensa relación y en la que llegaría a desatarse un auténtico «furor rossiniano». El italiano supo congraciarse con personalidades influyentes de la escena operística sevillana que tanto lo influenciaría, como el tenor y compositor Manuel García o el banquero Alejandro Aguado, que llegaría a decir con afecto en una carta que «Rossini es más sevillano que italiano». Resulta demasiado irresistible imaginar en uno de los balcones de la Plaza Alfaro a Rosina cayendo rendida ante Lindoro, sin saber que este no es otro que Almaviva, en su aria «Una voce poco fa».

Solo en la judería y el entorno de Santa Cruz tienen lugar varias óperas como «Carmen», «El barbero de Sevilla» o «Las bodas de Fígaro». Foto: Noelia Ruiz

En cuanto a Mozart, no tardó en retomar Sevilla para su aportación al eterno mito de Don Juan estrenando poco más de un año después del Fígaro su Don Giovanni. Desde el momento en que acaba su célebre obertura, Mozart oscila con agilidad entre la comedia desenfadada y el drama fatalista. Don Giovanni y su criado Leporello representan no solo modelos de sus clases sociales, sino también formas opuestas de entender la vida, a las que la música atiende y se amolda, con un sistema de contrapesos entre los momentos de gravedad y el tiempo para la comedia de la que el resultado final sale beneficiado.

Pero no solo de la Sevilla del Siglo de Oro se nutren las óperas. Algunas retroceden más hasta el mismo medievo. La Favorita de Donizetti cuenta la historia de un maltrecho triángulo amoroso en el contexto de la Reconquista, y en ella la toma del Alcázar de Sevilla por parte de Alfonso XI de Castilla juega un papel central. El clímax dramático se desarrolla en los fastuosos salones y el patio de banderas.

Como esta, hasta 60 placas diseminadas por calles y establecimientos colaboradores de toda Sevilla señalizan lugares clave y explican su relación con óperas famosas en todo el mundo. La iniciativa del Ayuntamiento para promocionar la vertiente operística ha resultado rentable, pero para algunos es insuficiente. Foto Myriam Ávila

Don Juan de Mañara, María Padilla… la lista se extiende hasta más de 150 obras con sabor sevillano y no parece que vaya a dejar de crecer: este mismo año suma una más con Magallanes. No hay rosas sin espinas, una ópera que pretende rendir homenaje al primer explorador que circunnavegó el globo justo a tiempo para celebrar el quinto centenario de la expedición en 2019. Cabría esperar con semejante legado a sus espaldas una mayor proyección del género, pero sus incondicionales creen que es insuficiente. En los últimos tiempos, los aficionados han intentado fomentar ese interés por la ópera mediante iniciativas como Sevilla de Ópera, que hoy, lamenta Francisco Oliva, responsable del proyecto y buen conocedor del Maestranza, ha caído en el olvido: «Hace un año que no funciona en el mercado del Arenal. Se trataba de un espacio reservado para toda manifestación lírica, aunque más del 50% eran representaciones operísticas. En mi modestia intenté con este proyecto dar un poco de realidad a lo que intentaron decir los políticos. Pero sinceramente no he sido ayudado, no solo con dinero, sino con que no me quitaran el espacio».

Desde las instituciones se ha venido impulsando desde 2010 Sevilla, ciudad de ópera, el producto a cargo del Plan Turístico municipal que promociona la ópera como reclamo a través de rutas guiadas. «Fue una industria creada para decir que Sevilla es una ciudad de ópera, pero con diecinueve o veinte representaciones que se hacen en el Maestranza por temporada no se puede catalogar como tal», critica Oliva. La programación para la temporada 2016/2017 solo ha contado con cinco producciones operísticas. «Que una ciudad con la posibilidad de tener casi una ópera de repertorio por mes no lo haga tiene delito. Tiene que haber gente que quiera, pero no la hay».

Como acostumbra a ocurrir, la ópera es una de esas facetas secretas de las muchas que tiene nuestra ciudad, eclipsadas por la Sevilla de feria y tablao pero con la que podrían convivir perfectamente de dedicarse el tiempo y recursos necesarios a ello. Urge gestionar con mimo un legado invaluable y acercar a la población la suerte que tiene Sevilla de seguir viviendo la ópera después de que haya caído el telón.

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