Cultucreta

Noelia Ruiz
El Farolillo
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2 min readMay 10, 2017

Ahora está de moda ir a bares modernos en los que te cobran casi un euro por croqueta. Mi hermano y yo, en este aspecto, somos más conservadores y preferimos comerlas en la croquetería de mi casa. Os aseguro que no tenemos nada en contra, o como dicen los modernitos, no somos haters de estos garitos, pero engullimos más de treinta croquetas de una sola sentada y no estamos dispuestos a pagar una millonada por llenar el buche. Se ve que la glotonería y la tacañería nos vienen de familia.

Me perdonarán la anécdota personal. Cuando sobrevivía como estudiante de Erasmus en Estonia, harta ya de comida precocinada y macarrones con tomate y atún, me sentí inspirada y me animé a hacer croquetas, que llegaron a conmover hasta el frío corazón de la alemana que vivía conmigo. Ella, tan práctica como siempre, me recomendó que, si no conseguía ganarme la vida con lo que llaman el cuarto poder, podría montar un gastrobar de cocretas por tierras germanas. Así de bien promocioné este manjar creyendo que era de mi tierra hasta que descubrí que su origen es gabacho. Que conste que no por ello dejé de promocionarlo. Su nombre, tan difícil de pronunciar para mi compañera alemana (y también para muchas abuelas ibéricas) proviene de la onomatopeya francesa croc o croquer, que más tarde deriva en croquer, crujir en nuestro idioma.

Cada dieciséis de enero se celebra el día de este ser de cobertura crujientita e interior que achicharra el paladar. La primera referencia escrita sobre la croqueta data de hace dos siglos. Antonin Carême, cocinero de Luis XIV, que ni estaba de Erasmus en Estonia ni comía macarrones con tomate y atún, también se sintió inspirado y las sirvió en una cena de la corona de esas que tienen mesas alargadas y estrechas.

A España llega a mediados del siglo XIX, y se hace muy popular entre los estudiantes. No quiero decir que los universitarios de hace dos siglos fuesen unos cocinitas, sino que, como las croquetas se elaboraban con las sobras del día anterior, podían adquirirlas en las cantinas sin ser desplumados. Alejandro Dumas fue enviado en 1846 al bodorrio de la infanta Luisa Fernanda con el duque de Montpensier en Sevilla, el muy pillo aprovechó la ocasión e hizo un recorrido gastronómico por nuestras tierras dejando como testimonio que aquí ya se engullían estas pequeñas diosas.

Él asegura que se hacían de patata y no de bechamel como en la actualidad. Y es que para cocinarlas cada maestrillo tiene su librillo, así que la receta mejor la dejamos para otra ocasión. Pero no sin antes reivindicar: ¡Gloria eterna al inventor de la croqueta, fuera quien fuese!

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Noelia Ruiz
El Farolillo

Casi periodista. Escribo en @ElSalto_And y locuto en @AulaAbierta.