Las esquinas de la memoria

Bruno Losal
El hendir de la ventana
3 min readMay 14, 2018
“The narrow hallway leading through a piece of Berlin architecture” by Jace Grandinetti on Unsplash

Pedro recordaba, no era consciente de hacerlo pero sin que se diera cuenta el pasado se filtraba en el presente por las grietas que el tiempo había dibujado en las paredes de su memoria. Toda la inquietud que se deslizaba por su estómago, la falta de sueño que dejaba la marca de su visita en las manchas que se dibujaban en sus ojos, todo esto e incluso más salía de los pasillos más inhóspitos de sus recuerdos.

Pedro había bloqueado una sección entera de su adolescencia, pasó de los catorce a los dieciocho sin saber exactamente que había pasado con su vida. Podía decirte que había estudiado, que gente conoció y dónde veraneó pero no guarda ni rastro de lo que sintió durante esa época. Acumuló todos esos sentimientos, los masticó como pudo y los escondió en la parte más profunda de su subconsciente y después de cerrarlo bajo siete llaves, cinco hechizos y tres perros guardianes dejó solo una puerta para poder acceder y nunca nadie se atrevió a abrirla.

Pedro no supo entonces lo que ahora sabía: el único lugar completamente seguro es aquel que todavía no se había inventado. Tardó en comprenderlo pero tras muchos años en las fuerzas especiales y otros tantos en los servicios de contraespionaje de su país acabó siendo un maestro en buscar debilidades para acceder a la información que su país necesitaba. Sabía que todas y todos tenemos un punto débil y que con tiempo y las herramientas necesarias todo acaba cediendo.

La memoria de Pedro se comportaba exactamente igual que sus objetivos, con tiempo y paciencia todos los recuerdos vuelven a surgir a la superficie. Quizá el detonante sea un olor, una canción o la combinación de muchos elementos en el orden correcto.

Puede que fuera el olor a esa colonia que le recordó sus veranos en el kibuzt, donde comenzó el canto del cisne de sus sentimientos o quizá las canciones que como todo preadolescente escuchaba repetidamente creyendo que hablaban de él y que reflejaban lo sentimientos que aquella muchacha le despertaba y que le volvían loco de envidia, vergüenza y ansiedad. También podríamos culpar al sabor de aquel helado que volvieron a lanzar casi treinta años después y que sin saber nada en concreto y tener un color que no se podía asociar a ninguna fruta se dejó parte de su semana para refrescarse del sofocante calor de verano en Israel.

Olores, música, sabores, elementos que con tiempo, paciencia, fueron erosionando esos recuerdos que estaban escondidos, germinando, fermentando, esperando el momento adecuado para poder explotar. Pero no ocurrió todo de golpe, gota a gota, día a día. Primero fueron sentimientos que le recorrían la espalda como una mala traición, después llegaron las pesadillas, cada vez más intensas y más fuertes, poco a poco los acontecimientos se precipitaron.

Sin saber cómo, las carencias de su juventud y los fantasmas de su pasado se juntaron con la sonrisa de su mirada y antes de que se diera cuenta estaba atrapado en algo que le recordaba los huecos de su pasado y la imposibilidad de llenar no solo los huecos de su pasado sino todas las posibilidades de su futuro.

Pedro se sentía atrapado entre sus miedos, sus deseos y la realidad que le impedía poder decidir. Para él ya era tarde, o eso pensaba, no tenía edad para estos sentimientos, no pensaba que algún día pudiera tenerlos y había aceptado una vida en gris al lado de gente que no le llenaba pero aceptaba estar a su lado para dar la apariencia de que su vida no había sido un fracaso.

Y ahora todo se redibujaba de nuevo frente a él: el ser querido, el poder querer, el sentirse amado sin ser juzgado, el ser uno mismo, el querer ser mejor por otra persona y por supuesto, el problema de sentirse tan feliz que el miedo a perderlo a veces le hacía recordar cuando de joven sus padres se reían de él porque le gustaba una chica o las veces que le querían como amigo o incluso cuando quedaban con él pero a última hora cancelaban la cita o directamente no se presentaban.

¡¿Qué hacía?!, aceptaba esta felicidad que ahora le llegaba arriesgando perder lo poco que ya tenía o volvía a enterrar estos sentimientos en un nuevo compartimento de su memoria, al lado de la soledad que siempre le acompañó siendo joven.

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Bruno Losal
El hendir de la ventana

Mi vida esta basada en hechos reales, como lo cuento quizás no tanto.