Delusional

Andrés Pozzi
El hendir de la ventana
2 min readFeb 11, 2017
Photo by Dylan Fout on Unsplash

Todos te dicen “el cigarro hace mal” pero en realidad cualquier exceso, por insignificante que sea, te mata igual. Respirás y la vida se va, cabiz baja, en cada bocanada que das. Una vida restringida, de escasos placeres, lleva a más vida. Pero quizás no fuimos engendrados para vivir más, sino, simplemente para vivir.

Para cuidarnos no están los otros. Nosotros, tampoco.

Vivir es despedazar cada parte de tu cuerpo, físico, tangible y vacío, para transitar ese camino que vos elegís. Sea cual sea el camino, la autodestrucción viene implícita. La homeostásis no dura. No puede durar. Escuché decir que en realidad nunca existió, que sólo fue un velo ilusorio por el que miramos fugazmente.

Si el fin de la vida es la muerte, quizás el sentimiento de estar vivo sea el más maquiavélico del mundo. El fin justifica los medios.

Una vida llena de prohibiciones sigue siendo una vida, pero, ¿Qué vida? ¿Ya te encontraste en ese montón de frígidas limitaciones?

Yo creo que es imposible encontrarse sin autoinfligirse un poco, aunque sea un poco, de daño. Y cuanto más te conocés, más hecho mierda estás. Porque la vida es un proceso de autodescubrimiento personal. Uno un tanto suicida.

Esa antagonía, entre lo físico y lo mental, se ve acrecentada por el tiempo. Cuando perdés la cualidad de lo pletórico en una, lo ganas en la otra. Y sólo hay una en la que podés ganar. En la otra estás condenado a perder, indefinidamente, como en esa carrera de caballos en la cual tu apuesta fue siempre el más relegado.

En las páginas perdidas de un libro de Borges leí que, para morir, no hace falta más que estar vivo.

Pero yo creo que para vivir, no hace falta más que morir.

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