Este no es un texto sobre el 68

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3 min readOct 3, 2015

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Juan Francisco Morales Pineda

Recuerdo, recordamos.
Esta es nuestra manera de ayudar a que amanezca
sobre tantas conciencias mancilladas,
sobre un texto iracundo, sobre una reja abierta,
sobre el rostro amparado tras la máscara.
Recuerdo, recordamos
hasta que la justicia se siente entre nosotros.

Rosario Castellanos

Este no es un texto sobre el movimiento estudiantil de 1968. No pretendo realizar una reconstrucción de los hechos, tampoco es mi intención hablar de la responsabilidad del régimen, ni emprender una búsqueda de los culpables de la masacre. La conmemoración es también una forma de olvido y es precisamente eso lo que debemos evitar. Hablaremos, entonces, de política; porque sería provechoso empezar a tomarla en serio y pensarla sin prejuicios. En particular, reflexionemos sobre la democracia y el reconocimiento.

El reconocimiento es una de las prácticas más naturales que realizamos los seres humanos y representa, quizás, uno de los pilares fundamentales de cualquier organización política. En el momento en el que un individuo mira su reflejo, se reconoce. Sin embargo, mucho antes de que tal situación sea posible, ya somos capaces de reconocer a los demás, a los otros. Muy posteriormente, al reconocernos como personas, reconocer a los otros como tales y reconocer-nos con ellos (y en ellos) como miembros de una comunidad, surge lo político del reconocimiento.

Sin embargo, ¿qué implica, políticamente, reconocer? El reconocimiento de nosotros mismos, y de los demás, como miembros de una comunidad, significa asumirnos como personas. En un sentido más preciso, reconocer es aceptar, por encima de nuestras diferencias, los rasgos que tenemos en común.

He aquí el punto crucial: a lo largo de la historia, todas las grandes luchas sociales han sido, en el fondo, luchas por el reconocimiento. Las revoluciones, los movimientos obreros, el feminismo, los movimientos estudiantiles,etc. todas ellas atravesadas por una misma motivación: el deseo de no ser más invisibles, el deseo de ser reconocidos.

Las conquistas de dichas luchas sociales han dado origen a derechos que hasta hace algunos años parecían imposibles (incluso impensables). La razón es, en cierto sentido, simple: al reconocer al obrero, a la mujer, o al marginado –por mencionar algunos ejemplos- como personas iguales a mí, con los mismos derechos y las mismas subjetividades (sueños, metas, sentimientos y angustias) reconozco su calidad de seres humanos y su situación deja de serme indiferente. Es un hecho lamentable que, como sociedad, no valoremos la importancia que han tenido las luchas por el reconocimiento en la configuración de nuestro presente: en las leyes, los regímenes de gobierno y, quizá lo más importante, en las relaciones sociales que vivimos diariamente.

Si algún valor tiene la memoria histórica para nuestra sociedad, es precisamente el valor que le otorga su calidad de instrumento de reconocimiento. No se trata de recordar sólo porque sí. Recordar que hace 47 años un gobierno represor asesinó estudiantes es necesario, sin embargo, lo verdaderamente importante es reconocerlos, reconocernos en ellos. Reconocer que su lucha no fue en vano, que en el corazón del movimiento estudiantil se estaba gestando la democratización de nuestro país, reconocer que el enemigo venció, pero asumir nuestra responsabilidad histórica para que el enemigo no venza nuevamente.

Pensábamos que habíamos aprendido del pasado, pero nuestro presente parece advertirnos lo contrario. Las “verdades históricas” siguen siendo absurdas y contradictorias construcciones; los muertos, siguen siendo cifras. Falta mucho por hacer, pero el primer paso requiere de reconocer a los vencidos: a los asesinados, los desaparecidos, los marginados: voltear a ver a los invisibles.

Sin memoria, no hay reconocimiento. Sin reconocimiento, no hay comunidad, no hay democracia. Ante la situación actual de nuestro país, es imperativo re-conocernos, reconocer a las víctimas –las de ayer y las de hoy-, reconocer también nuestros errores y no permitirnos que se repitan, o bien, la fría indiferencia dejará de acompañarnos, y la indignación será el motor de nuestra(s) lucha(s).

Juan Francisco es estudiante de Filosofía en la UAM y colaborador en WikipolíticaDF.

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