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El Intersubjetivista

Bienvenido a El Intersubjetivista, donde las perspectivas chocan y las verdades se entrelazan. Sumérgete en las profundidades de la experiencia humana, donde se cuestiona la realidad, se desafían las verdades y reina la rebelión contra la sabiduría convencional.

El Rastro Invisible

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Migas de Pan, Objetos Encantados y la Magia de Contarnos un Destino

En esta revista hemos hablado de magia, de narrativa, de objetos y de sujetos, de la intersubjetividad como puente y de la objetividad como ilusión. Pero hoy quiero detenerme a contemplar algo que atraviesa todo eso como una aguja dorada: el sentido de destino provocado.

No el destino como estructura férrea ni como voluntad de dioses olvidados. Tampoco como libre albedrío absoluto, sino como una cuerda de cáñamo tejida entre ambas ilusiones, tirando de nosotros con la suavidad de una historia que no elegimos, pero que ya nos habita.

¿Cuántas veces me he contado una historia sin saber de dónde proviene?
¿Cuántas veces la he repetido como un rezo sin autor, como un hechizo que me dirige, aunque jure que soy yo quien decide el camino?

Un gran pensador dijo alguna vez:

“Los hombres se creen libres porque ignoran las causas que los determinan.”

Y hoy me permito torcer suavemente esa frase:

Las personas nos creemos libres porque no sabemos de dónde provienen nuestras historias.

No hablo de las historias que contamos a otros, sino de las que nos contamos a nosotros mismos. Esas que aparecen como migas de pan sobre el suelo de nuestro día a día, aparentemente dispersas, insignificantes, pero que al mirarlas con la luz adecuada, parecen formar un camino.

Mi círculo está lleno de personas con fe.
No de fe, con fe. Es diferente.

Gente que cree. Que se cuenta historias sobre la vida, la muerte, la reencarnación, la trascendencia, la misión.
Gente que ya siente que esta es su última vuelta por este plano, y otros, como yo, que no reconocemos otro más digno que este:

Este donde sudamos, besamos, olemos a sal y, si la providencia nos sonríe, hasta llegamos a tener chucha como símbolo sagrado de haber habitado este cuerpo lleno de placeres.

Y en esa creencia, en esa fe en la historia que nos contamos, sucede algo misterioso: aparecen los objetos.

Pero no cualquier objeto.

Me refiero a esos que parecen guiarnos, sugerirnos algo, como si contuvieran una voluntad tímida.

Una chaqueta roja de cuero que llevo años buscando, con una obsesiva exigencia sobre la ubicación de sus costuras, el corte del cuello, el grosor exacto del cuero.

No cualquier rojo: un rojo profundo, de vino espeso o sangre seca, como el de la chaqueta que lleva Michael Jackson en Thriller, o la que usó Brad Pitt en Fight Club, símbolo de caos y libertad.

Pero yo no la busco por ellos.
La busco por algo que no sé nombrar.
No quiero parecerme a nadie: quiero encontrar esa prenda que, sin decir nada, me diga algo. Algo que tal vez le dijo antes a alguien más, y que ahora me toca a mí descifrar.

También hay un estribillo de Javier Solís que me habita desde niño:

“Se te olvida, que me quieres a pesar de lo que dices…”

Cosas aparentemente ajenas, sin conexión, sin linaje común.
Pero, un día, aparecen juntas.
No como cosas, sino como símbolos.
Como un conjuro que no conjuré.

Una invitación sin remitente a convertirme en Alicia y lanzarme de cabeza al agujero oscuro.
No por locura ni por valentía, sino porque ya no puedo ignorar lo que mi historia ha unido.

Aunque, en realidad, toda señal encierra una doble propuesta:

Seguirla o desoírla. Desviarse o entregarse.

Y si me conoces, sabes que hay pocas cosas que yo pueda ignorar a propósito.

Cuando una historia me toca el hombro, aunque finja no haberla sentido, ya empezó a escribir en mí.
Aunque me voltee hacia otro lado, ya empezó a hablarme en sueños.
Hay señales que, si las ves, ya es demasiado tarde para desverlas.

Pienso entonces en Neo, durmiendo frente a su computador, despierto por letras verdes que le hablan desde la pantalla.

“Despierta, Neo.”
“La matriz te tiene.”
“Sigue al conejo blanco.”

Y justo cuando intenta escapar, alguien toca a la puerta:

Knock, knock, Neo.

Todos conocemos esa escena, porque todos somos Neo.
Todos recibimos esas señales absurdas, objetos y frases sueltas que el alma decide conectar en una narrativa.

¿Casualidad? ¿Profecía? ¿Programación?

No importa.
Lo que importa es que ya no podemos desverla.
Ya está ahí.
Ya la historia nos atrapó.

¿Y si no fueran señales?

¿Y si solo fueran migas sueltas?
¿Si no fueran parte de una coreografía secreta de Cronos guiándonos hacia Kairós, sino solo un reguero accidental de pan viejo?

¿Por qué después de la primera miga hay otra, y luego otra más?
¿Por qué nos parece que todas vienen del mismo pan?
¿Y si no es así?
¿Y si es solo nuestra mente narrativa encadenando símbolos para salvarse del sinsentido?

Me lo pregunto con el pudor de quien sabe que ha sido atrapado por su propio hechizo.

Yo, que tengo búsquedas que olvidé, que abandoné, que coroné.
Yo, que no siempre hago silencio, pero cuando lo hago — sin hacerlo — siempre brota el mismo estribillo, como si mi alma llevara siglos entonándolo:

“Se te olvida, que me quieres a pesar de lo que dices…”

Yo, que no entiendo por qué la chaqueta roja me obsesiona, por qué exijo que tenga un diseño exacto, una disposición casi mística de sus costuras, como si mi cuerpo recordara algo que mi conciencia ha perdido.

¿Y si esa chaqueta no era para mí?
¿Y si nunca lo fue?
¿Y si la confundí con un destino, cuando solo era una señal?
¿Y si no era más que el conejo blanco tatuado en la espalda de Ada Nicodemou, ese símbolo fugaz que, al ser seguido, transforma al curioso en protagonista de su propia revelación?

¿Y si la canción, ese estribillo que me visita como un mantra, no es un mensaje, sino un marcador?
¿Un énfasis que subraya la aparición de una miga de pan y dice: “Atiende, esto importa.”?

Entonces comprendo que tal vez no busco la chaqueta.
Tal vez busco el momento en que la canción y la chaqueta se encuentran.
Y no como objetos, sino como sujetos de una historia que me llama.

¿Acaso será que todos tenemos un objeto encantado esperando el momento exacto para aparecer junto a otro y formar un mapa secreto?
¿Y si ese mapa no lleva a un lugar, sino a una decisión? ¿Un salto? ¿Un agujero?

Tal vez el destino no es un camino trazado, sino una coreografía de señales a las que elegimos prestar atención.
Tal vez cada objeto que nos obsesiona, cada melodía que nos persigue, no es más que un espejo oculto en el bosque, esperando que por fin nos reconozcamos en él.

No sé las respuestas.
Pero sí sé que los objetos tienen memoria.
Que nuestras historias les susurran al oído.
Y que a veces, sin querer, los cargamos de sentido como si fueran talismanes.

Yo, por ejemplo, he vivido desde siempre con la costumbre — para algunos absurda, para mí sagrada — de dotar a los objetos de alma.

Los miro, los toco, y los convierto en sujetos, en cómplices de mi voluntad.
No los poseo: los convoco.
Les pido ayuda, les exijo respuestas, les imploro señales.

Así se crea la magia: no con conjuros, sino con atención.
Así se provoca el destino: no con mapas, sino con migas de pan que uno decide seguir porque el alma ya les puso sentido, no porque inicialmente lo tuvieran.

Y quizás, sin saberlo, esos objetos no nos siguen, sino que nos conducen, obedeciendo la voluntad que alguna vez les infundimos con la mirada, con el deseo o con el miedo.

Porque cuando un objeto tiene alma, ya no es solo cosa: es parte del relato.
Y yo he hecho de mi vida un relato habitado por cosas que me miran de vuelta.

Y tú…

¿Dónde comenzó el rastro de tu historia?
¿Estás dispuesto a dejar de huir de ella y seguirla, como quien sigue a un conejo blanco hasta perderse de vista?

¿Y si lo que llamas casualidad… ha sido siempre una invitación?

No te pido que creas. Solo que observes.
Las historias, al igual que los dioses,
solo necesitan un creyente para volverse reales.

Ese es el poder de la fe.

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Juan Álvarez
Juan Álvarez

Written by Juan Álvarez

Autor, filósofo y especialista en narrativa, creatividad, pensamiento disruptivo, y líder en servicios creativos. Story-Coach, guionista y marketer digital.

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