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El Intersubjetivista

Bienvenido a El Intersubjetivista, donde las perspectivas chocan y las verdades se entrelazan. Sumérgete en las profundidades de la experiencia humana, donde se cuestiona la realidad, se desafían las verdades y reina la rebelión contra la sabiduría convencional.

El Rostro Inesperado de la Esperanza

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Todo comenzó con una conversación sin prisa, de esas que parecen triviales, pero terminan abriendo puertas que uno no sabía que estaban cerradas. Hablábamos de la esperanza, de la espera, de los sueños. Alguien confesó lo difícil que es esperar sin certezas, y, sin pensarlo, dije una frase que me sorprendió por su transparencia: “Amo la esperanza, pero odio la espera.” Y me quedé en silencio. ¿Cómo podían ser tan cercanas en sonido, tan vecinas en forma, y sin embargo tan distintas en el alma? Sentí que necesitaba una brújula interior para no seguir confundiéndolas.

Decidí entonces pensar estos conceptos no desde la lógica, sino desde el cuerpo que los vive, desde el alma que los respira. Como si fueran texturas en la boca o melodías en el corazón. Si el deseo es picante y la fe es pan caliente, la esperanza es un sabor leve, dulce, como el aroma de una guayaba madura al partirla con las manos: no se impone, no exige, simplemente se ofrece. Y fue así como llegué a esta metáfora: la diferencia entre el chocolate y la chocolatina.

Ambos se derriten, ambos endulzan, ambos contienen algo de cacao. Pero no son lo mismo. El chocolate auténtico conserva su esencia: pasta de cacao, manteca de cacao, un poco de azúcar. La chocolatina, en cambio, diluye lo esencial: sustituye la manteca por grasa vegetal, exagera el azúcar, rebaja el cacao. Se parece, pero no alcanza. Así también la esperanza: cuando se mezcla con la expectativa, se vuelve chocolatina. Cuando se diluye en la espera concreta, cuando exige cumplimiento, pierde su pureza.

La verdadera esperanza ha dejado atrás la espera. No hace fila. No calcula plazos. Es un sueño sin ansiedad, una fe sin pruebas, un deseo sin posesión. Y aunque muchas veces la confundí con esas otras formas del anhelo — fe, deseo, expectativa, sueño — , hoy me atrevo, sin arrogancia pero con fervor, a mirarla desde su raíz viva, no desde el desgaste de su uso.

El deseo arde. Es un impulso ciego que nace y se impone. Basta con que exista. Es hambre, fuerza primaria. Pero desear no basta para tener esperanza.

La fe es distinta: certeza sin prueba. Una semilla lanzada a tierra ciega. Un acto radical que no negocia. A veces salva. A veces hunde. Aunque pueda contener esperanza, no la agota.

El sueño es una criatura más suave: la forma que tiene el alma para vivir lo que la realidad le niega. Un juego sagrado entre lo posible y lo imposible. Inspira, consuela, moviliza. Pero no necesita cumplirse, y por eso tampoco es, del todo, esperanza.

La expectativa exige. Es un contrato con lo que vendrá. Se ofende si no se cumple. Y esa exigencia es precisamente lo que la esperanza diluye. Por eso no pueden confundirse.

Y la espera… esa hermana silenciosa de la expectativa. No exige, pero tampoco libera. Se queda anclada al tiempo. Aún sujeta a un cuándo. La esperanza, he llegado a intuir, no espera: habita.

La esperanza no se posa sobre lo que puede ocurrir. Se posa sobre lo que es digno de ser amado, incluso si no ocurre. No es una proyección, es una presencia. No mira el calendario, sino el corazón. Como el amor que no necesita ser correspondido para ser verdadero.

He visto personas perder la alegría por esperar demasiado, y otras vivir encendidas por una esperanza que nadie entendía. ¿Cómo explicarlo? Tal vez porque la esperanza no necesita cumplirse para ser real. Es una llama que arde aunque nunca amanezca. Es el canto del ruiseñor en plena oscuridad. No canta porque espera el sol. Canta porque el canto es su forma de vivir la noche.

La esperanza es una forma de acción sutil. No se lanza como el deseo, no se afirma como la fe, no aguarda como la espera. La esperanza no exige el milagro: se convierte en el milagro. Tiene la sabiduría antigua del río: no espera llegar, pero nunca deja de moverse.

Aprendo — o intento aprender — a no confundirla con la ilusión. La ilusión se deshace ante el roce de lo real. La esperanza se transforma con él. Si el sueño no se cumple, la esperanza no muere: muda de piel. No se aferra al resultado, sino a la dignidad de lo que se sueña.

Tal vez eso quiso decir Rumi cuando escribió:

“Esta noche, en la tierra de la Nada, la esperanza baila descalza con el corazón.”

Y yo, que no sé bailar bien, aprendo al menos a quedarme. A mirar el paso de las cosas sin exigirles sentido. Porque la esperanza, si es verdadera, no necesita conocer el final. Solo necesita seguir amando, incluso a lo que aún no es.

Hoy, entonces, no espero. Pero tengo esperanza. No porque crea que sucederá lo que deseo, sino porque reconozco la belleza de desear sin poseer, de soñar sin reclamar, de cantar aunque nadie escuche. Porque la esperanza, cuando es real, no espera: se ofrenda.

Y tal vez por eso la esperanza no habita en Cronos, el tiempo lineal del reloj y la agenda, ni se proyecta en Telos, la meta expectante que organiza nuestras acciones. Tampoco se encierra en el Kairós, ese instante oportuno que irrumpe como gracia. La esperanza, cuando es pura, se parece más a Aión: ese tiempo eterno, sin comienzo ni fin, el tiempo del alma, del ensueño, que no se mide ni se apresura, que simplemente es. La esperanza no corre, no calcula, no conquista. Solo gira suavemente en el alma, como un perfume que no se gasta, como un amor que no exige regreso.

Por eso, aunque no espero, sigo cantando. Porque algo en mí, sin saberlo, ya ha llegado… incluso si aún no llega.

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Bienvenido a El Intersubjetivista, donde las perspectivas chocan y las verdades se entrelazan. Sumérgete en las profundidades de la experiencia humana, donde se cuestiona la realidad, se desafían las verdades y reina la rebelión contra la sabiduría convencional.

Juan Álvarez
Juan Álvarez

Written by Juan Álvarez

Autor, filósofo y especialista en narrativa, creatividad, pensamiento disruptivo, y líder en servicios creativos. Story-Coach, guionista y marketer digital.

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