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El Intersubjetivista

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Ser y hablar como sustantivo

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Yo no hago silencio. No por falta de voluntad, sino porque hay algo en mí que no sabe callarse. No es que me oponga al silencio; es que, simplemente, no me pertenece. Hablo alto. Silbo sin saber qué canción es. Hmmeo, suspiro, bostezo como si el mundo necesitara saber que respiro. Y si camino, retumba. Soy, lo admito con ternura, la pesadilla con patas de un budista zen.

Desde siempre he sentido que mi ser hace ruido como un río entre piedras. No lo provoco: me sucede. Algo en mí se desborda, se dice, se revela… incluso cuando no hay nadie escuchando. Y un día, en medio de ese estrépito involuntario, comprendí que hablar es mucho más que emitir sonido: es una forma de habitar el mundo. Una forma de ser.

Esta pregunta — que hoy me habita — nació del comentario que hizo Juli en uno de mis artículos, y me llevó a detenerme, a mirar distinto: ¿hablo como adjetivo o como sustantivo?

Hablar como adjetivo es responder al molde, ajustarse a lo que se espera de uno. Es decir lo correcto, lo bello, lo aceptable. Es brillar sin encandilar, adornar sin incomodar. Pero hablar como sustantivo… eso es otra historia. Hablar como sustantivo es no poder separar lo que se dice de lo que se es. No es decir “amoroso”, sino ser amor. No es decir “profundo”, sino cavar con las manos desnudas hasta encontrar agua. No es declararse auténtico: es quemar los disfraces hasta que solo quede la piel.

Los sufíes, que sabían bailar con la palabra y el silencio, decían que las palabras verdaderas son aquellas que ya existen antes de ser pronunciadas. Las que brotan de lo vivido, no de lo pensado. Las que se cultivan con actos, y florecen como plegarias sin templo. Hablar así no es llenar el vacío: es convertir el vacío en ofrenda.

En la escolástica medieval se buscaba la sustancia: lo que no cambia, lo que permanece. Hoy, en esta época de ruido ornamental y etiquetas rápidas, esa búsqueda resuena como un eco sagrado. ¿Dónde está la sustancia del ser? ¿Dónde lo que no se agota en la descripción?

Hablar como sustantivo es resistir la tentación de parecer y elegir, en cambio, simplemente ser. Quienes me conocen — aunque sea por encima — lo saben: soy lo que digo ser, y fui lo que dije que era. No concibo decir sin encarnar. No puedo evitar forzar al universo a atravesarme y moldearme hasta que lo que anhelo experimentar se vuelva forma, cuerpo, vida. No como quien, desde la lógica anglosajona del “to be”, confunde ser con estar, sino como quien, al buscar ser, está — y al estar, es.

Y aunque mi cuerpo siga haciendo ruido, aunque mis pasos sean torpes y mi voz lleve melodías truncadas, puedo aprender — como quien aprende a rezar sin palabras — a hablar con la vida. Que cada gesto sea verbo. Que mi estar sea mi decir. Que si amo, se note antes de que lo diga. Que si sufro, no tenga que explicarlo.

Quizás nunca logre el silencio. Pero sí puedo aspirar a una voz que no se adorne, sino que se ofrezca. A una palabra que no describa, sino que se encarne. A ser ese que nombra porque es. Ese que, aun ruidoso, camina hacia el centro, girando como llama en espiral, hasta que el vértigo se vuelva calma, y el ruido plegaria.

Entonces, ¿qué eliges ser tú? ¿Adjetivo o sustantivo? ¿Lo que adorna o lo que es? ¿Lo que acompaña o lo que sostiene?

Que nuestras palabras no se queden en la orilla de lo que parecemos.
Que no nos describan solamente, sino que nos encarnen.
Que no digamos “amoroso”: que seamos amor.
Que no digamos “presente”: que estemos, de verdad. Aquí. Ahora.
Con todo el peso y toda la gracia de un sustantivo vivo.

Porque ser sustantivo es elegir el centro sin culpa.
Es ocupar el propio lugar sin pedir permiso, ni ajeno ni propio.
Es no esperar ser llamados, ni vivir suspendidos en la antesala del deseo de otro.
Es no colgarnos en la frase de nadie, ni ser la palabra olvidada entre puntos suspensivos.
Es no ser la pregunta que flota en el aire con solo dos chulitos grises de WhatsApp: vista, pero ignorada; dicha, pero no recibida. O recibida… y no contestada.
Ser sustantivo es no necesitar confirmación externa para validar la existencia.
Es saberse pronunciado, incluso en el silencio ajeno.
Es ser frase completa, incluso cuando nadie la lee.

Ser sustantivo es no mendigar atención. Es ser atención.
Es ofrecerla, no exigirla. Dar presencia en lugar de reclamarla.
Y en esa entrega, estar. Y en ese estar, ser.

El que es sustantivo no se posterga. No se condiciona.
No se deja para después ni se recorta para caber.
No vive en el “cuando me necesiten”, ni en el “si me nombran”.
El que es sustantivo se nombra con actos, con verdad, con presencia.

Porque ser no es hacer para ser. Es ser, y desde ahí, hacer lo que nace.
Como la raíz que no pide permiso a la tierra, pero la honra al abrazarla.
Como el río que no espera ser visto para fluir, pero deja huella donde pasa.

Ser sustantivo es mirar el mundo de frente.
Es sostener la mirada propia cuando nadie está mirando.
Es caminar sin testigos, pero con sentido.
Es vivir en la coherencia entre el decir y el estar,
entre el estar y el ser.

Y no importa si se gana o se pierde, si se brilla o se apaga por momentos.
Lo esencial es el acto de ser, de explorar, de transformarse.
Ganar o perder se vuelven aprendizaje, no sentencia.
Porque ser sustantivo no es vivir a la sombra — ni la propia, ni la ajena — .
Es habitar la luz de la experiencia sin temor al ocaso ni al esplendor.
Es asumir cada paso, cada latido, cada instante, como un acto de ser. Simple y radical.

Y entonces, vuelvo a preguntarte,
con la ternura de quien no apura la respuesta:
¿qué eliges ser tú?

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Juan Álvarez
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Written by Juan Álvarez

Autor, filósofo y especialista en narrativa, creatividad, pensamiento disruptivo, y líder en servicios creativos. Story-Coach, guionista y marketer digital.

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