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El Intersubjetivista

Bienvenido a El Intersubjetivista, donde las perspectivas chocan y las verdades se entrelazan. Sumérgete en las profundidades de la experiencia humana, donde se cuestiona la realidad, se desafían las verdades y reina la rebelión contra la sabiduría convencional.

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Sobre la Suficiencia, el Exceso y la Gigantesca Tarea de Ser Uno Mismo

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“Cuando el alma conoce su verdadera talla, deja de encogerse para entrar en formas ajenas.”

Ayer, conversando con Ana, apareció una pregunta que no siempre se dice en voz alta, pero que muchos llevamos dentro, casi como un susurro constante:
¿Y si lo que soy es demasiado? ¿Y si no soy suficiente?

A veces me siento desbordado: demasiado intenso, demasiado sensible, demasiado apasionado, como si cada gesto mío ocupara más espacio del permitido.
Y otras veces, me percibo tan pequeño, tan discreto, que apenas dejo huella. Como si no alcanzara. Como si todo en mí quedara corto.

Es un vaivén sutil y agotador: oscilar entre el exceso y la carencia, sin encontrar un lugar sereno donde simplemente pueda ser.

A veces siento que habito un cuerpo de gigante en un mundo hecho de estructuras pequeñas, donde mis pasos hacen ruido, donde mis palabras retumban más de la cuenta, y donde cualquier silencio mío se malinterpreta como ausencia. Y cuando intento achicarme para no incomodar, para adaptarme, para ser más llevadero, siento que me pierdo un poco. Que me desdibujo.

Entonces me pregunto:
¿Cuál es mi justa medida?

No en términos de cuánto debería ser para agradar, sino en qué punto puedo vivirme por completo sin traicionarme.

Pienso en el árbol que florece no por ego, sino porque florecer está en su naturaleza. Nadie le exige que esconda sus ramas para no opacar al arbusto.
¿Por qué a veces yo sí siento que tengo que esconderme?

He leído que el océano no pide disculpas por su profundidad, ni la montaña por su altura.
Y sin embargo, yo, que a veces siento esa misma hondura por dentro, he aprendido a pedir perdón por ser como soy. He aprendido a hablar más bajo, a preguntarme si estoy diciendo demasiado, a ocupar menos espacio del que necesito.

He confundido ser suficiente con ser aceptable.
He confundido pertenecer con desaparecerme un poco.

Y lo más curioso es que “demasiado” y “muy poco” no siempre tienen la forma que imaginamos.
A veces soy “demasiado” porque me río con ganas, porque hago preguntas incómodas, porque tengo opiniones que no se ajustan al molde, porque siento con intensidad lo que otros apenas rozan.
Y otras veces soy “muy poco” cuando me callo lo que importa, cuando cedo mi lugar para evitar conflictos, cuando evito mostrarme completo para no molestar.

He aprendido a calcular mis bordes para no incomodar a nadie.
Pero en ese cálculo, muchas veces dejo de simplemente ser.

Vivo entre dos miedos: el de no ser suficiente, y el de ser demasiado.
En un extremo, me disuelvo intentando agradar.
En el otro, me contengo para no sobresalir.

Y en esa tensión, olvido algo esencial:
Que el alma no está hecha para la medida.
El alma simplemente es. Y su verdad no necesita aprobación.

A veces me pregunto:
¿Qué tan cómodo puede ser un zapato que no me queda?
Y entiendo que no se trata de comodidad, sino de fidelidad a lo que soy.

Porque cuando intento ajustarme a lugares que no me permiten respirar — una relación donde no puedo ser yo mismo, un trabajo donde no encuentro sentido, un entorno donde lo distinto asusta — , algo dentro de mí se va apagando.
No porque esos espacios sean malos.
Sino porque simplemente no están hechos para lo que soy.

Y cuando vivo por mucho tiempo en formas que me quedan chicas, el alma comienza a doler. No por crueldad externa, sino porque adentro algo sabe que así no se puede florecer.

Entonces prefiero andar descalzo, aunque duela un poco.
Porque ese dolor es real, honesto, necesario.
Las máscaras no duelen al principio, pero con el tiempo deforman.
Y lo más peligroso de todo no es adaptarse, sino olvidar quién era uno antes de hacerlo.

De ese olvido nace la idea más triste:
Que tengo que ser menos para ser amado.
Que si muestro mi luz completa, alguien se va a alejar.
Pero el fuego no se pregunta si incomoda.
El fuego arde.
Y en su ardor, alumbra.

Así quiero vivir:
Como llama que no se esconde.
No para quemar, sino para iluminar el camino de vuelta a mí mismo.

Ser suficiente no es encontrar el punto medio exacto.
Es dejar de hacer cuentas.
Es dejar de achicarme para entrar en los márgenes de lo esperado.
Es ocupar mi lugar en el mundo con dignidad, sin pedir permiso.

Es recordarme, una y otra vez, que la vida no me pide que encaje,
sino que me encarne.

Lo común puede ser cómodo,
pero lo real, lo verdaderamente vivo, arde.
Y en ese fuego hay algo sagrado.

Vivir como gigante no es imponerme.
Es dejar de achicarme.
Es dejar de pedir perdón por mi intensidad, por mi sensibilidad, por mi verdad.

No soy demasiado.
No soy insuficiente.
Soy exacto para el propósito que se está formando en mí desde siempre.

A veces aún dudo. A veces me escondo.
Pero cada vez que recuerdo quién soy cuando dejo de medir mis pasos, se enciende algo.

Y entiendo que no vine a encajar.
Vine a expresarme.

Y si el mundo no tiene espacio para mi talla, no es señal de que deba reducirme.
Es señal de que debo abrir caminos nuevos.
Caminar con todo lo que soy, sin restarme nada.

Porque como dicen los sabios:
“Quien camina fiel a su ser, abre sendas, incluso en tierras que decían estar cerradas.”

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Bienvenido a El Intersubjetivista, donde las perspectivas chocan y las verdades se entrelazan. Sumérgete en las profundidades de la experiencia humana, donde se cuestiona la realidad, se desafían las verdades y reina la rebelión contra la sabiduría convencional.

Juan Álvarez
Juan Álvarez

Written by Juan Álvarez

Autor, filósofo y especialista en narrativa, creatividad, pensamiento disruptivo, y líder en servicios creativos. Story-Coach, guionista y marketer digital.

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