Tradición Draconiana

Una cosa era segura, para el caballero. Aquella aventura había sido épica.

Oscar Bazaldúa
El Laboratorio de Letras
18 min readMar 15, 2014

--

Había sobrevivido ya a fatales desiertos, peleado contra tigres en la selva, deshecho hechizos y acabado con Trolls de las montañas para llegar hasta la puerta de ese castillo. Una hazaña digna de reconocerse.

El caballero era un príncipe galante. Hijo del Rey Charles, que a su vez era hijo del Conde William, que fuese hijo de Jeremiah, que fue hijo de Arthur, etcétera, etcétera. Su linaje era legendario como cazadores de dragones. Desde pequeños eran educados bajo el arte de la guerra, a empuñar una espada y sobre todo, a nunca temerle a un gigantesco y feroz dragón.

Toda su familia, había consagrado sus títulos nobiliarios gracias a sus feroces batallas sobre las que habían triunfado. Formaban parte de la nobleza, ya que cada uno de los hijos de Arthur, Jeremiah y William había rescatado a una princesa de algún castillo lejano resguardado por un sanguinario dragón. Todos ellos portaban las cicatrices con honor y vestían una armadura de hueso de dragón. Gracias a su labor al rescatar a la hija de algunos reyes descuidados de quién-sabe-dónde se hacían condes, príncipes o reyes de alguna tierra.

Así pues, la tradición dictaba — dado que en aquella época se casaban jóvenes — que a los 15 años todos los varones de la Casa de los Asesinos de Dragones, tenían que partir, portando la armadura familiar y acompañados de un fiel corcel en búsqueda de algún castillo que vigilara un dragón que aprisionara una princesa.

Pero este caballero, de nombre Thomas, primogénito de Charles, era diferente. Desde pequeño era reacio a siquiera empuñar la espada familiar. Peor aún, siempre cuestionaba a sus maestros, a su padre y a su propio destino.

“¿Por qué todas las princesas están en castillos resguardados por dragones? ¿Quién las puso ahí?”

Realmente no había respuestas a aquellas preguntas. Desde tiempos inmemoriales parecía que cualquier hija noble tenía que ir a un castillo lejano a vivir sola con un dragón. Nadie jamás se lo había cuestionado. Aunque podría ser por tener padres altamente irresponsables.

Peor aún, nadie sabía por qué había dragones en aquellos castillos. Nadie había visto nunca un dragón fuera de esas fortalezas, y ni siquiera sabían qué clase de arquitecto corrompido podría ser capaz de haber construido semejantes trampas mortales.

Pero para Charles, su padre, realmente era inútil siquiera cuestionar el por qué el mundo era como era. Así que siempre que Tom se rebelaba ante su designio, le decía enojado:

“Cállate. Ponte a practicar con la espada, animal.”

Cuando Thomas se convirtió en un caballero, habiendo pasado — a duras penas — todo su entrenamiento en el gremio. Seguía siendo flacucho, débil y francamente, seguía peleando con sus padres.

Charles, indiferente, le otorgó un caballo, víveres para sobrevivir 3 meses, un mapa, la espada que había portado su tatarabuelo y la armadura de la familia. Su madre, la reina, le había dado un par de cambios de ropa, un pendiente de la buena suerte y algunas pociones. El Rey le dijo que no volviera a pisar su palacio hasta que no trajera a su princesa y una cabeza de dragón.

El caballero, decidió que sería una tarea fácil. Después de todo, su padre, su abuelo,su bisabuelo, etcétera, etcétera lo habían logrado sin problemas. Así que apenas partió de su hogar pidió direcciones para el castillo abandonado más cercano, para rescatar a esa princesa matar el dragón y volver a casa pronto.

Pero no fue así. Tom fue derrotado, ni siquiera por el dragón, pero tan sólo por el arduo camino que suponía siquiera llegar a ese castillo.

Volvió al pueblo, sin comida, ni dinero, a recuperarse.

Un año después decidió intentar con otro castillo, esta vez, uno al que fuera más fácil llegar. Se enteró de algún ‘nuevo’ castillo y dragón que habían aparecido en unas praderas al norte, también fue avisado de que en ese castillo vivía una princesa preciosa de ojos azules y cabello castaño.

Impulsado por la hermosa visión que tenía de aquella princesa decidió partir al norte. Y esta vez, aguantó el trayecto hasta la puerta del castillo.

Sorteó el estrecho pasaje hacia el interior del castillo. Olía a incienso por dentro y estaba muy oscuro. El dragón debía estar cerca. Empuñó la espada con su mano derecha y el escudo con la insignia familia con la izquierda y avanzó hacia un claro que había en medio del castillo.

Era de noche y la luz de la luna apenas alumbraba en el estrecho espacio, pero pudo divisar algo mientras se acercaba al patio: Ahí estaba el dragón. Parecía dormido, echado en sus cuatro patas, las alas guardadas y la cabeza recostada en el suelo. Recordó sus lecciones: para matar a un dragón hay que cortarle la cabeza o en su defecto, clavar una espada gruesa sobre ella. Decidió que tenía que aprovechar el elemento sorpresa.

Respiró hondo.

Thomas se lanzó a correr a pesar de la pesada armadura. Echó un salto y le dio un tiro atinado a la cabeza, encajando la espada justo entre los ojos del dragón.

Se quedó un par de segundos ahí, dejando pasar la adrenalina y respirando agitadamente. Soltó la espada encajada en el cráneo del dragón y dio un paso para atrás levantando los brazos y riendo sonoramente.

“¡En tu cara, papá! ¡Sí!”

Pero entonces notó un olor que no era incienso. Era un hedor repugnante, fétido. Se dio la vuelta para volver a mirar al dragón. No se había dado cuenta en la carrera para encajar la espada, pero ahora notaba que la bestia estaba pudriéndose. Debía llevar meses muerta y tirada en el suelo porque todo el cuerpo parecía estar lleno de moscas.

Tom pateó al dragón. Había sido tan idiota como para ir a un castillo donde ya había pasado otro caballero a matar al dragón y reclamar el amor de la princesa de cabello castaño. Se dejó llevar por la ira y siguió golpeando, con sus aún débiles brazos el cadáver del dragón.

Entre sus gritos de enojo, nunca escuchó los pasos de la princesa acercándose.

“Hola caballero” dijo la princesa, recargada en un pilar viendo cómo el guerrero se desquitaba con el dragón muerto.

Thomas se sobresaltó, y desenvainó una llaga apuntándola a la princesa. Luego se dio cuenta de quién era la que le estaba llamado, y guardó el cuchillo de nuevo.

“Princesa…” dijo estúpidamente maravillado por el cabello castaño y los ojos azules.

“Veo que te entretienes con el dragón”

Tom estaba estúpidamente mirándola, cautivado por su belleza que ni siquiera reaccionó cuando la princesa se le acercó, desenterró la espada que seguía encajada en el cráneo del dragón y se la extendió al caballero.

“Lo maté hace tres días. Pero buen intento.” dijo la princesa, mientras Tom tomaba la espada de sus manos. “Se puede decir que no soy la clásica princesa que espera que la rescaten.”

“Pero se supone que yo debía matarlo” dijo finalmente Thomas. “Vine hasta aquí para rescatarte del dragón.”

La princesa lo volteó a ver frunciendo el ceño. “Todos creen que tenemos que ser rescatadas ¿no? ¡Para eso nos encierran aquí en primer lugar! Como si fueran tan buenas personas ustedes los caballeros. Pues no, ¡yo lo maté sola!”

Tom se arrepintió de haber dicho algo. “Discúlpeme princesa, no era mi intención ofenderla…”

“Quiero irme contigo.” lo interrumpió ella.

El joven vio una oportunidad. Quizá él no hubiera matado al dragón, pero igual podría quedarse con la princesa. Y al final el cadáver del animal seguía ahí, bien podría regresar a su hogar, engañar a sus padres y por fin dejar atrás esa estúpida idea del destino familiar.

“Princesa, me harías el honor de casarte conmigo.” Dijo Tom armándose de más valor que el que había requerido para ‘matar’ al ya muerto dragón.

“No.” Dijo ella.

El joven no entendió nada, y se quedó atónito mirando a la princesa por la rejilla de su casco.

“Y deja de llamarme princesa, me llamo Samantha”.

“¿Entonces, por qué querrías irte conmigo, Samantha? Si no es para vivir juntos.”

“No quiero vivir contigo, por favor. ¡Quiero luchar a tu lado contra dragones! He visto tu escudo y tu capa, eres de la Casa de los Asesinos de Dragones.”

“Pues sí… mi padre es el Rey Charles, hijo de …”

“William, Jeremiah, Arthur… sí ya sé el versito” lo interrumpió Samantha. “La cosa es, yo no quiero que me rescaten. Es más, no necesito que me rescaten. ¡Yo quiero luchar, yo quiero sentir la adrenalina de estar en peligro! Y seamos sinceros… necesitas mucha ayuda.”

Tom lo tomó como un insulto. Se guardó su espada y se dirigió hacia la puerta del castillo. Samantha lo persiguió:

“¡Hey! No me dejes aquí, haríamos un excelente equipo. Imagínate cuántas princesas podemos liberar juntos. ¡Anda, por favor!” Le rogó al caballero mientras este, decidido no dejaba de avanzar a la salida.

Thomas pasó 5 años más entrenándose para su siguiente asalto a un castillo. Sus primeros intentos habían sido fracasos rotundos, pero poco a poco había mejorado su habilidad con la espada y el escudo. Sus músculos se habían hecho más fuertes, por lo que ya no batallaba en moverse con la armadura azul de la familia. Y por supuesto había aprendido mucho más.

En esos 5 años había hecho algunos intentos adicionales. Nunca tan ostentosos como los anteriores, pero todos las batallas contra dragones habían terminado de forma exitosa. Los rescates de la princesa… no tanto.

En un castillo en las montañas había atacado al anochecer, embriagado por el deseo de aventura, sólo para descubrir que la princesa se había mudado ese verano a un lugar con más Sol.

En otro castillo en la costa había encontrado una princesa que conservaba grotescamente los cuerpos de todos los caballeros que habían perecido en las garras del dragón de su castillo y vivía atrapada en los sueños de lo que pudo haber sido si el de la armadura dorada hubiera matado al dragón o si el de la armadura negra no hubiera cantado una serenata antes de matar a la bestia.

Muchas veces más había usurpado castillos en los que ya no había ni dragón que matar ni princesa por salvar. Sólo quedaba un amigable letrero firmado por el caballero noble triunfante que le decía que “Tu princesa está en otro castillo”.

Para Tom, todas habían sido experiencias emocionantes, aunque tremendamente desgastantes. A sus 20 años seguía sin rescatar a una princesa, se había batido en miles de combates contra todo tipo de bestias y ya había matado a muchos más dragones que lo que su padre, el padre de su padre, y el padre de su padre de su padre habían matado juntos.

Sin embargo, no había perdido la esperanza. Aquellos años le habían dado mejor entendimiento de la situación. Ahora entendía por ejemplo, que los castillos aparecían cada luna llena, después de que una princesa noble cumpliera la mayoría de edad. Que no eran construidos por ningún arquitecto — al menos no uno humano — y que el dragón al parecer venía incluido en el paquete. Sabía que los reyes no eran los perpetradores de semejante plan, y que, de hecho no podían hacer nada para ayudar a sus hijas a evitar semejante destino. Sabía también que cada castillo era único así como el dragón que ahí habitaba.

También podía ahora ubicar, guiado tan sólo por las estrellas, dónde estaban los castillos más nuevos y qué princesa estaba en cada castillo. Así que, cuando escuchaba sobre alguna princesa que le parecía especial podía saber dónde buscarla.

Así pues las habilidades de Thomas se habían hecho famosas en todo el reino. Todo mundo sabía que el collar que colgaba de su cuello contenía miles de dientes de todos los dragones que había matado, y que su lustrosa armadura se había ganado con perseverancia. Sin embargo, su padre Charles, que con la edad se había hecho aún más granuja y testarudo, seguía sin admitirlo en casa hasta que llegara con una princesa a la cual otorgarle su nombre real.

“Eres una vergüenza para la familia hijo. 20 años y sin una princesa. A tu edad ya tenía 4 hijos.” le decía Charles en sus cartas a casa. “A veces creo que te gustan más los dragones que las princesas.”

A Tom le movía más ya el orgullo, de poder restregarle en la cara a su padre que él también podía conseguir a una princesa que cualquier otra motivación. Así que cuando escuchó hablar que la princesa Victoria había desaparecido de su hogar se dio a la tarea de buscarla.

Victoria era hija de unos reyes del norte, princesa de la Casa Real y reconocida como la mujer más hermosa de todo el reino. Era de tez pálida y un cabello rojizo brillante. Sus ojos eran de un color verde penetrante y tan grandes y bellos que le daban un aspecto angelical. su voz era suave y dulce, tan hermosa que había cantado un dueto con ‘Pitbull’.

Si Thomas quería ganarse el respeto de su familia, tenía que rescatar a esa princesa. Observó el manto estelar y determinó que el castillo en que estaba capturada debía estar en la isla más alejada del reino, un lugar despoblado lleno de peligros. Y así, armado de valor, impulsado por el amor y por el honor partió en camino a conquistar a la bella Victoria.

Y ahí estaba. Frente a la puerta del castillo de Victoria. Habiendo sobrevivido a un camino brutal, que ni siquiera el mejor caballero del reino podría haber resistido.

Se quitó el casco y respiró el olor a incienso que el dragón dentro del castillo despedía.

Se sacudió el cabello negro. Thomas no era el hijo más guapo de Charles, pero era bien parecido. Tenía un cabello largo y negro, ojos azules y una barba prominente. Era alto y con todos esos años había ganado una musculatura envidiable. Era el estereotipo perfecto de un campeón — aunque aún no lo había sido en la vida real.

Se acercó a la puerta, acercó el oído y puso atención. Escuchaba los fuertes pasos del dragón y su torpe respiración muy cerca de la puerta. Se alejó y observó detenidamente el castillo, analizando otras entradas. Se propuso escalar y entrar por una estrecha apertura en el segundo piso, desde ahí, si era suficientemente sigiloso podría evaluar la mejor estrategia para acabar con la bestia.

Con todo y armadura, y valiéndose tan sólo de sus manos, el caballero escaló y se introdujo en el castillo haciendo el menor ruido posible. El dragón no se había percatado de su presencia en los balcones del segundo piso y seguía haciendo rondines por los pasillos del primer piso.

Tom miró un candelabro antiquísimo a punto de caer sobre uno de los pasillos. Era pesado y llamaría la atención del dragón por unos minutos. Sacó su arco y disparó de forma certera sobre las cadenas que lo sostenían para hacerlo caer estruendosamente sobre el suelo del castillo.

El dragón se sobresaltó. Escupiendo fuego y retumbando el piso a cada paso se acercó al lugar donde había caído del candelabro. Se quedó observando a todos lados enfurecido. El guerrero, sin que éste lo viera, había bajado a la primera planta, y estaba justo detrás de él. El caballero dejó caer su espada sobre la cola del dragón, pero la piel de este era tan fuerte que no pudo partirla completamente.

El animal soltó un chillido muy particular, casi como quejándose de forma humana y se volteó de súbito hacia Tom. El caballero salió corriendo a cubrirse detrás de un pilar mientras el dragón escupía fuego en su dirección.

“Ya te ví, imbécil” gritó el dragón.

Tom se quedó paralizado por un momento. ¿El dragón le acababa de hablar? Sabía que cada dragón era diferente, y en su vida había matado a muchos: de 4 patas, de 2 patas, con muchas alas, sin alas, verdes, azules, rojos… pero nunca se había topado con uno que hablara en idioma humano.

El caballero recobró la compostura y enfrentó al dragón. Un golpe con la espada a la derecha, seguida por una vuelta y otro golpe a la izquierda. El caballero lastimó las piernas del dragón rápidamente y éste se enfureció aún más. Echó a correr por un pasillo y se escondió tras una saliente.

“¿Qué carajos te pasa, eh?” Dijo el dragón. “Vienes a mi casa a tratar de matarme. No te vas a salir con la tuya, príncipe azul.”

Thomas pensó que seguramente había tomado demasiadas pociones esos últimos días. No tenía sentido que el dragón pudiera hablar.

El dragón se asomaba en cada cuarto y poco a poco se acercaba a donde estaba el caballero.

La espada era inútil cortando sobre la carne tan dura de este dragón, así que tenía que actuar rápido y diferente.

Justo encima del guerrero, había una viga de madera que sostenía el quebradizo techo de piedra. Tom pensó que si lograba hacer al dragón escupir fuego en esa dirección se quemaría la viga y le caerían miles de piedras encima a la bestia.

Tom se descubrió justo enfrente del dragón y detrás de la viga.

“¿Hace calor, no?” le dijo retando al dragón.

“Calor el que vas a tener.” murmuró el dragón dejando escapar una bocanada de fuego sobre el pasillo.

El caballero se lanzó hacia un lado en el momento justo para evitar terminar en llamas. La viga se deshizo completamente pero no tuvo el efecto que Thomas esperaba. No hubo un derrumbe ni mucho menos.

El dragón dio unos pasos hacia el frente riéndose.

“Me gusta asar mi comida en lata.” fue lo último que dijo antes de dar un pequeño salto preparándose para exhalar fuego sobre Tom de nuevo.

Pero ‘el pequeño salto’ para semejante monstruo es un temblor para el resto del mundo. Y sin viga que mantuviera el techo del castillo en su lugar el dragón terminó haciendo que las piedras del techo le cayeran encima.

“¡Maldita sea! ¡No me puedo mover!” Gritó el dragón haciendo un esfuerzo para conservar el aliento.

Tom se levantó del suelo y se acercó al dragón.

No tenía nada de especial. Era un dragón albino, con piel gruesa y escamosa. Un par de cuernos largos y retorcidos sobre la cabeza. Unos grandes ojos rojos a los lados de su alargado cráneo. Unas mandíbulas prominentes. El cuerpo era delgado, con dos pequeñas alas a los costados. Tenía sólo dos patas y otro par de extremidades que actuaban como manos. En fin, era enorme y horrible, como todos los dragones. Pero éste podía hablar.

“¿Cómo es que hablas?” preguntó Tom, “Nunca había visto un dragón como tú.”

El dragón hizo un intento de sonrisa. “¿No sabes nada sobre dragones, verdad?”

A Thomas le causaba curiosidad este dragón. Sabía que debía matarlo, pero al mismo tiempo era un animal bastante particular.

“He matado a más de tu especie que ningún otro hombre. Se ve que puedas hablar pero no que tengas cuidado con lo que dices.” Dijo Tom, retándolo.

El monstruo se quedó mirándolo con desdén e ignoró su ofensa. Hizo otro esfuerzo por moverse sin éxito.

“Si me vas a matar, hazlo ya.” Dijo por fin.

Tom sabía que debía matarlo, pero le causaba demasiada curiosidad descubrir qué le podría explicar el dragón acerca de … pues,los dragones. Se quedó tanto tiempo pensativo que incluso olvidó que estaba en ese castillo para rescatar a la princesa Victoria.

Le dio la vuelta al dragón, sabiendo que no se podría mover de ahí con medio castillo a sus espaldas y retomó su camino hacia la torre donde estaba la princesa.

Thomas estaba a la puerta de la alcoba de Victoria. Se quitó el casco y pretendió acomodarse el cabello viéndose en el reflejo de su azulada armadura. Había esperado un momento así durante siete años y medio. Estaba nervioso.

Entró.

Por dentro, la habitación era completamente diferente al resto del castillo. Estaba limpia para empezar.

Había decoraciones en las paredes. Dibujos. Bocetos increíblemente detallados de la anatomía del dragón con el que acababa de luchar. Los muebles estaban perfectamente ordenados y en buenas condiciones. Había muchos libros por toda la habitación de castillos, de leyendas y de historias. Se notaba que además de hermosa, Victoria debía ser una princesa muy culta.

“¡Qué gusto! ¡Hace mucho que no teníamos visitas!” exclamaron del otro lado de la habitación.

La princesa Victoria, bellísima con su cabello rojo se acercó al caballero a propinarle un beso y un abrazo.

“¡Hey! Traes la armadura y todo ¿Eres un príncipe azul o qué?” dijo juguetonamente Victoria

“Pues sí, algo así… Soy Thomas, hijo del Rey Charles” no pudo completar la oración Tom, antes de que Victoria se asomara por la puerta a vigilar si venía alguien.

“… ¿No te vio Roger entrar verdad?” preguntó Victoria

“¿Roger?”

“Sí. Es mi novio.”

Thomas sintió otro fracaso aproximarse. ¿En serio había llegado otro caballero antes? ¿Cómo pudo pasar? Él había sido el primero en ubicar el castillo tan pronto se enteró, por si fuera poco el camino para llegar era mortal. ¡Y además el dragón seguía vivo cuando él llegó!

Él se quedó contemplándola un instante. Su sonrisa se había disipado un poco con esa última declaración de Victoria. Ella era demasiado hermosa, inteligente y llena de alegría. Definitivamente hubiera sido la mejor esposa que llevar a casa.

Tom tomó sus cosas del escritorio donde las había puesto y se dirigió a la puerta en retirada.

“Lo siento por estar tan paranoica sobre eso, es que, los dragones son muy especiales cuando alguien viene a ver su chica, ¿sabes?” dijo Victoria.

De nuevo se quedó paralizado Thomas,y se giró lentamente a ver a Victoria a sus ojos verdes.

“¿Tu novio es …un dragón?” dijo lentamente sin apartar su mirada de ella.

“… Sí”

“Un dragón… con alas”

“… Sí”

“…Que escupe fuego”

“¡Sí!”

Ella parecía decirlo con una naturalidad tremenda. Para él era como si estuviera en una especie de comedia muy mala.

“¿Me estás diciendo que estás enamorada del dragón que vigila tu torre?”

“¡Sí! ¿No es romántico?”

Tom se desmayó.

Cuando recobró el aliento, Tom estaba recostado sobre el sillón de la habitación de Victoria. Ella lo estaba vigilando muy preocupada.

“¡Tom, Despierta!” le decía ella, angustiada a su lado.

“Lo siento” fue lo primero que dijo él.

Ella lo abrazó dulcemente.

“Me tenías preocupada.”

Thomas respiró hondo. Se paró y tomó la mano de Victoria.

“Princesa Victoria, vengo a rescatarte de este castillo y llevarte de nuevo a la ciudad.” dijo, creyendo fervientemente que lo que había escuchado antes era sólo un juego.

Victoria lo miró con su dulce sonrisa.

“Muchas gracias, Tom, pero, no creo que a Roger le guste la idea.” le respondió.

Thomas suspiró y miró al infinito antes de regresar la mirada a Victoria.

“Roger es tu dragón”

“Mi novio.”

Hubo un silencio incómodo entre los dos.

“Sé que debe ser raro, por lo general la gente le tiene miedo a los dragones… pero Roger fue el primero en llegar al castillo” Victoria trató de explicarle a Tom que cuando amaneció en aquél lugar, fuera de casa, se sintió tremendamente sola, y que Roger, el dragón, había sido su única compañía.

“Era un poco tímido. Los primeros días yo le hablaba, pero él no decía nada. Después comenzó a hablarme.” dijo Victoria.

A Victoria le parecía muy dulce que Roger estuviera siempre vigilando el castillo, cuidándola de que nada malo le pasara.

Thomas no entendía que estaba pasando. Si lo de todas las princesas que había conocido antes era algo raro, esto debía ser el colmo.

“Pero, ¿Cómo te puedes enamorar de un dragón?! Él te mantiene aprisionada en esta torre. ¡Ellos ni siquiera te dicen nada gentil, sólo te vigilan!”

“Pues, yo sé que Roger no es la persona más amable…” dijo la princesa bajando la cabeza.

“¡Ni siquiera es una persona!” interrumpió enojado Tom.

“Roger me quiere a su manera.” dijo la princesa convencida mirando a los ojos a Tom. Victoria sabía que Roger era frío, hostil inclusive, pero creía fervientemente que ella podía hacerlo cambiar para mejor.

En la mente de Tom pasaban los finales de todos los cuentos infantiles: ‘El príncipe azul rescató a la princesa del dragón y vivieron felices para siempre’. En ninguno el dragón se llevaba a la chica. Después de todo ¿Qué había hecho el dragón para merecerla si nada más había aparecido junto con el castillo?

Tom le ofreció por última vez.

“Princesa Victoria, te ruego que pienses de nuevo tu posición. Un dragón no es una buena compañía para una persona como tú. ¿Cómo sabes que no va a hacerte más daño que el que ya te hace manteniéndote aquí? Ven conmigo, te prometo, que serás mucho más feliz.” dijo Tom.

Victoria se quedó mirándolo pensativa.

“… lo siento, Tom.”

Para Tom, Victoria había quedado aprisionada no por su alejado castillo, ni por su dragón, si no por amar a algo sin sentimientos.

Para Victoria, Tom era incapaz de reconocer el amor.

Para el dragón, las piedras del techo del castillo que tenía encima pesaban mucho.

Tom salió del castillo a la mañana siguiente. Pero no sin antes darse una vuelta por el pasillo donde Roger, el dragón, seguía atrapado.

“¡Miren quién volvió!” exclamó sarcásticamente el dragón, “Supongo que ya te llevaste a mi princesa.”

Tom movió una de las piedras encima del dragón.

“Te voy a dejar libre. Pero respóndeme antes algo.” dijo Thomas, fríamente.

El dragón parecía consternado, pero asintió con la cabeza.

“¿Puede un dragón amar? ¿La amas?” le preguntó el caballero.

“Uhmm…” se pensó la respuesta el dragón, “No. Ya no. Al menos no como un humano. Pero ella es mía.” Roger le explicó a Tom que los dragones solían ser seres humanos. Hombres atrapados por un amor, que en vista de su incapacidad de mantener enamorada a una mujer decidían aprisionarla mediante un hechizo. “Es la única manera en que puedo tener a mi lado.”

Tom le quitó las piedras de encima una a una.

Cuando Roger estaba libre, no atacó a Tom, simplemente se retiró hacia la torre de Victoria, donde ella, asomada, suspiraba al verlo.

Thomas abandonó el castillo con las manos vacías y con la mente llena de ideas confusas. Mientras tanto, Roger se incorporaba a su labor de vigilancia perpetua, sin siquiera inmutarse de que Victoria suspiraba al verlo desde su ventana.

--

--

Oscar Bazaldúa
El Laboratorio de Letras

Developer at 343 Industries / Microsoft. Escribo para computadoras y programo para humanos.