De regreso al Reino del Medio

Luis Wong
El País del Medio
Published in
6 min readOct 16, 2017
Mao Zedong en uno de los arcos de la Ciudad Prohibida.

Luego de unas treinta y cinco horas de vuelo, he regresado a China. En abril de 2016 viajé por primera vez a este país, casi de un momento a otro, sin saber con qué me encontraría, y me quedé unos seis meses en Guangzhou. En aquellos meses no paré de asombrarme de lo distinta que es la cultura china con respecto a la occidental y de lo poco que conocemos los que estamos al otro lado del Pacífico. Tras regresar a Perú, me arrepentí de no haber llevado un recuento escrito (o un recuento fotográfico un poco más extenso), por lo que esta vez no cometeré este error. Los siguientes posts en este espacio estarán dedicados a mi paso por China, o como se auto denomina en Mandarín: el reino del medio (Zhongguo).

El viaje

Algarabía por la presencia de Paolo Guerrero en el aeropuerto. Unos días antes había anotado el empate ante Colombia.

Viajé entre la alegría de un país que había clasificado al repechaje del mundial. Las personas en las calles estaban contentas, sonreían. Lima era una ciudad optimista. Yo también me contagié un poco y cuando vi a algunos jugadores de la selección en el aeropuerto me acerqué a pedirles una foto. Las fotos fueron con el “Orejas” Flores y con la “Foquita” Farfán. Ambos ídolos de la nueva selección peruana que había logrado lo imposible en los últimos partidos: no perder con Argentina en Buenos Aires y lograr el quinto puesto en una eliminatoria que parecía perdida hace unos meses.

Tras ese episodio, comencé el viaje. Primero hacia Miami. Cinco horas. Ahí, luego de una cola de más de una hora en migraciones (en la que han implementado un extraño nuevo proceso en el que uno consigue un ticket de entrada y luego pasa por una cola hasta un inspector), tuve que esperar unas Cinco horas más hasta el siguiente vuelo hasta Chicago. En ese aeropuerto esperé unas horas más y comencé el viaje de verdad, el de doce horas y media hasta Beijing.

El avión estaba lleno de chinos. Chinos infantes que lloraban cada cierto tiempo, chinos adultos que escuchaban música o dormían y chinos viejos que se quejaban cada cierto tiempo. Yo era un chino peruano que los chinos confundían con otro chino y que el personal del avión confundía con un chino más. Las horas no se pasaron rápido pero tras un poco de desesperación, pesadillas y mala comida de avión, llegamos a Beijing.

Las primeras 48 horas

En el aeropuerto me recibieron dos amigos que ya los conocía de antes y con quienes trabajo desde hace unos meses: “CT” y “oncle”. Siempre me han fascinado los nombres occidentales de los chinos. En algún momento de sus vidas deciden ponerse uno y algunos de ellos los conciben a partir de lo que sucede en sus vidas en esos momentos. Otros simplemente se ponen uno que suene bien, aunque el significado termine siendo un poco extraño. Hace poco conocí a un chico que se hacía llamar “Lucifer”.

El jetlag lo tengo hasta ahora, pero las primeras noches fueron las peores. Un día me desperté a las dos de la mañana y otro día a las cuatro. Los chinos para los que trabajo me están hospedando en un hotel, que hace unas horas descubrí que también sirve como edificio de oficinas. Al frente de mi cuarto está una oficina de tercerización de recursos humanos.

Vista desde el cuarto de mi hotel. Sexto piso.

El primer día en Beijing fui a Tiananmen Square, aquella plaza emblemática y recordada como una señal del autoritarismo chino. Si bien hoy es posible visitarla, la tarde en la que fui estaba cercada por oficiales. Esta semana el partido comunista se reúne para decidir los planes del partido y del país por los siguientes cuatro años y por ello la seguridad en todo el país (y sobre todo en Beijing) es más fuerte. Antes de pasar por la plaza, visité con un colega mío un museo que era administrado por un amigo suyo. Luego de sortear por varias puertas que decían acceso restringido, llegamos a su oficina y nos enseñó algunas piezas de su colección: unos jarrones de la dinastía Qin, unas piezas que tenían mil años de antigüedad y otras cerámicas. Lo que más recuerdo de esa visita fue el té. Taza tras taza el dueño del museo nos servía más té y yo evitaba rechazarlo por cortesía.

Guardias en el perímetro de la plaza. Día nublado y con lluvia en Beijing.

Tras esa visita y tras visitar Tiananmen Square comenzó a llover. Seguí junto a mi acompañante por más controles y arcos y llegamos a la Ciudad Prohibida, con el retrato de Mao y la bandera china ondeando en su fachada. Hasta ahí llegaría ese día y volvería al hotel a descansar luego de haber caminado por horas.

Una familia china

Lo primero que hice al siguiente día fue conseguir internet. Mi antiguo número fue cancelado por no pagarlo tres meses y debía conseguir uno nuevo. Entre señas y algo de chino que he aprendido en los últimos meses, logré un plan de 2 GB y algunos minutos por 78 RMB al mes. Debo haber sido el episodio más pintoresco del día de dicha oficina de telefonía.

El día continuó con una visita a la casa de un amigo, CT, a las afueras de Beijing. Digo afueras de Beijing pero en realidad no tengo idea de dónde acaba la ciudad, lo cierto es que nos demoramos una media hora sin tráfico en un taxi que pedimos usando Didi, la versión china de Uber (aunque para ser más exactos y justos, debo mencionar que Didi compró la operación china de Uber hace unos meses).

Todo este barrio fue levantado en dos años.

La casa de mi amigo quedaba en un nuevo complejo habitacional que alguna compañía china construyó en dos años. El resultado fue unas dos docenas de edificios de más de treinta pisos que se acomodaban en un espacio que no se había preparado para recibirlos. Sin pistas, hospitales, colegios (salvo un kindergarden) y con un solo mercado a un kilómetro de distancia al cual fuimos para comprar la comida para la noche, es una buena metáfora para lo que está sucediendo hoy en China: crecer rápido y ocuparse de lo que se necesita después, si es que a alguien le importa.

Nombre en Taobao para contratos: Kiya.

La esposa de mi amigo diseña ropa para muñecas y las vende por internet. Según mi amigo, se ha vuelto famosa y le llegan pedidos por unos 1000 RMB (un poco menos de unos 200 dólares más o menos). Taobao, una suerte de Mercado Libre chino, ha creado una economía virtual y ha creado empleos para gente que como la esposa de mi amigo ha encontrado un nicho que quiere comprar ropa para muñecas.

La tarde la pasamos cocinando (o para ser más precisos, viendo a mi amigo cocinar). Comimos cangrejos, costillas de cerdo y pollo. Tomamos agua, porque el repartido al cual le pedimos Coca Colas vía WeChat no atendía porque estaba comiendo.

A eso de las ocho sentí que debía irme. Nadie me decía nada pero no estaba seguro si en la cultura china uno podía quedarse hasta la hora que quisiera o si el dueño de la casa lo iba a sugerir. Tras despedirme, abordé un nuevo taxi que pedí usando Didi y llegué al hotel en veinte minutos. El taxista era lo que se conoce como un “lao-siji” o conductor con experiencia: tenía más de nueve mil viajes.

“Lao-siji”

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Luis Wong
El País del Medio

Creo puentes entre occidente y China para indies con indienova. Co-fundador @leapgs, @enjmin alumnus. Escribo sobre juegos, sus creadores y a veces sobre China.