¿Pensás que la vida te espera?

Juan Tonelli
El Pellizco
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4 min readJun 22, 2015

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Mientras las lágrimas caían por sus mejillas, soñó volver atrás el tiempo y poder agarrar fuerte todo lo que estaría por perder.

Michel estaba llegando a Aeroparque para tomarse el avión que lo llevaría a Mar del Plata. Iba a ver a su amigo muy enfermo de cáncer. Hacía dos años que éste venía peléandole cuerpo a cuerpo a la enfermedad, aunque perdiendo por goleada. Estaba en la dársena de acceso al aeropuerto cuando vio en su celular que el hijo de su amigo lo estaba llamando. Se estremeció intuyendo lo peor.

Efectivamente, lo llamaba para contarle que su padre había muerto. Mientras bajaba del taxi y se dirigía al mostrador de la aerolínea, Michel se maldijo por haber pospuesto aquél viaje tantas veces.

Siempre estaba tan ocupado y con tanto trabajo, que había diferido la visita demasiadas veces. Como si su amigo lo fuera a aguardar para morirse. Como si la vida nos esperara.

Tan pronto llegó a Mar del Plata, le informaron que el velatorio sería a las 21.30 en un lugar céntrico. Sin saber bien qué hacer en las dos horas que faltaban, tomó su Ipod, se colocó los auriculares, y salió a caminar al lado del mar. En ese estado de hipersensibilidad, los temas se sucedían entre indiferentes y lejanos. El mar estaba ahí, maravilloso como siempre.

Michel se preguntaba por la vida, tratando de entender lo que no se podía. No era lógico que un tipo tan sano y fuerte y alegre, dejara este mundo con solo 54 años de edad.

¿Y desde cuándo la vida tenía que ser lógica?

Entre tantas emociones encontradas Michel buscaba alguna música con la cual conectar. Todos los temas parecían lejanos y anodinos. Cansado de buscar y no encontrar, dejó que el azar resolviera lo que él no podía. Increíblemente, enseguida apareció una canción que nunca lo había conmovido mucho, pero que ese día lo puso en carne viva. ¿Qué habría cambiado? De poco importaban las explicaciones de porqué aquél tema había logrado lo que ni sus temas favoritos habían conseguido.

Mientras caminaba frente al imponente océano, se puso a llorar. La muerte de su amigo le tocaba el alma. El no haber llegado a tiempo lo sensibilizaba aún más. Se enojó consigo mismo por haber pensado que la vida lo esperaría. Aunque el tema seguía sonando y haciendo estragos, Michel no quiso detenerlo. Deseaba conectar con todo lo que brotaba de su ser. Tristeza, tristeza, tristeza. Ganas de recuperar el tiempo perdido. Saber que eso no era posible. Pensar en todas las cosas de su vida que ya eran pasado y no volverían más. Su infancia, su adolescencia, aquellas libertades. La falta de horarios y responsabilidades. Sus pasiones, alegrías, despreocupaciones.

Su matrimonio, la familia unida. Eso también se había ido para no volver.

Mientras las lágrimas caían por sus mejillas, soñó volver atrás el tiempo y poder agarrar fuerte todo lo que estaría por perder. Disfrutarlo a pleno, impedir que el tiempo pasara y sobre todo, que las cosas pasaran.

Sintió que su vida era como un tren que seguía, seguía y seguía. Por momentos más rápido, por momentos más despacio. De a ratos, con paisajes monótonos, y en otros casos con lugares increíbles. Pero lo único que definitivamente no sucedía nunca, era que el tren se detuviera. No paraba ni en los momentos maravillosos, ni tampoco, afortunadamente, en las instancias terribles. Claro, hasta los veinte o los treinta, el ritmo no molestaba porque nos creíamos inmortales.

Pero después de los cuarenta, la cuenta regresiva lo cambiaba todo. Ya no teníamos tanto tiempo que perder, porque por primera vez nos dábamos cuenta que no éramos eternos.

Más difícil aún, empezábamos a experimentar algo inédito. Que lo que habíamos dejado atrás era mucho. Ya había abundantes recuerdos, no todos tan lindos. Y aún los buenos, al saber que no volverían se tornaban en tristes.

¿El pasado y la tristeza serían sinónimos?

Sintió un impulso de apagar la música y cortar de raíz aquellos pensamientos. Sin embargo, optó por vincularse con esos fantasmas. Allí estaban ellos, y ahí estaba él. Con 43 años sabía que no era bueno combatirlos. Pero también había aprendido a no entregarse a ellos, dejándoles una zona liberada en donde como delincuentes pudieran devastar todo con total impunidad.

Siguió caminando con los ojos llorosos y rojos, y la piel erizada. Como una tempestad, fue pasando y aclarando. Para cuando llegó a la casa de sepelios, estaba tranquilo. Después de abrazar fuertemente a la viuda y los hijos, pasó a la sala donde estaba el cuerpo sin vida. ¿Cómo era posible que estuviera muerto? Tantas experiencias vividas juntos, y ya eran todas pasado. En realidad, eran pasado desde antes, pero ahora quedaban brutalmente en evidencia. De ahora en más, todo lo referido a su amigo sería un recuerdo. Sólo un recuerdo. Nada más por vivir juntos.

Sintió lo dura que era la vida. Pensó, que en algunas ocasiones, se nos requería ser como Hernán Cortés. Capaces de quemar las naves como única forma de seguir adelante. No para conquistar ningún imperio sino para evitar caer en el abismo del pasado, que crecía con cada año de vida.

Se quedó observando a su amigo durante un rato largo. Como si al hacerlo, pudiera entender la muerte. O la vida.

Sin respuestas pero en paz, decidió retirarse. Parecido a lo que había hecho su amigo.

Juan Tonelli

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