“Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.”
-Constantino Cavafis
¿Si pensamos que la vida es un viaje, qué valor le daríamos al recorrido?
Mientras iniciamos el viaje, tenemos en mente la marca de llegada, el final, el motivo y/o estímulo por el que correr el riesgo de emprender un camino. Pero el viaje, la vida, es el camino mismo, con todo su recorrido, cada parada, atajo, descubrimiento y desventuras.
Por mucho que lo intentemos, jamás podremos anticiparnos al destino, a las aventuras o infortunios que nos espera.
No nos vale la ansiedad por el final, si no podemos encontrar el sentido de nuestro regreso a Ítaca.
Los invito a leer y reflexionar con:
Otra versión de Ítaca
“- Para mí, entrar a una cancha de tenis es un sufrimiento que sólo termina cuando acaba el partido”. La reflexión era particularmente paradójica viniendo de un jugador profesional. Se suponía que ese deporte era su pasión y no una tortura.
Alejandro, sin embargo, comprendía perfectamente de qué hablaba su compañero de gira en el circuito profesional. Él padecía el mismo problema: empezar un partido queriendo terminarlo. La ansiedad de que cada tiro fuera ganador para que la agonía no se prolongara. Apurar la definición y la finalización todo lo posible porque el juego era una tortura. Que otros disfrutaran el partido o el camino. Él solo quería terminarlo. ¿Cómo era posible tener semejantes sentimientos en una actividad que supuestamente amaba?