Apuntes de pandemia (II)

Victor Navarro-Remesal
El peor explorador del mundo
5 min readJun 12, 2021

Retomo la escritura de estas notas en un tren camino de Zaragoza. B lleva catorce meses sin ir, yo más. No es que me haya olvidado de ellas, pero descubro ahora que, poco a poco, me he ido viendo incapaz de poner en orden nada relacionado con el viaje. Durante unos meses acumulé ideas, borradores, fragmentos, cada vez más inconexos, cada vez menos formados. La acumulación de textos por cristalizar chocaba con una realidad detenida, todavía, por la pandemia; una realidad desde la que no quería escribir sobre el presente pero no veía cómo no hacerlo. Aparqué cuadernos y documentos y me dediqué a leer, hasta que ni siquiera me sentí capaz de pensar el viaje desde la voz de otros. De las cajas de mudanza he sacado ya libros como En el barco de Ise de Suso Mourelo o The Meaning of Travel: Philosophers Abroad de Emily Thomas, pero siguen esperando sobre la mesita. No es que haya caído en la acedia: leo otras cosas, escribo otras cosas, pero no sobre viajar, no sobre el coronavirus. Siento que todo lo que podía decir de inmediato sobre la pandemia ya lo he dicho, ya se ha dicho, y que todo lo nuevo habrá de esperar años.

No ayuda que en Sant Jordi, llevado por un impulso y un título divertido que me recordaba a Juan Carlos Ortega y su Morirse es una mierda, comprara el que sin duda es el peor “libro de pandemia” que he encontrado hasta ahora (los mejores serían el de Andrés Felipe Solano, el de Zadie Smith y Diarios de Wuhan). El autor se presenta como “arquitecto, diseñador, pintor y escritor” e imagino que alguna de esas cuatro cosas las hará bien, pero desde luego no es la última. Ya en 2021 sigue defendiendo ideas inútiles y peligrosas como alcanzar la inmunidad de grupo sin vacunas y se enreda en frivolidades como que las mascarillas son antiestéticas. Es uno de esos ensayistas cuyo tema principal son ellos mismos y que se consideran más divertidos y procaces de lo que son; seguramente porque han tenido la mala suerte y el mal juicio de leer a Wilde y creer que ellos podían hacer lo mismo. Aunque habla de algún viaje y alguna anécdota interesantes (conoció a Dalí y parece vivir de ello), no conseguí terminarlo y al día siguiente acabó en eBay.

Ahora, en el tren, enfrentado a mi propio material rodante, releo a mi amiga Laura Casasnovas, que en marzo publicó un texto de título “Un año de espacios vacíos”. “Soy una persona que necesita calma, huye de las masas y siempre ha buscado los espacios vacíos”, escribe, “¿Por qué, entonces, los espacios vacíos de este último año no me transmiten calma ni poesía, sino inquietud?”. Reconozco, como ella, que me siento un infiltrado cuando me descubro en medio de una conversación sobre añorar encuentros, celebraciones, jaleo. Yo, que desde que tengo memoria llevo dentro el impulso de mantenerme al margen del mundo, que nunca quise tener en él ningún rol, que nunca quise participar sino pensar y mirar, que envidio tanto a Montaigne como a Ikkyu, también siento el cansancio de cargar (en muy pequeña medida) durante demasiado tiempo con esta pandemia. Escribe Laura:

Supongo que lo que me causa la desorientación que padezco en estos momentos, lo que dificulta que me sitúe en el tiempo, es la constante expectativa frustrada, la falta de forma sobre fondo, la sensación de ausencia en cualquier lugar. Es el miedo a que no vuelvan a llenarse esos espacios vaciados por la pandemia –como tampoco volvemos a encontrar a Monica Vitti en el film de Antonioni– o, al menos, a no saber cuándo. Por supuesto, es también la conciencia de que detrás de estos vacíos superficiales se esconden otros más profundos: los huecos que dejan los que ya no están.

Zaragoza me da reencuentros, presencias, más que ruido. Vuelvo algo menos vaciado. En el trayecto contrario, de vuelta a Barcelona, leo Viajes de un antipático, de José María Parreño. Lo he comprado en una librería de segunda mano solidaria de la ciudad. Está dividido en dos secciones, “Diario de China” y “Cuaderno americano”, y lo abro con miedo a que repita el tono pagado de sí mismo del “arquitecto, diseñador, pintor y escritor”. Por suerte, no será así: Parreño se define como antipático y no oculta sus rechazos y disgustos, pero tampoco sus dudas, su cansancio, su desorientación. Encuentro la mirada de un profesor cansado, de un errante desorientado; una mirada poética, divertida, profunda, fragmentada (está hecho de notas), un lenguaje común con el que sé dialogar.

Viajes de un antipático me reconcilia con los temas centrales de estas notas, quizá porque me reencuentra con un motor que está más allá del turismo y de la pandemia pero que subyace en ambas: una cierta sensación de deriva que choca con la comprensión de estar varado, el desvelamiento (tan liberador como perturbador) de que ni el mundo ni nuestras vidas tienen estructura. Un sentimiento de naufragio cósmico tanto como una consciencia de vivir en un nowhere, en un ninguna parte. Parreño me hace recuperar una perplejidad con la que estoy familiarizado y, no sé bien por qué, su lectura desentierra en mi memoria un texto que publiqué hace una década a santo de la canción ‘Ode to L.A.’ de The Raveonettes y las nostalgias por lugares desconocidos, escrito en un momento en el que me sentía clavado a un lugar donde no encajaba.

Varados en el lugar equivocado: tal vez eso es lo que provoca nuestra zozobra. Esta estasis pandémica no es un reposo ni un vacío, y en medio del silencio de nuestro vagón, llegando ya casi a la estación, me digo que al otro lado del virus nos esperan más silencios como éste, luminosos, rodantes, silencios vivos en los que solazar el ánimo. A los pocos días de este viaje, iré a la biblioteca pública de Mataró y tomaré prestado un libro de viajes de Jan Morris, que será, apropiadamente, Trieste, o el sentido de ninguna parte.

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Victor Navarro-Remesal
El peor explorador del mundo

PhD, Game Studies. Videogames, play, animation, narrative, humour, philosophy. The unexamined game is not worth playing.