IX. Periferias

Victor Navarro-Remesal
El peor explorador del mundo
8 min readSep 2, 2020

1. Últimamente pienso bastante en la idea de periferia y me parece hermana del fragmento. Creo que los que estamos hechos de periferia no sabemos imaginarnos de una pieza. Hechos de partes que no acaban de pertenecer a ningún conjunto. Forasteros siempre. Somos, o soy, cosmopolita más a la manera de los cínicos (desde el desarraigo) que, mal que me pese, de los estoicos (desde la unión universal). O parto de la primera para aspirar a la segunda.

2. Leo Paseos con mi madre, libro en el que Javier Pérez Andújar da voz a las afueras de Barcelona, y anoto otra frase para esta carpeta de citas: “No íbamos a integrarnos, porque vivíamos atómicamente desintegrados”. Su periferia no es la mía, pero comparten hechuras. Cuenta que vuelve a su barrio y ya no se reconoce en él, describe una suerte de solapamiento entre lo extraño y lo familiar, y reconozco ahí buena parte de la desintegración atómica de muchos.

3. Ni siquiera la periferia es del todo mi casa, porque nunca supe encajar con lo que se espera de ella desde dentro o desde fuera. Mi periferia no es la de la marginalidad ni la de la extravagancia, sino una periferia tranquila, ignorada pero tan cómoda o tan aburrida como el centro de su ciudad cómoda y aburrida, un centro que es a su vez provincia de una capital fuertemente centralista. Mi periferia es una modesta excentricidad. Uno crece ahí sintiéndose lejos del mundo, con el acceso implícitamente vetado a todo lo que importa. A la vez, esa periferia ofrece la posibilidad de cultivar un sano perfil bajo, de trabajar la discreción y la prudencia, de librarse de la asfixia de la identidad fuerte. Y sintiéndose siempre un poco fuera, la pulsión del viaje nos encuentra algo más listos.

4. Hace años, cuando en una entrevista en una radio mallorquina me preguntaron cuál era mi patria, respondí con cierta pedantería y cierta sorna: “la sensació de ser estranger”.

5. Periférico de lo periférico, me siento hermanado con esos académicos que, como Akira Mizubayashi, deciden no entregarse a las viejas estructuras de la academia, con los que no se aferran a su grupo social o etiqueta, con esos errantes que deciden no hacer de su errancia motivo de distinción, con los que viajan en voz baja. Doy prioridad a la gente que no se aferra a un género, a una forma, a una voz, a unos temas, a un lenguaje, ni siquiera a unas ideas fijas. Mis autores favoritos están siempre un poco descentrados.

6. Sigo leyendo a Pérez Andujar después de incluirlo en estas notas y me topo con este fragmento sobre periferia y viajes: “Allí a donde vaya, en cualquier ciudad del mundo, antes que sus museos querré visitar sus extrarradios. Subirme a los autobuses que llevan a las afueras”. Yo no llego a tanto, pero a cada monumento le contrapongo una calle secundaria, a cada reclamo una cafetería anónima, a cada capital una población apartada. Reservo siempre en mis viajes huecos para la periferia, que es un poco como decir que reservo huecos para la sorpresa.

7. Japón es para mí Okinawa tanto como Tokyo, Tanabe tanto como Kyoto. Para investigar tres meses en Dinamarca tuve que elegir vivir en Malmö porque la economía no permitía otra cosa, pero pronto agradecí haberme descentrado, ir y volver cada día al núcleo de mi acción para luego retirarme a una distancia prudente. Para vivir en Roskilde elegí Trekroner, la zona de la universidad que en aquella época era todavía un erial desconectado (en mis últimas visitas he podido comprobar cómo se ha convertido casi en un pueblo nuevo), para vivir en Frankfurt busqué un piso a las afueras. En Palma viví primero en Santa Catalina, justo en el borde del centro, y me alejé un poco en cuanto el barrio se empezó a poner de moda, pero todavía podemos ir caminando a cualquier sitio. Busco siempre poder llegar a todo sin perder la ocasión de retirarme cuando sea conveniente, de no obligarme a vivir expuesto siempre. También en la escritura, en las redes sociales o en los medios prefiero esa estrategia.

8. Mi periferia tiene algo de pequeña fuga, de retiro controlado, y no me sería difícil echarle tintes románticos y hablar de estar lejos del mundanal ruido, referirme a Walden o a los Pensamientos desde mi cabaña de Kamo no Chomei, aunque luego me alegro siempre, de manera mucho más pragmática, de tener cerca un supermercado y un centro de salud.

9. Palma es una ciudad con la doble condición de centro y periferia, de capital y provincia. Tiene sus tensiones con la part forana de la isla como Mallorca las tiene con las otras Baleares y éstas con la península. Nadal Suau escribe en su Temporada alta que ahora todos somos provincia, pues nadie está nunca tan cerca de los centros de poder como para no serlo.

10. Curioseando para estas notas, encuentro varias listas del tipo “Cosas que sólo entenderás si eres de provincias y vives en Madrid” y al momento me agotan esos lugares comunes y esas identidades construidas a toda prisa sobre la no pertenencia.

11. L. nos cuenta que después de leer a Pérez Andújar fue más consciente de su condición periférica y dejó de decir que era de Palma para presentarse como de S’Arenal, una zona desprestigiada por haberse entregado hace años en sacrificio al turismo alemán borracho. Lo comentamos delante de un amigo joven que siempre ha vivido en centros (geográficos, lingüísticos, simbólicos) y se le escapa de manera inocente un “¿qué orgullo puede haber en ser de ahí?”, sin entender que es un orgullo rebelde que responde al que precisamente dice eso, al que vive en el centro sin mirar más allá de él y cree que algo así se elige y no es el resultado de la lotería natural y social que tan bien explicase Rawls.

12. En el festival Atlántida conocemos a E., una organizadora, y al despedirnos tras mucho rato hablando de cine de animación y otros vicios culturales descubrimos que ambos somos de la misma ciudad, no, del mismo barrio, y sé cuál es antes de que lo diga porque empieza con un “bueno, de la ciudad no, del barrio…”. Allí el río divide el territorio y sólo el centro puede quedarse con el nombre de la ciudad. Nuestro extrarradio es un lugar pacífico, agradable, sin demasiada épica periférica pero también sin la vida cultural que el centro no se plantea anunciarnos, pero que tanto E. como yo hemos consumido siempre (quizá precisamente por esa dificultad) con voracidad.

13. No hablaré más de mis orígenes. Hablo de unos orígenes de periferia, de nacer en una ciudad y crecer en otra, pero sería un error encontrar ahí el motivo de mi condición errante, como lo es todo exceso de causalidad. Hay una falacia poco discutida en sobrevalorar nuestros principios, nuestras infancias, como si fuéramos Carlitos contándole penas a Lucy van Pelt. La periferia no me ha condicionado más que otras loterías y golpes de azar, no creo que ella me haya hecho viajero. No faltan otros como yo, salidos del mismo lugar, que no entienden por qué viajo. Para evitar este malentendido, y para que nadie le diera más importancia de la que yo le doy (mi propia biografía me aburre), evito a menudo detenerme en detalles y en presentaciones.

14. En el prólogo de un libro que estamos editando sobre videojuegos europeos, la amiga Torill escribe: “Perhaps the first rule of European game studies is that we are all in the periphery”. Acaso esa sea, en general, la primera regla de Europa: todos estamos en la periferia.

15. Sin embargo, aunque quizá no tenga centros, Europa tiene desequilibrios. Equilibrar una red de periferias es una tarea difícil, y por ello esa misma red es preferible a las alternativas fáciles. Todos estamos en la periferia pero pienso en el éxodo de mi abuelo a las minas de Alemania hace décadas, en la isla convertida en resort de norteños borrachos que quieren colonias de fiesta o norteños acomodados que nos obligan a atarnos a lo auténtico, esa patraña. Pienso en G., amigo alemán con el que comparto profesión, que trabaja la mitad de horas que yo y cobra el doble (tuvo suerte en la lotería), enamorado de la isla hasta la obsesión, hasta tal punto que hace poco tuve que prohibirle hablarme de ella para tener otros temas y nuestros Whatsapps se redujeron a la mitad. G. cree que esto es el paraíso y me ignora cuando le cuento los problemas que tenemos con el alquiler turístico, lo cara que nos resulta la vida aquí (¿cómo va a ser cara, si él se lo puede permitir todo?), la expulsión que muchas zonas tienen de la vida para sustituirla por Starbucks, hoteles pintorescos de lujo e inmobiliarias de nombre sueco o alemán, la fiebre avariciosa que ha hecho que muchos mallorquines no tengan hogar sino inversiones. No, G. no me oye. Él fantasea con comprarse una “casita en el campo mallorquín” y vivir tranquilo, como en esas películas alemanas de mediodía, todas tituladas Un verano en…, donde mujeres pudientes pasan una temporada exótica y sin dar palo al agua en Andratx, Salamanca o Vietnam, y los lugareños nos vemos reducidos a simpáticos extras de su sueño vitalista y su segunda juventud.

16. Y aún así, no culpo a G. por querer viajar ni por amar lugares. Valoro sus esfuerzos por saber que los destinos turísticos son lugares reales. Es sano desplazarse y saberse policéntrico. Amansa la vanidad. Reajustando las referencias, todos somos la periferia de algo. En su existencialismo cósmico y cómico, Douglas Adams abre La guía del autoestopista galáctico haciéndonos a todos periféricos: “En los remotos e inexplorados confines del arcaico extremo occidental de la espiral de la galaxia brilla un pequeño y despreciable sol amarillento. En su órbita, a una distancia aproximada de ciento cincuenta millones de kilómetros, gira un pequeño planeta totalmente insignificante de color azul verdoso cuyos pobladores, descendientes de los simios, son tan asombrosamente primitivos que aún creen que los relojes digitales son de muy buen gusto”.

17. No, no hablaré más de mi periferia. No voy a querer ser nunca portavoz ni de mí mismo. Quiero reservarme siempre, como defiende Zadie Smith, el derecho a cambiar de opinión, a ser múltiple, a contener multitudes, centros y periferias en mí mismo. Quiero el derecho a la placidez y la fertilidad de los márgenes. Poder usar el barbecho (la idea que más necesita nuestra época), poder retirarme de los focos cuando me canse de mí mismo. Comprender, como anuncia Sloterdijk en Estrés y libertad, que el frenesí de los centros puede ser una trampa. He comprendido que no tengo más centro que el silencio, que poder disfrutar ese silencio en calles y con gentes que no están en un único sitio, con amigos cada uno excéntrico a su manera, que son todos, si los conectamos en un mapa enorme, periferia de alguien y de algo.

Palma, 29 de agosto de 2020

--

--

Victor Navarro-Remesal
El peor explorador del mundo

PhD, Game Studies. Videogames, play, animation, narrative, humour, philosophy. The unexamined game is not worth playing.