XI. Cementerios

Victor Navarro-Remesal
El peor explorador del mundo
8 min readFeb 22, 2023

1. Al final, como ya han revelado estas notas, visité París. Fuimos con excusa de un concierto de Joe Hisaishi y al poco me arrepentí de haberla esquivado durante tanto tiempo, pese a encontrarla tan abarrotada como anticipaba. París es magnífica, un puntal de Europa, pero no es por eso por lo que quiero hablar de ella ahora. No: hoy me gustaría hablar de cementerios y de a quien visitamos en ellos.

2. Lo primero que hicimos al llegar a París, antes incluso de pasar por el hotel, fue dirigirnos al cementerio de Montparnasse. Es un lugar bello en el que cada uno encontrará una tumba para celebrar su mitomanía: Camille Saint-Saëns, Man Ray, Jean Seberg, Baudelaire… Yo quería estar allí por Samuel Beckett, Marguerite Duras, Julio Cortázar o Emil Cioran (con quien nunca he conseguido entenderme pero no he dejado de admirar, ¿cómo no hacerlo ante textos como Breviario de los vencidos?), pero sobre todo por Simone de Beauvoir. Es una pequeña tontería, pero me apetecía agradecerle su Ética de la ambigüedad. Mis visitas a tumbas suelen ser por agradecimiento.

3. También visité Roma, otra ciudad maravillosa. B., que ya había estado en la ciudad, quería enseñarme el cementerio acatólico, también conocido como Cimitero degli Inglesi, en el que están los restos de Gramsci, Shelley y Keats. Siempre he pensado que su epitafio es uno de los más hermosos de la historia: “Here lies One Whose Name was writ in Water”. Aquí yace uno cuyo nombre fue escrito en el agua.

4. Estas visitas no son excepciones. A menudo, antes de ir a una ciudad, compruebo qué camposantos tiene y quién hay enterrado allí. También puede suceder al contrario: que una sepultura me motive a viajar a un lugar. Y nunca he visto en este interés nada lúgubre ni morboso. Los cementerios son lugares pacíficos, agradables de visitar para los que apreciamos el silencio, a menudo bien cuidados y mantenidos, como un jardín que escapa a la explotación y la productividad, y llenos de historia. Yo, que no soy supersticioso, veo en ellos un bastión de la dignidad humana, del ritual necesario que nos conecta con la memoria. Los muertos ya no están entre nosotros y no habitan ese espacio más que cualquier otro, pero saber que allí están sus cuerpos, reales, transportados desde el pasado, los saca del intelecto y los devuelve de alguna manera al ser. Hubo alguien llamado Keats, Duras o de Beauvoir, y fue carne antes de ser palabras e ideas.

5. Hay quien rechaza los cementerios porque ve en ellos un recordatorio de la muerte. Los envidio. Yo, como Kisa Gotami, hace tiempo que dejé de buscar una casa en la que nadie hubiera perdido a nadie (“todo el mundo está siempre perdiendo a alguien”, canta Nick Cave recuperando esta historia budista) y he hecho las paces con el hecho de que el mundo entero es un recordatorio de la muerte. En un cementerio hay algo más: hay vínculos vivos, gratitud. Las sepulturas japonesas están siempre llenas no sólo de flores, sino de bebidas para los fallecidos. Yo mismo he ido a cambiar unas cuantas.

6. Los Magnificent Seven son siete cementerios privados de Londres establecidos en el siglo XIX, la mayoría de ellos todavía en uso. Son cementerios victorianos, llenos de lápidas y criptas góticas, tomados por la vegetación, en ocasiones destrozados por el paso del tiempo, llenos de musgo, hiedra, grietas y piedras partidas y colapsadas, tan poderosamente estéticos que el cine de terror contemporáneo los rechazaría por artificiales. B. y yo visitamos el año pasado dos de ellos. Primero nos acercamos a Highgate, famoso por tener la tumba de Karl Marx, marcada con un busto enorme del filósofo. Su ala oeste está en desuso y parece un escenario de la Hammer; quizá eso fue lo que provocó un pánico generalizado en los años 70 del pasado siglo con el caso del “vampiro de Highgate”, que acabó en turbas, peleas entre ocultistas y ruido mediático.

7. El ala este de Highgate hospeda los restos de numerosos escritores. B. y yo nos separamos: mientras ella busca a George Eliot o Andrea Levy, yo me entretengo con la lápida de una abogada que reza “debería haber sido bióloga marina”. De pronto, B. aparece corriendo y me grita con entusiasmo “¡está aquí Douglas Adams!”. Acabo de descubrir uno de mis lugares más sagrados.

8. El otro Magnificent Seven que visitamos fue Tower Hamlets, un cementerio inactivo que ha seguido la evolución natural de este tipo de espacios y ahora es un parque. N., que nos aloja esta vez, nos hace de guía. El parque es uno de sus lugares favoritos de la ciudad y pronto entendemos por qué: es un espacio verde, paseable, amable, en el que las inscripciones borradas, las losas apoyadas unas sobre otras como piezas de dominó y el musgo sobre la piedra, que produce una combinación cromática similar al cardenillo del cobre, han acabado formando parte del paisaje. Ya no es un cementerio, los nombres de personas anónimas fallecidas hace más de cien años ya no nos dicen nada, pero tampoco ha dejado de serlo del todo. La mano humana, la naturaleza y el tiempo han formado algo único.

9. Una última parada en Londres. Uno de mis lugares favoritos de la ciudad, si no mi favorito, es Postman’s Park, un pequeño rincón escondido a tiro de piedra de la catedral de St Paul. El parque, inaugurado en 1880 en el lugar de un antiguo cementerio, es el sitio del “Memorial to Heroic Self-Sacrifice”, Memorial del Autosacrificio Heroico, una serie de placas que recuerdan a aquellos que murieron intentando salvar a otros.

10. El antiguo cementerio de Malmö, ubicado entre el apartamento en el que viví unos meses y la biblioteca pública, hace también las veces de parque. Por ahí paseé a menudo, demorándome casi siempre, evitando la línea recta que lo convertiría en un lugar de tránsito. Cuando vi caer nieve por primera vez en la ciudad, aquel cementerio fue el primer lugar al que corrí.

11. Escribo esto desde Kyoto, ciudad llena de tumbas insignes. El diario que mantengo está lleno de anotaciones sobre ellas. B. y yo visitamos la de Junichiro Tanizaki, en Hōnen-in, uno de los mejores templos de la ciudad, y la de Murasaki Shikibu, encajada en un hueco entre edificios modernos en una calle corriente. También nos acercamos al templo Gichuji, en Otsu, junto al lago Biwa, para ver la de Matsuo Bashô. Antes visitamos la tumba de Yasujiro Ozu en el templo Engaku-ji, en Kita-Kamakura, un cubo de granito sin nombre, tan sólo con el kanji 無, “mu” o “vacío”, como inscripción. Como decía antes, visitar ese sepulcro no me hizo encontrar a mi director favorito, pero lo hizo más real, un ser humano que existió y todavía es recordado. He recorrido casi todo el país y pocos lugares en él me han importado tanto.

12. Hace un par de días me acerqué a Myoshin-ji, complejo zen donde se encuentra Reiun-in, templo en el que están una parte de los restos de Kitaro Nishida. Una columna de piedra señaliza la tumba pero no puedo acceder: el templo estaba en obras y el cementerio, cerrado. Aún así, a Nishida prefiero encontrarlo en el Tetsugaku no michi (Camino del Filósofo o de la Filosofía), llamado así porque Nishida lo recorría a diario. A mitad de camino, una inscripción en piedra recuerda un poema suyo: “Las personas son personas y yo seré yo mismo. De todos modos, el camino que sigo seguiré…”.

13. Sei Shonagon, una de las escritoras más importantes vinculadas a Kyoto, no tiene un sepulcro conocido que visitar. Tampoco me importa demasiado: toda la ciudad es su recuerdo.

14. También la semana pasada volví al templo de Mibu-dera, a ver las tumbas de algunos miembros del shinsengumi, un fenómeno popular imparable todavía hoy. Japón adora las historias de perdedores nobles como el shinsengumi, los Heike o los 47 samurai, cuyas tumbas en Tokyo también visitamos hace años. Hablando de samurai: B. y yo nos desviamos en Kumamoto para ver la supuesta sepultura de Miyamoto Musashi, quizá el más famoso de todos. Aunque ahora mismo, pensando en Japón y sepulturas, la mente se me va a las de Okinawa, construcciones peculiares que se conocen como “kamenohaka” o “tumba de tortuga” por su reconocible techo, y recuerdo también el paseo interminable por Okunoin, el cementerio más grande del país, en el monte Koya, con sus estatuas estrafalarias, y…

15. Hay un cementerio más cercano que se encuentra entre mis favoritos: el de Poblenou, en Barcelona. Es, como todo buen camposanto, un lugar aislado, una dimensión extraña dentro de la ciudad misma, un laberinto de criptas hipnóticas en el que destaca una estatua de mármol, el Beso de la Muerte, inspirada en un verso de Jacint Verdaguer. Fui con B. a enseñarsela y nos perdimos buscando el sepulcro de Cassen, a quien quería rendir homenaje por ser conciudadano y por la comedia, pero se nos hizo la hora sin encontrarlo. Un cementerio también es, muchas veces, un laberinto de historias y épocas amontonadas.

16. Estas notas podrían acabar aquí. Si el conjunto tuviera un sentido de la estructura más fuerte, cerrar con cementerios, con las deudas saldadas de París y Roma, sería lo más lógico. No lo haré, porque si algo aprende uno en los cementerios es que el mundo siempre sigue. Imaginemos, sin embargo, que este capítulo pone fin a todo lo que sea esta colección de ideas del peor explorador del mundo. ¿No sería bonito volver a la primera nota, a la primera cita, y decir adiós con Jean Batten? Un jueves de junio de 2017, B. y yo desayunamos en una de nuestras cafeterías regulares de Son Dameto, barrio de Palma en el que vivíamos por aquel entonces, cuando encontramos este titular en un diario local: “Cort rinde homenaje a la aviadora Jean Batten, fallecida en Palma hace 35 años”. ¡Batten está enterrada en nuestra ciudad! Pronto tramamos planes y ese mismo fin de semana, en una mañana soleada y feliz, recorremos el cementerio de Palma, disfrutando de su patrimonio escultórico y de su herencia modernista, buscando la placa que homenajea a la aviadora. Por lo que leemos, Batten, casi olvidada, volvió a España en los 80 y murió en Portopí en 1982, a causa de una herida que rechazó curar. Un error burocrático provocó que la enterraran en una fosa común y sólo al final de la década se resolvió el misterio de su desaparición. No sabía nada de esto hasta leer la noticia y de pronto, su figura ha cambiado en mi mente. Pero también la ciudad ha cambiado. De Rotorua a Palma, Batten me ofrecía de repente un hilo que nos conectaba, un lugar a escasos minutos de casa donde hacerla real. Dos de mis lugares favoritos estaban ahora más cerca, pese a situarse en las antípodas del otro, y mi propia trayectoria ofrecía nuevas costuras. Un cementerio es también un mapa de las interconexiones e interdependencias que se nos escapan. Yo, que no creo en el destino pero sí en la poética del azar, agradecí a Batten el reencuentro y volví de nuevo al fuego que supo entender y que nos supo hacer entender a todos los que aspiramos, dentro de nuestros límites y torpezas, a explorar el mundo, incluidos sus cementerios.

Kyoto, 20 de febrero de 2023

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Victor Navarro-Remesal
El peor explorador del mundo

PhD, Game Studies. Videogames, play, animation, narrative, humour, philosophy. The unexamined game is not worth playing.