X. Misceláneas de Navidad

Victor Navarro-Remesal
El peor explorador del mundo
9 min readDec 24, 2020

1. Escribo ahora desde un ferry. Es un medio de transporte plácido, moroso, un gigante de la lentitud. Me siento feliz. Desde la ventana junto a mi butaca, el Mediterráneo, tranquilo. Traigo libros y películas y material para escribir, y tengo espacio para pasear, miradores desde los que tomar el aire fresco, una cafetería siempre a mano. Dejo un momento de escribir y subo a cubierta, donde B. me espera. Paseamos con la calidez del sol en la piel y vemos la luna en un cielo azul claro sobre el Puig Major y el Massanella. Si pudiera vivir sin horarios, sin despachos, sin prisas, creo que me movería siempre así, a bordo de estas ciudades plácidas del mar donde parece que no hace falta llegar a ninguna parte.

2. Y aún así, creo que el ferry sigue sin ser mi transporte favorito, porque ese puesto lo tendrá siempre el tren. Con frecuencia pienso que podría vivir en uno, escribiendo y leyendo mientras veo el mundo pasar al lado, veloz, pero no tan veloz como para no dejarse mirar. La vida podría ser un Interrail, un transiberiano o un transmongoliano. Un tren nocturno de la Vía Láctea. Claro que siempre que pienso así imagino vagones del silencio, butacas espaciosas y pasillos por los que estirar las piernas. El tren es también algo más mundano: esos cercanías de Cataluña abarrotados, siempre con retraso, siempre con obras y cancelaciones y estaciones cerradas y billetes defectuosos cuando uno tiene prisa por bajar al andén.

3. El primer libro que tomo prestado de la biblioteca pública de Mataró, primera ciudad en España que tuvo línea de tren, es Material rodante, de Gonzalo Maier. En ese breve volumen, el chileno Maier presenta una serie de notas (observaciones, digresiones, recuerdos) escritas al vuelo en el tren que toma a diario entre Bélgica y Holanda por motivos laborales. Para escribir así hay que dejarle holgura a la mente, hay que disponer de esperas y tiempos muertos sin tensiones. No se escribe, ni siquiera mentalmente, entre transbordos, colas de embarque, carreras para cambiar de tren o para recoger equipaje. Los viajes repetidos de Maier son casi el reverso mundano de la literatura de viajes, y a la vez hay en la amabilidad con la que deja a sus ideas a la deriva algo poético, en su falta de fronteras (una falta que no revela, pese a todo, un mundo homogéneo) un retrato tan viejo como contemporáneo de Europa y sus pilares. Europa es un café, sí, pero también una red infinita de trenes.

4. Abrí en septiembre un documento para ir tomando notas para esta serie al que titulé “Misceláneas otoñales”. Observo que he recopilado más de treinta titulares, recortes o ideas sobre el viaje en estos tiempos (todavía) de pandemia. En una carpeta vecina, amontono fotos de aeropuertos vacíos y trenes saturados. He perdido el registro de mis movimientos durante estos meses, cancelados a menudo, improvisados otras veces, nunca tranquilos. Tras unos meses de aislamiento, vivo entre dos puertos y veo el mundo que intenta seguir fluyendo bajo el virus. Preferiría no viajar.

5. Anoté hace meses: “Ha hecho falta una pandemia para aprender a salir del avión en orden”. La semana pasada, discutí con un tipo decidió saltarse ese orden y se encaró con otro pasajero que le recordó las normas. “Tú haz la tuya y yo haré la mía, hermano”, repetía con un infantil estribillo libertario, y pensé que la pandemia ya se había alargado lo suficiente para relajarnos de nuevo en nuestros viejos vicios.

6. Hay una serie de fotos en esa carpeta que es, quizá, mi favorita: las de los gorriones que suelo encontrarme en la terminal C de Palma siempre que me detengo allí a esperar con un libro y un café. A ellos no les importo, pero en esos momentos son mi compañía favorita.

7. Los aeropuertos son lugares ideales para darse cuenta del hambre de espiritualidad de nuestro tiempo, y de cómo la publicidad ha sabido explotar ese hambre: imágenes del universo, referencias a la “experiencia”, eslóganes de moral impostada (“conscious travel please”)… En diciembre del año pasado, entré a una tienda Natura con una libreta y anoté todas las palabras clave que se repetían en sus productos (mantas, cepillos, bolsos, etcétera): yoga, peace, adventure, tao, terapéutico, vegano, calma, emocional, Dalai Lama, nature, relaxology, sherpa, hygge, detox. Son palabras caras: si un producto las lleva, sube su precio. Me hacen pensar también en aquel tipo que escribió en sus redes sociales “los que me conocéis sabéis que no soy consumista, prefiero experiencias” para compartir la foto de una entrada a un concierto que le debió de costar bastante más de 100 euros.

8. Otra lista de palabras clave que me parece significativa la obtengo de la sección de viajes de un periódico nacional: aromas, nostalgia, mágico, bonitas, playas kilométricas, gadgets, diferente, salvaje, terapéutico, desconocido, genuino, escapada, ideal, desconocida, desconexión.

9. Hablando de publicidad: hay en Palma campañas a favor del comercio local en todas partes, mientras en los periódicos se puede leer que Amazon ha abierto un almacén en la isla.

10. Leo en el Majorca Daily Bulletin una entrevista a un argentino políglota y pariente de Adan Diehl (fundador del Hotel de Formentor), que se acaba de instalar en la isla. Habla como un magnate, busca la complicidad del lector inmigrante anglosajón (“expats”, se llamarían a ellos mismos) y repite tópicos vacíos como que Mallorca es “un paraíso en la tierra” o que “la gente del sur de Europa no escucha”. Se desquita con ganas contra los antituristas: “no consigo entender ese movimiento, la isla está llena de millonarios y la mayoría de ellos han hecho su fortuna con el turismo”. Leo a qué se dedica: espera que pronto sea el periodismo (repite que habla inglés fluido) pero por ahora, vaya, es rider de Glovo.

11. Del antiturismo, hay que advertirlo también, se están aprovechando los que predican la vuelta a un pasado mágico, a unas identidades cerradas construidas sobre ideas estrechas de lo cultural y lo lingüístico, a un “lo nuestro” que esconde uno de esos “nosotros” tramposos y abstractos. Me entretengo con perfiles, en redes sociales, de jóvenes urbanitas que se dedican a lamentar la pérdida de unas tradiciones rurales a cuya muerte seguramente contribuyeron con abandono, o que les son ya tan lejanas que cuando uno los ve recuperarlas podría acusarles, con algo de maldad, de apropiación cultural.

12. Al turismo hay que agradecerle, por ejemplo, los que se enamoran tanto del lugar que se quedan o que obligan a protegerlo, a veces de las propias manos de los autóctonos. Paseamos en silencio por s’Albufera y vemos que varias casetas de observación están dedicados a nombres anglosajones. S’Albufera, uno de los tesoros de la isla y por la que todos lloramos con un incendio reciente, fue salvada por ingleses.

13. Lo bueno del turismo es que fuerza a que convivan más de una lengua, y más de una forma de hablar una misma lengua. A que nos veamos obligados a armonizar y no caigamos en la trampa de la monocultura. Tampoco en las sociedades pretendidamente homogéneas hay unidad de pensamiento y costumbres, pero se dan con más facilidad las condiciones para que una parte se confunda con el todo. Leo dos obras que me acercan historias personales de esos encuentros: Tante Wussi, ganadora del premio Ciutat de Palma de cómic en 2014 y que cuenta las desventuras de una familia entre la Alemania nazi y la Guerra Civil en Mallorca; y Madre alemana, padre mallorquín¸de Sabina Pons, mucho más ligera, en la que la autora rememora su infancia como cruce de culturas.

14. Creo que más allá del árbol genealógico hay en el contacto una influencia lenta que nos transforma y que, si se lo permitimos, nos cala y nos rehace por dentro. Que uno puede ser tanto de su genealogía como de su biografía. Maier bromea con esos libros que nos presentan a su autor por las ciudades en las que ha vivido, como un hábito caduco de una época que daba valor a las expediciones. A mí últimamente me gusta presentarme así: unos años en la Alcarria, otros en el sur de Cataluña, bastantes ya en las Baleares. Y un poco, podríamos añadir si nos ponemos poéticos o pedantes, de todos los lugares de los que son mis amigos.

15. “M’han sortit forasters”, me bromea el padre de una amiga cuando sus tres hijos conversan en castellano. Le recojo la broma con alguna ocurrencia torpe y nos reímos. Luego me cuentan que llevan décadas en la casa en la que estamos cenando, en uno de los pueblos más conocidos de Mallorca, pero que nunca los considerarán “de allí”: para serlo hay que haber nacido en el pueblo, pero tampoco basta haber nacido de cualquier manera.

16. Herzog define así la que considera la más importante de las riquezas: ser bienvenido en cualquier parte. Me parece una buena aspiración y una buena brújula para vivir.

17. Entre las “Misceláneas otoñales”, que ahora serían ya invernales, releo: la noticia de que han retirado el bus de Alaska en el que Chris McCandless pasó sus últimos días y que Into the Wild (o la gente que quiso leer Into the Wild como un texto motivacional) convirtió en lugar de peregrinación y trampa mortal; la historia del “último ermitaño”, Christopher Knight, un tipo que vivió sin contacto humano durante 27 años en los bosques de Maine; un reportaje insufrible sobre “glamping” o “camping con glamour”; una restrospectiva del hippie Trail del siglo pasado y cómo transformó los lugares por los que pasaba; otra noticia sobre “vuelos a ninguna parte” en los que gente que echa de menos volar sube a un avión para disfrutar durante varias horas de lujos (porque se ve que los vuelos que echan de menos no son los que yo tomo); el hashtag #viaggiarelibera y otros con los que influencers de viaje posan tapando el paisaje en Instagram.

18. También he tomado notas sobre las muertes de Javier Reverte y Jan Morris. Merecen más que un apunte al vuelo y volveré a ellos cuando los pueda pensar con justicia.

19. Es 23 de diciembre. Aquí, en el ferry, navegamos hacia la navidad. Creo que el norte de Europa me gusta tanto por sus mercadillos navideños, que en Copenhague o Malmö me quedaría cada diciembre. El 2020 lo recibimos en Londres, enseñándole la ciudad a mis sobrinas por primera vez, y todavía hablan de ello. Pienso en el Winter Wonderland de Hyde Park. En mercados en Ámsterdam. Pienso en Nueva York en diciembre, el mejor lugar del planeta para pasar estas fiestas, en la FAO Schwartz, en la niña afroamericana que nos intentó vender con mucha labia un árbol de navidad desplegable en una pizzería perdida de Brooklyn, en los coros y los desfiles y las campanillas del Salvation Army. Este año, me conformo con ver casi entero en YouTube un paseo largo (grabado en una sola toma) por una Regent Street llena de luces y adornos y gente con mascarilla.

20. Los viajes en tren de Maier me recuerdan a Lieja, donde B. estuvo de estancia investigadora un trimestre y desde donde pudimos ir, con trayectos tan breves que podrían hacerse a diario, a Luxemburgo, Bruselas o Maastricht. Es una de las cosas que me fascinan de Lieja: su emplazamiento estratégico para el viajero, su conexión ferroviaria con una Europa múltiple y a la vez concreta. Esta sensación, a su vez, acaba por abrumarme: con el tiempo he comprendido que prefiero el espejismo de mundos autocontenidos que ofrecen las islas, el dibujo claro de los límites que ofrecen las costas. Japón, Nueva Zelanda, Islandia, Taiwán, Mallorca… Pequeñas parcelas que puedo explorar al detalle sin agotarlas nunca pero sin salirme de ellas, dibujos perfectos, mapas a completar casi como en un videojuego que no desee torturar a su jugador. O quizá no. Quizá todo esto no sea más que, otra vez, un intento de echarle lírica y justificación a movimientos que no piden ni una cosa ni la otra. En todo caso, conviene recordarlo, el atractivo de una isla es también que sus límites son a la vez puertas a ese infinito que es el mar, invitaciones a viajar, a perderse entre espacios como el que veo ahora desde la ventana del ferry, azules, radiantes, tan tópicos que no se dejan describir con nada que no suene precocinado (“terapéutico”, “mágico”, “desconexión”). El sol se pone fijo sobre un mar que se mueve, como los campos de cebada y la montaña en el plano final de Principios de verano, de Ozu. Tal vez fuera mejor salir a verlo que escribirlo. El exterior me llama y la cubierta sigue abierta…

Mar Mediterráneo, 23 de diciembre de 2020

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Victor Navarro-Remesal
El peor explorador del mundo

PhD, Game Studies. Videogames, play, animation, narrative, humour, philosophy. The unexamined game is not worth playing.