XII. Yo tengo un cine

Victor Navarro-Remesal
El peor explorador del mundo
10 min readJul 7, 2023

1. Aunque no ejerza, mi formación en Publicidad hace que siempre aprecie un buen eslogan, y el de CineCiutat, en Palma, es uno de mis favoritos: “Yo tengo un cine”. Esta sala cooperativa, rescatada al menos en tres ocasiones (cuando cerró como cine comercial, cuando lograron financiar reformas mediante microfinanciación colectiva y cuando capearon la pandemia del coronavirus) es uno de mis lugares favoritos de Palma, uno de mis santuarios cada vez que regreso a la ciudad. Un buen cine, o incluso uno malo, no es sólo un lugar de servicio, un comercio, sino un espacio íntimo. Soy socio de CineCiutat, por lo que literalmente tengo una (pequeñísima) parte de cine, pero lo más importante es que cuando estoy en Palma sé que tengo un cine en mi ciudad.

2. Lo primero que hago al visitar una ciudad nueva es comprobar qué salas hay en ella. Lo más probable es que no acabe yendo, pero saber que están ahí modifica la imagen que tengo del destino. Imagino una cotidianidad que podría ser mía. Una forma de vivir allí.

3. CineCiutat fue el primer cine cooperativo de España, en 2012, y luego le han seguido muchos. Es un modelo romántico que saca mi lado más idealista y uno de esos negocios que todos querríamos tener (¿quién no se ha imaginado alguna vez como librero, como guardián de la cultura?) hasta que hablas con sus responsables y te muestran la montaña de dificultades que escalan a diario. También para retirarse al campo hay que saber.

4. En Barcelona está la sala Zumzeig, a la que todavía no he ido porque mi reencuentro con la ciudad, desde que volví a la península, es lento. En Mataró solemos ir al Foment Mataroní, donde siempre encontramos versión original y respiro del blockbuster. En Cambrils hay un cine estupendo, La Rambla de l’Art, del que B. y yo también fuimos mecenas, levantado y sostenido con muchísima voluntad y al que al gran público parece que no le da la gana de ir.

5. Siento que CineCiutat es mi casa como espectador pero también como académico y divulgador. Allí he presentado (con B., con invitados o en solitario) películas de David Lynch, Masaaki Yuasa, Wong Kar Wai, Studio Ghibli, Anders Thomas Jensen (el mejor cineasta danés vivo) o Satoshi Kon. También tuvimos un buen debate con el público sobre viajes tras proyectar un documental dedicado a Sanmao. En verano de 2021 presenté allí cinco sesiones, para desesperación de quien estuviera aburrido de mí. CineCiutat es un lugar de conversaciones sobre cultura cuya invitación siempre acepto sin pensar.

6. Lo más divertido del eslogan “Yo tengo un cine” es que yo, indirectamente, tuve un cine. O mi familia. Mi abuelo fue el propietario de uno en su pueblo, un pequeño pueblo de la Cuenca Minera de Riotinto de poco más de 2.000 habitantes. Me gustaría poder compartir anécdotas, recuerdos, decir que aquello marcó mi amor por el medio de por vida, pero la realidad es mucho más aburrida. Apenas recuerdo una celebración de fin de año (pues, como cine de pueblo, también doblaba como sala de fiestas) y pasar por delante cuando ya lo regentaban otros. Tengo grabado en mi memoria uno de los carteles que vi entonces: era de Días de trueno, así que debía de ser 1990. Simpson, Bruckheimer, Tony Scott y Tom Cruise también llegaban a la Cuenca Minera.

7. El mayor legado que me queda de aquel cine es un llavero: mi tía me prestó no hace mucho la única copia que conserva, un disco metálico con un grabado genérico en una cara y la inscripción “Cine Remesal” en la otra. Lo escaneé y encargué copias plastificadas para toda la familia.

8. Leo en Tinto Noticias, “el periódico de la Cuenca Minera”, que en el verano de 2022 se celebró un programa de cine al aire libre en pueblos de la zona con menos de 5000 habitantes. El artículo explica: “La Diputación puso en marcha la campaña ‘Cine en el pueblo’ en la década de los años 90 con la intención de cubrir el vacío existente en la provincia en programaciones culturales de cine. Hace dos años el programa emprendió una nueva etapa con el sabor agridulce que supone sustituir la antigua máquina de 35 milímetros por las nuevas tecnologías y la proyección digital.”

9. Los cines a la fresca son otros de mis lugares favoritos. En Palma los solemos tener en el Parc de la Mar o en Ses Voltes, y hay algo de verbena en ellos que me enternece. Cuando era adolescente, las fiestas de Santa Tecla, evento principal de mi ciudad y que a mí me importaban más bien poco, solían incluir un maratón cinematográfico en el auditorio del Camp de Mart al que me apunté tanto como pude. Allí encadené películas por primera vez (recuerdo Seven o Deep Blue See) y me entrené para las largas madrugadas de Sitges.

10. El festival de Sitges, pese a lo exasperante que resulta a veces, es otro de mis lugares de cine favoritos. Llevo media vida asistiendo casi cada año y es uno de esos pequeños viajes que espero con ilusión (en cuanto me repongo del agotamiento y el hartazgo). Cada vez me importan menos sus películas: lo central es estar allí, pasear entre puestos de libros, películas y merchandising, reencontrarse con amigos, quejarse juntos. Allí pude presentar mi libro Cine Ludens. Allí suelo ver a A., de Fundación Japón, a amigos a quienes Mallorca me unió, o a esos amigos de toda la vida con los que a veces cuesta reunirse. Sitges es una excusa para la amistad y la cinefilia, un lugar abarrotado y soleado que necesito. Un año asistí acreditado como prensa y decidí no repetirlo: prefiero compartir los espacios, las salas y las esperas con esas caras de siempre.

11. Pienso ahora en el festival REC, en Tarragona, al que fui primero como estudiante y con el que acabé colaborando varias veces, sobre todo en la que para mí era su sesión estrella, la Noche Bizarra; en el cineclub Kino que durante unos años tuve la suerte de coorganizar en esa misma ciudad; en el Atlántida, montado por Filmin en Palma, donde una vez coincidí con E., organizadora venida desde Barcelona, y tras un buen rato compartiendo nuestro amor por la animación descubrimos que éramos del mismo barrio de Tarragona. Qué poco me atraen los grandes festivales y qué feliz me hacen estas pequeñas celebraciones.

12. Cuando vivía en Escandinavia solía ir al Danish Film Institute a ver películas o simplemente tomar café (caro y malo). Allí vi por fin Jackie Brown, en un ciclo dedicado a Tarantino, y descubrí que era la mejor película del director, allí asistí en 2015 todo lo que pude al festival Void, un encuentro dedicado a la animación adulta cuya programación sigo desde entonces y que despierta la admiración y la envidia sana del programador cultural que llevo dentro.

13. El DFI nos lleva, claro, al BFI, British Film Institute, una de mis visitas obligadas cada vez que viajo a Londres. Además de ser un lugar acogedor con una excelente librería, está en una ubicación imperdible: el Southbank. Tras muchos años yendo allí, en mi última visita sacamos tiempo para quedarnos en alguna proyección. Tuvimos la suerte de coincidir con Mahanagar (La gran ciudad), programada dentro de un ciclo dedicado a Satyajit Ray. Ver las cortinas rojas que cubren sus pantallas, verlas abrirse y cerrarse, fue para mí un pequeño gozo. También encontramos gente que se sentaba en un asiento ajeno y molestaba, porque la mitomanía es una mentira que esconde lo mundano y, como nos repite N. a menudo, las buenas maneras de los ingleses son casi siempre un invento de su marketing.

14. El cine, sobre todo el de multisalas, tiene el problema innegable de ese público que no se sabe comportar. Que el romanticismo no nos haga esconder esa espina. En The Projector, en Singapur, un vídeo humorístico con remezcla de Dunyayi Kurtaran Adam amenazaba con que el “Luke Skywalker turco” nos asaltaría si mirábamos el móvil o ensuciábamos la sala. Hace poco asistí a una proyección de la última mediocridad de la Marvel aquí, en Kyoto, y disfruté de una sala llena silenciosa y respetuosa. La buena educación de Japón no es sólo cuestión de marketing.

15. The Projector, por cierto, es uno de mis lugares esenciales en la ciudad-estado. Está ubicado en la Golden Mile Tower, donde antes estuvo el Golden Theatre, el cine más grande de Singapur y Malasia cuando abrió en 1973. La explicación que da su página web de su origen es demasiado buena como para no reproducirla: “Corre el año 2014. Tres mujeres se pararon al pie de la histórica Golden Mile Tower y se preguntaron en voz alta: ¿qué falta en esta miserable colmena de escoria, villanía y discotecas lupsup? Y más allá de las vertiginosas luces de neón y de los tambaleantes tíos con la cara roja se elevó un grito lastimero en lo más profundo del alma del angustiado edificio brutalista: “¡Abre un cine independiente!” Y lo abrieron. Y le dieron una identidad visual fantástica, moderna, algo punki, que me recuerda un poco al desaparecido Kunsthaus Tacheles de Berlín. Además de cine es un bar con buenas vistas y la sala, escalonada, combina asientos tradicionales con puffs gigantes. Y qué programas temáticos preparan. Meses después, sigo comprobando sus redes sociales sólo para imaginar que voy a todos.

16. Con un cine que sea mi cine, las ciudades se me hacen más habitables. El colorido Palads en Copenhague. El multicine en un centro comercial a las afueras de Roskilde al que iba como estudiante solitario. El ODEON de Covent Garden. El cine junto a la Eschenheimer Turm, en Frankfurt, donde lo primero que vi fue un anuncio de la cerveza Krombacher al que siguió, para mi sorpresa, un coro de latas abriéndose.

17. También sigo a la distancia Bíó Paradís, un cine independiente y cooperativo de Reikiavik que también estuvo en peligro hace un tiempo (titular del diario local en inglés The Grapevine de hace tres años: “Bíó Paradís Is Saved!”), aunque no tuviera tiempo de ver nada allí, y superé la pereza que me da posar en fotos para retratarme junto al Bíóhöllin de Akranes, una ciudad portuaria de Islandia con poco más de 7.000 habitantes. El edificio, un rectángulo de hormigón enorme que resalta en medio de un paisaje poco poblado por casas bajas, luce un “1942” debajo de su nombre que le da el peso de la historia.

18. Cada vez que vuelvo a Tarragona noto la ausencia de las salas en las que me crié. Me sigo refiriendo a las paradas de bus que tenían cerca con sus nombres y sus calles tienen todavía un aura que inevitablemente se convierte en decepción cuando las recorro. También echo de menos cada videoclub al que solía ir, incluso el inmenso Blockbuster del centro. Por muy puristas que nos pongamos, en aquella época muchos descubríamos las que serían nuestras películas favoritas en televisión o en VHS. Durante un tiempo, mi padre tuvo cerca de su trabajo un videoclub al que iba varias veces por semana, y pocas cosas he esperado con más ilusión que aquellas cintas que traía, películas elegidas al azar y por sorpresa que iban de Munchies a Rain Man.

19. Palma es también un cementerio de cines cerrados, y muchos de ellos aguantan en medio de la ciudad como naufragios, cadáveres o fantasmas. Cerca de donde vivía, el cartel de los cines Lumiere, que nunca conocí, me despertaba una extraña melancolía, la añoranza de un tiempo en que era normal tener salas en el barrio, la tristeza de un espacio en ruinas o de un futuro supermercado. Cada vez que paseamos por Zaragoza, B. me señala un cine o un gimnasio y me dice “aquí estaba tal sala”, “aquí estaba aquella otra”. Qué vaporosa, qué difícil de ubicar la tristeza que despierta un cine que ya conocimos desaparecido.

20. Me gustaría acabar hablando de algunos lugares de cine de Japón. Años antes de venir a Kyoto, un vídeo en el que el creador alternativo de videojuegos Kazutoshi Iida mostraba sus lugares favoritos de la ciudad me descubrió el centro Rissei, un antiguo colegio en la calle Kiyamachi donde tuvo lugar la primera proyección de cine del país y que en el momento en que Iida lo visitó estaba reconvertido en cine. Cuando llego, descubro que ha sido sustituido por un centro moderno: Japón es el país de lo efímero. Una placa me recuerda, eso sí, el hito.

21. En Kyoto se ha ubicado, tradicionalmente, gran parte de la industria del cine, y los sets de época de Toei se pueden visitar como parque temático con el nombre Toei Eigamura. Paseo una mañana soleada entre edificios de madera que reconstruyen la era Edo, visito un archivo de cine en el que se conservan objetos de Ozu, Kogo Nada, Mizoguchi o Kurosawa, un museo dedicado a la actriz y cantante Hibari Misora, un pequeño rincón con material original de la animación del estudio o una galería de trajes de series sentai en la que encuentro el uniforme (¿original?) de Bioman, producción que vi con obsesión en mi infancia en TVE.

22. Una visita fugaz a Kobe me da para echar un vistazo al Kobe Planet Film Archive, un archivo de cine en el que se guardan rollos, pósters, libros o figuras. Es también una cafetería. Y hablando de cafeterías, en Kyoto hay un café llamado Seberg empapelado de pósters de cine. El dueño, amabilísimo y divertido, me enseña algunas palabras del dialecto local y al saber mi nacionalidad, reaparece con un libro sobre Penélope Cruz e insiste en fotografiarme junto a un poster de Volver. La foto acabará en su Instagram, y no me importará.

23. En el barrio de Shimokitazawa, uno de mis favoritos de Tokyo, hay un pequeño cine independiente llamado Tollywood. Allí se proyectan cortometrajes y operas primas, y allí exhibió por primera vez Makoto Shinkai, el que ahora es el nombre más popular del anime. Por lo visto, tienen la tradición de proyectar cada año una maratón del director, desde su primer corto hasta su último blockbuster, y no se me ocurre mejor manera de devolver el favor.

24. Estos días, la Japan Foundation celebra un festival online llamado JFF+ Independent Cinema, con doce películas elegidas por programadores de mini-cines del país. Estos mini-cines son salas independientes, excéntricas y con programación propia, y anoto los nombres de todos los implicados para futuros viajes: Forum Sendai, Takada Sekaikan en Nigata, Cinémathèque Takasaki y Cinema Jack & Betty en Yokohama. En Kyoto tenemos Demachiza, que comparte espacio con la librería Cava Books, en el shotengai Demachi. Cada semana, compruebo si proyectan alguna película en inglés, o japonesa que ya haya visto, para poder conocerlo, refugiarme en su intimidad un par de horas y decir con fundamento que en Kyoto también tengo un cine.

Kyoto, 2 de marzo de 2023

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Victor Navarro-Remesal
El peor explorador del mundo

PhD, Game Studies. Videogames, play, animation, narrative, humour, philosophy. The unexamined game is not worth playing.