Diarios del apocalípsis zombie

ALEX RAM: DÍA 3 (continuación).

Edgar
El placer de escribir
5 min readNov 14, 2013

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23:47

Ya es casi la media noche, lo siento, me paré para ir al baño y me entretuve dándole de comer a Tigro, el gato. En fin, continúo con los hechos de la tarde: El niño en la armería se quedó mirándome fijamente desde la oscuridad, detrás de sus enormes lágrimas. Sentí muchas cosas al verlo. Miedo, alegría, rabia, lástima… tantas cosas.

- No te voy a hacer nada hijo. Tranquilo, deja de llorar — le dije tratando de calmarlo.

Pero el niño no lloraba por que estuviera asustado, más bien su mirada denotaba furia, confusión y una profunda desesperación.

Puse la espada en el suelo, recargándola contra el mostrador, me acerqué al pequeño y lo abracé -Tranquilo, todo esta bien — le mentí. — ¿Cómo te llamas? -

- Agatho — contestó sollozando

- Todo estará bien Agatho — le mentí otra vez.

- Mi padre… — su voz se apagó antes de terminar una frase.

- ¿Era tu padre el dueño de la tienda? -

- No. Venimos a comprar ¡sólo eso! Pero el dueño lo atacó. Primero le disparó a la cabeza y luego… —

- ¿Luego qué? -

- ¡Se lo comió! — gritó Agatho

- ¡¿Se lo comió?! — pregunté con toda incredulidad. Como respuesta recibí una mirada que denotaba un profundísimo terror. Pobre, a su corta edad tuvo que presenciar algo tan impactante. Me sentí culpable por recalcar la barbarie con mi estúpida pregunta. -

Ven conmigo Agatho… -

- ¡No! — interrumpió

- Tendremos más posibilidades de sobrevivir si estamos juntos — traté de explicar

- No. Mi padre… el murió aquí… ¡ya no importa nada! Quiero morir -

-Agatho, no dig… ¿Agatho? — no me prestaba atención, su mirada se clavó en un punto a mis espaldas. Escuché otro profundo gruñido antes de que un fuerte golpe en la sien me derribara, aturdiéndome por completo. Medio inconsciente vi como Agatho corría detrás del mostrador bajo el cual había caído la pistola. Se agachó y recogió el arma. — ¡Muy bien Agatho, dispara! — grité y el zombie, que seguía contemplándome, reaccionó de inmediato y volteó a ver a Agatho. Empezó a caminar hacia él — ¡Agatho dispara ahora! — volví a ordenar. Pero el chico no hacia nada más que contemplar el fusil, hasta que por fin lo levantó…pero en lugar de apuntarle al zombie, se colocó el cañón en la cabeza. — ¡Noooo! — vociferé desesperado.

Aún trataba de recuperarme, todo me daba vueltas y sentía que la cabeza me explotaba. De repente la luz eléctrica comenzó a fallar, el foco se prendía y apagaba. Intenté incorporarme pero sin éxito -Agatho por favor — traté de rogarle. De improviso un agudo gruñido se escuchó en la estancia seguido por el espeluznante estruendo de la detonación — ¡PUM! -… El zombie se sacudía con movimientos violentos, como sacudiéndose algo de encima. Después un golpe seco y otro agudo gruñido… — ¡Es Tigro! — dije para mí mismo. Aún sin poder levantarme dirigí la mirada hacia el mostrador en donde estaba Agatho, pero no alcanzaba a ver nada. El zombie corrió hacia ese mismo punto, pasó sobre la vitrina, se agachó a recoger algo tras ella y salió corriendo por la puerta trasera del local. Volví a tratar de incorporarme y por fin tuve éxito aunque seguía mareado -¡Agatho, Tigro! — grité, pero no recibí respuesta… Me acerqué al niño. Muerto. Lo demás es inenarrable. Estoy atrapado de nuevo entre los crueles horrores de la maldita guerra.

Busqué la pistola para salir detrás del zombie y matarlo, pero el arma ya no estaba ahí. ¿Es lo qué recogió el zombie? Aún me lo pregunto, pero no pudo ser de otra manera, el fusil no estaba por ningún lado. Un ligero maullido surgió a mis espaldas y me recordó que Tigro, o cualquier otro gato, estaba ahí. Comencé a buscarlo en medio de los destellos del foco que no servía. Si era Tigro, lo encontré tirado junto a la pared, recostado sobre su lado derecho respirando muy lentamente y maullando muy quedito. Lo levanté con mucho cuidado -gracias por ayudarme amigo -. Lo puse encima de una mesa y fui a buscar algo en qué envolverlo. Encontré una franela. Lo cubrí con cuidado y volví a acostarlo en la mesa. Después recogí mi mochila y la espada. Ya no tenía pistola, pero eso no significaba que tuviera que quedarme desarmado. No me había detenido a ver el tipo de espada que encontré. Era un cimitarra o espada árabe, liviana y por lo mismo muy fácil de manejar. Ideal en batalla contra los zombies. Hablando de ellos, insisto en que estos monstruos tienen alguna predilección por las armas de fuego y ahora, cuando le grité al niño, me di cuenta que reaccionan a las palabras. ¿Entenderán las palabras?. Jamás he sabido de algún zombie con semejantes capacidades…

Me encinté la cimitarra, colgué la mochila a mis espaldas y recogí al gatito. Salí de la tienda de armas con la intención de buscar una cafetería. Necesitaba una computadora y con toda seguridad en una cafetería encontraría una…

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Edgar
El placer de escribir

Cine, historia, literatura, política, economía y marketing mis pasiones. “Nuestros miedos nos mienten por anticipado” Donald Draper (Mad Men)