Ilustración por La Delmas

El mundo flotante

Aguinaldo
El resto que falta
Published in
4 min readMar 10, 2021

--

Por Cynthia Edul

En el Kojiki, conocí a Amaterasu. El libro cuenta la historia de Japón desde sus inicios mitológicos, la fundación de la isla a mano de los kamis, los dioses, hermanos y pareja, Izanagi e Izanami y toda su descendencia. Amaterasu era la hija mayor de Izanagi, la que había nacido de su ojo izquierdo cuando él trataba de rescatar a Izanami del infierno. Amaterasu era la diosa del sol. Ella le enseñó al pueblo a cultivar arroz y trigo, a tejer hilos y cultivar gusanos de seda. Amaterasu es descrita como amable y compasiva, cálida como el sol al que representa. La historia cuenta que su hermano, Susano no mikoto, el dios de los mares y de la tormenta, celoso, la desafió. ¿Quién podía de los dos crear más dioses? Amaterasu le respondió, rompió la espada de su hermano en tres partes, las tragó, y cuando escupió, de una niebla espesa surgieron tres diosas. Susano agarró los granos de arroz de su hermana y rasgándolos con sus dientes, surgieron cinco dioses, y se creyó vencedor. Pero Amaterasu dijo que ella había ganado porque los dioses surgieron de sus propios granos de arroz. Susano entonces decidió destruirla. Clamó por toda la tierra que él había vencido, arrasó con los campos de arroz de Amaterasu, desbordó sus canales de irrigación, arrojó excrementos en sus palacios y templos, asesinó al caballo celestial y a sus doncellas que estaban tejiendo. Amaterasu, la diosa del sol, huyó. El mito narra que se encerró en una cueva y a partir de ese momento, el mundo empezó a estar en una permanente oscuridad. Hay una leyenda que dice que el día que la puerta de la cueva se vuelva a abrir, la luz va a retornar al mundo.

Malena me contó la historia de Tagami Kikusha, poeta del haiku, monja budista, ceramista, pintora y practicante de la ceremonia del té. Kikusha venía de una familia de samurais y a los dieciséis años se casó. Pero su esposo falleció joven, cuando ella tenía veintisiete años. Kikusha, viuda, quería peregrinar, como Basho, como los poetas peregrinos que eran tan famosos en los círculos bohemios. Pero a las mujeres no se les permitía peregrinar. Entonces Kikusha decidió no volver a casarse y se convirtió en monja, porque eso le permitía peregrinar. Viajaba por las ciudades para encontrarse con maestros, viajó más de veintisiete mil kilómetros, fue la poeta que más viajó en todo el período Edo. Hizo todo el itinerario de Basho, el poeta al que le rendía culto, pero en sentido inverso, y fue una de las grandes difusoras del Haikú. En definitiva, el hecho de convertirse en monja fue finalmente lo que le permitió tener libertad. Dormía en la casa de los poetas, pintaba, participaba de los círculos de artistas y nunca permanecía mucho tiempo en el mismo lugar. Supo escapar a las convenciones y a las normas estrictas que dictaba la época, escribió y difundió el zen. Alguna vez dijo: “Mis días están colmados del placer que dan el arte y la poesía. Todo el tiempo recibo invitaciones de amigos como yo. Viajo a través de la ciudad, de Este a Oeste, sin tiempo para ninguna otra cosa”.

En el mercado de libros antiguos de Kanda Jimbocho, me compré dos libros de fotos, uno de plantas medicinales y otro de plantas nucleares. Cuando volví a buscar a Tsiu Wa, ella estaba pagando un libro de Toshiyuki Takamiya. El título era algo así como Desde las profundas aguas y se trataba de una investigación sobre la representación en la historia de la pintura de las mujeres y el agua. Las hipnóticas sirenas en la Odisea, la muerte de Ofelia en el río, tan bella como cruel, o las sirenas, serpientes de agua, de Klimt. El libro de Takamiya recorría en la historia, el enigma de la relación de las mujeres con el agua. Todas las imágenes eran líquidas y suspendidas. Fuimos caminando por las calles de ese barrio de Tokyo que estaba repleto de librerías y yo conservaba el libro, como si fuera mío. Quería descartar de lleno mis compras, el extraño hilo que había encontrado entre las fotografías de plantas medicinales arcaicas y las plantas nucleares modernas, y atesorar el hallazgo que tenía entre manos. Y mientras buscábamos alguna nueva adquisición, Tsiu Wa me explicó que en la tradición china, las mujeres representan el elemento agua. Me dijo que cuando el agua está equilibrada, somos más flexibles, nos adaptamos mejor al entorno. El agua que va y que viene, que nunca retrocede ante un obstáculo ni una caída, que nada la modifica y que siempre permanece fiel a su esencia. Y mientras caminábamos, imaginé un río, lleno de quiebres, piedras y pendientes, y en las aguas que fluyen sin interrupción, en el agua que llena cada cavidad antes de seguir su curso, y que siempre, avanza.

--

--