Ilustración por La Delmas

Soy feminista porque soy mujer y gorda

Aguinaldo
El resto que falta
Published in
6 min readMar 8, 2021

--

Por Romina Zanellato

Hay un momento donde entendés, donde si tu pasado fuera un camino en una ruta pampeana aparecería un puñado de luciérnagas cada dos por tres para iluminar cada vez que sufriste la opresión por ser mujer. Es un instante donde todo se ilumina y el campo muestra hasta lo que vos no detectabas un rato atrás. Es un momento mágico, donde cae el velo de los ojos, donde el monito que tiene las manos tapándose la visión cae y se rompe para siempre, donde se produce una bisagra y no hay vuelta atrás.

A veces esa iluminación ocurre al leer un libro, en una marcha, en una asamblea, leyendo un relato de una desconocida, hablando con tus amigas, con tu mamá, con tu abuela, mirando a los ojos a tu hija. Ese momento donde lo personal se ilumina y una se reconoce en todas las opresiones que vivió. Ahí mismo (y casi siempre en simultáneo) pasa un segundo descubrimiento, cuando vemos que ese campo personal en realidad es colectivo, es sistemático, es para todas más o menos igual. Porque todas, más allá de ser blanca o marrón, urbana o rural, indígena o criolla, rica o pobre, flaca o gorda, cis o trans, lesbiana o heterosexual, todas vivimos bajo la opresión de un sistema que nos reprime.

Yo tuve una amiga que me llevó a ese momento donde entendí, entre muchas otras cosas, que era feminista porque era mujer y porque era gorda. Una doble identidad de la que no me había percatado antes. No quiero hacer de este texto un decálogo de anécdotas íntimas o personales para que se entienda. No hace falta que les cuente las crueldades que me dijeron en la escuela mis compañeres de primaria, o lo difícil que se tornó caminar por la calle cuando me fui convirtiendo en adolescente y mi cuerpo sólo crecía de manera descontrolada, para arriba y para los costados. Ni es necesario que narre el desprecio o la marginación que viví cuando quise relacionarme con varones, besarlos, tocarlos, que me toquen, experimentar la sexualidad en mi juventud. La culpa, el odio y el asco eran tres sensaciones que estaban presentes todo el tiempo, como nubes arriba mío y en mi cabeza. Si sos mujer y no sos deseada, sos un estorbo. Yo lo sabía, y quería borrarme, y ellos, cuando me notaban (si es que me notaban), también lo querían. Ni hablar del jean, intentar entrar en uno, encontrar uno, que cierre el botón, que pase el culo, que la panza no caiga. O de los eternos devenires en consultorios de nutricionistas y médicos endocrinólogos porque mi cuerpo no se modificaba, no se rectificaba, no podía ser así, y tenía que modificarse y rectificarse, cueste lo que cueste. Todo esa enumeración es universal para los cuerpos gordos, y claro, también me pasó a mí.

Lo personal es político, dice la remera, el eslogan, la taza, el libro. ¿Qué significa? Puro vacío hasta que lo entendés. A veces tarda años en hacerse sentido. Tal vez fue en 2015 o 2016, yo estaba en una asamblea para el 8M, mi amiga feminista me había invitado. No sé qué vio en mí, pero algo le debo haber expresado y ahí estaba el mensaje: “Vení, te espero”. Ese primer día subí las escaleras amplias con el corazón tocando una de Motorhead de lo fuerte que latía y ni bien entré quedé azorada. Nunca había visto tantas mujeres, lesbianas, trans, travestis, no binaries respetando la escucha de la compañera que estuviera hablando. En la Mutual Sentimiento, al lado de la estación Lacroze, había académicas, militantas de base, periodistas, agrupaciones, personas que fueron de curiosas como yo, gordas, marrones, indígenas, trabajadoras sexuales, abolicionistas, todas en un mismo lugar, en círculo, hablando une por vez. ¿Cuántas? Capaz 100 personas esa vez, al cabo de unas pocas semanas vi cómo se duplicó, se triplicó ese número. Seguí yendo, me quedaba atrás de todo, veía a mi nueva amiga en la mesa, ella anotaba las oradoras, hacía que sí con la cabeza, rosqueaba, sonreía, y a veces hacía el grito mapuche de nuestra tierra neuquina. Yo no entendía nada, iba a escuchar los relatos de todas con igual sorpresa y atención, elles hablaban y yo escuchaba, después le preguntaba a mi amiga si había entendido bien los subtextos y las tensiones que habían en la reunión. Unos pocos sí, la mayoría no, pero con el tiempo fui afinando el oído, la vista y el sentimiento.

Ese primer día escuché una madre a la que le habían quitado les hijes, otra a la que su marido había golpeado durante años y para cortar con la violencia se fue de su casa, sin tener adonde ir, ni plata para bancarse un lugar o trabajo para independizarse. Relatos de violencia por orientación sexual, por color de la piel, por rasgos étnicos, por discapacidades. Fue tanto, tan intenso, tan arrollador que el mareo que sentía dentro mío se materializó en el cuerpo de otra persona. Una mujer estaba haciendo su intervención y en el medio de su alocución vomitó el piso de la mutual. Lo que pasaba adentro mío estaba tan dado vuelta que sentí que había sido yo la que se había precipitado sobre ese piso frío del tercer piso. Salí corriendo a la avenida Lacroze, sin saber dónde estaba. Tantos años había vivido como esos monitos que se tapan la boca, los ojos y las orejas. ¿Cuántas veces tuve oportunidad de acercarme a estas experiencias y lo rechacé, me negué, incluso desprecié? Muchas. Puedo enumerar unas cuantas ahora. El feminismo estaba ahí, en la palma de mi mano y yo me negaba, hasta que ese día otra mujer expresó con su cuerpo lo que yo sentía en el mío. Nunca más nada iba a ser igual, nunca más iba a ser indiferente. Me lo prometí. Me fui corriendo, escapé, pero sabía que iba a volver a la asamblea siguiente, más preparada pero con la misma timidez.

Un puñado de años pasaron de asamblea feminista en asamblea feminista, ya era una protoactivista, ya había empezado a estudiar en serio a los feminismos, cuando mi amiga, esta misma amiga que me invitó, que me tiró una soga a mi agujero interior, me dijo: “¿No leíste nunca a Laura Contrera y Nicolás Cuello?”. No, no sabía quiénes eran, pero googleé y encontré Cuerpos sin patrones, Resistencias de las geografías desmesuradas de la carne, su novísimo libro editado por Madreselva. Ahí empezó mi lectura, mi camino, mi revolución personal dentro de los feminismos. Mi campo se terminó de iluminar.

Soy feminista porque soy mujer y soy gorda. En las asambleas la vi a Laura, conocí a la maravillosa Ana Larriel, a otras activistas por la diversidad de los cuerpos, leí Gorda vanidosa de Lux Moreno, editado por Planeta, mucho después llegó la edición argentina de Coger y comer sin culpa de María del Mar Ramón, y tanto material más. Las influencers del body positive que desbordaron mi feed de Instagram con sus cuerpos grandes en bikini, en ropa interior. Me educaron el ojo: si ellas son hermosas así con sus curvas, su culo, sus rollos, ¿podré serlo yo también? Y las generaciones más jóvenes, como mi hermana menor, que tanto me abrió la cabeza, que pudo desandar el camino que a mí me victimizó durante tantos años en un chasquido de sus dedos. Todo eso trabajó en mí para hacerme más libre, y sé que también le pasó lo mismo a muchas otras.

Está el verbo habitar dando vueltas por este texto y esta experiencia. No es el que más me gusta, pero puedo decirlo: el feminismo me ayudó a habitar mi cuerpo de una manera orgullosa, no tan traumática, complaciente, disfrutona. Cada vez que voy a una marcha me doy cuenta que no soy la única, que nos viene afectando a todas y todes. Abrazo a mi amiga Agustina Paz Frontera, que gracias a mirarla aprendí tanto de mí. El feminismo, entre muchas otras cosas, es pensar, es habitar, es amistad, es discusión, es lucha y es, sobre todas las cosas, iluminación.

--

--