Ilustración por La Delmas

Una caja de resonancia

Aguinaldo
El resto que falta
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3 min readMar 12, 2021

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Por Diana Zurco

El feminismo siempre estuvo. Yo también. Pero nunca nos habíamos encontrado.

La conexión se dio en el último tiempo. Hace unos años una jovencita me dijo, “¿cómo es posible pensar un feminismo sin las trans, si ustedes salieron a defender el género desde el principio de su lucha?”. Ahí me terminó de abrazar la causa y yo a ella. Esa toma de conciencia me llevó a un lugar de mi cabeza en donde ya no había muros. Vi con claridad que nuestra causa trans y el feminismo estaban hermanadas. Entendí que la salida era por ahí, que nuestras luchas tenían denominadores comunes.

¿Pero qué pasó previamente dentro de esos muros?

Ser una trans de 41 años en Argentina es considerado ser una sobreviviente. También un cuerpo con memoria, una mente llena de ecos, ojos forjados como centinelas para proteger ese cuerpo e incluso muchas veces para obstruir los oídos. Porque si ambos (ojos y oídos) se volvían permeables a un agente agresor, así fuera una palabra ofensiva, el impacto tomaba forma en el cuerpo, en el pensamiento, y hacía metástasis en el sistema emocional. ¿Y qué sucede cuando ese invasor ocupa los lugares de la conciencia que no le pertenecen? Termina ganando, se enquista en nuestro interior. Coarta las libertades y, lo que es peor, expropia las ideas del derecho genuino a vivir nuestra libertad. Interpela los deseos de igualdad imponiendo su fuerza física, sus ejércitos, su mandato, su violencia. Eso es el patriarcado y tiene su sexo, es masculino. Ese constructo se erige en nuestra cultura con su propio centinela, el machismo.

Tardé muchos años en “despertar” casi por completo mi conciencia. En un tramo de ese pasaje, volviendo de eso “onírico”, viré mis ojos a una realidad que no traía incorporada, un factor que alimentaba y alimenta aún a ese guardián del patriarcado: la subordinación femenina. Para ser más precisa, la naturalización de subordinación por parte de las mujeres.

En el pasado, las que desnaturalizaban empezaban a caminar. Aunque los pasos sonoros del feminismo estuvieron aplacados en nuestro país hasta no hace mucho tiempo. En paralelo, muchas trans/travestis crecíamos como aves errantes. Suficiente teníamos en nuestro golpeado y aturdido ser como para reparar en conceptos políticos, en ideas de libertad, en sueños de igualdad, en “utopías” de equidad. En nuestras trincheras siempre nos defendimos de las violencias tanto de hombres como de mujeres. Incluso el propio movimiento feminista argentino en la segunda mitad del siglo xx no quería a las trans en sus filas. Hasta la participación de las lesbianas era motivo de debate. Basta leer un poco de la historia de Lohana Berkins para tomar dimensión de lo que ese feminismo significaba.

Un sistema heterocisnormativo era observado como enemigo por muchas de nosotras, por lo cual, en mi adolescente mundo de antaño ¿qué energía iba a querer contemplar para interiorizarme sobre ese concepto? Nosotras siempre luchamos por sobrevivir. Desde esa “justificada” ignorancia para nuestras vapuleadas identidades, machismo y feminismo podían significar lo mismo. Nuestra lucha trans era más que silenciada, era perseguida.

Alguna vez llegué a pensar que en el mundo estaban primero los hombres blancos y cis, luego las mujeres (también blancas y cis), luego … todos los demás. Pero en ese “todos los demás” tampoco me veía porque sentía que ni siquiera éramos consideradas personas. Nuestras identidades eran inexistentes y peor aún, usadas para la burla, para la estigmatización. En este mismo presente siguen los vestigios de esa violencia. En ocasiones hasta lo políticamente correcto muestra atisbos de ironía. Voces que se alzan públicamente como deconstruidas pero en sus grupos de whatsapp se ríen con memes transfóbicos.

Volviendo al tema, todo ese andamiaje de características, vivencias, registros e historia hicieron que creara esos muros en mi mente. Paredes que no me permitían ver la mejor parte del concepto feminista, la evolucionada. La parte iluminada del feminismo. Esa que viene a transformar el mundo. Esa que erige una fuerza en movimiento orbitando la existencia humana incluso más allá del género, más allá del estereotipo, más allá de lo genital, más allá de la materia, del espacio y del tiempo. Cómo será que su propia caja de resonancia genera sonidos inteligentes que se transformó a sí mismo y estoy segura de que se sigue transformando. En ese feminismo creo. En un nuevo feminismo. Y sin duda, con las trans.

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