Mutilación genital femenina y circuncisión masculina: ¿Debe haber un discurso ético diferente?

Bou
El saco del Coco
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25 min readAug 30, 2016

Lo que sigue es una traducción de este artículo escrito por Brian D. Earp; investigador de la Universidad de Oxford especializado en psicología, filosofía, biomedicina y ética.

Este mes, the Guardian ha lanzado una campaña conjunta con Change.org para acabar con la “mutilación genital femenina” (MGF) en el Reino Unido; podéis ver el análisis de Dominic Wilkinson en este blog. Apoyo esa campaña porque la MGF me parece intolerable. De hecho creo que ningún niño debería verse sometido a la eliminación parcial o total de sus genitales salvo por causas médicas urgentes, independientemente de su sexo (masculino, femenino o intersexual) y de las afiliaciones culturales o religiosas de sus padres.

Esto lo he argumentado aquí, aquí, aquí, aquí y aquí. Pero algunos comentaristas son reacios a mencionar la MGF en la misma frase que la circuncisión masculina (y quizá la cirugía de normalización intersexual) porque creen que esto “trivializa” la primera y que provoca confusión moral.

Tomemos como ejemplo estos tuits de Michael Shermer, un prominente “escéptico” estadounidense y promotor de la ciencia y el racionalismo:

Petición para acabar con la MGF. Yo ya he firmado, ¿y vosotros? Gracias.
A los que me contestan “¿y la mutilación genital masculina qué?” Moralmente no es lo mismo. Primero una causa, y luego otra. Haced vuestra propia petición.
Las motivaciones son importantes en los asuntos morales. El motivo principal de la MGF es el control de la mujer. En la circuncisión no es así. No es lo mismo.

Esta opinión parece común. Un argumento frecuente es que la MGF sería comparable a la “castración” o a una “penectomía total”, de modo que compararla con la circuncisión está totalmente fuera de lugar. Otros argumentos son:

La MGF y la circuncisión masculina son completamente diferentes. La MGF es por definición salvaje y mutilante (es “siempre tortura” según Tanya Gold) mientras que la circuncisión masculina no es para tanto. La circuncisión es una “intervención menor” que incluso puede aportar beneficios a la salud, mientras que la MGF es una intervención sin beneficios que no hace más que dañar. El principal motivo de la MGF es el control de la sexualidad de la mujer (ver los tuits anteriores); es inherentemente sexista y discriminatoria, y una expresión del poder y dominación masculinos. Por el contrario, la circuncisión masculina no tiene nada que ver con el control de la sexualidad masculina; es “un cortecito” y de todas formas “los hombres no se quejan”. La MGF impide el disfrute de las relaciones sexuales, mientras que la circuncisión masculina no tiene efectos reseñables sobre la sensación o la satisfacción sexuales. Es perfectamente razonable oponerse a todas las formas de ablación genital femenina, y al mismo tiempo aceptar o incluso aprobar la circuncisión infantil masculina.

Casi todas estas afirmaciones son falsas (o al menos engañosas), derivan de un entendimiento superficial de la MGF y de la circuncisión masculina y son inconsistentes con la literatura reciente. Su repetición constante en el discurso popular (incluyendo a quienes tienen un público tan amplio como el de Shermer) es dañina para el debate moral.

¿De qué va esto?

Para ver la raíz del problema hay que empezar definiendo los términos: mutilación genital femenina, y circuncisión masculina. La OMS establece cuatro tipos principales de MGF, con múltiples subdivisiones:

  • Tipo I: eliminación parcial o total del clítoris y/o de su prepucio (clitoridectomía). Tipo Ia: eliminación solo del prepucio del clítoris; tipo Ib: eliminación del clítoris y de su prepucio.
  • Tipo II: eliminación parcial o total del clítoris y de los labios menores, con o sin escisión de los labios mayores. Tipo IIa: eliminación solo de los labios menores; tipo IIb: eliminación del clítoris y los labios menores; tipo IIc: eliminación del clítoris, los labios menores y los labios mayores.
  • Tipo III: estrechamiento del orificio vaginal y creación de un sello cortando y reposicionando los labios menores y los labios mayores, con o sin escisión del clítoris (infibulación). Tipo IIIa: eliminación y reposicionado de los labios menores; tipo IIIb: eliminación y reposicionado de los labios mayores.
  • Tipo IV: cualquier otro procedimiento dañino para los genitales femeninos sin causa médica; por ejemplo las punciones, las perforaciones, las incisiones, los raspados y las cauterizaciones.

Lo primero que debemos sacar de esta lista es que la MGF no es una sola cosa. Por desgracia existen muchas formas de pinchar, rasgar o recortar trozos de la vulva de una niña, y van desde las menos dañinas como la punción del prepucio clitorial (con anestesia y equipo quirúrgico, como se propuso en el Compromiso de Seattle, pero que consta como tipo IV), pasando por varios tipos de perforación que no tienen por qué eliminar tejido (y que se practica en los países occidentales en forma de piercings, por motivos cosméticos) y por intervenciones que alteran los labios pero no el clítoris (el nombre clínico es labioplastia y también es popular en los países occidentales), hasta el extremo: la escisión del clítoris externo con un trozo de cristal, y la sutura y cerrado de los labios con espinas. Es importante resaltar que los tipos más graves (como el mencionado arriba) son relativamente raros, y que las formas menores e intermedias se dan de forma mucho más común.

Como apunte, las formas de cirugía estética presentes en países occidentales se dan con el consentimiento informado de la paciente (lo cual me parece relevante para el análisis moral) pero hay una tendencia alarmante entre algunas adolescentes (algunas de tan solo 13 o 14 años) a reducirse los labios o pasar por otros tipos de cirugía vaginal, aparentemente con permiso paterno. Y sin embargo las agencias mundiales de salud como la OMS callan respecto a este tema, y centran sus esfuerzos en la erradicación de la MGF en el continente de África.

En este contexto africano la ablación genital (de cualquier gravedad) suele realizarse al llegar la pubertad, y a jóvenes de uno y otro sexo. En la mayoría de los casos su función social es marcar la transición de la infancia a la madurez, y se realiza en un contexto ceremonial. Pero en África, Oriente Medio, Indonesia y Malasia, las alteraciones genitales (repito: en ambos sexos) se realizan cada vez con más frecuencia igual que la circuncisión en Estados Unidos: por profesionales médicos, en entornos hospitalarios y sobre recién nacidos.

Entender el daño

Debe quedar claro que las distintas formas de ablación conllevan distintos grados de daño, distintos efectos sobre la función y la satisfacción sexual, distintas probabilidades de sufrir una infección, etcétera. Pero como resalta Obermeyer en su análisis sistemático sobre las consecuencias de la MGF sobre la salud:

No se suele señalar que la frecuencia y la gravedad de las complicaciones dependen de la magnitud y las circunstancias de la operación; ni que gran parte de nuestra información proviene de estudios realizados en Sudán, donde se suele infibular a las mujeres. Las enfermedades y las muertes que atribuimos a estas prácticas son difíciles de reconciliar con la realidad de su persistencia en tantas sociedades, y plantea la posibilidad de que exista una discrepancia entre nuestro “conocimiento” de sus efectos y el comportamiento de millones de mujeres y sus familias.

Todas las formas de MGF (independientemente de su tipo, del daño provocado y de sus condiciones de esterilidad) se consideran mutilaciones y se prohíben en las democracias occidentales. Y repito, estoy de acuerdo con esa prohibición. No creo que nadie deba acercar ningún objeto punzante a la vulva de una chica si no es para salvar su vida o su salud, o si no ha dado su consentimiento libre e informado para pasar por la operación. Claro que en este caso ya no hablaríamos de una chica sino de una mujer, con plena capacidad de decidir sobre su cuerpo.

¿Y la circuncisión masculina qué?

Con la circuncisión masculina la canción es otra. No está prohibida en ningún sitio y ni siquiera suele estar regulada. En algunos países (incluyendo los Estados Unidos) cualquier persona, con cualquier instrumento y cualquier grado de formación médica (incluyendo ninguna) puede realizarle la circuncisión a un niño sin su consentimiento, y en ocasiones con desastrosas consecuencias. Como señala Davis: “si los estados regulan las condiciones higiénicas de las personas que nos cortan el pelo y las uñas… ¿por qué con los genitales de los niños no?”

La circuncisión, al igual que la MGF, no es un monolito. Hay varios tipos. La forma original practicada por la cultura judía hasta el 150 D.C. era relativamente menor: solo suponía cortar la parte sobrante del prepucio, la que sobresalía más allá del glande, y por tanto mantenía la mayoría de sus funciones mecánicas y de protección y reducía la cantidad de tejido erógeno a eliminar. La forma moderna es considerablemente más invasiva: elimina entre un tercio y la mitad de la piel móvil del pene (unos 50 cm² de tejido sensible en el órgano adulto), elimina la función deslizante del prepucio (ver una demostración en vídeo aquí) y expone la cabeza del pene a la irritación ambiental.

La circuncisión (y otras formas de ablación genital masculina) se llevan a cabo a distintas edades, en distintos entornos, con distintas herramientas, por distintos grupos y por distintos motivos. Las circuncisiones tradicionales musulmanas se hacen con un chico consciente, de entre 5 y 8 años o incluso más. Las circuncisiones no religiosas estadounidenses se realizan en un hospital, durante los primeros días de vida, con o sin anestesia (normalmente sin) y usando una variedad considerable de pinzas y herramientas cortantes. Las metzitzah b’peh (practicadas por algunos judíos ultraortodoxos) suponen la succión de sangre de la herida y conllevan el riesgo de infección por herpes y de daño cerebral permanente. Las subincisiones, llevadas a cabo entre otros por los aborígenes australianos, suponen abrir el pasaje uretral desde el escroto hasta el glande y suele afectar a la micción además de a la función sexual; Los Xhosa de Sudáfrica practican la circuncisión como rito iniciático, entre arbustos, con lanzas, cuchillos sucios y otro equipo sin esterilizar, y suelen causar hemorragias, infecciones, mutilaciones y pérdida total del pene (aquí pueden verse algunas imágenes perturbadoras) así como en muchos casos la muerte. Pero incluso las operaciones menores realizadas en hospitales conllevan sus riesgos: a lo largo de 2011 un único hospital de Birmingham tuvo que tratar a casi una docena de chicos por “hemorragias, shocks o sepsis que amenazaban su vida” tras someterlos a circuncisiones no terapéuticas.

Lo importante es esto: cuando la gente habla de MGF suele tener en mente las formas más graves de ablación genital femenina, practicadas en los ambientes menos estériles y seguidas por las consecuencias más drásticas. Todo esto pese a que esas formas son la excepción más que la regla. Sin embargo cuando hablan de circuncisión masculina suelen pensar en las formas menos graves de ablación genital masculina, practicadas en los ambientes más estériles y seguidas por las consecuencias menos drásticas, porque estas son las formas con las que, por su cultura, están más familiarizados.

Esto, a su vez, transmite la idea de que la MGF y la circuncisión masculina son “completamente diferentes” porque la primera es salvaje y mutilante, y la segunda es benigna o incluso saludable. Sin embargo, como dice el antropólogo Zachary Androus:

La idea de que la circuncisión masculina es inofensiva es consistente con los valores y costumbres occidentales, a los que cualquier procedimiento sobre las chicas les resulta ajeno. Sin embargo, en algunas culturas se somete a las chicas a prácticas peores que a los chicos y en otras culturas se somete a los chicos a prácticas peores que a las chicas.

Si juntamos todos estos tipos diferentes de procedimiento en un solo grupo para cada sexo, creamos unas categorías que no describen fielmente lo que ocurre en ninguna parte del mundo.

Así que al final todo depende de a qué nos refiramos. ¿Oponerse a la MGF supone pensar (como hago yo) que la ética médica, las reglas legales y morales sobre integridad corporal, el principio de autonomía personal y el futuro interés del niño son incompatibles incluso con las formas menores y medicalizadas de ablación? ¿O solo debe inspirar condena la eliminación completa del clítoris con un trozo de cristal?

Si es lo primero, por coherencia también deberíamos oponernos a la circuncisión no terapéutica y no consentida de chicos, que es mucho más invasiva que varias formas menores (pero prohibidas) de MGF y que numéricamente es un problema mucho menor, ya que ocurre millones de veces al año.

La ablación va por grados. Las consecuencias varían. Esto se aplica a chicos y a chicas, y a veces el daño se solapa. Muchos estudiosos del tema se han dado cuenta de esto y están abandonando los términos mutilación genital femenina y circuncisión masculina (que presuponen una diferencia moral estricta) y en su lugar usan términos como ablación genital femenina (AGF), ablación genital masculina (AGM) y ablación genital intersexual (AGI), que no suponen un juicio moral. De esta forma el carácter moral de la ablación puede valorarse independientemente del género y en base al daño físico producido y a otras circunstancias, como si la intervención ha sido terapéutica y consentida.

Conque no nos engañemos, hay muchos tipos de ablación con muchos resultados diferentes. Pero quizá haya otras diferencias importantes entre la femenina y la masculina, que justifiquen una separación estricta en términos de debate ético. Veamos algunas de esas posibilidades que mencioné más atrás.

La circuncisión puede aportar beneficios a la salud, pero la MGF es una intervención sin beneficios que no hace más que dañar

Las dos partes de esta afirmación son engañosas. Para empezar, ¿cómo sabemos que la MGF (a la que a partir de ahora llamaré AGF) no tiene beneficios para la salud?

No hay duda de que los tipos más extremos de AGF tienen un resultado negativo para la salud, como también lo tiene la versión de AGM que se practica con lanzas y cuchillos sucios. ¿Pero qué pasa con los otros tipos?

Los defensores de la AGF (incluyendo a los profesionales médicos de los países donde es una práctica normativa) suelen justificar su continuidad aludiendo a ciertos beneficios como una mejor higiene genital, y al menos un estudio la ha relacionado con una tasa menor de transmisión del VIH. En efecto, los virus y las bacterias se pueden acumular en varios rincones húmedos y cálidos de la vulva (como por ejemplo en el prepucio clitorial o entre los pliegues de los labios) así que, ¿cómo sabemos que eliminar algo de ese tejido (con una herramienta quirúrgica estéril) no puede reducir el riesgo de infección?

Por suerte en los países occidentales es imposible realizar ese tipo de investigación, porque cualquier científico que lo intentara se vería detenido por los comités éticos y arrestado por contravenir las leyes anti-ablación. Así que simplemente no lo sabemos. Cada vez que oímos que la MGF no tiene beneficios para la salud (una afirmación que se ha convertido en un mantra para la OMS) lo que en realidad significa es que no sabemos si ciertas formas de MGF menores y esterilizadas pueden tener beneficios para la salud, porque averiguarlo sería poco ético e ilegal.

El caso es que a las sociedades occidentales estos hipotéticos beneficios no nos suelen parecer especialmente relevantes para decidir si tendríamos que coger chichas sanas y cortarles trocitos de los genitales. Sin el consentimiento de la chica, y sin un diagnóstico médico, se considera intolerable en todo caso. Y sin embargo algunos científicos (principalmente estadounidenses) se han propuesto fomentar la circuncisión masculina, realizando estudio tras estudio para determinar qué beneficios exactos podrían resultar de cortar partes del pene. ¿Por qué este doble estándar? La pregunta es retórica; la respuesta es que los prejuicios culturales le ponen los límites a la ciencia y a la medicina, y determinan qué tipo de investigaciones se permiten y reciben financiación.

Veamos un supuesto beneficio atribuido a la AGM: una reducción del riesgo de desarrollar una infección en el tracto urinario. Las chicas sufren estas infecciones diez veces más que los chicos, y a ellas les recetan antibióticos y otros tratamientos conservadores y les recomiendan que se laven los genitales y que practiquen una higiene correcta. Pero para los chicos los defensores de la circuncisión proponen la cirugía, basándose en que por cada 111 operaciones se evita una infección. Pero como dicen Benatar y Benatar: “La infección del tracto urinario no le ocurre al 99,85% de los niños circuncidados, ni al 98,5% de los no circuncidados. Y cuando a pesar de todo ocurre, es fácil de diagnosticar y de tratar y tiene una morbilidad y una mortalidad bajas”. Conque nada: higiene para las chicas, amputaciones para los chicos.

Otro beneficio que se le suele atribuir es una tasa menor de transmisión del VIH en áfrica. Pero esos estudios se han llevado a cabo con voluntarios adultos y en condiciones de consentimiento informado, no con niños pequeños. No tengo problema con que un adulto pida someterse a cirugía y eliminar parte de su pene como forma parcial de profilaxis contra el VIH en ambientes con tasas muy altas de infección, está en su derecho. Otra cosa es que siga teniendo que usar condón para estar protegido de verdad, pero es su cuerpo y es su decisión.

Otro asunto muy distinto es circuncidar a un niño que en ausencia de abusos no puede contagiarse de VIH u otras ETS, que no puede dar su consentimiento y que cuando comience su actividad sexual puede preferir otras formas de seguridad sexual, en vez de perder una parte del pene.

El debate sanitario continúa aquí, aquí, aquí, aquí y aquí. El resumen es que los motivos dados no son convincentes, sobre todo en países desarrollados con un sistema de salud y acceso a jabón y a agua corriente.

¿Qué otras diferencias hay entre la AGF y la AGM que justifiquen su separación? Volvamos a la lista.

El principal motivo de la MGF es el control de la sexualidad de la mujer; es sexista y una expresión del poder y dominación masculinos. La circuncisión masculina no tiene nada que ver con el control de la sexualidad masculina

Aquí hay mucho que decir. Para empezar, la ablación femenina se ha llevado a cabo por motivos diferentes, en momentos diferentes y en lugares diferentes. Y con la masculina pasa igual. Sin embargo, pese a la opinión general, no es cierto que la AGF se lleve a cabo siempre para controlar la sexualidad de la mujer. Por ejemplo en Sierra Leona:

Entre los Kono no hay una obsesión cultural con la castidad de las mujeres, ni con su virginidad, ni con su fidelidad sexual. Puede que sea porque el rol del padre biológico se considera marginal y periférico a la unidad matricéntrica central (…) la cultura Kono promulga una ideología sexual dual (…) el poder de Bundu, la sodalidad secreta femenina (es decir, la asociación iniciática que lleva a cabo las ceremonias de AGF) sugiere que existen vínculos entre la escisión, la ideología religiosa de las mujeres, su poder en las relaciones domésticas y su perfil alto en en contexto público.

En casi todos los sitios donde se realiza la AGF son las mujeres (no los hombres) las que la llevan a cabo, y no suelen verla como una expresión patriarcado sino como una forma de obtener higiene, belleza e incluso empoderamiento, y como un rito iniciático de alto valor cultural. Y decir simplemente que esas mujeres tienen el cerebro lavado es una simplificación excesiva. En esas mismas sociedades las ceremonias de iniciación masculinas se llevan a cabo por hombres y se desarrollan en paralelo, en condiciones parecidas, por motivos parecidos y a menudo con resultados parecidos (o incluso peores) para la salud y la sexualidad. Ver, por ejemplo, esta discusión con Ayaan Hirsi Ali.

Sin embargo algunos estudios antropológicos sí sugieren que en algunas culturas (especialmente en el Noreste de África y en varios lugares de Oriente medio) la AGF está íntimamente relacionada con las expresiones sexistas de los valores patriarcales. En esos lugares puede verse un énfasis claro en la “pureza” sexual de la mujer. Ya he dicho que esa obsesión asimétrica del Islam con la virginidad femenina (expresada mediante la ablación genital y otras prácticas) es enormemente problemática e injustificable moralmente. Pero es importante recalcar que por regla general:

No se ha establecido de forma fiable una asociación empírica entre el patriarcado y la cirugía genital. Casi todas las sociedades del mundo pueden describirse como patriarcales, pero la mayoría o no modifican los genitales de ningún sexo o modifican solo los de los hombres. Casi no hay sociedades patriarcales que practiquen estas formas de cirugía solo a mujeres. Las sociedades humanas mantienen actitudes muy distintas hacia la sexualidad femenina (unas exigen su templanza y represión, y otras más permisivas animan a la aventura y a la experimentación) pero no hay una correlación fuerte entre esas diferencias y la presencia o ausencia de la cirugía genital.

En efecto: en las culturas donde la AGF (y la AGM) son normativas, muchas mujeres opinan que la ablación es parte de su herencia cultural y la defienden enérgicamente de las agencias occidentales, y a veces de los hombres de sus propias sociedades (ver esto también) que quieren acabar con ella. Esto ha provocado incluso un contra-discurso dentro del feminismo occidental, que ve las campañas anti-ablación como una forma de imperialismo cultural. Desde este punto de vista la lucha contra la AGF viene unida a un proyecto colonial y neo-colonial de “hombres blancos salvando a mujeres marrones de hombres marrones” (y de sí mismas) tal y como escribió Nancy Ehrenreich en el Harvard Civil Rights-Civil Liberties Law Review:

La postura más extendida entre quienes se oponen a la AGF plasma las sociedades que la realizan como primitivas, patriarcales y salvajes, y presenta la circuncisión femenina como una práctica cultural innecesaria y dañina, basada en normas de género patriarcales y creencias ritualistas (…) arremeter contra las sociedades y costumbres africanas (mientras se ignora prácticas similares en Estados Unidos) supone que la visión estadounidense del cuerpo es “científica” (es decir: racional, civilizada y basada en conocimientos reconocidos de forma universal) y que la africana es “cultural” (es decir: supersticiosa, poco civilizada y basada en creencias falsas y societales). Pero la medicina occidental no está libre de influencia cultural, y la práctica de la AGF no está ligada a la cultura; al menos no de la forma que imaginan sus opositores.

Dustin Wax da un argumento similar:

En el movimiento contra la AGF la voz de las “mujeres marrones” está ausente casi por completo, silenciado por la insistencia en que la práctica es tan horrenda que cualquier interpretación positiva queda excluida y por tanto solo son válidas las voces que la condenen. Cualquier testimonio contradictorio se desecha, entendiendo que es resultado de la ignorancia, del lavado de cerebro, de la falsa conciencia, del miedo a la venganza masculina, de la oposición a Occidente o de otras formas de complicidad, consciente o no.

¿Y con lo otro qué pasa? Suele decirse que la circuncisión masculina no tiene nada que ver con el control de la sexualidad del hombre. Seguramente es cierto que hoy en día, la mayoría de los padres occidentales que circuncidan a sus hijos no lo hacen para “controlar” su sexualidad (como tampoco lo hacen la mayoría de los padres africanos que circuncidan a sus hijas) pero históricamente la AGM se ha apoyado en ese deseo. Pese a la opinión general, la ablación genital masculina se ha usado durante mucho tiempo como forma de control (y hasta de castigo) sexual. El filósofo judío Maimonides decía que la disminución de la sensibilidad sexual era uno de los objetivos de la circuncisión (porque reducía la lujuria y la concupiscencia); la medicina occidental adoptó la circuncisión durante la era victoriana fundamentalmente para combatir la masturbación y otras expresiones de la sexualidad juvenil; y la circuncisión forzada de los enemigos se ha usado como forma de humillación desde la noche de los tiempos: esta última práctica continúa entre los Luo de Kenia y en otros muchos grupos. Y volviendo a la cuestión específica del patriarcado, el Judaísmo solo permite a los chicos “sellar el pacto divino”. Es difícil ser más sexista.

Pero en cada comunidad es diferente, y los motivos de cada padre no tienen que ser los mismos que originaron la práctica ni los que la motivaron en cada época (p.ej. curar la masturbación). Como dice la reconocida activista anti-AGF Hanny Lightfoot-Klein: “la principal razon de que África practique la circuncisión femenina y los Estados Unidos la masculina es en esencia la misma: ambas prometen limpieza, ausencia de olores y un mayor atractivo y aceptación”.

Entonces… ¿qué quiere decir todo esto? Si tanto la ablación genital masculina como la femenina expresan diferentes normas culturales en diferentes contextos, y se llevan a cabo por motivos diferentes en culturas diferentes, en comunidades diferentes e incluso en familias diferentes… ¿cómo podemos decidir cuándo son tolerables y cuándo no? ¿Entrevistamos a cada padre para cerciorarnos de que en su caso sea por motivos aceptables? Si prometen que no lo hacen por control sexual sino por higiene o por estética, o por cualquier otro motivo que no suponga un problema simbólico, ¿les dejamos hacerlo?

Eso no puede ser. Cada padre que se propone someter a su hijo o hija a cirugía genital (por el motivo que sea) está convencido de que lo hace por su bien, nadie cree estar mutilando a su descendencia. Por tanto el factor que determine la permisibilidad no puede ser la intencionalidad de la intervención, sino sus consecuencias para la persona cuyos genitales se va a cortar. ¿Y cuáles son las consecuencias de la AGF y la AGM? Vamos a aclarar un par de mitos.

La circuncisión masculina es “un cortecito” y de todas formas “los hombres no se quejan”.

Antes de abordar estas afirmaciones tan repetidas sobre la ablación genital masculina, pensemos un momento en los equivalentes femeninos que suelen surgir durante cualquier discusión. El tipo de intervención que nos suele venir a la cabeza es escalofriante, y mucha gente encuentra la AGF bárbara e inhumana y reacciona con una mezcla de tristeza, horror y asco porque le trae imágenes de desgarros y cortes hechos con esquirlas de cristal.

Sin embargo la imagen que nos trae la circuncisión masculina son mucho menos crudas, a juzgar por la repetida (pero falsa) afirmación de que es “un cortecito”.

La circuncisión masculina nunca es solo un cortecito. Suele ser una intervención traumática y enormemente dolorosa incluso en entornos hospitalarios, porque no se suelen aplicar medios analgésicos. En entornos rituales pasa lo mismo, y de hecho el dolor atroz de la circuncisión suele usarse como prueba de masculinidad, como contó Nelson Mandela sobre su propia circuncisión tribal:

Dudar o gritar era un signo de debilidad y un estigma para tu masculinidad. Yo no quería avergonzarme a mí mismo, ni a mi grupo, ni a mi guardián. La circuncisión es una prueba de valentía y estoicismo, así que no se usa anestesia; el hombre debe sufrir en silencio. Cuando quise darme cuenta el viejo se había arrodillado frente a mí… sin mediar palabra me agarró el prepucio, le dio un tirón y entonces, con un movimiento rápido, bajó su assegai [cuchillo]. Me pareció que me corría fuego por las venas, el dolor fue tan intenso que tuve que hundir la barbilla en el pecho. Pasaron muchos segundos hasta que recordé el grito, y entonces me recuperé y grité: “¡Ndiyindoda!” [“¡Soy un hombre!”]

En la circuncisión infantil el corte (si lo llega a haber) solo llega al final. Antes hay que separar el prepucio de la cabeza del pene, a la cual está adherido durante buena parte de la infancia; luego se estira y se corta o se aplasta, o se rasga, o incluso se estrangula hasta producirse la necrosis. Cuando esto se realiza con equipo no esterilizado, por una persona no formada, en entornos con acceso limitado a atención médica, hay un riesgo importante de que se produzca una infección grave, la pérdida del pene o incluso la muerte. Sugiero que el lector vea alguno de los vídeos siguientes, y ponga fin a la idea de que la circuncisión es “un cortecito”.

Circuncisión en un hospital de Estados Unidos
Circuncisión tradicional musulmana
Circuncisión judía
insistenCircuncisión Ugandeña

La noción de que “los hombres no se quejan” es falsa también. Igual que algunas mujeres sometidas a AGF protestan apasionadamente por lo que se les hizo sin su permiso, otros hombres sometidos a AGM lo hacen también. Algunos ejemplos de quejas meditadas y articuladas pueden encontrarse aquí, aquí, aquí y aquí. Este hombre perdió el pene. Varios miles de hombres están intentando la restauración de prepucio, un arduo proceso consistente en intentar que su pene recupere cierta semblanza a su estado anterior a la circuncisión, estirando la piel del tronco del pene mediante pesas, cinta y otros materiales. Este número no es despreciable. Cuando los hombres se quejan sus sentimientos suelen trivializarse, pero ellos insisten en número cada vez mayor y de forma cada vez más vocal.

Es cierto que muchos hombres no se quejan, igual que muchas mujeres que han pasado por la AGF tampoco lo hacen. En una encuesta a 3.805 mujeres sudanesas el 89% habían sido sometidas a AGF y, de ellas, el 96% decían que harían lo mismo con sus hijas y el 90% se mostraban a favor de la continuación de la práctica. Pero que algunos hombres se quejen es suficiente, igual que lo es que se quejen algunas mujeres: en ambos casos se ha eliminado una parte sana de su cuerpo sin que dieran su permiso informado. En las sociedades occidentales les enseñamos a los ciudadanos que tienen derecho a la integridad corporal; por ejemplo prohibimos que se tatúe a los niños y les decimos que los adultos no pueden tocarlos de forma no apropiada. En ese tipo de entorno legal y social, deberían tomarse con más seriedad las quejas por haber perdido parte de los genitales sin dar previo consentimiento.

Y por último:

La MGF impide el disfrute de las relaciones sexuales, pero la circuncisión masculina no tiene efectos reseñables sobre la sensación o la satisfacción sexual.

De nuevo, depende. Es obvio que las formas menores de AGF (como el punzado ritual, algunos tipos de perforación o incluso la eliminación de los labios vaginales) no eliminarán la sensación erógena; pero… ¿eso las hace tolerables aunque se hagan sin consentimiento? La respuesta en mi opinión es no. Hay que evitar incluso el más mínimo riesgo de dañar el tejido nervioso sensible durante el punzado, salvo que la persona que sufre ese riesgo sea la misma que lo ha decidido libremente como adulto informado.

¿Y qué pasa si “solo” se elimina el prepucio clitorial? Es posible que el clítoris pierda algo de sensibilidad con el tiempo, por el roce con factores ambientales (como parece que le ocurre al glande tras la circuncisión masculina, ya que de hecho ambos prepucios son estructuras anatómicamente análogas) pero quizá conserve parte de esa sensibilidad y, en todo caso, el disfrute sexual no puede reducirse a la estimulación del clítoris ni a la capacidad de llegar al orgasmo. ¿Esto hace que la circuncisión clitorial ya esté bien?

Si se hace sin consentimiento, no.

Por último… ¿qué pasa con las formas más invasivas de AGF, las que suponen la escisión del clítoris externo? Un reciente informe del afamado Hastings Center dice que “los estudios ginecológicos han demostrado que un alto porcentaje de las mujeres que han pasado por cirugía genital [incluyendo la escisión] tienen vidas sexuales ricas y con deseo, excitación, orgasmo y satisfacción, y que la frecuencia de su actividad sexual no se ha visto reducida”. Y efectivamente, en un estudio el 86% de las mujeres que habían sufrido incluso formas “extremas” de AGF dijeron que podían llegar al orgasmo, y “la mayoría de las mujeres entrevistadas (90,51%) dijeron que el sexo les proporciona placer”.

Estos datos aparentemente ilógicos pueden explicarse teniendo en cuenta que gran parte del clítoris (incluyendo casi todo el tejido eréctil) está en realidad bajo la piel, y que por tanto no queda eliminado ni por los tipos más invasivos de AGF. Solo se pierde el glande del clítoris (la “parte que sobresale”). Pero esto no hace que de repente ese tipo de cirugía esté bien. Cada chica tiene un cuerpo diferente, y es imposible prever (incluso en las culturas que estigmatizan el clítoris) cómo de importante será para ella tenerlo intacto.

Lo que quiero decir es que si una mujer adulta correctamente informada elige pasar por cirugía genital, eso sí que puede ser tolerable. Pero hacérselo a niñas no.

Con la circuncisión masculina se aplica la misma lógica. La mayoría de los hombres circuncidados (cuyas circuncisiones no han salido del todo mal) dicen que obtienen placer durante las relaciónes sexuales, y que incluso disfrutan bastante. Pero (A) si no los han circuncidado siendo adultos no tienen con qué comparar porque no saben cómo sería el sexo sin circuncisión, (B) incluso si la circuncisión no sale mal puede haber resultados adversos, simplemente por la pérdida de tejido erógeno, (C) la experiencia sexual de algunos hombres pueden verse perjudicadas por procesos psicológicos, como por ejemplo el resentimiento por haber sido circuncidado antes de poder objetar, y (D) el riesgo de que la circuncisión salga mal implica que la operación, al no ser terapéutica, debería en todo caso ser voluntaria.

Los científicos no tienen claro el efecto medio que puede tener una circuncisión (perfectamente ejecutada a manos de un experto) en el posterior desempeño sexual. Lo que está garantizado es la pérdida de cualquier sensación proveniente del prepucio (igual que la labioplastia y la escisión elimina en las mujeres toda sensación proveniente respectivamente de los labios y del glande del clítoris) y de las funciones sexuales asociadas con su manipulación. Un hombre sin prepucio no puede “jugar” con él ni deslizarlo adelante y atrás durante el acto sexual, actividades que pueden ser placenteras e importantes para los hombres no circuncidados y para sus parejas. Y por supuesto, las formas más extremas de ablación genital masculina (por ejemplo las que llevan a la amputación del pene) eliminan por completo la capacidad sexual.

En palabras de Sara Johnsdotter: no existe una relación 1:1 (ni para un sexo ni para el otro) entre la cantidad de tejido eliminado y la satisfacción subjetiva obtenida con el sexo, con lo cual la AGF y la circuncisión masculina (del grado que sea) afectarán de forma diferente a personas diferentes. La relación de cada individuo con su cuerpo es única e incluye lo que le gusta estéticamente, el grado de riesgo que están dispuestos a correr al someter sus “partes íntimas” a cirugía, e incluso qué grado de sensibilidad sexual prefieren tener (por razones personales o culturales). Por tanto cada individuo debería decidir si quiere someter sus genitales a una operación irreversible o no.

En resumen: si la AGF está mal porque “destruye el placer sexual”… entonces (siguiendo esa lógica) los tipos de AGF que no destruyan ese placer se deben tolerar o bien llamarlos de otra manera. Pero si la AGF está mal porque supone cortar los genitales de una niña vulnerable, sin su consentimiento, sin causa médica, exponiéndola a un riesgo sanitario y (en ciertos casos) eliminando una parte sana de su cuerpo que más adelante podría desear haber conservado… entonces, en base a esos argumentos, la circuncisión masculina está igual de mal. Esto es así independientemente de que se destruya o no el placer sexual, y de que posteriormente el individuo se queje o no.

Explicando el doble estándar

Si existe este solapamiento entre la ablación genital femenina y la masculina, ¿por qué uno y otro se tratan de forma tan diferenciada? Rebecca Steinfeld, una politóloga de Stanford que estudia la ablación ritual, aventura lo siguiente:

Junto a las diferencias en daño y los estereotipos sobre las edades y entornos en que se realiza la operación, el doble estándar sale de otros dos factores: el sexismo y el etnocentrismo.

Se percibe que el cuerpo masculino es resistente al daño e incluso que debe ponerse a prueba mediante procedimientos dolorosos, y que el femenino es vulnerable y necesita protección. Es decir, que la vulnerabilidad tiene género, y es más fácil percibir como víctimas a las niñas que a los niños. El resultado es que estas experiencias, cuando se dan en hombres, no se cuestionan en un patriarcado.

Además la cercanía provoca comodidad, y estamos desensibilizados porque la AGM lleva milenios practicándose en Occidente y un siglo siendo rutinaria en los países angloparlantes. Pero la AGF nos queda muy lejos geográfica y culturalmente, así que la percibimos como algo salvaje.

Andrew DeLaney (en un manuscrito inédito) hace sobre este último punto un análisis similar:

En los Estados Unidos la ablación genital masculina se da por norma, pese a los esfuerzos de los activistas por concienciar. En palabras de una profesora de derecho que describía su generación… “todo el mundo estaba circuncidado”. Por el contrario, la MGF es una idea que a casi todos los residentes de Estados Unidos y del mundo occidental les resulta completamente ajena, y la única exposición que han tenido a ella ha sido en informes espantosos basados en puntos muy concretos de África. En consecuencia se da por sentada la objeción moral a la MGF, la investigación se mezcla con el activismo y se dan por ciertos datos que a veces no se han sometido a investigación. Y la circuncisión masculina, mientras tanto, continúa siendo una práctica normalizada.

Volviendo a la petición de the Guardian y de Change.org: es magnífico que un periódico tan prominente a nivel global haga campaña para proteger a las niñas de la ablación no terapéutica y no consentida de sus órganos genitales. No puedo expresar hasta qué punto apoyo dichos esfuerzos (aunque por los argumentos que he dado no esté de acuerdo con el uso del término MGF).

Lo único que digo es que no hay que parar ahí. Cualquier cirugía genital (sea masculina, femenina o intersexual) debería hacerse exclusivamente bajo indicación médica o con el consentimiento informado del individuo. No se puede coger a un niño (del sexo que sea) y quitarle trozos sanos de sus órganos más íntimos, sin que antes esa persona pueda entender los riesgos que implica dicha operación y dar su visto bueno. Hay que poner fin a la compartimentalización practicada por Shermer y por otra gente, y reconocer que nuestra causa debe ser respetar los derechos de los niños y protegerlos de todo mal.

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