Alertex

Tancredo Preta
El Tiburón
Published in
6 min readSep 30, 2015

--

¿Está bien el mundo?

No tu mundo; el mundo, nuestro mundo. ¿Sí? ¿No? ¿Hay algo que se pueda hacer al respecto? ¿Qué? ¿Cómo? ¿Así? ¿Seguro? Bueno. Me he dado cuenta de una cosa: el mundo está repleto de problemas, y solos no se van a resolver. Vos también tienes muchos problemas que no se van a resolver solos. Y aparte te vas a morir. No yo, no el otro. Vos. Vos, ser humano. Vos, individuo. Vos: lo que has sido, lo que eres, lo que nos estés yendo a dejar. Vos: que votas. Que opinas. Que erras. Que gustas. Que crees. Que te reconoces cuando miras al espejo. Que te contorneas entre multitudes y delimitas tu principio y tu final. Que tienes padres e hijos que llevan tu sangre y tu apellido. Vos. Vos, que alzas la mano cuando llaman tu nombre y celebras la fecha en la que naciste y comulgas tras filas y sólo cuando te toca a ti. Que comes a tal hora y duermes a tal otra. Que ejecutas acciones y acarreas efectos. Cuyos estados de ánimo fluctúan a la par de un muy peculiar desencadenamiento de sucesos, irrepetible, que no se acaba jamás. Que te sientes así. Y luego así. Y luego así. Que conectas ideas. Que conectas con otros. Que conectas con lo que se te ha dicho fue y con lo que parecería será. Que conectas con tu alrededor. Que luces de tal forma. Que saludas. Que sonríes. Hablas. Escuchas. Piensas. Sientes. Estás. Tocas. Sientes. Estás. ¿Estás bien? ¿Está bien lo que estás haciendo? Lo que te haga feliz, ¿no? Ah, ¿sí? ¿Y los tuyos? ¿Y los otros? ¿Y el mundo? ¿Está bien? ¿Qué es que no hay nada más que debamos hacer? ¿Todos? ¿Qué? ¿Qué es lo que no está bien ahora? ¿Está mal? ¿Estamos ciegos? ¿Ciegos a qué? La fe, por ejemplo: alumbra pero ciega. El cristianismo, por poner un ejemplo; el capitalismo, por poner otro. ¿Pero hasta dónde habríamos llegado a oscuras? Bien o mal, eso es lo que ha sido; los cimientos, nuestros cimientos, los cimientos de solamente algunos de nosotros. ¿Están mal? ¿Están equivocados? ¿Hay que repetir? ¿Cuáles? ¿Cómo? ¿Cómo sintetizamos esas respuestas? ¿Cómo deducimos lo que ya se ha estado respondiendo? ¿Cómo discernimos las respuestas buenas de las malas? ¿Con democracia? ¿Con voto? ¿Resumiéndonos en números, en individuos arrejuntados que eligen por un casillero y por ende no eligen por otro? ¿No estamos ya actuando sobre esas respuestas, sin necesidad de censos ni concensos? ¿Cuál era la pregunta? Cómo hacer un mundo mejor. Entero. De nuevo. Que sea también el que ya está hecho. Y reconstruirlo antes de que lo destruya el cinismo y el encapsulamiento y la carnicería confraterna. Estar bien es jodido, ¿no? ¿Qué es estar bien? ¿Qué está bien? ¿Lo que se intuye? ¿Lo que se siente? Lo que yo digo es que, cualesquiera la respuesta, el mundo se está yendo al carajo. Yo lo digo por lo de la capa de ozono y por lo de los indefensos masacrados y más que nada por ese tipo de cosas, pero no solamente por ese tipo de cosas. Lo que yo digo es que hay daños estructurales en todos lados. Que estamos facultados para resolver estas falencias, porque somos listos y aprendemos rápido y nos adaptamos y hacemos que se adapte lo demás, pero en cambio llegar hasta allí nos ha aproblematado de todas las maneras en todos los contextos, y por ende la tarea es larguísima. Lo que yo digo es que nos corresponde, y que si no la cumplimos se desquebrajará. La raza humana, me refiero: la especie se desquebrajará. Lo que yo digo es que no podemos negar ningún esfuerzo tomado hasta ahora; que somos los que estamos y es todo lo que tenemos. Y que ya somos: somos desiertos en Brasil y palacios en el Asia; somos sinfonías perfectas y rinocerontes extintos; somos cartografía interestelar y patos ahogados en petróleo. Somos todos los que han muerto, entre arrugas y disparos y explosiones y abandonos. Somos el dorso y la fusta, la plaga y su cura, el excremento y el éxtasis. Somos el botín de cada jugador y el patrón geométrico dinámico formado por uniformados que persiguen el balón. Somos la víctima y el homicida y las familias de ambos; el policía y la reportera y el doctor. Somos los senderos que atraviesan cordilleras y el bullicio por la tarde en la avenida y los vapores transmutados en toxinas y las fumaredas cómplices en la buhardilla. Somos caricias y cachetadas y rencores y pavores y podemos amar y ser amados y mientras tanto gastamos y moldeamos y queremos y tenemos y armamos y rompemos, todos, todo el tiempo, todos en ese mismo juego que no se puede nunca dejar de jugar. Humanidad. Humanidad, by Hasbro, made in Cambodia. Ni todas las enciclopedias juntas desmenuzarían el acontecer de alguno de sus turnos. Digamos: debe haber habilidades y creencias y procedencias y maneras de desmoronarse y redimirse y converger por el amor; particularidades, infinitas, que distingan a cada jugador. ¿Hay que distinguir? ¿Es cada quién un jugador? ¿Son sus turnos suyos? ¿Es el tablero solamente del porte de la Tierra? ¿Se llama bien este juego? Aparte: ¿hay alguien arriba que mire la partida? ¿Y juega? ¿Juega con nosotros? ¿Nosotros jugamos con él? Aparte: la serpiente; ¿también juega? El tractor, que a veces se daña, ¿juega? No pues: es solamente un objeto, una herramienta, como las máscaras o los telescopios o las sentencias. Bueno. ¿Y el avestruz? ¿Y el abedul? Las corrientes, las placas tectónicas, el volcán en erupción: ¿juegan? ¿Son parte del tablero? Aparte: ¿por qué mujeres y hombres se aglomeran como en purchas, distanciados por etnias y credos y estados de cuentas? Es que no usamos el mismo lenguaje. Es que somos distintos. Es que vos eres vos y yo soy yo. Ah. Es que unos cruzaron Bering y otros se quedaron allí. Es que la guerra. Es que el pasado. Es que esa es la gracia. Ah. ¿Y cómo solucionamos eso? ¿Qué? Las brechas; las reparticiones; los huracanes que están por llegar. ¿Y para qué? ¿Si nadie lo sabe jugar, cómo alguien lo sabrá ganar? Pero, entre todos: ¿no podríamos deducirlo? ¿Como quién resolvemos la gincana insoluble y como quién no nos aniquilamos en el proceso? ¿Cómo ganamos esta metafórica partida evolutiva antes de que se acabe el tiempo? ¿Y cómo lo hacemos sin extirparnos el glorioso germen mutante que nos hace defectuosos y sublimes, cada quien a su manera? Los muertos nos miran y sus huesos crujen por las noches: ya se han transformado en otra cosa, pero también jugaron, y también quisieron ganar. Dejaron artilugios muy complejos para turnos venideros; algunos concretizados, de muchos pisos; algunos otros imaginarios, de cristalización incierta. Mientras tanto, fueron queriéndose, adaptándose, acostumbrándose, hasta que un día dejaron de jugar. ¿Pululan? ¿Agravian? ¿Resplandecen? ¿Siguen allí? Estas cuestiones corresponden solamente a uno de los casilleros. Los vivos sí siguen aquí. Míralos jugar. Juega. Juega con ellos. Juega por el juego y juega por ganar. ¿Cómo ganar? ¿No hay que morirse? ¿Salvaguardar? ¿Qué? ¿La estirpe? ¿El afecto? ¿El deleite? ¿El dominio? ¿La comprensión? ¿La libertad? Mientras tanto: las metrópolis, inabarcables simposios de memorias y procesos y propósitos, y en ellas todos siendo, todos estando, todos sintiendo, y en eso llega el mar, y las devora y devora al hombre y a su civilización: ha obrado según decreto divino; es como si se hubieran podrido. Luego se calma y sigue con lo suyo. ¿Puede humanidad pudrirse a sí misma? ¿Puede humanidad pudrir el mar? Algunos juegan a escapar. Otros juegan a que lo tienen que salvar. Y, además, salvarse a sí mismos. Y, además, se están divirtiendo. ¿Sí? ¿Y lo están consiguiendo? ¿Jugar y ganar? Por mi parte, todavía no lo creo. ¿Por mi parte, me preguntan? Jugar a dudar.

--

--