La telesalud y las secuelas de la pandemia

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6 min readMay 10, 2021

Cuando la pandemia movió los servicios de salud en persona al mundo virtual de la telemedicina, recipientes de terapia como Erika Apupalo encontraron la transición difícil… al principio. Un año después ella no piensa regresar a lo antiguo.

Por Rommel H. Ojeda

(Erika Apupalo en el metro, 2019- Foto por Rommel H. Ojeda)

Erika Apupalo llevaba 13 años viviendo en Estados Unidos cuando viajó a su natal Ecuador y sufrió una aguda crisis nerviosa. No se esperaba que al regresar al hogar donde creció, visitar a su abuela quien le crió, y ver los paisajes de su pueblo de Cuenca, le recordaría el trauma de su primer viaje, cuando emigró sola a los 8 años.

“Yo estaba en un estado continuo como de euforia, paranoica y conmocionada. Mis padres me llevaron a ver a un terapeuta”, dice.

En Nueva York, Apupalo se adaptó a un nuevo idioma, cultura y ritmo de la ciudad. En cierto modo se ha acostumbrado a su vida en Estados Unidos, es neoyorquina y tiene veinticinco años; le gustan los picnics en los parques, ir a conferencias de libros, visitar lugares nuevos, salir con amigos, ver obras de teatro e ir a conciertos. Excepto que no puede viajar fuera del país, obtener una REAL ID o solicitar ayuda financiera federal por su estatus migratorio de “soñadora”.

Ella es una de unos 3,2 millones de jóvenes quienes gracias al programa DACA aprobado bajo la presidencia de Barack Obama obtuvieron protección contra la deportación y permiso de trabajo. Si bien estos jóvenes pudieron trabajar y vivir sin el temor a ser deportados, la falta de un estatus concreto, libertad de viajar y regresar a los países natales con frecuencia les causa depresión, angustia y estrés. Soñadores como Erika se aferraron a terapia para dar frente a estos estreses.

Apupalo había vivido en Forest Hills, Queens desde que se mudó a los 22 años de edad de la casa de sus padres a mediados de 2018. Alquiló una habitación en un apartamento de dos dormitorios de su amiga justo después de recibir la beca FAO Schwarz, que le garantizo un puesto por dos años como coordinadora de servicios para jóvenes en un programa llamado Jumpstart. Sin embargo, ya desde antes deseaba salir de la casa, pues mediante la terapia se dio cuenta que parte de sus problemas era la relación con sus padres.

“Es un poco complicado hablar sobre los temas que me afectan, pero muchas veces que hablo con [el terapeuta] las conversaciones son usualmente sobre la relación entre mi padres y yo. Cuando llegue… llegue a personas que no conocía, abandonando a mi abuelita, mis amistades, y toda mi niñez”.

Dondequiera que vaya, se mezcla con la multitud debido a su pequeña altura de cuatro pies y dos pulgadas, o se destaca por su peinado corto y anteojos con montura negra que combinan con el color de su cabello. Apupalo siempre lleva una bolsa de mano llena de libros de literatura en español. Antes de la pandemia siempre estaba en movimiento viajando de Queens a Brooklyn, donde trabajaba, y luego a Manhattan donde asistía a un taller de poesía con PEN America. Frecuentaba cafeterías donde se sentaba por horas leyendo o editando su propia poesía. Mientras prefiere estar sola, tiene una sonrisa fácil y una actitud acogedora.

Erika Apupalo leyendo ‘Unaccompanied’ por Javier Zamora, un libro de poesías relacionado a identidad y inmigración. Foto por Rommel H. Ojeda.

Sus paseos a los centros comerciales, exhibiciones de arte, y talleres de poesía terminaron al principio de la pandemia de COVID-19. Como muchos neoyorquinos, su estilo de vida cambió drásticamente. Su oficina en Brooklyn estaba vacía a fines de marzo y comenzó a ingresar a las reuniones desde su apartamento en Forest Hills. Dos semanas después, su compañera de cuarto, que trabajaba como productora en una producción cinematográfica de Brooklyn, se mudó. Apupalo, incapaz de cubrir el alquiler y encontrar una nueva compañera de cuarto, se vio obligada a mudarse a la casa de sus padres en Ridgewood, Queens. Aquí es donde se volvió difícil para ella.

A mediados de marzo los hospitales y clínicas implementaron restricciones que limitaron la cantidad de visitas en persona. La Telesalud fue introducida como alternativa para atender a pacientes desde su casa a través de un teléfono inteligente, pantalla o tableta. Apupalo, para continuar la terapia que llevaba desde hace cinco años, también tuvo que transicionar al nuevo mundo de telemedicina en línea.

“Al principio fue difícil acostumbrarme… era como… ¿cómo puedo decirle al terapeuta lo que tengo en mente cuando hay otras personas escuchando? Mis conversaciones privadas ya no se sentían privadas”, dijo Apupalo.

Tenía terapia dos veces cada mes. La terapia a menudo implicaba hablar sobre su condición de “dreamer”, sus intereses románticos y las relaciones con sus padres. Era de lo último de lo que temía hablar ahora que todo era virtual. Hay cosas que Apupalo todavía no entra en detalles, y menciona que le tomó más de un año sentirse cómoda hablando de su relación de sus padres con su terapeuta. La incapacidad de hablar libremente en la casa de sus padres la abrumaba hasta el punto de tener que irse de nuevo.

Durante el mes de abril, con las reglas de encierro y con la propagación acelerada del virus, Apupalo hizo de todo desde su departamento: trabajo, terapia, talleres de poesía y contactos con amigos.

“Hicimos algunas lecturas en línea y, a veces, simplemente hablábamos de lo que estaba sucediendo en las noticias”, dice Hiba Sheikh, de 26 años, ex compañera de la licenciatura de Apupalo, Baruch College. Junto con otros amigos, las dos usaron el zoom para organizar sesiones de poesía que alguna vez se llevaron a cabo en Manhattan.

Y mientras se acostumbraba a hacer todo de forma virtual, la calidad de la terapia se perdió en el medio digital.

Un año desde que la ciudad de Nueva York fue el epicentro de la pandemia, Apupalo recordó esos meses de dificultades en 2020, cuando sus sesiones de terapia se redujeron a “sí y no” por temor a que su hermana o sus padres la escuchaban hablando sobre su angustia y su deseo de regresar al hogar.

Nueva York todavía estaba sintiendo las secuelas de la pandemia durante el verano del 2020. Los trabajos eran escasos y todavía existían restricciones. El objetivo de Apupalo era encontrar un nuevo trabajo y buscar un nuevo lugar lo antes posible.

Su determinación dio frutos: fue contratada como Coordinadora de Participación de Voluntarios Universitarios en Project Sunshine. Esta nueva oportunidad incrementó su salario, y tres meses después pudo volver a mudarse a un apartamento propio, en Brooklyn.

“Aún no fue genial, pero fue mejor que tener a mis padres o mi hermana en mi habitación”, dijo Apupalo.

En su nuevo departamento Apupalo retomó sesiones que involucraron mencionar la relación con sus padres. Después de tres meses de tener que hablar en generalidades finalmente pudo expresarse. Encontrar nuevamente la libertad de expresar todos sus pensamientos, reformuló su opinión sobre la terapia virtual y se dio cuenta que tal vez no es tan malo.

(Antes de la pandemia,) Apupalo solía viajar una hora para ver a su terapeuta cada dos semanas. Recuerda que se despertaba alrededor de las seis de la mañana para poder ir de Queens a Manhattan en el tren E. Hizo ese viaje durante tres años. Su viaje actual: un paso desde un lado de su habitación color lavanda hasta su estación de trabajo de la esquina. Los libros se apilan ordenadamente junto al escritorio y las notas adhesivas se colocan alrededor de la pantalla de su computadora portátil. Dependiendo de su estado de ánimo, se sienta en la estación de trabajo o usa su computadora portátil en su cama.

Al mismo tiempo ella empezó a escribir más poesía e historias. “Ahora que pasaba más tiempo en casa decidí escribir algo cada día. Tengo un borrador de 120 páginas sobre una historia que pienso proponer a algún publicador… descuida, no se trata de inmigración ”, dice Apupalo sonriendo.

Cuando llegó el aniversario de la pandemia en marzo, Apupalo agregó otra actividad virtual a la lista: se inscribió en Hunter College para realizar una maestría en literatura en español. Con su trabajo, la escuela y su maestría de forma remota, se pregunta si valdrá la pena regresar a la terapia en persona.

Si bien no sabe cuándo terminará su status de dreamer ni cuándo se disipará su trauma, ella está segura que ver a un terapeuta a través de una pantalla ha sido beneficioso.

“Me siento cómoda en casa, no tengo que viajar … incluso si volviera a la normalidad, probablemente seguiría haciéndolo desde aquí”.

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