Música boricua: de Puerto Rico a Latinoamérica, con escala en Harlem.
Trazando la trayectoria de los músicos de la primera generación boricua en la gran manzana.
Por Ana Teresa Solá y Santiago Flórez
La diáspora puertorriqueña ha jugado un papel importante en la historia de la ciudad de Nueva York y en la música latinoamericana. Los migrantes crearon los primeros espacios hispanos en el barrio de Harlem, y la música grabada por los primeros migrantes en Nueva York se popularizó primero con la comunidad migrante y luego en todo el continente.
En 1917 la Ley Jones le da la ciudadanía de los Estados Unidos a todos los puertorriqueños.
Según Miguel Ángel Amadeo, compositor y dueño de la Casa Amadeo, la tienda más antigua de música hispana en Nueva York, la ciudadanía americana facilitó la migración puertorriqueña a Estados Unidos, al no tener que vivir las múltiples dificultades con el sistema migratorio que han tenido enfrentar otras diásporas en este país.
Durante los años 20 se formó en Harlem una comunidad de músicos puertorriqueños. Entre ellos estaba el dentista, músico y anfitrión del primer programa de radio en español en Estados Unidos Julio Roqué. También estaban el reconocido compositor Rafael Hernández y Daniel Santos, el cantante más exitoso de la época. De la comunidad surgieron grupos musicales como el Cuarteto Flores y el Cuarteto Mayarí cuyas grabaciones, realizadas en la ciudad de Nueva York, se convirtieron en clásicos de la música latina en todo el continente.
En 1945 había 13 mil puertorriqueños en la ciudad de Nueva York y en 1946 había 50 mil, según datos de la Biblioteca del Congreso. Durante las siguientes décadas miles de boricuas continuaron abandonando la isla; para 1960 había más de un millón de puertorriqueños en los Estados Unidos continentales.
Lamentablemente, los puertorriqueños que llegaron a Nueva York fueron tildados de criminales por vivir en extrema pobreza. Un ejemplo es el musical, y la película, de “West Side Story”; donde los creadores decidieron cambiar la etnicidad de los protagonistas de católicos y judios, a polacos y puertorriqueños luego de ver noticias de crímenes en los barrios boricuas. En 1957 uno de los compositores del musical, Stephem Sondheim, admitió que desconocía la calidad de vida de los puertorriqueños en la ciudad durante la producción del musical.
Estos músicos puertorriqueños crearon los primeros espacios exclusivamente hispanohablantes en la ciudad. Según Amadeo cuando él llegó a la ciudad había más de siete teatros exclusivos para películas y música en español como el Teatro Hispano (hoy alberga a una iglesia protestante) y el Teatro Azteca. “Los artistas que venían de nuestros países van derechito a trabajar ahí, cantando en su idioma,” dijo Amadeo. También existían cabarets especiales para audiencias hispanas como el Cuban Casino Cabaret y el Club los Chilenos y el famoso Apollo ofrecía programas semanales en español.
A pesar de su popularidad en el barrio latino y con las comunidades hispanohablantes estos músicos no eran dueños de los medios de producción, transmisión o comercialización de música que realizaban, escribe Ruth Glasser en su libro “My Music is My Flag” (“My Music is My Flag”), que trata sobre las comunidades boricuas en la primera mitad del siglo XX en Nueva York. Su música fue comercializada inicialmente para hispanohablantes y nunca fue comercializada fuera de las comunidades hispanas. Por ejemplo, el primer programa de radio de música latinoamericana en la ciudad fue Nights in Latin America (“Nights in Latin America”) presentado por una mujer inglesa, Pru Devon, en la emisora WQXR.
Según el director de archivos de New York Public Radio, Andy Lanset, no existió un programa en español producido en la radio pública de la ciudad para la comunidad hispana, hasta el programa contemporáneo de La Brega producido en el año 2021.
Los dueños de las disqueras vieron su popularidad y decidieron promocionarlos en los países hispanos en el resto del continente, donde encontraron un mayor éxito comercial. Durante las siguientes dos décadas la música popular de estas comunidades se convirtió en la música popular del continente, en parte porque las decisiones comerciales las tomaban ejecutivos que buscaban maximizar ganancias.
El éxito comercial significó abandonar la ciudad de Nueva York en busca de mercados más grandes como México y República Dominicana. Esto llevó a un mayor intercambio musical entre Nueva York y Latinoamérica, por ejemplo el popular bolero Sabor a mi, compuesto por el mexicano Álvaro Carrillo y popularizado en los sesenta por el trío Los Panchos, un grupo de músicos boricuas formado en 1944 en Nueva York.
Para Amadeo la comunidad puertorriqueña en Nueva York se convirtió en refugio para otras diásporas latinoamericanas que comenzaron a llegar en años posteriores. No solamente ofrecían espacios exclusivos para hispanohablantes sino también una comunidad, ya que pronto comenzaron a casarse con inmigrantes de otras diásporas. “Eso ayudó a abrazarse con Latinoamérica” concluyó Amadeo.
Los hijos de esta generación de músicos no solamente siguieron haciendo música sino tomaron control del proceso de producción creando las primeras disqueras latinas en Harlem y el Bronx en la década de los años sesenta y setenta, como la célebre Fania Records.