Surgido de las cenizas

Ácrata y Banquero
En el borde de la navaja.
2 min readJul 13, 2016

--

Discúlpeme por no haber escrito antes. Sólo hasta ahora logré reunir todas las letras que creo eran las que quería usar y con ellas armé estas palabras. Pasa que estaban dispersas; me aventuré por los lugares más recónditos de mi mente para poder hallarlas. Le diré que este viaje fue complicado, que crucé vacíos y valles. Que anduve por desérticas desesperanzas y que por último, cuando me había fumado medio Amazonas de marihuana y la desazón empezaba a carcomerse mis dedos, me di cuenta de que había cumplido mi cometido; las palabras estaban listas.

¿Qué dicen ellas? La verdad que no lo sé bien. Porque en este tiempo de soledad y recogimiento, descubrí que lo que más me gusta de escribir son las figuras de las palabras. Tanto así que ahora que estoy más tranquilo me doy cuenta de que tengo muchos cuadernos abrumados con miles y miles de lineas por las cuales profeso un verdadero amor por el simple hecho de que sus curvaturas y linealidades me refrescan el alma. No quiero embrollarme, pero lo que trato de decir es que no me importa mucho lo que diga una palabra siempre y cuando me resulte estéticamente interesante. Cada una de ellas es como hacer el amor en diminutos trazos; polvos caligráficos.

Entenderá usted que estos pictogramas no me satisfacen tanto como aquellos que se desgarran silenciosamente sobre la cremosidad de un buen papel, dándole de beber de su tinta como si fuera vino de la primera y única cena.

Me he puesto a reflexionar sobre el lugar donde se origina este placer y descubrí que es el azar. Un trazo sobre un papel o una tecla presionada en esta ventanita depende de que mi presencia física y la presencia de mi voluntad se alineen. Así como el papel, la tinta o la conexión a internet. Y muchas cosas más que no enumeraré, pero convengamos en que un trazo plasmado es un instante de aliento que se queda en el papel — así como una palabra mecanografiada, aunque en menor medida.

Se dará cuenta de la desazón que me dejó este descubrimiento, porque el azar es el elemento central de las apuestas y las apuestas son el elemento central de la ludopatía. En ese sentido, Platón tenía razón al decir que el artista era en un enfermo; un desequilibrado. Yo me alegro de que lo hayan sacado a patadas de Siracusa y Sicilia. Por eso me considero aristotélico — aunque Vicky, que sabe de mis pesadillas podría argumentar fácilmente que esto es algo que afirmo de día, pero no de noche.

En fin. Disculpe mi demora.

Andrés.

(Con A de Anarquía)

--

--