Un rebelde con salario: desde la unión libre hasta mi intempestiva renuncia

Ácrata y Banquero
En el borde de la navaja.

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Un mes atrás prometí ser extenso en mi misiva. Prometí hacer un recuento detallado de todo lo que me habría pasado hasta hoy que es cuando decidí enviarla. Lo que no sabía entonces es que todo lo que me habría de pasar se resume en el sino y signo de mi vida; la rebeldía. Quiero que me acompañe a hacer un breve recorrido de mi relación con la rebeldía que servirá para iluminar mis perpetuas contradicciones. Entenderá usted que la rebeldía pura no tiene lealtades de ningún tipo.

Un domingo frío en Montevideo caminaba con mis viejos y repicaron las campanas de una iglesia cercana. Mis viejos -que están a dos pecados de ser testigos de Jehová- se alegraron de que pudieran a ir a misa conmigo, lo que no pasaba desde vivía con ellos y me drogaba en la habitación de al lado. A mí me pareció una idea terrible que rechacé en el acto. Estando excomulgado por haber llamado nazi a una monja -sé que soy muy recurrente con esta anécdota, pero es que la disfruto mucho- me juré que nunca volvería a pisar una iglesia. Amparo dejó salir un suspiro de resignación y me dijo “cuando estaba embarazada de ti, tu me pateabas mucho, por lo que pensábamos con tu papá que ibas a ser futbolista. Pero después de tantas luchas me doy cuenta de que esas patadas eran de rebeldía.”

Entiendo que el tono de mi mamá era triste, era resignado, quizá también decepcionado. Pero para mí fue un día feliz. No porque las ilusiones de ellos se hubieran venido al piso -francamente el fútbol me parece aburridisimo y mi sobrepeso me impidió correr detrás de una pelota- sino porque entendí que la irreverencia que se me da naturalmente estaba en mí antes de que yo fuese alguien. Al menos me gusta pensar que es así. Ese se convirtió en mi mito fundacional y explica mi insolencia e incapacidad de estar de acuerdo con más de 2 personas.

Esa insolencia y fastidio sistemático a las costumbres hicieron que me hubiera hartado el año pasado de asistir a matrimonios donde todo era exageradamente blanco y rígido. Las amigas de Vicky ya se estaban casando y todas seguían la misma fórmula; la misma receta;

X iglesia
+ Alquiler de Y casa de campo
+ Asado
+ Vino de Z calidad
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=Augurio de felicidad eterna + importante deuda.

Simplemente no concebía que las costumbres estuvieran por encima de las personas. Como si la pareja no importara y el matrimonio -con la fórmula descrita- fuese un fin en sí mismo. Al mejor estilo nihilista decidí patear esas instituciones y le propuse a Vicky que debido a que el programa de salud que me otorgaba la empresa para la que trabajaba entonces era mejor que el suyo, firmáramos la unión libre para que le operasen de las cordales en un centro odontológico más chic. Así no más. Crudo, político, interesado, frío. Mientras a sus amigas les prometían esas fantasías mermeladosas y aburridas yo tenía para ella una vivatada, una movida, una jugada de ajedrez. Estuvo de acuerdo. Una tarde me llamó, había hablado con una amiga que iba a firmar la unión libre y necesitaba testigos; así que pensó que sería buena idea que nosotros fuéramos sus testigos y ellos los nuestros. Me fascinó la frialdad de la propuesta, el escepticismo, la frescura. Si íbamos a hacer de esa institución lo que se nos cantara el orto, lo haríamos de forma mancomunada. Fue así que la fecha quedó para el 22 de Abril.

Ahora, bien la razón por la cual me alejaba de las líneas hace un mes era porque además de cavilar sobre el tema ya descrito, estaba ideando una estrategia para ganar Hackwars — Hackathon version American Airlines — en su tercera edición que será el 15 de Abril.
Pasa que después del fiasco de 2014 — en la segunda versión del concurso para geeks, donde nos saboteó mister Easter — quise llevarme el primer puesto a toda costa. Así que me dediqué a leer manuales de pensamiento de diseñador y estrategias de desarrollo de productos para estos contextos.

Por cosas de la vida un día una compañía me contactó y me propuso una posición. Me consultaron por mi remuneración pretendida y yo displicente pedí como para que no me contrataran. La cifra era elevada, duplicando mi remuneración actual. Ellos aceptaron. Dado que no me sentía del todo fuerte para la posición supuse que en la entrevista técnica me rechazarían vehementemente. No pasó. Lo que sí fue que se sorprendieron de mi capacidad de fallar sistemáticamente y no angustiarme ni sucumbir al fracaso. Después la entrevistadora me confesaría que quedaron enamorados de mi capacidad de comunicación y de mi autoestima. Lo que ellos no sabían es que la razón por la que no quise jugar fútbol con mi papá era porque quería leer sus libros; de ahí que pudiera comunicarme bien. La razón de que el fracaso no me asustó es que viniendo de un hogar facho, aprendí desde muy pronto que no importa que se diga, siempre y cuando se crea en ello. Decidieron contratarme aunque los llené de argumentos para no hacerlo. Así que me di cuenta de que me gustaría un trabajo donde aceptaran mi sincericidio y supieran que yo no sería nada de lo que ellos esperarían que fuera. Como con mis papás.

Pero entonces yo estaba ideando la estrategia que haría que dos grupos de programadores Argentinos se ganara el premio de la aplicación del año en un concurso internacional de geeks que dura 48 y en el cual abundan las bebidas cafeinadas. Decidí que la mejor forma de sortear la situación con la empresa de forma diplomática era haciendo uso del estilo francés; la mejor diplomacia es la ausencia de ella. Levanté el tubo y llamé a mi gerente. Me preguntó por los avances de los equipos y después de darle una información escueta le lancé el porqué de la llamada: podría aumentarme el sueldo y moverme a una posición donde pudiera hacer mejor uso de mis habilidades natas? Se sorprendió y me prometió una contraoferta al día siguiente.
Miércoles en la mañana me llama y me hace la contraoferta: más de lo mismo. Mismo sueldo, mismas responsabilidades. Le dejé saber que llevaría el equipo al éxito absoluto y al regreso del viaje me desvincularía de la empresa. Me amenazó con la cancelación del viaje, lo cual para él era como dispararse en un pie. Quise ver cuán lejos podía ir en su postura o el grado de estupidez que podía alcanzar. En seguida me llegaron las cancelaciones de todos las reservas a mi nombre. Era más estúpido de lo que yo había calculado y ahora saltaba en un pie. Es así que consulté con mi abogada y me dejó saber que para estar conforme con la ley, debería notificar a la compañía mi renuncia el 8 de Abril indicando que trabajaría hasta el 22 de Abril. El mismo 22 de Abril en el que pierdo mi soltería. Esa es la rebeldía en su forma práctica. Poder caminar por el filo de una navaja mirando los dos abismos al mismo tiempo y no asustarse; o morir en el intento.

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