Sólo quiero caminar

Luis Alberto Álvarez
En el vórtice
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3 min readMar 9, 2015

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Está al alcance de cualquiera. En las sociedades opulentas, uno cae en la cuenta de que puede caminar cuando le prescriben su práctica como terapia -para despejar la mente después de estar horas encerrado, para bajar los niveles de colesterol-. Finalmente, termina convirtiéndose en una propedéutica.

No es necesario proveerse de equipo técnico ni de una inversión especial. El hombre está hecho para caminar. Su fisiología -ya saben, bípedo implume- le permite recorrer largas distancias, consecuencia de su adaptación al medio: en el principio el humano no retozaba en el jardín del Edén, la realidad era más bien que bandas nómadas de cazadores recolectores, cruzaban el planeta en busca de alimento, cuales desorientados personajes de The walking dead.

El invierno ha traído interesantes novedades editoriales relacionadas con este noble arte. Una de ellas es Un paseo invernal (Errata Naturae, 2014), de Henry David Thoreau. Otra es Andar. Una filosofía (Ed. Taurus, 2014), de Frédéric Gros. Como buen flaneur francés, el autor transita por las múltiples formas de caminar. Se sirve, para ello, de un relato que oscila entre la crónica personal y un estudio reposado y erudito. En unos capítulos reflexiona sobre aspectos propios de esta humilde practica, como es la soledad, la lentitud, el ansia de huir o el peregrinaje. En otros, se aproxima a caminantes ilustres a la altura del propio Thoreau, Nietzsche, Kant, Rousseau, o Rimbaud.

Si bien en un principio al lector le puede chirriar este esquema, a medida que se pasea por las páginas de Andar. Una filosofía queda patente lo bien que se complementan los capítulos entre sí. Gros aborda a cada uno de los celebrados paseantes con afecto, unido por la afición que comparte con ellos y rehuyendo de pedanterías. El relato, así, permite hacerse una foto de composición de éstos, enriqueciendo en matices sus biografías oficiales.

Un ejemplo es la descripción que el autor hace de las largas largas marchas que practicaba Gandhi durante su época de estudiante en Londres:

Andaba con regularidad, de siete a quince kilómetros, prácticamente todos los días, para ir a sus clases de Derecho o para encontrar un restaurante vegetariano. Y esas marchas eran la ocasión para él de reafirmar la triple promesa que le había hecho a su madre al abandonar la India (ni mujeres, ni alcohol, ni carne), de experimentar la consistencia de las misma y felicitarse por mantenerla.

Cuanto más avanza el relato, lo que en origen puede parecer una disciplina saludable y sencilla va transformándose en una experiencia iniciática, como cuando Gros describe los estados de bienestar que se pueden experimentar al caminar largas distancias (felicidad, serenidad). Y es aquí donde mejor se subraya la propedéutica que se comentaba al principio: caminar, como una forma de vida, no es más que ir desprendiéndose de lo superfluo hasta alcanzar una relación elemental con la Naturaleza.

Caminar sin lo necesario siquiera es abandonarse a los elementos. A partir de ese momento, ya no hay nada que importe, ya no hay cálculos ni seguridad en uno mismo. Pero sí una confianza plena, entera, en la generosidad del mundo. Las piedras, el cielo, la tierra, los árboles: todo se vuelve para nosotros auxilio, don, socorro inagotable.

Originally published at vortice.ghost.io on March 6, 2015.

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