Fracasa y acertarás
Cuando era niño, nunca supe a que querría dedicarme cuando fuese mayor. Mucha gente lo tiene claro desde muy joven, algunos lo consiguen y otros se quedan por el camino, algunos ni siquiera se acercan lo más mínimo.
En general, cuando somos niños, somos extremadamente creativos, confiados y carentes de prejuicios y temores. No tememos al fallo, a la incertidumbre, de modo que, cuando nos preguntan que nos gustaría ser de mayores, respondemos cosas como astronautas, bomberos, inventores, científicos, etc.
La mayoría de personas adultas, por norma general, acaba realizando un trabajo que tiene más bien poco que ver con aquello que soñaban cuando eran niños. Rara vez te encuentras con hombres de mediana edad que querían ser albañiles o camareros cuando eran niños, tampoco seguramente abogados o vendedores de seguros, aunque probablemente los hay y serán realmente felices, pero seguramente no es un porcentaje muy grande.
Intentando echar la vista atrás, no consigo recordar ningún momento de mi infancia donde me decantase por una determinada profesión o futuro laboral. Nunca soñé con ser astronauta o futbolista, ni siquiera con ser veterinario o dentista, simplemente creo que nunca me planteé esa pregunta, y si algún familiar o vecino, me preguntó por ello alguna vez, estoy seguro de que habría respondido cualquier vulgaridad para que me dejaran en paz.
Lo único que consigo recordar en este sentido, fue la primera vez que vi la película Manhattan, de Woody Allen. Recuerdo las calles de Nueva York repletas de gente, las colas en los restaurantes a la hora del brunch, y las congestionadas calles repletas de taxis amarillos. Caos, turistas, desconocidos, gente peligrosa, suciedad. Aquel ambiente era el que quería para mi futuro, aunque supongo que cualquier niño que se criaba en un pueblo de dos mil habitantes tenía fantasías similares.
Tenía pues más o menos claro el “donde”,pero aún me faltaba el “qué”.
Años más tarde, cuando ya era un adolescente que se las daba de listillo, descubrí en el instituto la asignatura de Historia del Arte.
Me fascinó, me cautivó por completo y consiguió realmente acaparar casi toda mi atención durante algunas semanas, incluso meses diría yo.
Realmente disfrutaba estudiando y documentándome sobre los diferentes temas que formaban el temario del curso.
En esa edad cercana a tomar decisiones académicas que serán determinantes en tu futuro como estudiante y como profesional, creía por fin tener una pista sobre aquello a lo que iba a dedicar mi vida adulta. Profesor de Historia del Arte en la Universidad de Oviedo. Sonaba fráncamente bien, suficientemente excitante e interesante.
Poco más tarde, esa euforia se pasó al caer en la cuenta que simplemente la profesora de Historia del Arte me gustaba demasiado, quizás más que la propia asignatura en si.
Sea como fuera, muchos años después de aquellas vagas ideas sobre mi futuro profesional, aquí estoy. Aún estrujando mis sesos e intentando responder a la misma pregunta, qué narices quiero ser de mayor.
El “dónde”, como cuando era niño, más o menos lo tengo cerrado. Aquí estoy, en Londres, no es el Manhattan de Woody Allen, pero los turistas, el crimen, la suciedad y el romanticismo son los mismos.
El “qué”, aún estoy por descubrirlo. Probablemente me llevará todavía un par de décadas más, mientras tanto, me gano la vida creando cosas, o al menos intentándolo.
Si algo tengo claro, es que sea lo vaya a ser de mayor, quiero estar involucrado en un proceso creativo.
Puedo ser creativo trabajando en artes plásticas, o en música, quizás como matemático o lingüista. Carpintero o decorador, porqué no panadero o apicultor. No lo sé, se puede ser creativo en cualquier area, cualquier profesión, cualquier estilo de vida.
Pero ¿Realmente somos creativos en nuestro día a día? ¿En nuestros trabajos? ¿En nuestras casa y nuestras vidas?
¿Qúe es ser creativo?
Sin duda, esta no es una respuesta fácil. Lo único que tengo más o menos claro, es que “creativo” no puede ser un título, una etiqueta predefinida de antemano.
Empecé mi carrera profesional trabajando en una productora de publicidad, nuestros clientes eran las agencias de publicidad, encabezadas por los “creativos publicitarios”.
Las tarjetas de visita de esas personas decían: Fulanito de tal, creativo publicitario.
Se presuponía que aquellas personas ya eran creativos, incluso antes de abrir la boca, incluso antes de ecribir algo interesante, incluso dormidas y sin razón alguna.
He conocido a algunos creativos publicitarios que eran cualquir cosa menos gente creativa, así que he llegado a la conclusión de que no puede existir una etiqueta para encasillar la creatividad.
Imaginación
La imaginación es probablemente la base de la creatividad. El poder de pensar en cosas que aún no existen. Visionarlas y plantearlas de forma inteligente.
Esa es probablemente la cualidad humana que más me fascina, y que más diferente nos hace de cualquier otra criatura que conozcamos.
El proceso de tener ideas originales que tengan un valor real. Esa es la definición más acertada que he podido encontrar de la palabra creatividad.
Simplemente imaginar conceptos, tener ideas, no sirve de nada. Yo mismo tengo quince ideas cada día antes de salir de la ducha, pero, eso no sirve absolutamente de nada.
Ser creativo va más allá de pensar, de concebir, de tener fogonazos de genialidad.
Ser creativo es, poner las buenas ideas en práctica, al uso de la razón y al servicio del ser humano. Una idea sin ser ejecutada no tiene ningún valor, o al menos, no sin un plan de ejecución.
La mezcla de imaginación, innovación y ejecución, es lo que define a las personas creativas.
¿Porqué entonces, cuando somos niños derrochamos creatividad, y de mayores la vamos perdiendo?
Pregunta a tus amigos o familiares quienes creen ser personas creativas. Generalmente te dirán que no lo son. Y no es cierto, no es que de mayores perdamos la creatividad, lo que perdemos es la confianza para actuar creativamente. Deja que me explique.
Las razones de esta pérdida de confianza para ser creativos, pueden ser varias, pero las más claras son probablemente la sociedad, el entorno y la educación.
Desde niños nos educan para no ser creativos. Nos educan para no tener ideas originales, para no dejar volar nuestra imaginación, para no ser innovadores. Lo único que importa cuando eres un joven estudiante, son las respuestas correctas. Los exámenes en los colegios solo tiene una respuesta válida y esa es la única vara de medir. El río más importante que pasa por no se que provincia, el inventor de la penicilina o la raíz cuadrada de dos, siempre son la misma respuesta, y por desgracia la única que vale.
Si de niño te interesa cualquier materia donde puedas desarrollar tu creatividad, en general, te invitarán a que lo dejes y te centres en esas otras cosas más importantes para la sociedad. Si te gusta pintar, te dirán que como piensas vivir como pintor, que mejor estudies para el examen de matemáticas.
Si te gusta tocar la guitarra, te dirán que cuántas personas conoces que se ganen la vida tocando la guitarra, que mejor estudies para ser abogado.
Y si te gusta bailar, te dirán que de ningún modo, que de médico todo te irá mejor.
Desgraciadamente, los gobiernos y sistemas educativos piensan del mismo modo. Las asignaturas como las matemáticas, o el lenguaje o la biología, tienen mucho más peso en cualquier colegio o instituto que las artes plásticas, o la música. Incluso en algunos colegios la religión tiene más importancia que las artes!
En todo momento, desde niño te cortan las alas de la creatividad, te estandarizan dentro de unos cánones y a medida que creces como adulto, vas dejando de lado los caminos creativos, pasando a ser casi una persona que actúa por inercia, tanto en tu trabajo como en tu vida.
Fracaso: El concepto equivocado
Nos educamos y vivimos en una sociedad que estigmatiza el fallo, el fracaso. No tener la respuesta correcta es siempre algo malo. Desde niños nos invitaa a tener éxito, pero jamás nos preparan para el fracaso, cuando por norma general, vamos a fracasar mucho más en nuestras vidas de lo que vamos a disfrutar del éxito.
Desde el colegio nos inculcan que fallar es malo, es algo terrible. Nos hacemos mayores y seguimos siendo cultivados con la ley del fracaso. Empezamos nuestras vidas profesionales y seguimos con el miedo en el cuerpo. Tememos a no hacer las cosas bien, tememos a intentar algo y que no triunfe, a que nuestras ideas no sean las correctas. Y tememos sobretodo a las represalias. A ser despedidos, o desprestigiados dentro de una compañía.
Y claro, en un ambiente así, ¿Quién se va a atrever a ser creativo? ¿Quién va a arriesgarse con ideas originales? Obviamente, las nuevas ideas, los nuevos conceptos, tienen su parte de riesgo. Pueden salir bien o salir mal. Podemos tener éxito, o fracasar.
Lo importante del asunto es quitarle hierro al fracaso. Debemos empezar a ver el fracaso como algo natural, algo necesario. Un paso evolutivo del camino hacia el éxito. No podemos aterrorizar a un niño o a un trabajador de una determinada compañía con el miedo al fracaso. Porque quien tiene pánico al fracaso jamás aparecerá con ideas originales, nunca.
Hagamos del fracaso la más común de las palabras.
Muy pocas personas a lo largo de la historia, han tenido la suficiente mezcla de condiciones favorables como para tener éxito en su primer intento. Lo normal es que te la des. Que intentes algo y te salga mal, y solo a base de intentarlo de nuevo, llegues a encontrar el camino del éxito.
Leyendo la biografía de Albert Einstein o de John Nash, podrás darte cuenta de que también ellos, personas destacadas de nuestra historia, fracasaron en el 90% de todas las cosas que intentaron. De lo que deduzco, que el fracaso, no sólo es algo normal, si no que además, es necesario.
Hace poco escuché a un emprendedor reconocido citar en una conferencia. “En ocasaiones tengo éxito, y en otras simplemente, aprendo”. Esa es la palabra más acertada y la que deberíamos empezar a utilizar para sustituir al fracaso. Aprender.
Este mismo emprendedor, que también actúa como “angel investor”, decía. “Prefiero invertir en la idea de alguien que ha fracasado en cinco intentos anteriores, que en la idea de alguien que nunca ha intentado nada”. Otro ejemplo de que el fracaso es sinónimo de conocimiento, de experiencia, de ingredientes necesarios para llegar al éxito.
No permitamos que nos estigmaticen con el fracaso. Fracasar es necesario, veámoslo como algo completamente natural y por lo que tenemos que pasar para ser mejores profesionales y mejores personas. Si eres profesor, o responsable de area de una empresa, o quizá algo más importante, cambia tu actitud hacia las personas a las que te diriges con respecto al fallo y al fracaso. Permite que las personas sean creativas, que no tengan miedo a proponer ideas originales que tenga valor.
Alimenta tu imaginación
Ya está claro que la sociedad, los sistemas educativos o el entorno laboral, son barreras que nos impiden desarrollar nuestra creatividad al cien por cien.
De modo que busquemos nuestras propias fórmulas para alimentar nuestra imaginación, para innovar y ser creativos.
Rodéate de gente creativa.
Déjate caer por lugares donde las personas intentan ser creativas. Una escuela de arte, un taller de escritura, un taller de bicicletas usadas, lo que sea. Date un paseo y observa a esas personas. Sus hábitos, su forma de actuar, etc.
Si tienes un círculo de amigos creativos, habla con ellos, interactúa con ellos. Ojo, no hay que ser pintor o fotógrafo para ser creativo y tener ideas originales. Éstos simplemente lo han tenido más fácil porque en sus estudios no les han impuesto tanto la “respuesta correcta” y la estandarización.
Creativa puede ser tu vecina soltera del quinto piso, que tiene dos trabajos, una hija de cuatro años y una madre anciana. Y saca adelante la casa y tiene tiempo todos los días para ir a jugar al parque con su hija.
Creativo y lleno de ideas originales es ese amigo de tu padre, que con 65 años ha montado una empresa de embotellar aceite y que vende en china por millares. Tras una vida entera trabajando como fontanero.
Rodéate de gente creativa y eso hará que el flujo de ideas funcione en ambos sentidos.
Visita centros excelentemente creativos. Museos, galerías de arte, talleres, teatros, cines, óperas, conciertos de rock. Todos esos sitios son fuentes abundantes de creatividad. Derrochan ideas originales por todas sus esquinas. No importa si estás trabajando en un reportaje fotográfico, en tu tienda online de cuadernos hechos a mano, o en tu empresa de pintura para puertas. Busca tu fórmula personal para absorver creatividad, para ver cosas nuevas, no relacionadas con tu trabajo, que te hagan pensar en nuevos conceptos, nuevas ideas originales con valor capaces de ser aplicadas a lo que tu haces.
Cuidado con la rutina
La rutina es otro de los factores que pueden ser negativos a la hora de innovar. Hacer siempre lo mismo, ver todos los días las mismas caras, relacionarte con las mismas personas, etc.
Pequeños cambios en tu rutina, por mínimos que sean, harán que veas las cosas de un modo distinto. Que pienses de forma diferente y actúes en consecuencia.
Mañana haz la prueba, toma un camino diferente para ir al trabajo. Tú mismo te sorprenderás de toda la nueva información que vas a adquirir con este minúsculo cambio en tu rutina.
La creatividad es un proceso mediante el cual hacemos conexiones. Establecemos relaciones y abrimos puertas a nuevas posibilidades.
Si en tu trabajo, un departamento no sabe y no se interesa de lo que hace el otro, el flujo de ideas deja de existir.
Los profesionales de una empresa, deberíamos de estar constantemente aprendiendo. No sólo temas relacionados con nuestros departamentos o nuestros trabajos, si no también conceptos relacionados con otros departamentos, incluso con otras actividades laborales.
Los estudios de animación o de efectos visuales, procuran formar constantemente a sus empleados, con cursos, masters, formación interna, etc. No sólo relacionado con su trabajo más directo dentro de la compañía, si no con materias propias de otros departamentos.
Hay que fomentar este tipo de formación, hay que hacerlo más a menudo, debe ser la alternativa a la comodidad laboral y al estancamiento profesional.
De esta forma florecerían las ideas, surgirían conceptos innovadores, que podrían tener impacto en nuestros propios trabajos y nuestras tareas directas.
El intercambio de ideas entre diferentes campos crea una cultura de innovación. La colaboración de las personas entre si mismas, es imprescindible para crear un entorno creativo.
Se creativo, innovador, piensa en ideas originales que puedan tener valor. Ejecútalas y empréndelas como buenamente puedas. Y además, prepárate para fracasar, o nunca crearás nada original.