¡Cuánto nos falta aprender!

(Reflexiones y escritura automática)

Rodrigo Pineda
Español de todo tipo

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Son increíbles los múltiples aspectos del mundo, de la vida; del ser humano mismo; millones de personalidades, máscaras colocadas unas sobre otras, un vaivén de miles de humanos en una sola consciencia. Miles de alfabetos, de lenguajes y dialectos; esfuerzos humanos de permanecer con vida en un mundo fuertemente hostil para quien vive en la soledad y el silencio. Oh, humanos! Tan pequeñas partículas habitando un globo que cruza el Universo en cada instante. Pequeños seres vulnerables e insignificantes ante las maravillas que se esconden detrás del cielo y en los submundos más pequeños e intrigantes. Vulnerables, vulnerables ante todo. Vulnerables ante nuestra propia mente, ante nuestra propia sombra y nuestro propio mundo. ¿Qué es lo que somos? ¿No somos a penas los residuos de astros millones de veces más grandes y antiguos que nosotros, a caso no somos más que el polvo de las luces que iluminan el cielo nocturno? ¿A caso no somos a penas esos recuerdos que a todos nos definen? Imagínate despertar sin saber quien eres. La aventura de existir es mágica, ¿por qué, entonces, el hombre se embarca en la pesada y menesterosa tarea de complicarla? ¿A caso el amor, las siete notas musicales, el cielo de la noche, un ocaso, un beso, un amanecer, rozar la piel de quien amas, una copa de vino bajo la luna, entre otras infinitas maravillas de nuestro existir no son suficientes? ¿A caso no es el alimento la única preocupación primordial de un ser vivo? Tenemos el poder de enriquecer el espíritu, viajar en eternas aventuras mentales, vivir en sublimes composiciones musicales, ser la pincelada de una obra de arte, tocar el fondo del océano y volver, viajar al inframundo y apagar sus llamas con la sangre de los poetas. El potencial guardado en nuestro ser es infinito, pero no queremos ver. El humano mismo quiere cerrarse los ojos con entretenimiento falso y múltiples distracciones; quiere ser ciego y cortar la mágica relación con su inconsciente, ese pozo sagrado en donde habita nuestro Argé. Quiere ser una partícula helada y estática, con su energía consumida por el “corre corre” de los tiempo modernos, los últimos quizá, del paradigma que nos domina. Quiere quemar sus propios escritos, borrar de su propia memoria la sabiduría milenaria de sus ancestros, aquellos cuyo conocimiento es invaluable por poseer la Tierra virgen. Quiere cerrar los ojos ante la infinitud del Cosmos e incorporarse en la comodidad de ver sin juzgar, sin amar, sin estar enterado. Ha fabricado su propio gramo de soma, y se dosifica adquiriendo objetos materiales, enalteciendo su ego, alimentando a esa bestia cuyo aliento todo lo corroe. El humano ha excavado su propia tumba y parece no tenerle miedo. Ha cambiado la magia por los números y los cálculos exactos. Ha cambiado la paz del espíritu por competencia y la satisfacción de los fuertes deseos de sus sentidos. Oh humanos, ¡cuánto nos falta aprender!

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