Soltar el ancla y seguir.

En el basto oceano de la vida nos espera un receptáculo.

Rodrigo Pineda
Español de todo tipo

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Sin duda el mayor delirio del hombre es el amor. Éste, manifestándose de mil maneras, polifacético y escurridizo, que de manera muy sutil se apodera de la mente del ser humano y lo posee, como un espíritu , y lo domina, lo ciega, retuerce su alma hasta exprimirla. Te quita el aliento, asesina la razón y se convierte en la quintaesencia de la vida.

“… Pero el examen le reveló que no tenía fiebre, ni dolor en ninguna parte, y lo único concreto que sentía era una necesidad urgente de morir. Le bastó con un interrogatorio insidioso, primero a él y después a la madre, para comprobar una vez más que los síntomas del amor son los mismos del cólera.” — Amor en tiempos de cólera.

El amor puede ser mágico en la misma medida que puede ser trágico, puede liberar en la misma medida en que puede atar, y puede hacer volar a quien lo posee en la misma medida en que puede clavar los pies al suelo esperando un si, esperando el para siempre, esperando que la lucha por amar llegue a su fin y que una vez por todas el sueño máximo de amor correspondido, de amor libre, incondicional, complementario, fantástico como amaneceres multicolores y rayos de sol que bañan los campos cubiertos por una fina capa de rocío, llegue a su fin.

A veces el amor nos amarra a lo equivocado, a una ilusión que perseguimos como un espejismo en el desierto de la vida, a veces deseamos tanto dar lo que nuestra alma guarda, y creemos encontrar el corazón que servirá de receptáculo para infinitas maneras de amar escondidas en nuestro ser. A veces soltamos el ancla en un punto del basto océano de la existencia, que no nos brinda lo que nuestra alma añora, y perdemos la posibilidad de encontrar islas paradisíacas donde la búsqueda (o espera) del alma llega a su fin.

El amor te hace aprender, luego de sufrir, que se debe soltar el ancla y seguir.

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