Vergüenza debería darte

(Sí. A ti.)

Janos von Neumann
Español de todo tipo

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Mucha vergüenza; vives en una realidad que no es tal, en una que es cualquier cosa. Una cosa alejada, muy alejada de la verdad, por donde quiera que se le mire, por culpa de un nefasto campo de distorsión de la realidad dentro del cual has vivido desde que naciste.

Poco y nada has hecho en tu vida; crees que por estar trabajando o estudiando y por no ser un zorrón ni un vago estás a salvo, pero no, te informo que ello no te exonera de la culpa. Recibiste la mejor educación, esa que 97 de cada 100 personas en tu país no recibe, aprendiste idiomas y viajaste: tienes las típicas fotos en Machu Picchu, las con los delfines en Cancún o la Riviera Maya, saltando sobre tus amigos en Uyuni, con una gran mochila en Torres del Paine, entrando a la estas alturas cliché caseta telefónica en Londres o sobre las letras del típico cartelito I AMsterdam; te vas de intercambio a Italia, Estados Unidos o Gran Bretaña, pero no, de nada te sirve. Tu mundo sigue siendo del tamaño de una nuez.

Estás convencido de que te auto-mantienes con los 80 o 90mil que ganas haciendo ayudantías en la universidad. Lamento informarte que no es así. La cuenta corriente de tu papá te financia ropa, casa, comida, salud, educación, ocio e incluso, en algunos casos, auto y, si me dejas, polola. Sí, tu «viejo» —como llamas a tu padre— incluso termina financiando —aún así te moleste o lo omitas—los gustos de tu pololita. Ese auto es el mismo auto que vendes para viajar y jactarte de que te pagaste los pasajes de 2 millones y medio a París, Berlín o Cancún vendiendo quequitos, alfajores o aros entre tus amigos. Sí, dos-palos-y-medio-vendiendo-quequitos. Todo tu entorno te cree la historia porque, al final del día, ellos también vendieron el auto, quequitos, alfajores o aros para financiar sus falsas vidas. Es decir, estás, al menos, meando muy por fuera del tiesto.

Pero la historia no termina ahí. Poco y nada le agradeces a tu padre todo el esfuerzo, tiempo, dinero y dedicación invertidos en ti. Mientras tanto, él hace como que no se está gastando en ti el equivalente a dos décadas de ahorro familiar de un chileno promedio en tus vacaciones o intercambio en Europa. Y el asunto se agudiza: tu «viejo» siempre pudo pagarte la universidad. Bueno, la tuya y la de tus hermanos, pero es un viejo zorro y lo calculó todo con lujo de detalles: abusó de tus buenos resultados y de las becas que obtuviste por ello. Sabía que con ello se ahorraba, cada año, un viaje a Europa por cada hijo. Entendía que podría pagarte a ti y a tus hermanos sendos viajes intercontinentales y mantenerlos viviendo vidas de primer mundo sin problemas si llevaba a cabo sus planes. Te presionó porque no perdieras esa preciada beca que terminó siendo —literalmente— tu pasaje aéreo. Tú le seguiste el juego sin más. «No puedo perder esa beca» o «Siempre he estado becado» fueron siempre parte del almanaque de frases que se te escuchó por los pasillos de la universidad. ¿Créditos? Horror. Los créditos hay que pagarlos en algún momento y no, atroz. Sin beca, no hay intercambio. Sin beca, no hay vacaciones. Beca o nada.

Así es fácil. Así cualquiera. Bájese del pony. Toque la tierra.

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