Vendedoras en Plaza San Francisco

QUITO

Juan Irigoyen
Escribiendo en español
3 min readApr 18, 2015

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Una capital entre volcanes.

Apenas pisamos suelo quiteño, nos exploramos. Respiramos hondo, caminamos con lentitud, bebemos agua fresca y por las dudas, nos sentamos con frecuencia a mirar a la gente y al tiempo. Mi mujer me dice que no siente nada extraño. Yo, sin embargo, que no olvido que provengo de una tierra esparcida a la altura del mar, imagino molestias. Que la cabeza duele, que las piernas flaquean, que el oxígeno escasea.

Por suerte, la realidad escamotea espacio a la imaginación y los casi tres mil metros de altitud se vuelven amigables.

Estamos montados sobre la cordillera de los Andes y los volcanes nos miran a través de nubes enroscadas en sus cuellos. El Rucu Pichincha, el Guagua Pichincha, el Cotopaxi, por nombrar algunos, nos trasmiten la quietud aparente de los siglos. No parecen dormir sino vigilar, austeros e impasibles, la vida de los hombres. Y dentro de este corral de brazos y miradas volcánicos, una ciudad que sube y baja. Como una niña que se escabulle entre las callecitas que trepan la montaña, para luego derrumbarse con alegría en el tobogán de sombra de otra calle que baja. Así siento a Quito: como un vuelo entre las nubes y un caminar entre los colores de la gente, de las viviendas, de los pequeños comercios del Centro Histórico.

La Plaza de San Francisco es un buen resumen. La grisura de los adoquines que cubren el suelo, la blancura de la Iglesia, la multitud de palomas, que de pronto y quién sabe porqué, vuelan de a cientos. En una esquina, uno de los hoteles más exquisitos del mundo y en la otra, tres elegantes vendedoras ambulantes que no desmienten su origen indígena.

La fe está por doquier. ¿Quiénes han sembrado esta multitud de iglesias, de parroquias, de capillas? ¿Quién regó las calles de Quito con Cristos crucificados, Vírgenes de incontables nombres, santos obesionados en sus devociones y fieles, miles de fieles en procesión, en rezo o en el gesto íntimo de la señal de la cruz? Jesuitas, franciscanos, dominicos, salesianos, clarisas y con ellos una multitud de evangelizadores, han desparramado la fe a través de cinco siglos. Han convertido a esta tierra de quitus, en tierra de cristianos. Han conquistado. Alguien se encargará de decir por mi, si está bien o si está mal. O si la vida es un rosario de acontecimientos, que una mano invisible ordena sin explicar porqué.

Mira, le digo a mi mujer, ahí tienes, por si faltara algún ejemplo de esto que cuento, el “Panecillo” y su “Virgen Alada”: una elevación, un “pequeño” monte, con una Virgen de cuarenta metros de altura, que divide a Quito en norte y sur.

Luego, los museos y conventos, un ex-hospital de casi quinientos años (restaurado como museo), también un modernísimo centro comercial, la Capilla del Hombre y la casa-museo de su creador, Osvaldo Guayasamín (un imperdible). El espacio para lo mundano liso y llano: compramos unos sombreros “Panamá” (made in Ecuador), degustamos empanadas de “morocho” y el “mejor cacao fino del mundo”, un café de la Isla de Galápagos, “chips” de plátano y carne de “cuy” asado, que se vende en restoranes, plazas y calles. Por último, llegada la noche, visitamos “La Ronda”, una calle angosta, musical, repleta de gente en ebullición. “Prueba un ‘canelazo’ y me cuentas”, nos dicen (alcohol de caña, cítricos y canela). Así lo hacemos.

Luego, nos despedimos de la noche, para volar al día siguiente al sur, al costado del mar, al llano. Con los recuerdos frescos de Quito, una ciudad entrañable, honda y alta, nacida, crecida y viva, entre volcanes y el ir y venir de una historia de casi quinientos años.

Tags: Quito-Ciudades-Costumbres.

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