Bastan el buen sentido y el amor inmenso

Elianet Carrazana Moreno
Musearte
Published in
4 min readDec 4, 2018

En momentos en que la formación de valores en niños y jóvenes ha disminuido, encontramos a una mujer que ha dedicado su vida a nutrir un pequeño mueble-museo basado en la vida de su hijo y en la epopeya de Angola.

Pudiese parecer que en esta ocasión se han invertido los papeles y que Nora Pérez Expósito asumió, por momentos, mi labor de periodista. Desde el instante en que mostré interés por su historia me ha perseguido con curiosidad y desconcierto, sin más expectación que dar a conocer su proyecto y llenar, conmigo, la soledad que la acompaña.

Nora es una educadora y alfabetizadora, vecina de la calle Ana Pegudo en el reparto Capiro. Tiene 77 años y aún presume de una salud fuerte, una vista milagrosa que prescinde de espejuelos y una mente lúcida para contar los azares de su vida. Pero no son estos los aspectos más valiosos para ella.

Nora Pérez Expósito. Foto: Luna Gil.

Desde hace más de dos décadas ha concebido una sala-museo con carácter histórico, político y cultural en su hogar, la cual acopia las pertenencias de su hijo Ricardo Jorge Ríos Pérez.

Ricardito, como todos le decían, es un mártir de nuestra Revolución caído en tierras angolanas, víctima de un accidente aéreo que dejó sin vida a veintiséis internacionalistas cubanos.

“Se me ocurrió guardar y exponer todas las pertenencias de él porque es difícil perder a tu único hijo y pensé que esta sería la manera de recordarlo y a la vez una forma de acercar a los niños y jóvenes a esa etapa gloriosa que fue el internacionalismo en tierras africanas”.

El mueble-museo está cumpliendo este año tres décadas de fundado. Foto: Luna Gil.

¿Desde qué fecha comienza a organizar este proyecto?

- Fue a partir del año 1988, momentos después de recibir la noticia de la muerte de mi hijo y de comprender que tenía la posibilidad de mostrarles a todos una parte de la vida de un revolucionario cubano, de un mártir de este país.

Incontables objetos se articulan para formar la esencia infinita de este lugar. Entre ellos, llaman la atención sus pertenencias de cuando era un niño: sus vasos de aluminio, los adornos de la cuna, los juguetes, la corbatica que su madre le ponía, sus zapaticos y los dibujos de barcos y aviones que pintaba en el reverso de sus libretas escolares. Se hallan la certificación de notas de duodécimo grado, el título de graduado, la radio que le regaló su papá cuando cumplió dos años, así como los libros que leyó en la adolescencia: Colmillo Blanco y El Rojo y El Negro.

Algunos de los objetos propios de la infancia de Ricardo. Foto: Luna Gil.

“Son especialmente importantes para mí las cartas que me envió durante su estancia en Rusia y en Ucrania, la piedra del lugar donde cayó, su uniforme de piloto, los guantes y las medallas obtenidas”.

Piedra del lugar donde murió Ricardo Jorge Ríos Pérez, uno de los objetos más preciados por Nora Pérez Expósito. Foto: Luna Gil.

En un ambiente sobrio y solemne, en medio de curiosidades y búsquedas, de estantes polvorientos y devorados por el comején, encontramos una carta fechada del 21 de abril de 1988, última correspondencia que tuviera Ricardo con su madre antes de morir, donde dice: Te estoy escribiendo desde Luambo, llegamos ayer y hoy por la tarde volvemos a Luanda (…) Ahí te mando un recorte del periódico Verde Olivo que se edita aquí en Angola para nosotros, a ver si conoces a uno que aparece ahí en la foto –era él, Nora sonríe.

Nora releyendo una de las cartas que le enviara su hijo. Foto: Luna Gil.

“Este pequeño museo muestra, en sí, el amor inmenso que sentía por la Revolución, su energía, el aprecio que demostró siempre a su profesión y la entrega con la que, apenas graduado, se marchó a Angola y dio lo mejor de sí”.

Aún así, Nora se siente sola. Le abruma la idea de que todos esos recuerdos se han deteriorado, que la humedad no perdona y que la madera de ahora no es tan resistente como la de tiempos de antaño. No deja de pensar en los documentos que ha perdido y le perturba el hecho de no saber a quién encomendarle la labor de cuidar su museo cuando ella no esté.

“Yo creo que he hecho todo lo que podía y debía hacer; considero que mi aporte a la obra educacional de la Revolución se ha esparcido desde las escuelas a la comunidad y la he ejercido de forma voluntaria y espontánea, en múltiples ocasiones, de lo que me siento muy orgullosa”.

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