La trampa de la desigualdad

Alejandro Medina Fuentes
Escalando Fronteras A.C.
4 min readFeb 14, 2018

Es una verdadera virtud el saber enfrentar el mal tiempo con buena cara. En Lomas Modelo, una colonia al norte de Monterrey, el mal tiempo es cosa de todos los días, y el que sabía poner buena cara era Chirihuillo. Era una persona que sabía querer. Quería mucho a sus amigos y quería a los animales. No perdió la sonrisa aunque sí le rompió el corazón cuando unos muchachos confundidos y llenos de odio mataron a su perrito nomás porque no tenían otra cosa mejor que hacer. Seguía sonriendo aún con esa fila de dientes flojos que le dejó la golpiza que le dieron unos chavos de la colonia vecina durante una riña, quienes le patearon la cabeza y la cara aún cuando estaba en el suelo. Sonreía por las pequeñas cosas, como cuando uno de sus amigos le invitaba unas papas o una coca. Cuando compartían lo poco que tenían.

Chirihuillo sonreía cuando salió del hospital después de haberse recuperado de una crisis respiratoria que casi lo mata. Una enfermedad provocada por una adicción compartida por muchos adolescentes en Lomas Modelo: la inhalación de Tolueno, un solvente de pintura que cualquiera puede comprar en la ferretería más cercana. Sonreía Chirihuillo con esa fila de dientes flojos diciendo que ahora sí, esta vez dejaría este vicio de una vez por todas. El haber estado tan cerca de la muerte le había hecho reflexionar, se le veía incluso físicamente diferente, un poco más despierto y más llenito gracias a tener dos meses sin consumir droga. Seguramente también sonreía el día que murió.

Se encontraba en su casa de cartón y techo de lámina cuando su mamá decidió ponerle candado a la puerta. No confiaba en que su hijo adicto pudiera resistir la tentación así que decidió que lo mejor era dejarlo encerrado. No se sabe qué fue lo que provocó el incendio. Pudo haber sido un corto circuito, o una estufa que se quedó encendida. Las llamas se apoderaron de la casa y el niño risueño fue consumido por las llamas. La sonrisa que había resistido al mal tiempo durante tantos años no pudo resistir este último embate.

Podríamos ponernos a deliberar si el culpable de la muerte fue la madre por encerrar a su hijo, o si fue la droga que generó la desconfianza de la madre en primer lugar, pero si miramos con detenimiento encontraremos que el verdadero culpable de esta sonrisa doblegada es la desigualdad. La desigualdad mató a Chirihuillo. Así es amigos, para todos los que no lo sabían, la desigualdad mata. La desigualdad no es sólo un índice de Gini sino que la desigualdad supone menos años de vida. La desigualdad es un virus que avanza segura hasta conseguir su final inexorable: una muerte más temprana que el resto. La muerte de Chirihuillo no fue mala suerte, sino una condición determinada desde su nacimiento. Chirihuillo pudo morir de varias maneras, pudo morir al nacer debido a un servicio médico negligente, o pudo morir durante la infancia por una ingesta menor de nutrientes.

Una vez librada esta primera trampa de la desigualdad Chirihuillo se salvó varias veces, se salvó de varias balaceras en donde el fuego cruzado se llevó algunas víctimas que el gobierno llama “daños colaterales” pero Chirihuillo no sería una de ellas. Huelga decir que estas balaceras son más comunes en los barrios pobres que en los barrios ricos. Otra trampa de la desigualdad son las familias disfuncionales que abundan en los barrios miseria de Monterrey. Rara vez hay papá y mamá. A veces el padre murió o simplemente se fue, o está en la cárcel. Y aunque la mamá siga allí, ella no le podrá dar la atención que merecen sus hijos porque regresará tarde del trabajo, en parte debido a que el transporte público se demora mucho en llegar hasta estos lugares desafortunados. Por eso es muy común que aparezca una manifestación muy común del virus de la desigualdad: la drogadicción en los adolescentes (más en los adolescentes pobres). Pero si las drogas no los matan (casi mataron a Chirihuillo) será otra cosa la que los mate. Puede ser un incendio que no hubiera ocurrido si la casa hubiera estado construida con mejores materiales y no fuera de cartón como la casa de Chirihuillo.

Y aunque sobrevivan la adolescencia, y consigan un trabajo ¿quién garantiza que llegarán a viejos? Los pobres no tienen el mismo seguro médico que los ricos, ni la misma jubilación, ni la misma educación. La desigualdad hace que cualquier infortunio sea más difícil de superar, desde una fiebre hasta una enfermedad grave, o un despido de personal, o un terremoto. No existen las balas perdidas, ni los incendios accidentales. El sistema económico en el que vivimos algunas personas valen menos que otras, y viven menos que otras.

PD: “Entre 2002 y 2015, las fortunas de los multimillonarios de América Latina crecieron en promedio un 21% anual, es decir, un aumento seis veces superior al del PIB de la región. Gran parte de esta riqueza se mantiene exenta del pago de impuestos o en paraísos fiscales.” (Simon Ticehurst, Director de Oxfam para América Latina y el Caribe.)

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