SAMSARA / Hernán D’Ambrosio

Esdrújula
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5 min readApr 19, 2022
(Ilustración: Mariana D’Ambrosio)

— Tengo unas ganas de comer papa fritas — dijo Cecilia acariciando su panza.

Gabriel apagó la televisión y agarró las llaves del auto para ir al kiosco.

— No vayas, es muy tarde. Mañana compro en el supermercado.

— Son cinco minutos, no me cuesta nada — dijo Gabriel — . Hay que satisfacer los antojos porque si no traen consecuencias.

— Tenés razón, no sería bueno que le dijeran que tiene cara de papa; nos vamos a sentir mal toda la vida. Traeme esas papas fritas cuanto antes, por el bien de nuestra hija.

Gabriel le dio un beso en la boca y se fue al garaje. Cecilia se puso a buscar una serie en Netflix.

Cuando salió con el auto a la calle, Gabriel vio una columna de humo negro unas cuadras más adelante y fue hacia allá para investigar qué pasaba.

Era un incendio, una casa se prendía fuego. Ya había bomberos combatiendo las llamas, policías asegurando la zona y personas viendo la escena como si fuera un show.

Gabriel estacionó una cuadra antes porque la esquina estaba cortada por un patrullero. Bajó para preguntar qué había pasado. Aparentemente, un cortocircuito. En la vereda había dos cuerpos calcinados, cubiertos por bolsas mortuorias.

Gabriel recordó el antojo de Cecilia. Volvió a su auto para comprar las papas fritas y regresar a su casa, mirar televisión y quedarse dormido.

Un pibe bastante borracho se acercó a él zigzagueando; se movía como un jugador brasilero sin pelota. Gabriel no entendió si quería saber la hora, necesitaba plata para el bondi o le estaba robando el auto. Movió las manos, trató de agarrarle los hombros para que se calmara y el pibe se asustó; le dio tres puntazos en el pecho. Gabriel se desplomó en el piso, cayó contra la puerta de su auto, sin poder respirar.

El pibe le sacó las llaves del auto y tiró su cuerpo en el medio de la calle. Arrancó a toda velocidad y chocó contra el patrullero que estaba cortando la calle.

Los bomberos tenían controladas las llamas, estaban a punto de ganarle al fuego. La atención de los espectadores pasó del incendio al choque. Mientras tanto, el alma de Gabriel se desconectó de la carnalidad que la albergaba.

Todo estaba oscuro y el piso se sentía frío. Había una luz en el horizonte y se dirigió hacia ella. Se movió rápido, con seis patas. En cuanto salió de abajo de la alacena supo que era una cucaracha en el medio del piso de una cocina. Hubo un grito agudo, una mujer horrorizada: “¡Roberto, Roberto!”. Apareció un tipo con musculosa blanca y shorts azules, se sacó una ojota y le pegó al piso una, dos veces. La cucaracha esquivó los golpes moviéndose de un lado a otro mientras buscaba la alacena para refugiarse. Estaba por llegar cuando le dio de lleno un ojotazo y quedó dada vuelta, tiritando en shock. Roberto tuvo que darle dos golpes más para liquidarla. La agarró con una servilleta de papel y la tiró al tacho de basura.

Sintió una luz amarilla, caliente. Nació cervatillo. Vio el sol por primera vez. Vio el bosque y un tigre acechándolo entre el follaje. El cervatillo trató de moverse y de advertirle a su madre, que no se daba cuenta del peligro, estaba exhausta luego de parirlo. Su esfuerzo fue en vano porque era muy pequeño para comunicarse o para correr. El tigre saltó sobre ellos. Primero atacó al cervatillo.

Se rompió el capullo y surgió una mariposa amarilla que voló hacia la luz anaranjada de un farol. Estaba oscuro, aunque aún no era de noche; llovía en el pueblo. Iba hacia el farol porque allí había otras mariposas. El viento empujaba sus alas; se dejaba llevar por él. Pero su vuelo fue interrumpido. Un niño la atrapó entre sus manos para clavarla en un telgopor que decía “Ciencias Naturales, 5° B”.

Bajo la luz de la luna, el loto floreció en la orilla del lago para recibir el día con su flor abierta.

— Perdoname, Kazumi — dijo un hombre y lo arrancó para dárselo a la mujer.

— No te disculpo un carajo — dijo ella.

Tiró el cadáver del loto al agua y se fue.

Una luz blanca, fría, fuerte. Abrió los ojos, lloró con angustia. Había un techo con tubos fluorescentes; el piso era tan blanco como las luces. Un doctor se preparaba para salir del quirófano mientras hablaba con sus asistentes. Una enfermera llevó a la niña por primera vez a los brazos de su madre.

— Tenés la cara de papá — dijo Cecilia.

EL AUTOR

Hernán D’Ambrosio nació en 1985, vive en General Rodríguez y estudió Letras. Escribió las novelas Cosas que pasan (2013), Sutra de Buenos Aires (2015) e Imagen y Semejanza (2018), y los libros de poesía Singing in the brain (2010) y Una cosa que empieza con P (2018). También es autor de la novela web Hyperville (2012), cuya lógica de lectura reemplaza la secuencialidad en capítulos por links que le permiten al lector seguir al personaje que prefiera. “Samsara” forma parte del libro de cuentos Consumos problemáticos, que aún no ha sido publicado.

SOBRE EL CUENTO

Acorde con su trama, este relato pasó por una serie de transformaciones: fue parte de una novela web, cambió su extensión y se convirtió en cuento, tuvo otro título y también otros finales.

Cierta impericia en la transmigración hace que un alma pase por muchas vidas ―y también muchas muertes― casi en un mismo momento. Me interesaba trabajar en esta historia con lo simultáneo y lo diverso para mostrar que todo pasa todo el tiempo, incluso en un solo lugar. También se conjuga en este cuento una sensación infantil que tengo después de cada velatorio: que en cada ser que me cruzo puede estar alojada el alma que acabo de despedir.

Quisiera cerrar esta presentación con una frase de La vida es breve, de Juan Carlos Onetti: “Calmándome y excitándome cada vez que mis pies tocaban el suelo, creyendo avanzar en el clima de una vida breve en la que el tiempo no podía bastar para comprometerme, arrepentirme o envejecer”.

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