Bendito aguacero

María Pozå
Español en ruta
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4 min readJun 11, 2024

Reto 4: Lluvia y humedad

Photo by Inge Maria on Unsplash

El sonido de la lluvia repiqueteaba en el techo de zinc, pero a diferencia de los tres últimos días en los que había sido ensordecedor, esa mañana era leve, arrullador, incluso. Había dejado de llover y solo caían las gotas del árbol que cubría el techo de su casita, casi por completo. Nacho se desperezó en la cama y la idea de que tal vez pudiera salir el sol lo sacó del aturdimiento.

Las sábanas olían a rayos y no tenía otras para cambiarlas, bueno sí, pero llevaban días empapándose a la intemperie, la ropa se le amontonaba al pie de la lavadora, ya solo le quedaban un par de camisetas que no rezumasen ese olor y que estuvbieran libres de esas manchas verduzcas. Al final iba a tener que ir a la lavandería, pero se negaba a gastar el poco dinero que tenía en eso, además, la señora le caía mal. Era fea, de esas feas que hasta da pereza mirarlas, pero sobre todo sumamente desagradable, como si en vez de trabajar con ropa sucia trabajara con cubos de mierda.

Salió al jardín para inspeccionar el panorama, hacía tres días que no ponía un pie fuera de la casa. La bici estaba en medio de un charco de agua, a pesar de que la guardaba bajo techo, pinchada. Fue hasta el carro y al abrir la puerta una bocanada de humedad se le estampó en la cara como si fuera una bofetada. De un portazo dejó que el ecosistema de manchas verdes y blancas adheridas al volante y a los asientos siguiera creciendo, posiblemente eso ya no tenía remedio hasta que volviera el verano.

En el cielo solo se veía una nube gris platino, inmensa.

- “Will, ¿hacemos algo? Me estoy volviendo loco de estar encerrado en este nido de moho.”

Will siempre estaba dispuesto y, además, también necesitaba airearse, echarse unas risas.

- “Compro unas birras y nos vemos en quince minutos en el bote de Rob”

Rob era un gringo canadiense, amigo, que cuando huía de las lluvias tropicales les dejaba parte de sus cosas, entre ellas el bote de remos, al final de la playa.

La playa estaba llena de troncos enormes y muchos palos, todo salpicado de verdes, rojos, naranjas, negros y amarillos de los cientos de tapones de botellas plásticas. La bruma era impresionante, pero el mar estaba tranquilo y, al fondo, la inusual imagen de un barco velero que con la panorámica de la isla le daba un aspecto de barco pirata.

Al llegar al bote, sudados de pies a cabeza, lo encontraron lleno de agua, hojas e insectos ahogados, y en ese momento el cielo se abrió y dejó pasar algunos rayos de sol, infundiéndoles bravura a los amigos para emprender su travesía.

Una vez en el mar, lo primero que hicieron fue abrir una cerveza.

- “¡Buagh! ¡pero tío! ¿Te has traído las cervezas calientes?”

- “¡Qué va!¡Si las metí con hielo!”

- “Diez años en el trópico y todavía no sabes que la humedad es el peor enemigo de una birra. Ese hielo se hizo sopa en la bolsa a los 10 minutos de meterlo…. ¡Qué payaso!”

Llevaban unos veinte minutos sin que hubieran pescado nada y con la lengua como un zapato por la cerveza caliente, cuando empezaron a caer las primeras gotas. En menos de tres minutos el agua que les caía encima era similar a la que les hubiera caído debajo de una cascada. Primero se lo tomaron a risa y sacaban la lengua para beber, saltaban en los charcos que se hacían en la balsa y se reían como locos, solos, ahí, a unos dos kilómetros de la costa.

Entonces, la cosa se puso más turbia y empezaron a levantarse olas más grandes, quisieron remar a la orilla, pero era tal la cortina de agua que no veían más allá de dos palmos. No podían hacer mucho en esa situación así que se quedaron ahí, mojados hasta más adentro de los mismos huesos, a esperar a que pasara lo peor, pero una gran ola los revolcó y se cayeron al agua.

Nacho era buen nadador y pensó en ir nadando a la orilla, pero Will se negó a desasirse del bote, que, además, se había dado la vuelta. Alrededor de ellos estaban sus bolsas, las cañas de pescar, los remos y algunos palos de tamaño considerable.

Estaban cagados de miedo cuando, de repente, cesó la lluvia.

Comprobaron que curiosamente estaban más cerca de la orilla de lo que pensaban. Con un gran esfuerzo dieron la vuelta a la balsa y se metieron, agarraron lo que todavía estaba flotando alrededor de ellos y, a toda prisa, con el único remo que encontraron, llegaron hasta la playa.

Estaban hechos polvo, empapados hasta la médula, con sed y hambre de náufragos.

- “¡Joder!, Hemos perdido las cañas, un remo y mi mochila con las llaves de la casa… toma, esta es tuya…”- Dijo Will.

- “No, esa no es mía, no he tenido en mi vida una mochila rosa”.

Entonces, abrieron la mochila, una wet bag de color rosa, con capacidad para cinco litros, llena de billetes de cien dólares.

Completamente secos.

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María Pozå
Español en ruta

Mother, daughter, surfer and language teacher. I write in Spanish about life and stuff that is just important to be told for me, and maybe also for others.