Me olvido de todo

Mermermer
Español en ruta
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5 min readApr 23, 2024
Foto propiedad de la autora

Reto 1: Un libro y una madre

Sabía que algo no encajaba en todo este enigma, el comportamiento del asesino era tan desconcertante… rebuscó en la habitación buscando algo que se le hubiera escapado en los registros de la policía, un indicio, algo no encajaba. Y entonces lo vio. Esa pequeña pieza de metal, escurrida bajo

-Mamaaaaa

…el mueblecito de la mesilla. Te tengo. En ese preciso momento

-Mamaaaaaaaaaaaa

…en ese preciso momento una forma salió de entre las sombras de la habitación. El brillo de una hoja relució en la penumbra

-Mamaaaaaaaaaaaaaaaa, mamaaaaaaaaa, mamaaaaaa

-¿Que pasa? — dijo la madre levantándose las gafas y saliendo del ensimismamiento en que se encontraba sumida con aquel libro de asesinatos y detectives, los que más le gustaban.

- Estas enfrascada en el libro y no oyes, llevo dos horas llamándote- Le dijo la hija ocultando las risas. — ¿Qué hay de comer?

- ¿De comer? ¿Pero qué hora es? Válgame Dios, si no he hecho la comida.

Y entonces salió corriendo a hacer algo rápido para sus hijos, refunfuñando e imprecando que para qué me das un libro así, que si no me entero de nada, que se me ha olvidado hacer la comida, que si no he salido a la compra ni he hecho nada….

La hija sabe que hoy van a comer un filete a la plancha con patatas de bolsa y sin embargo no puede parar de sonreír por ver como a su madre se le olvida el mundo cuando está leyendo un libro. Pero se le olvida de una manera que a ella nunca le ha pasado. La hija es lectora, pero tal vez está más acostumbrada y al menos escucha cuando la llaman. Su madre no. No lee muy a menudo, pero cuando lee, no escucha, no distingue el tiempo y no sabe parar. Esta segura que ha cogido el libro a media mañana y no ha parado hasta ahora.

Y eso de una extraña manera la enorgullece.

La hija tiene 15 años, comenzó a leer porque su madre tenía muchos libros y aunque no recuerda estrictamente que la viera leer cuando ella era pequeña, si sabe que le gustaban los libros y que siempre decía que cuando era joven leía mucho. Sin embargo, la madre en algún punto se olvidó de los libros. Tal vez por los avatares de criar tres niños, hacer la casa, la compra y la vida.

Pero la hija hace un tiempo se dio cuenta de que cuando su madre leía un libro, entraba en un estado de aislamiento. Era como si estuviera metida en una burbuja donde nada podía penetrar, ni los ruidos, ni la rutina, ni las preocupaciones. Le fascinaba y le encantaba verla en ese estado y de cuando en cuando perpetraba la pequeña maldad de darle un libro de los que saben que le gustan solo por el placer de verla caer en la trampa y tragarse el libro del tirón. Y la hija disfruta tanto viéndola olvidarse de hacer las cosas de la casa y luego refunfuñando y no puede dejar de hacerlo. Ni quiere.

He dicho orgullo. Pero ¿ese orgullo de dónde viene?, Cree que es algo que hace especial a su madre, es algo que hace que la quiera de una manera especial. Pero… esto es una tontería, piensa la hija. Por esto no se quiere a una madre.

Hoy esa hija tiene casi 50 años y sí que sabe la respuesta. Porque más de treinta años después, puede recordar perfectamente como su madre de olvidaba de hacer la comida cuando leía un libro y le sigue apareciendo una sonrisa en el rostro, pero sin embargo no recuerda las discusiones, las regañinas, los enfados, los castigos… eso no. Bueno si, recuerda también como les tiraba la zapatilla, como canturreaba cancioncillas que nunca supo de donde habían salido, como les pegaba patadas debajo de la mesa cuando decían algo que no debían… tantas tonterías que le sacan una sonrisa. Y se pregunta, si la memoria retiene mejor los pequeños detalles que alguna vez te hicieron sonreír, que el resto de las cosas. Porque si echa la vista atrás puede contar millones de esas pequeñeces y de gestos de su madre que ella repite, no por habito, sino porque le producen un especial placer. Alguien grita en el pasillo y ella dice — ¿Cuan gritan esos malditos?, pues mal rayo les parta si en terminando esta carta no pagan caros sus gritos.- y sus compañeros de trabajo piensan que se sabe muchos trozos de libros y ella les dice que no, que son cosas que decía su madre y solo mucho tiempo después descubre que es un pasaje de don juan tenorio o de la venganza de don mendo .. Y le encanta decirlo. Porque lo hacia su madre.

Y tiene muy claro, que aunque estas pequeñas estupideces, parecen eso, estupideces, en realidad, son como pequeñas semillitas que crecen en el interior de los niños que serán luego adultos y se convertirán en plantas enormes que nos dan calor y ocupan mucho más espacio que todo lo demás. Y cuando escucha hablar de la educación de los niños y de las grandes teorías y de si se debe hacer tal y cual cosa, ella solo piensa -haz lo que puedas con la vida pero intenta meter muchas tonterías-. Porque sí que se ama más a las personas por las risas compartidas que por los portazos dados. Y por lo que tú haces sin que te vean que por lo que intentas enseñar.

Y la niña que ahora es una mujer, hace mucho que lee novela negra, más que por que le guste (que si que le gusta) porque anhela encontrar buenos libros, con buenos asesinos y buenos detectives para dárselos a leer a su madre que ya casi nunca lee y decirle –Toma mami, este es muy bueno- y volver a verla leer y meterse tanto que no exista el tiempo ni el espacio y porque ahora puede encargarse ella de hacer la comida y disfrutar de la felicidad de su madre leyendo un libro.

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