De cuando me preguntaron sobre la vida sexual de Jorge Luis Borges

Alberto Chimal
5 min readJun 11, 2016

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La postura clásica de Jorge Luis Borges (fuente)

Como el 14 de junio de este año se cumplen 30 de la muerte de Jorge Luis Borges (1899–1986), ayer me llamaron un par de veces para hacerme preguntas acerca de él. Parte de lo que dijera se iba a publicar.

Debo decir que me dio mucho gusto. Como suele pasar en los aniversarios de la gente famosa, estos días serán de muchas declaraciones en los medios acerca del mismo tema, pero Borges ha sido siempre uno de mis autores favoritos. De los muy pocos que realmente, para bien y mal y todo, me han importado y me han cambiado la vida. Además, aún me parece el creador de muchas ficciones arrebatadoras, un modelo para la escritura y la lectura, un innovador de la literatura desde mucho antes de que la palabra innovación se volviera trivial…, y un maestro peligrosísimo, como todos los escritores verdaderamente grandes: el creador de una obra (justamente) tan arrebatadora, innovadora y abierta a la imitación que es capaz de avasallar por completo la capacidad creadora de quienes tratan de copiarlo de manera ingenua, sin dejar espacio para nada más. Los miles de admiradores de Borges que nunca pudieron pasar de escribir fan fictions basadas en el trabajo de su ídolo publicaron, en su mayoría, antes del auge de internet y de la aceptación de la fanfic como una forma válida de escritura no profesional. Pero existieron, y existen, y se les puede encontrar por ahí, en archivos y libros viejos.

Y, claro, sigue habiendo quienes logran evitar que Borges se los coma, aunque siempre sean pocos, y en cambio lo incorporan a textos nuevos que (muy borgesianamente) no se avergüenzan en sonar a homenaje, referencia intertextual, apropiación.

Dije algo de esto ayer, pero no fue fácil: en una entrevista, la primera pregunta que me hicieron fue acerca de la sexualidad de Borges. Escasa, me dijeron, inusual, como se ve en sus cuentos.

La primera edición que tuve de El Aleph (1949).

Lo primero en lo que pensé fue en un artículo sobre Hans Christian Andersen, publicado en su propio centenario de 2005, que se las arregla para no decir una sola palabra acerca de la obra de Andersen y en cambio se dedica a hacer el retrato patético del homosexual reprimido, el arribista rencoroso, el individuo acomplejado y feo, como el patito, que fue Andersen. Omito a propósito quién lo escribió y dónde está.

Hace 11 años, aquel texto me indignó por deshonesto: por sensacionalista y por sórdido. Ahora me parece adelantado a su época. Hoy sería uno entre muchos que aparecen diariamente sobre cualquier persona medianamente notable: otro signo más de lo morboso y superficial de nuestras referencias culturales, sobre todo en línea.

Lo siguiente que pensé fue que podía responder a la pregunta sobre la vida sexual de Borges con los lugares comunes: Borges apenas se refiere al sexo en su obra y apenas tiene personajes femeninos, lo que «podría ser» señal de deficiencias de carácter, de machismo, de asexualidad, de miedo a las mujeres; «se puede entender» su primer matrimonio como un fracaso y el segundo como un mero trámite, oficializado poco antes de su muerte exclusivamente para dejar un patrimonio a María Kodama, su amante/amanuense/asistente/cuidadora; «sin duda» el desprecio que sentía por el psicoanálisis se debía a que lo hacía sentir expuesto, etcétera. He leído o escuchado todas estas frases, con la malicia que cabe imaginar, muchas veces, juntas y por separado. Aunque todas me parecen terribles, ahora está bien visto hablar mal de esa manera con el pretexto de «desmitificar» a quien sea nuestro blanco. También he visto que muchas noticias acerca de Borges en los últimos años han sido, de cualquier forma, sobre escándalos y disputas, a partir de los supuestos plagios de su obra «perpetrados» por Agustín Fernández-Mallo y Pablo Katchadjian.

(Nota al margen: como muchas otras personas creo que las acusaciones son infundadas y que el mismo Borges se habría reído, más que indignarse, de haber podido leer las reversiones que hicieron aquellos dos escritores. No es tan difícil de comprobar: con un poco de esfuerzo, los libros de uno y otro se pueden encontrar y leer incluso hoy.)

¿Qué hice? Preferí recordar que Borges no es un escritor de la época de Facebook y la autoficción; que no es verdad que se esconda en sus textos, que hable poco de sí mismo (de hecho es al contrario: ¿cuántas veces aparece en su obra su doble, el personaje llamado Borges?), pero no lo hace de la manera a la que estamos habituados hoy; que, como su amigo Alfonso Reyes, Borges había aprendido la noción clásica del decoro, que es cierta forma de reglamentación del estilo al escribir y también un principio de prudencia, una obligación de no decir absolutamente todo que probablemente sea inconcebible para muchas personas de la actualidad.

También dije algo de la vida amorosa de Borges, que está presente en muchos lugares de su trabajo, igual que su reticencia, sí, a ir más allá de «cierto punto» (en el cuento «El otro», por ejemplo, varios críticos han encontrado una referencia sutilísima a un burdel y una prostituta colocada, prácticamente, en un espacio en blanco, entre dos nombres franceses casi iguales).

Y luego hablé un poco de lo que me interesa más de Borges: su imaginación, su relación problemática pero al final (o en sus mejores momentos) insumisa con el poder y la violencia, lo que tiene que decir todavía sobre la lectura, la tradición, el modo en que nos creamos (o crean por nosotros) imágenes del mundo, modelos, ideologías.

La primera edición de El jardín de senderos que se bifurcan (1941).

Por supuesto, llegará un tiempo en el que lo escrito por Borges deje de tener sentido. Le ocurrirá a él como a todos los demás. Las verdades que descubre la literatura siempre son provisionales, y dependen — como mínimo — de las palabras de que están compuestas: si antes no las borran los cambios de las culturas humanas, cuando los idiomas de esas culturas, los de las personas vivas, empiezan a alejarse de ellas, su sentido empieza a oscurecerse, y ese oscurecimiento es irreversible.

Pero las verdades que se pueden entrever en la obra de Borges no se derivan de las atracciones morbosas que tanto nos importan ahora. Están en otra parte, y no ha llegado aún su momento de desaparecer, aunque parezcan lejanas de lo que más nos obsesiona.

Como otra práctica habitual del presente es la cita fuera de contexto, malinterpretada sin el menor remordimiento, terminaré con una: «El mundo, desgraciadamente, es real», escribió Borges en uno de sus grandes ensayos, y esto se podría leer como un reconocimiento o una rendición.

Y sin embargo, inmediatamente después, Borges escribió algo más, que puede leerse como una contestación o un desafío: «yo, desgraciada­mente, soy Borges».

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Alberto Chimal

Escritor. Artículos, ensayos y notas surtidas • Writer. Articles, essays and assorted notes (mostly in Spanish) • http://www.lashistorias.com.mx