El síndrome del impostor

Dominando el arte de fingir ser alguien que no eres

Evelyn Wittig
7 min readJan 29, 2015

Yo era buenísima jugando al Mario, hice mi primera página web en el séptimo grado, y en mi prueba AP de Ingeniería Informática obtuve un 5.

Pensé que estaba lista. Yo creí que me sentiría tan bien como la lluvia, y mi primer año en Ingeniería Informática iba ser un paseo.

Me equivoqué.

No hizo falta que transcurriera ni un cuarto del semestre para que la diferencia se diera a conocer, floreciendo como tinta derramada en mi conciencia. Mi primera clase de informática no fue fácil, pero al parecer debería haber sido. Les había escuchado hablar en voz alta en las escaleras de nuestra sala de conferencias después de clase. ¿Cuánto tiempo te tomó terminar la tarea? Siempre era un chico el que preguntaba.

Cuatro horas, sería la respuesta. Siempre era un chico el que respondía. A mi me tomó dos, otro metía su cuchara, y me habría tomado menos si no hubiera sido por un estúpido corchete aislado que me llevó una eternidad depurar. La conversación entonces se transformaba en una diatriba acerca de la indignación de los mensajes de error oscuros, seguido de una discusión sobre cómo hacer compiladores más inteligentes.

Yo seguía mi camino, deseando tener auriculares atascados en mis oídos.

Esto sucede las veces suficientes —tú en la mitad de la manada, los corredores al inicio de la fila adelantándose cada vez más y más— para que la tinta derramada empiece a dejar una mancha permanente.

Veinte horas. Ese fue el tiempo que me tomó terminar la tarea.

Tú piensas, no soy buena para esto. ¿Pertenezco realmente aquí?

Escuché por primera vez el término síndrome del impostor de una oradora invitada a mi grupo Las mujeres de la Informática [Women in Computer Science] durante mi primer año. Ella era una profesora que estudió este tipo de cosas para entender mejor las diferencias entre los géneros.

Recuerdo cómo ella se paró frente a un auditorio repleto, citando un estudio tras otro, los cuales eran al mismo tiempo impresionantes en cuanto a lo que revelaban y además se sentían tan naturalmente verdaderos. ¡Sí! Mentalmente alzaba puño después de cada punto, ¡Sí! esto describe exactamente cómo me siento. Quiero estar completamente segura de poder hacer algo antes de comprometerme a hacerlo. Las negociaciones y confrontaciones son difíciles para mí porque me importa mucho caerle bien a todos. Creo que estoy donde estoy por pura suerte —por ejemplo, haber ganado ese proyecto de ciencias, aunque en lo más profundo de mi corazón que mi trabajo dejaba mucho que desear.

He estado fingiendo desde entonces.

La oradora dijo que muchas mujeres se sienten de esa forma. En mayor medida que los hombres. Tal vez, se aventuró a preguntar, ¿había entre nosotros alguien que se sentía de esta manera?

Todos levantamos nuestras manos.

Su actitud era relajada y amable, como si estuviera tomándose una copa de vino charlando con un amigo en lugar de estar hablando en frente de una multitud de caras desconocidas. Estábamos cautivados por ella. Traté de imaginarme a mí misma así, hablando con tal aplomo frente a una multitud como esta. No pude.

Incluso ahora, me siento a veces como una impostora, dijo.

Yo no le creí ni por un segundo.

Me pasé los primero años de mi carrera profesional tratando de dominar el arte de pretender ser alguien más.

La escuela fue difícil, pero por lo menos había una estructura en ella. Tú hacías tu tareas. Tomabas los exámenes. Conseguirías una notas, y tus notas te dirían que tan bien te iba en la escuela.

Trabajar en una startup fue otra cosa completamente. Sentí la energía pura desde el primer día que en comencé a trabajar allí. Todos estaban muy concentrados en lo que estaba haciendo, nadie levantaba la mirada. Una intensidad de locos tamborileaba por toda la oficina. Alrededor de un conjunto de escritorios desordenados, los ingenieros le daban vuelta a sus productos claqueteando furiosamente, sus siluetas rebosando de confianza.

Yo sabía muy poco entonces, pero tenía la certeza de esto: yo quería ser parte de esta energía. Y así comencé a pretender. Moldeé mi forma de ser en una pieza de rompecabezas que se adaptaba al ambiente. Yo traté, oye, si que traté —cuán ridícula, desesperada y patética la forma en que traté.

Cómo asentía con la cabeza y reía al lado de los ingenieros cuando se burlaban de los códigos de otros ingenieros, mientras sentía mi estómago retorcerse porque sabía con absoluta certeza que si yo no estuviera presente, este mismo grupo se burlaría de mi código.

Cómo llegaba al trabajo al mediodía y me quedaba en la oficina hasta las 7 de la mañana para que poder decir con seguridad que era parte del equipo de la noche.

Cómo me involucraba en discusiones de temas que no me interesaban mucho, como la eterna comparación entre Mac y PC, solo para tener algo que defender apasionadamente al igual que los demás.

Cómo veía deportes de los que no tenía idea, bebía tragos de vodka que mi cuerpo no toleraba, y no me ofendía cuando se decían cosas ofensivas, todo porque quería ser parte ese grupo.

Cómo observaba como un águila y escuchaba como un murciélago todo lo que pasaba a mi alrededor —qué sitios valía la pena seguir, qué tipo de letras eran geniales, qué infraestructuras eran un éxito— para poder inhalarlas y repetir como loro esa confianza casual de mis colegas.

No habría podido admitir esto a ninguno de ellos, ni siquiera me lo admitía a mi misma. Me hubiera encogido en una bola de mortificación y muerto de vergüenza si mis amigos y colegas lo hubieran sabido. Te has puesto el disfraz durante tanto tiempo, que ya no reconoces que estás actuando. No estás siendo auténtica, y tu comportamiento es consecuencia del miedo y la inseguridad. Ya no sabes como reconciliar tu verdadero yo con tu falso yo.

Porque nada es más importante que evitar que descubran que eres un fraude.

Lo bueno del paso del tiempo es que te ayuda a ver el pasado más objetivamente. Si pudiera regresar en el tiempo y decirme a mi misma que hacer para combatir esos sentimientos de impostor, serían estas tres tácticas:

  1. Mira los eventos e interprétalos desde el mejor escenario posible en lugar del peor escenario. O solamente pregunta. Ocurren cientos de cosas todos los días que la mente puede interpretar. Por ejemplo, tal vez te dejaron fuera de una reunión. La reacción del impostor es imaginarse lo peor de ese pequeño detalle —ellos deben pensar que no tengo nada valioso que aportar—. Para contradecir esos pensamientos negativos, asume las mejores intenciones. Ellos estaban tratando de ahorrarme tiempo al no agobiarme con una reunión que es solo marginalmente importante para mi. O, si claramente tú deberías estar en esa reunión: ellos no se dieron cuenta que yo debería estar en esa reunión o fue un simple descuido al olvidarse de agregar mi nombre en la casilla ‘para’. Si aceptas, como lo sugieren las investigaciones, que el síndrome del impostor tiende a ser irracional, entonces la interpretación del mejor escenario posible tiene más posibilidades de ser verdad que la interpretación del peor escenario posible. ¿No me crees? Entonces para de interpretar de una vez por todas. Ármate de valor y pregunta. (Oigan, tengo la sensación de que tal vez ustedes no piensan que yo soy una colaboradora valiosa para Q por X, Y y Z. Me gustaría su retroalimentación honesta si eso es cierto.) Hazlo por escrito si se te hace más fácil. Preguntar es difícil, pero también lo es sobrevivir a miles de pequeñas interpretaciones de papel.
  2. Céntrate en las fortalezas del ser diferente en lugar de las debilidades. Debido a que una impostora está tratando siempre de quedar bien, ella ve sus diferencias en relación a sus colegas como algo que debe vencer. Como ejemplo, hubo un tiempo en que la mayoría de las personas con las que trabajaba eran francas y decisivas, y entonces yo veía mi introversión como un debilidad. ¿Por qué yo no podía decidirme por algo tan rápido como ellos? ¿Por qué no podía argumentar tan elocuentemente sobre algo en el momento preciso? No fue hasta que recibí retroalimentación de forma repetida en la cual elogiaban mi atención y mi habilidad para ver todas las partes de un problema que me di cuenta que todo lo que yo consideraba como limitaciones también eran fortalezas. Esto no quiere decir que no haya áreas para mejorar, pero este cambio de perspectiva me ayudó a aceptar que todos estamos conectados de manera diferente, y que llevamos a la mesa nuestro varios talentos. En estos días, yo tiendo a abordar los problemas con el ojo puesto en mi fortalezas en lugar de centrarme en mi debilidades.
  3. Encuentra personas a las que les puedas admitir tus inseguridades. Por años, yo me mordía los labios y me guardaba mis vulnerabilidades. Ellos dicen, finge hasta que lo logres, y entonces yo pensaba que al actuar metódicamente como la persona que yo quería ser, todos los días, eventualmente me convertiría en esa persona, y nadie se daría cuenta. En realidad, esa línea de pensamiento resultó ser una idiotez. Me negué a mi misma el consuelo que viene de ser capaz de admitir abiertamente mis miedos a personas en las que yo confiaba, y perdí el poder de su empatía y sus consejos. Todos tienen preocupaciones con las que deben lidiar, y lo que he aprendido es que mientras admitamos de manera más honesta las nuestras, los otros están más dispuestos a ayudar. Así que dile a tu mejor amigo cómo te sentiste siendo una impostora en el trabajo. Busca orientación o únete a un círculo Lean-In. Considera hablar de estos temas con tu gerente. No finjas, simplemente, que tus inseguridades no existen, porque solamente te estarás lastimando a ti misma.

La experiencia hace que cualquier cosa se vea fácil, pero las inseguridades nunca desaparecen del todo. Esto es cierto para todos, especialmente cierto para las mujeres, y más cierto aún para mujeres que trabajan en áreas dominadas por hombres.

Estos días, tal vez me encuentres hablando enfrente de una multitud de rostros desconocidos. Todavía soy buenísima jugando al Mario. Incluso ahora, me siento como una impostora algunas veces.

El tema es este: con el tiempo se hace más fácil. Tú empiezas a confiar en ti misma. La impostora va desapareciendo, y tu verdadero yo se hace más y más fuerte.

Puedes no creerme, pero de igual forma yo trataré de convencerte.

Tú perteneces aquí.

Y te va ir muy bien.

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Evelyn Wittig

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