Estas fotos son la razón por las que ahora estoy atrapado en Tokio, para siempre

por Nina Geometrieva y Damjan Cvetkov-Dimitrov

Daniel Arbelo
Medium en español
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5 min readJun 30, 2016

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Tokio, ¡sagrados excrementos de pequeñas criaturas irreconocibles! Estamos aquí y el primer lugar en nuestra lista era la Torre Nakagin.

Tras pasar dos días enteros allí, acabamos por aprender el miedo y la incomodidad que produce vivir en un hotel cápsula. Fue maravilloso, más allá de alguna sacudida y el enorme pánico que sientes cuando tu vecino decide subir su cápsula cuatro pisos a las 5 de la mañana. Eso sí, fue lo suficientemente amable para dejar una caja de chocolate con una disculpa al resto de sus vecinos.

La Torre Nakagin es uno de esos raros ejemplos de edificios en donde el exterior coincide con el interior perfectamente. El minimalismo compacto que puedes observar desde el exterior, impregna las habitaciones y los pasillos creando una experiencia mucho más completa e impactante. El sonido que producen las ventanas cuando las ajustas, sobrepasan totalmente cualquier otro espeluznante sonido existente. Esas hojas debían ser engrasadas a menudo, pero a veces los inquilinos lo impedían.

Nina se encontraba justamente en el lugar en el que había nacido para estar, y también lo estaba aquel suéter lanudo que volvía junto con ella. Fue un regalo muy personal, recibido hace 13 años por mi abuela, de un amigo suyo, japonés. Ahora estaban en casa. No podía despegar lo más mínimo su cara de esa ventana, tampoco podía culparla.

No podía dejar de jugar con la aplicación de la Torre Nakagin en mi iPhone. Si programas un movimiento automatizado de la cápsula y la cancelas en el último minuto, no te lo cobran, y haces que toda la cápsula tiemble. Únicamente le hice la broma a Nina una vez. Nunca más. En Tokio no se debe jugar con cosas que parecen terremotos. Supongo que es algo demasiado cruel.

Lo que diferenciaba a Tokio y a Japón del resto del mundo era, por supuesto, la atención al detalle y al detalle dentro del detalle. Incluso la esquina más repulsiva, oscura y marginal que podías encontrarte en sus calles estaban impecablemente limpias. Quizás no siempre las cosas están ordenadas pero todo funciona y todo sirve a su propio propósito. Girando a la derecha en la siguiente esquina, podías ver por donde Motoko Kusanagi, del anime Ghost in the Shell, corría persiguiendo a otro criminal cibernético.

El World Trade Center de Tokio, o El monolito, como lo llamamos, refleja una formación de aviones de combate que vuelan próximos. Solo sentirías su presencia en la cálida brisa que te abraza la cara como su infinitamente tranquilo vuelo. Sin molestar mis oraciones a los grandes dioses tecnológicos.

Puede parecer caótico desde aquí, como si alguien hubiese derramado una bolsa entera de edificios por todo el lugar. Aunque al acercarte, empiezas a notar sus estructuras perfectamente cuidadas y ese olor característico, no muy diferente al de los aparatos electrónicos nuevos. Monorraíles pasando por edificios, saliendo de rascacielos y del suelo. Si no hubiese tantas personas usándolo, pensaría que estaban allí simplemente para mi entretenimiento.

Incluso en la oscuridad de la noche, la ciudad permanecía viva. Casi 40 millones de personas viviendo en un área tan pequeña, con tanta disciplina e ingenio. Solo podía pasar en Tokio. Drones se pasarían la noche volando y entregando productos en las puertas y balcones de las personas sin molestar a nadie. Hay quien esperaba en su balcón las entregas, nosotros decidimos optar por el clásico y pasado de moda paseo a la tienda.

La gente de la recepción nos dijo que el edificio de la izquierda usaba algunos materiales avanzados para hacer que el suelo entre planta y planta fuese bastante fino y a la vez lo suficientemente fuerte como para soportar los rigores de la vida de Tokio. Si fuese necesario, el edificio de la derecha cambiaría su exterior. La verdad es que no lo comprobamos, pero creo que tenía que ver con la reorganización interna de los cubículos.

No dejes que esto te engañe. Estos cubículos eran gigantescos, con todas las comodidades necesarias para una buena vida. De forma embaucadora parecen una cápsula, pero son cubos que también se mueven como cápsulas.

Por desgracia, a diferencia de la Torre Nakagin, solo se podían mover hacia adelante para tener una vista mejor. El edificio era increíblemente hermoso por lo que no resultó demasiado decepcionante la falta de flexibilidad en las habitaciones.

¿Cómo podría este edificio en perfectas condiciones ser otra cosa que un fábrica de esferas perfectas y blanca? Estoy totalmente convencido de que su único objetivo era acaparar el mercado de esferas perfectas blancas y nadie, ni siquiera los guardias de la entrada, me convencerían de lo contrario.

La ciudad más grande en el mundo y aún se las arreglan para hacer que el humo de los coches huela mejor que el aire de los picos de los Alpes. Desde sus alrededores, parece como si hubiera sido pintada con edificios que se elevan indefinidamente. El terreno montañoso hace que los edificios más pequeños se eleven por encima de los más altos, siguiendo su camino en forma de suaves ondas sinusoidales hacia el infinito.

Allí, de pie, fascinado por la vista y extasiado ante la magnitud de todo lo presente, con el corazón en un puño, hice todo lo posible para creer que Tokio, en realidad, nunca acaba, incluso ahora que ya me he ido.

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