Fuegos artificiales
Los Beatles abren todas las puertas de este universo. Por eso no es casualidad que un equipo de ingenieros del Laboratorio de Investigación CSL, de Sony, haya utilizado todas sus canciones para que la Inteligencia Artificial (IA) de un paso firme hacia la creación artística.
Ingresaron toda la obra de los Beatles en una base de datos para que el sistema inteligente FlowMachines creara la canción «Daddy’s Car», identificando patrones y produciendo notas que en secuencias forman melodías. Sin embargo, los arreglos y la letra debieron estar a cargo de un humano, el compositor francés Benoît Carré, quien seleccionó el estilo beatle y generó una base con el FlowComposer para luego darle su terminación con el Rechord, un software que le permite unificar las composiciones realizadas por inteligencia artificial.
Además, la base de datos, llamada LSDB, contiene cerca de 13.000 temas de los más variados estilos y autores, desde jazz o pop a música brasileña. «Daddy’s Car» y «Mister Shadow» (que combina el estilo de Duke Ellington, George Gershwin y Cole Porter), son los primeros totalmente creados por una AI, y son el adelanto de un álbum que Sony publicará este año.
Al escuchar «Daddy’s Car», pareciera que Kevin Parker —el cantante, compositor y productor de la banda australiana, Tame Impala— tuviera implantado un chip en su cabeza con el software FlowMachines desde hace tiempo. Porque en esta asociación inteligente de melodías el software intenta imitar la capacidad catalizadora del cerebro humano. Y al comparar ambas creaciones, la computarizada y la humana, se pone sobre la mesa uno de los mayores interrogantes de la creación: si además de asociar ideas, experiencias culturales y sociales, realmente tenemos la facultad, dentro de ese fluir misterioso que es crear, de gestar algo nuevo, algo que no fue influenciado, algo genuino.
La intervención de algoritmos en los procesos creativos no es nada nuevo. David Cope, profesor de la Universidad de California en Santa Cruz, trabaja en la materia hace años. Sus algoritmos permitieron crear desde arreglos musicales con un solo instrumento hasta sinfonías completas basadas en el estilo de compositores como Mozart o Bach. Tal vez haya sido él quién despabiló a las discográficas tentadas en reemplazar con máquinas a los músicos que se alejan de sus estructuras en la actualidad: «Con los algoritmos se puede producir una pieza en quince minutos y saber inmediatamente si va a servir o no», sostuvo en esta entrevista para Gizmag.
Google exploró la composición de música mediante inteligencia artificial con su plataforma TensorFlow, que además contaba con código abierto para que los usuarios colaboren en su evolución. Y antes, había potenciado el proyecto WaveNet, un sintetizador con el que reproducía voces humanas donde se perciben pausas, temblores, entonaciones y hasta diferentes modulaciones para lograr, mediante la copia de sistemas neuronales complejos, el efecto más cercano existente a una voz humana real. Es decir, abrir el camino de la inteligencia artificial hacia la mayor barrera entre las máquinas y el hombre: la conciencia de la raza humana.
Alan Turing (1912–1954) sostuvo en su Test de Turing que el diálogo en una misma lengua verbal era la manera más efectiva de identificar si una máquina podía hacerse pasar por un humano. Y hace unos días, la búsqueda de la empatía mediante la voz fue la gran vedette del reciente CES (International Consumer Electronics Show 2017), la feria de tecnología más importante del mundo que se realizó en Los Angeles. Con Siri (Apple), Google Now (Google) y Alexa (Amazon) como sus mayores exponentes para este año, se vuelve real la principal característica de la última gran película sobre inteligencia artificial: Her, del director Spike Jonze. Theodore Twombly (interpretado por Joaquin Phoenix) termina una relación larga y en soledad se siente intrigado por un nuevo Sistema Operativo que promete una nueva experiencia sensorial para los usuarios: Una entidad intuitiva que te escucha, te entiende y te conoce. No es solo un sistema artificial, es una conciencia. Cuando lo inicia, el sistema le pregunta si prefiere una voz masculina o una femenina, lo que termina dando vida a «Samantha» (Scarlett Johansson), la voz del Sistema Operativo que comienza a asistirlo para responder sus mails o pasarle la música que le agrada mediante un audífono, para luego transformar esa complicidad en amistad y finalmente en una extraña relación de amor.
Theodore: ¿Estoy en esto por qué no tengo la fuerza para tener una relación real?
Samantha: ¿Acaso no es una relación de verdad?
Theodore: No lo sé.
—Diálogo del film Her de Spike Jonze
El primero en comenzar a profundizar en la idea de inteligencia artificial en el cine fue el director Stanley Kubrick, quien en los 70 contrató una serie de escritores para un nuevo proyecto focalizado directamente en nueva idea de inteligencia robótica. Sin embargo, luego detuvo la investigación porque consideraba que la imagen generada por computadora en el cine no estaba lo suficientemente avanzada para crear el personaje de David. Creía que ningún actor podía interpretar al niño robot que puede mostrar amor a sus dueños. Finalmente, en 1995, Kubrick le entregó la película A.I. Artificial Intelligence, a Stephen Spielberg, quien la escribió, dirigió y estrenó en 2001.
El interés de Kubrick por esta idea durante los 70 había comenzado cuando contactó con el matemático, Marvin Minsky (1927–2016) para crear la computadora HAL 9000 para su film 2001: Odisea del espacio (1968). Este experto en ciencias de la computación que inventó el término Inteligencia Artificial en 1956 también fue responsable de sugerir la trama del libro Jurassic Park al escritor Michael Crichton. Y nuevamente todo terminó en manos de Spielberg para que lo hiciera brillar.
Las máquinas podrán hacer cualquier cosa que hagan las personas, porque las personas no son más que máquinas. Hasta la fecha, no se ha diseñado un ordenador que sea consciente de lo que está haciendo; pero, la mayor parte del tiempo, nosotros tampoco lo somos. ¿Qué somos las personas sino máquinas muy evolucionadas?
—Marvin Minsky, matemático (1927–2016)
Minsky fue uno de los defensores del transhumanismo, el movimiento filosófico e intelectual que considera que es necesario utilizar la tecnología para potenciar nuestras capacidades, evitar el sufrimiento y la vejez y, en última instancia, alcanzar la inmortalidad: «Algún día seremos capaces de alcanzar la inmortalidad. Haremos copias de nuestros cerebros. Puede que los creemos en un laboratorio o que, simplemente, descarguemos su contenido en un ordenador».
¿Dios creó al hombre a su imagen y semejanza o el hombre creó a Dios a su imagen y semejanza? La pregunta sobre el hombre como El Creador en la literatura comenzó cuando la inglesa Mary Shelley escribió Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), la primera obra de ciencia ficción que planteó que la ciencia (el científico Victor Frankenstein) podía crear, mediante un experimento, un monstruo formado por partes de cadáveres diseccionados.
Este concepto está presente también en la inteligencia artificial, y como tal, al poner al hombre a la altura de un Dios, es criticado por diferentes religiones que se oponen a este tipo de investigaciones y pruebas científicas. Sin embargo, ya existe un monje robótico que está revolucionando el budismo en el templo Longquan, en las afueras de Beijing, China.
Xian’er es un pequeño monje de 2 pies de altura que predica sobre las escrituras budistas y que puede responder preguntas. Fue diseñado en 2011 por el joven Maestro Xian Fan para atraer seguidores dentro de una sociedad muy interesada en los avances tecnológicos. El éxito del diseño fue evidente con la producción de un cómic que protagonizaba el pequeño monje. Así fue como, gracias a una nueva política de flexibilidad religiosa del gobierno chino, ingenieros de algunas universidades de ese país materializaron el proyecto en 2015. Desarrollaron un software que permite combinaciones de palabras para detectar una idea central y de ese modo poder conversar con humanos y responder a sus inquietudes. Con más de 300 mil seguidores en la popular red social china Weibo, Xian’er suele quedarse callado cuando los humanos hacen combinaciones conceptuales impredecibles en sus preguntas, pero sus desarrolladores ya están trabajando para solucionarlo.
Yo personalmente les garantizo a todos los aquí presentes que si Deep Blue participa en ajedrez de competición, personalmente, repito, garantizo que le haré pedazos.
—El campeón del mundo de ajedrez Garri Kaspárov luego de perder una partida contra la supercomputadora Deep Blue creada por IBM.
El capitalismo es el motor fundamental para el desarrollo de la inteligencia artificial porque se nutre de su evolución para lograr una mayor productividad: según datos de la firma Accenture, la IA tiene la capacidad de doblar las tasas de crecimiento de las economías desarrolladas (que representan el 50 % del PIB mundial) de aquí al año 2035 y tiene el potencial de aumentar la productividad laboral en un 40 %.
Mientras el gobierno de Corea del Sur sostiene que todos los hogares de su territorio podrán contar con un robot que ayude en las tareas domésticas, Tesla Motors ya tiene a la venta autos autónomos que son conducidos de manera inteligente. Con 400 kilómetros de autonomía, estacionamiento automático, encendido por celular y una velocidad máxima de 250 km/h, el modelo básico de Tesla S cuesta en Estados Unidos USD 70.000. Y aunque no se sabe quién se hará responsable si hay un choque, la mayor garantía es que, ante cualquier error que cometan estos autos autónomos, todos los circulantes y los nuevos por vender aprenderán de ese error para no volver a cometerlo. Un nivel de evolución sin límites que la humanidad no podría alcanzar nunca como colectivo.
Una evidencia contundente de esta evolución en la medicina es el de Baylor College of Medicine (Texas): un equipo de científicos, biólogos y analistas de datos, junto con profesionales de IBM, han identificado en semanas y con precisión varias proteínas que modifican la proteína p53, relacionada con muchos tipos de cáncer. Sin la inteligencia artificial de IBM Watson se hubiera tardado años.
Por otro lado, el Foro Económico Mundial anunció que, en los próximos 5 años, se perderán 7 millones de empleos de oficina y se crearán 2 millones de nuevos empleos en áreas como computación, ingeniería, arquitectura y matemáticas. Además, remarcan que se desarrollarán más específicamente las áreas de inteligencia artificial, robótica, nanotecnología e impresión 3D.
El desarrollo de la plena inteligencia artificial podría significar el fin de la raza humana. Los seres humanos, limitados por la evolución biológica lenta, no podrían competir con ellos y serían sustituidos.
—El físico teórico Stephen Hawking en una entrevista que concedió a la BBC
Esta competencia entre la raza humana y la inteligencia artificial continuará su evolución más allá de los riesgos de ser reemplazados no solo en nuestra vida laboral sino también en la social y los espacios de creación artística. Ni siquiera lo detendrá lo que implica crear una inteligencia que, sin acceso a una conciencia, tal vez no sepa discernir entre colaborar y hacer daño. La lucha entre El bien y El mal con que la ciencia ficción (en Terminator y Blade Runner por ejemplo) nos ha impactado durante décadas, no es suficiente. Como una obsesión irrefrenable, el hombre insistirá en crear su obra máxima o, simplemente, lo hará por la necesidad existencial de no estar solo como especie. El hombre asumirá todos los riesgos por crear compañía, aunque sea artificial, en este universo desolador.
Hay más notas sobre cómo las tecnologías y las redes sociales cambiaron nuestra vida para siempre en mi perfil: https://medium.com/@matguillan