La colombiana

Mayo comenzó más caluroso de lo normal. Las tardes en Panamá las conocía bien Rodolfo Rincón. Ésta era muy caliente. Los celestes intensos del cielo, el sonido del oleaje, y el resplandor del sol que lo cegaba —aún más que el problema de cataratas que sufría desde los 50 años— no lo limitaban cuando se sentaba con los compadres, a jugar dominó.

«Nunca he necesitado ojos para ganar, hasta ciego puedo jugar mejor que cualquiera aquí, los dominós yo me los conozco desde los 12», repetía Rodolfo casi todas las tardes cuando tenía una buena jugada, hasta que su fiel amigo pero siempre contrincante, Rubén, le cerraba la jugada.

La última partida de dominó de Rodolfo fue ese día, el más caluroso de mayo.

Rodolfo se levantó de la mesa tras haber ganado seis veces seguidas, se despidió, y cuando caminaba por la vía común, de regreso a la casa solitaria, dónde solo vivían él y el recuerdo de una colombiana que lo dejó por un gringo hacia 30 años, se quedó contemplando a mitad de camino a unas turistas que pasaban tomando fotos, volteó su cabeza hacia el sol con los ojos cerrados y en medio de la sensación que le crearon los recuerdos y el calor lamiéndole el rostro, Rodolfo cayó al piso fulminado por un infarto, que sin querer se había prolongado por mucho tiempo.

Maracaibo, 11 de mayo de 2011

Géneros periodísticos II