La (in)tolerancia de una sociedad rancia
Aquí huele a podrido
Llega el veranito. Sol, mucha playa y mojito. Mientas el buen tiempo acompaña a despojarse de las prendas que cubren nuestros mundanos cuerpos durante las épocas menos cálidas, se nos olvida que hay algo que llevamos exhibiendo todo el año sin ningún pudor: el intelecto (o la carencia del mismo, según). Y es que, pese a lo avanzados que nos creemos como sociedad, a veces seguimos siendo unos cavernícolas.
En 2016, resulta anonadante ver cómo seguimos siendo profundamente irrespetuosos con el que tenemos al lado. Aunque sea nuestro compañero, aunque nuestra relación fuese cordial hasta entonces. Sirvan de ejemplo los recientes comicios: durante el día de votaciones no era extraño mirar al cielo de Twitter y ver cómo los unfollows —acompañados de un lejano ruido metálico— sobrevolaban nuestros nombres de usuario dispuestos a lanzarse como ave de carroña sobre aquel que publicase un tuit desvelando, o dejando entrever, cuál era su inclinación política. Daba igual que llevases siguiendo a esa persona uno, dos, tres o cinco años en la plataforma, no opinaba como tú. Hasta nunki. Mientras contemplábamos este panorama, la acción fue pasando la tierra. Con el recuento de votos y la salida de los primeros resultados, descubrimos que el sonido metálico que se oía antes no era otra cosa sino las espadas afilándose, listas para la batalla campal post-26J y que se desarrollaría durante buena parte de la noche. Siglo XXI, recordemos.
Igualmente, con los resultados del brexit todavía a flor de piel, se comienzan a dejar ver las primeras consecuencias que esto ha tenido en la polarización de la población. No son pocos los casos de testigos de violencia racista que han visto cómo, con el sí a favor del leave sirviendo de acicate, la xenofobia parece haber pasado de un estado latente a estar casi justificada para muchos de los paletos de cerebro mermado que aún se pueden contemplar en su estado natural. Sin anestesia ni vaselina. Siglo XXI, recordemos.
Eso sí, si hay un tema capaz de levantar ampollas entre lo más casposo de la sociedad, es el del movimiento LGTB. Con cientos de celebraciones alrededor del mundo durante estos días celebrando el Orgullo, el tufo a décadas pasadas ha pegado el subidón habitual entre aquellos que todavía esgrimen una delirante postura ante lo que debería ser algo totalmente normal a estas alturas de la película. Les jode, porque saben que, más tarde o más temprano, el día en que no haga falta el Orgullo llegará. Y no hará falta porque para entonces ya les habrán cerrado la boca a base de realidad (o de guantazos). Siglo XXI, recordemos.
Estos (elecciones, brexit y Orgullo) son hechos totalmente diferentes y no relacionados, pero lo suficientemente cercanos en el tiempo como para hacernos ver que, efectivamente, por mucho que se nos llene la boca hablando de progreso, la realidad parece empeñada en mostrarnos que de eso nanay. Hay muchas formas de manifestar desacuerdo sin parecer unos primates. Apliquémoslas.
Lo importante no es un continente bonito, sino un contenido valioso.